Jadea. acurrucado en ese insólito palomar, Abelardo,
absorto, observa despuntar los techos de Almagro.Terrazas, techos de chapa
acanalada, algunos oxidados y otros embadurnados de alquitrán. Por allí asoma,
como un obelisco en el desierto santiagueño, un edificio de varios pisos.
Abelardo jadea. el sol lo entibia; se siente feliz. Por
un tris se escurrió de la patota.
Jadea. Abelardo rememora -entre imágenes truncas- lo
ocurrido esa tarde. De pronto hace una pausa, frunce el entrecejo, se esfuerza
por coordinar sus recuerdos: “¿Hoy ocurrió?”, se pregunta.
Se queda preocupado; el lugar coincide, pero el cuando,
el tiempo, giran como un trompo y le generan un vacío en la mente. La angustia
se anuda en su estómago, lo presiona y lo inquieta.
Abelardo aleja el cuando; continúa con sus reflexiones.
Algunas palomas, mientras tanto, ronronean manteniéndose a prudente distancia.
De pronto, influído por los efluvios de su imaginación, Abelardo, sin saber
porqué, recuerda una película del lejano oeste en la cual el protagonista,
herido, yace rodeado por la aridez del paisaje agreste y solitario, mientras la
cámara enfoca a unos pájaros siniestros que revolotean al acecho de un festín
que presienten cercano.
Ahora vuelven sus cavilaciones. “Allí está la patota
-rememora- cuatro o cinco tipos con metralletas”.
Él los ve: no vacila. Llega al patiecito de su casa y se
desliza hacia la vivienda de abajo. El vecino le pide que se vaya. que no lo
comprometa. Abelardo atraviesa el largo pasillo, sale, y sin pensarlo corre y
corre, jadea y jadea, llega a la esquina, dobla y escucha el chirrido de los
frenos, los gritos de la patota, y los disparos. esos mensajes agoreros de
sombra y muerte.
Abelardo se convierte en pájaro, Corre, vuela, jadea y
salta sobre los techos de Almagro hasta encontrar el palomar. Allí llega,
jadea, transpira. Pese a la angustia, Abelardo sonríe y se dice sin voz: “Jodí
a los hijos de puta, ¡cómo los jodí!”.
Estaba tirado sobre la vereda, en la ochava. Pequeños
arroyuelos de un matiz púrpura triste le coloreaban la camisa. La barbita
blancuzca resaltaba la palidez del rostro; los ojos abiertos parecían
contemplar fíjamente el cielo, bordado con nubes grises de duelo y cenizas.
Una sonrisa, apenas esbozada, le daba a ese rostro
fatigado una extraña sensación de vida. hasta parecía jadear. Instantes
previos, Abelardo había comenzado a recorrer el largo itinerario de su exilio
sin retorno. Fue el 1º de noviembre, año 1974, día de todos los muertos ·
Andrés: con la facilidad de siempre, transmitís el momento que cuenta la historia de Abelardo. Se percibe el jadeo, sus corridas, el deseo de poder esconderse y la decepción por no lograrlo. La decisión rápida de una mente que tiene miedo se vive y, la imagen final, se ve nítidamente. Muy bueno !!!. Te dejo mis saludos y deseos de un excelente comienzo de año, junto a los tuyos. Abrazo de,
ResponderEliminarPROFE: me encuentro nuevamente con Abelardo y nuevamente revivo su corrida, sus miedos y su escape, en ese día en que él pasa de ser casi un muerto a la experiencia de ser un exiliado más. terriblemente cruel y veraz. Gracias por la realidad hecha cuento de forma sencilla y notable.
ResponderEliminarFELIZ NUEVO AÑO PARA USTED Y TODA LA FAMILIA.
Sonia Figueras
Querido Pibito nos introduces tanto al relato que por un momento somos Abelardo.
ResponderEliminarDescripciones nítidas. Muy bueno!!
Te mando un fuerte , un fuerte abrazo y felicidades!!
Querido L. Gaona, este es el cuento más intenso que escribiste, a pesar de los años que lo conozco siempre me impacta su lectura.
ResponderEliminarAbrazo,
Sañoram
Mi querido Andy Dandy, recién fui yo quien corrió, voló, jadeó y saltó sobre los muebles (ahora que volvió la electricidad y antes de que se vuelva a cortar), para llegar a la PC y poder enviarte mis augurios, besos y abrazos para este 2014 que, con acotado festejo, recibí entre tinieblas. Otros tantos augurios y cariños también para Ester, palo mayor de esta nave capitana. La Dama de Pique
ResponderEliminarLa última fuga y el comienzo de una nueva carrera...con el mismo cuerpo con la misma mente y la imaginación a pleno o corto vuelo, es el cuento de Abel -ardo hacedor de historias aunque a veces olvida el cuando.
ResponderEliminarUn abrazo
Celmiro
"...el lugar coincide, pero el cuando, el tiempo, giran como un trompo y le generan un vacío en la mente".
ResponderEliminarCaptación fina y aguda sobre ese instante que casi no tiene tiempo, sino que se mide en lo intenso. Vívida, estremecedora , trágica historia que culmina con la vida de Abelardo como trofeo.
Excelente narrativa. Felicitaciones, Capitán.
MARITA RAGOZZA
Con cada nueva lectura de La Huída Abelardo nos invade y sentimos el miedo desde el fondo de la memoria, abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarExcepto el pàrrafo final todo el desarrollo de la trama es absolutamente cierto, excepto la muerte de Abelardo: un año entre rejas supliò la muerte.
ResponderEliminarAndrès
otra vez mi opinión de excelencia ante un texto vivido en cada palabra y seguramente vívido ( con acento) en la memoria. admiro esta capacidad de hacernos partícipes de la trama. buen año. susana zazzetti.
ResponderEliminarExcelente tu relato, Andrés. Me he dejado arrastrar por su ritmo, su trama, con las palabras precisas, hasta conmoverme totalmente.
ResponderEliminarUn gusto.
Saludos desde Chile.
Se vibra con esta historia, moviliza los sentimientos.
ResponderEliminarEs grato leerte, Andrés y también me gustó esa foto con el mate en la mano, buenísimo.
Que tengas un buen año.
Betty