Relato
Alejandro Bovino Maciel nació en Corrientes, escritor y psiquiatra, vive
actualmente en Buenos Aires donde se acaba de estrenar la obra teatral
"Los hijos de Rosas" con la dirección de Jorge Graciosi.
Al doblar a la
izquierda nos internábamos en las bocas de calles apretadas; el albergue de la
noche nos forzaba a escudriñar cada señal, cada signo para deducir dónde
arribamos; tomamos por la calle Tacuary.
En cada esquina
revoloteaban sombras andróginas, "es aquí" dijo César y se detuvo
frente a una casona vieja con pilares rosados en el frente. Un cartel
amarillento anunciaba el “Hotel Sheik”.
Un viejo marica
raquítico con voz de institutriz inglesa nos recibió en el rellano de la
escalera, César preguntó si quedaban habitaciones libres, la Dueña asintió sin darnos
demasiada importancia, pasamos al vestíbulo donde un desvencijado ventilador de
techo rebanaba la luz con su “trac-trac” hasta que un taxi aparcó en la vereda.
La Dueña mostró
alivio, sacudía las manos como si se hubiese quemado en una hornalla, apurando
con señas a las pasajeras que bajaban del taxi: tres tristes travestis.
-¡Al fin vienen
estas canallas! –dijo la Dueña
hablando hacia adentro, como si alguien más estuviera acechando la llegada de
la comitiva.
10.
Toda cubierta, casi
sepulta entre cajas cilíndricas, al ras de telas que sisean y cuelgan,
desembarca la Capona
rezongando.
-¡La mierda que sale un
ojo de la cara viajar en esta porquería! -rezonga a diestra y siniestra con un
gorjeo chillón y acelerado.
El taxista mira lejos,
como a otro planeta; cuando aspira el humo de su Camel, sube la papada
rechoncha, traga saliva, tuerce un poco los mostachos sin decir nada.
-Y para colmo,
señor, me hiciste saltar todo el camino que tengo las tetas por mi cogote.
-La calle está
destrozada -interviene Déborah, que oficia de maquilladora y continúa
arrellanada en el asiento delantero gesticulando mientras escarba en su
monedero buscando mil guaraníes.
-¡Ay, chicas, se hace
tarde! -se desespera la
Dueña , toda contrita y manoteando en la escalinata.
Hecha una tromba,
agitadísima y al mismo tiempo oronda, portando una cabeza de telgopor que
adorna una peluca toda bucles dorados, desciende del automóvil la Coiffure. Cuando
apoya el primer pie en la vereda ya se sabe que su taco alfiler punza el cemento.
Tras los portazos que
sacuden el Peugeot -impávido, el taxista sigue fumando- bajan a cual más
majestuosa y regia las ‘tres manolas / las que se van al quilombo / las tres
y las cuatro solas’ a las que recibe la Dueña en el rellano,
acusando con el índice su reloj pulsera Dior de imitación, made in
China.
Fragmento que da ganas de leer más...esperamos la continuación...
ResponderEliminarEs un relato que pide a gritos leerlo completo. Es impresionante la capacidad del relator para describir sin omitir detalles el espejo en el que nosotros vemos los personajes.
ResponderEliminarFluído y con cierto tono de dejadez plasma la acción devorando el ham¡bre de lectura del lector.
Buscaré algo mas de su obra para deleitarme.
Celmiro