Serie Mujercitas: 3.-
SILVANA
Hace bastante tiempo, no puedo precisar cuánto, que Silvana comenzó con
sus rarezas. Para nuestros amigos más cercanos la definición fue extravagancias
y para la intimidad entre Silvana y yo, chifladuras. Ella no se ofende segura
como está de tener razón. Yo disiento de ella.
El maestro Zen le enseñó el intento de suprimir el yo y vivir el sueño de un dios dormido pero ella quedó demasiado
sujeta a las teorías de las reencarnaciones y de ahí nuestras diferencias., por
ejemplo, aseguró que una cucaracha renga (supongo envenenada) era la
reencarnación de su tío Henry quien vivió y murió en Nueva Jersey, cosa a todas
luces imposible y que sin embargo debí aceptar sin pisar al insecto. Unas
babosas en el jardín resultaron ser los vecinos que habían vivido en la casa de
enfrente y de los que no teníamos constancia de que hubieran fallecido pero que
impidió que les echara sal gruesa. Mi difunta madrina, Ramona, era la gata de
la casa de al lado y en este caso debo reconocer que puede ser así porque el
animal tiene cierta predilección por mi.
Las reencarnaciones se tornaron obsesivas.
Claro que ella argumenta bien y me habla demasiado, más lo hace cuando hago mis ejercicios en la
rueda. Por suerte, está vez acertó y no digo nada en mi nueva vida de hámster.
Serie Mujercitas: 4.-MATILDE
Mi prima Matilde desde niña poseyó la virtud del sentido del humor. A
ello le agregó en el tiempo convertirse en una mujer espléndida, dueña de una
belleza no convencional y realzada con una simpatía que parecía no proponerse.
Siempre me agradó mi prima hermana Matilde. También siempre estuvimos lejos de
las fábulas que involucran a los primos de distinto género, lo que no impidió
que entre nosotros existiera una complicidad y una amistad dulce en
restricciones. Reconozco que tuve celos cuando se puso de novia con Héctor.
Hectito, así le decían en su casa, nosotros, el grupo de amigos, le decíamos, stradivarius, por lo raro.
Héctor fue, tanto en el café, como en el fútbol, un tarambana. De
naturaleza torpe era proclive a producir hilaridad y, a pesar de ser objeto de
toda clase de bromas, no solo no se enojaba sino además parecía participar
contra sí mismo. Lo que para nosotros era un idiota para mi prima era un tierno
y ella también supo enredarlo con sus bromas. Lo real fue que el stradivarius
del grupo se quedó con la chica más linda. Yo todavía no pensaba que nada
extraño dura demasiado y dejé de frecuentarlos al tiempo de casados.
Cada tantos años los encontraba en algún velorio de un familiar y
cruzábamos informaciones de nuestras vidas con la ligereza de la circunstancia.
Yo volvía a reconocer la belleza de Matilde y la idiotez de Héctor.
Los velorios se espaciaron hasta agotar las candidaturas y dejamos de
vernos por demasiados años, tantos que comenzamos a ser nosotros los
candidatos.
Matilde se propuso cambiar de estado de civil y lo logró, se hizo viuda.
Ello significó que se radicara en la cárcel de mujeres de Ezeiza y allí fui un
día a visitarla.
Bajo el techo del patio de visitas sus ojos me miraron con el mismo
brillo azul. Un brillo hipnótico que yo tanto apreciaba como parte indivisible
de mis mejores años. Llevaba cinco años detenida y confiaba en una libertad
inminente, es decir, fuera de allí, porque lo que se entiende por libre ya lo
era desde que Héctor había trascendido con la ayuda, cruenta sí, pero ayuda al
fin, dada por ella.
Como si nunca hubiéramos dejado de vernos me narró lo sucedido. Resulta
que una vez que los hijos, tuvieron dos, se hubieron independizado, Héctor
comenzó con una costumbre de relatar en alta voz todas sus acciones en tercera
persona, Hectito va a mear, llega, pela
y… ¡qué meada Hectito! Escuchen este canto, ah, ah, ah ¡qué meón!
Dentro de las escatologías figuraban también odas a las defecaciones y
otras acciones del tenor, Hectito es el
campeón del morfi. Avanza Hectito con la basura, la coloca en el árbol
y…regresaaa para ver la tele.
En la intimidad, Hectito desnuda a
Matilde, la besa, la abraza ¡se la coje! Ah, ah, ah,… Dormido no cesaba, no
de relatar pero sí de roncar y Matilde, sin poder conciliar el sueño pensaba, sístole, diástole, hasta que una apnea
del occiso la estremecía en la cama y vuelta a comenzar. Años soportó todo
esto. Hasta que un día después de escuchar los absurdos relatos de las acciones
cotidianas de Héctor tomó ella el micrófono y dijo más o menos esto, avanza Matilde con la pala dominada después
de sembrar gramilla en el jardín, se detiene antes de guardarla en el galpón,
la alza y…
Dijo que él la miró por última vez con la sonrisa de idiota dibujada en
la felicidad.
Cuidado Silvana que si te agarra mi gato no se que puede pasar!!! Parece que este número de Artesanías está humorístico....Muy bien, a mal tiempo, buena cara!
ResponderEliminarSí, tiene razón Ester. Dan ganas de que la mujer de Hectito, el gato de Ester y César en mi cuento pudieran entrar en otro cuento o simplemente encontrarse y reirse de todos nosotros.
ResponderEliminarel comentario anterior es mío pero olvidé de firmarlo
ResponderEliminarCristina Pailos
Ah ...que susto , creí que me iba a encontrar con el"Mujercitas " de mi pubertad.
ResponderEliminarSin un caso estas mujeres Trinelli-Ojo con el maestro Zen...Saludos afectuosos.
Fuera de una lectura amena, irónica e inteligente,me *sor-prende* tu capacidad para crear situaciones y personajes inverosímiles que uno los vive como reales.
ResponderEliminarA continuar con un nuevo harén de relatos
Celmiro
*Espero que no la uses como una nuevo tema.
Todavía tengo la sonrisa en los labios, me gusta tanto tu narrativa, siempre ha sido así y el placer es por y para siempre.
ResponderEliminarArturito, te quiero
Lily Chavez
Hoy te pasaste Trinelli. Una narrativa con mayonesa e ironia al plato. No falta humor y le adjunta calidad, amigo. Muy bien logrado y mejor narrado. Abrazos, amigo.
ResponderEliminarandres
Cuando escucho a alguien que habla de sí mismo en tercera persona me resulta chocante. Hectito se hace insoportable, tan insoportable que me he reído hasta sentirme liviana por la descarga. Para mí es genial.
ResponderEliminarY con Silvana, como dice Amelia... el Zen no es para todos.
Felicitaciones, Carlos y saludos.
MARITA RAGOZZA