Historias de muñecas
Por segunda vez en pocas semanas mis nietas
me piden que les cuente algún recuerdo de la infancia.
Ya en la primera oportunidad la tarea se
presentó muy difícil...Busco y rebusco sin encontrar nada que merezca ser
contado. Sólo recuerdos tristes e incompletos: retazos de memorias que no estoy
segura si son mías o son las evocaciones de anécdotas que me contaron a lo
largo de los años.
Trato de recordar mi historia, repaso los
cumpleaños, me veo sentada en el sofá-cama a los nueve o diez años, comiendo
aceitunas y leyendo uno de los libros que había recibido de regalo; más atrás,
a los siete u ocho años, el teatro de títeres al que me llevaron mis padres y
el libro con figuras en relieve que reproducía obra representada en escena. Más
atrás, a los tres años, cuando me regalaron un enorme muñeco de celuloide por
la operación de las amígdalas....
Y así podría seguir...muchos sucesos, una
sucesión de hechos exteriores en los cuales no consigo retomar el hilo afectivo
que los une, que les da el aliento de vida.
Miro las fotos: una nena limpita, con
tirabuzones que la mamá le hizo con mucho cuidado, vestidito blanco y
almidonado, muy seria.... Otra, trencitas, vestido marinero, con papá y mamá,
¿seis años? No sonríe...
¿Qué pensaba, qué sentía esa nena que fui?
Qué valor pueden tener esos presuntos recuerdos descoloridos, neutros...? ¿Son
realmente mis recuerdos?
Esa linda nena debía pensar, sentir... Pero
todo está olvidado, muerto, sepultado junto con esa infancia que debió ser
feliz....
De pronto surge algo, un recuerdo verdadero
y no la memoria de algo que me contaron: Nos veo en la calle, mi papá,
mi mamá y yo caminando por las calles del barrio. Era verano y casi todos
los días antes de la cena íbamos a dar una vuelta. Ese día pasamos por la
juguetería de la calle Córdoba.
Era un local angosto con un mostrador
pequeño; a lo largo de las paredes tenía estantes altos hasta el techo
cubiertos de cajas multicolores y de juguetes: trenes, cochecitos, muñecas,
instrumentos musicales. Había también muchos ordenados en el suelo: mesas con
sus sillitas, pizarrones, utensilios de cocina. Todo de lata o madera, el
plástico no existía (¿pueden imaginarlo? ¡El plástico no existía!!).
En el negocio había un aroma especial,
distinto. Un olor a carpintería mezclado con pintura y polvo. Es que esos
juguetes quedaban mucho tiempo en los estantes. No los cambiaban una
vez por semana, eran juguetes para toda la vida, para los hijos y los
nietos después. ¡Todos los utensilios y los trencitos de lata, los camiones y
los trompos de madera y las muñecas de trapo podían durar hasta la eternidad!
Mamá y papá se pusieron a hablar con el
dueño y enseguida ví la muñeca y la levanté.
-¡Eh! ¡Nena, dejá la muñeca, mirá
que es de porcelana y se puede romper!
La voz del hombre me sobresaltó: se me cayó
la muñeca… y se le rompió una pierna…¡qué susto! La levanté rápido y la
estreché como si quisiera ocultar la rotura con mis brazos. No me atreví
a mirar a mis padres y me quedé con los ojos clavados en el piso.
Como desde una gran distancia escuché al
dueño que discutía con mi mamá: - no, señora, yo pongo los juguetes
donde me parece, ¡lo que pasa es que su hija es una atrevida y una
malcriada!
El hombre le gritaba a mi mamá y mi
mamá le contestaba también a los gritos. Ella aducía que una muñeca tan frágil
debía estar en un sitio más alto y no al alcance de la mano de una nena de seis
años. Por supuesto que los mejores argumentos no resolverían la situación y así
lo debe haber entendido mi padre. Sacando la billetera del bolsillo de sus
pantalones, preguntó –entonces, ¿cuánto cuesta una muñeca de porcelana rota?
En el camino a casa, mis padres siguieron
imaginando lo que podrían haber dicho y lo que les podría haber contestado el
dueño de la juguetería, pero yo no escuchaba. Sostenía con fuerza mi nueva
muñeca y las dos ya estábamos inmersas en el juego.
Al día siguiente mi papá arregló la pierna
de la muñeca, la rotura no se notaba. La vecina del departamento de al lado me
cosió muchísimos vestidos para la muñeca, un extenso guardarropa que incluía un
tapado, pantalones y soleros, y por varios años muchos juguetes quedaron
arrumbados en un rincón: el bebote de celuloide con sus bombachones y su
camisita, grande como un bebé verdadero, el pizarrón con el borrador hecho a
mano por mi mamá –una tablita, forrada con varias capas de una vieja camiseta
de mi padre-, y varias muñecas que se intercambiaban en mis juegos. Pero la
mesita con sillas de madera y el juego de té recobraron su magia cuando jugaba
a las visitas con mi muñeca de porcelana. Me veo entre brumas sentada en el
patio, sola, frente a la mesita plegadiza de tablas blancas y verdes, las
tacitas y platos del juego de té ya preparados, leyendo un libro en voz alta
con mi muñeca en la falda. Esas eran mis horas íntimas de hija única que sabía
jugar y entretenerse sola, sin necesitar a nadie. Pero cuando quiero llamar a
mi muñeca por su nombre, quiero evocarme hablándole, no logro recordar qué
nombre le puse y qué se hizo de ella cuando crecí.
Rememoro , ahora si, esas épocas de la
niñez temprana en que aprendí a vivir y a no temer la soledad, a disfrutar de
la compañía pero también de mí misma. La muñeca cuyo nombre no recuerdo fue mi
mejor amiga, la que modelé y creé a mi gusto y voluntad. Por unos meses o años
inventé un mundo adaptado a mi capricho, en el que fui feliz. Quién piense que
ese mundo no existía se equivoca. La prueba es que aún hoy lo sigo evocando y
puedo ver con claridad a la nena de las trencitas sonriéndole a la muñeca sin
nombre.
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Que tierno relato Nurit...te acuerdas que las muñecas de antes eran gorditas , ahora son anorexicas...Un abrazo!!!
ResponderEliminarAmeno recuerdo hecho relato en donde la protagonista vuelve a ser niña por un instante y consigue transmitir la inocencia de su cosmovisión, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLa diafanidad de la infancia, suele constar, para varios, un precio alto de desilusión y traición. La historia se reescribe, se corrige desde el amor, por eso son tan importante los abuelas en nuestra temprana edad.
ResponderEliminarLa historia nos remite a la evocación , a la nostalgia, y quisiéramos sentarnos alrededor de aquella mesa plegadiza en donde se plasmó el mundo feliz.
Encantadora narración. Me remitió a mis horas infantiles y mis preferencias.
Felicitaciones, Ester, y cariños.
MARITA RAGOZZA
Nurit-Ester: que importantes son los muñecos, o juguetes en general, que amamos con ternura e ingenuidad. Tu relato me trajo varias asociaciones de mi propia infancia. Me gusto mucho.
ResponderEliminarGraciela
PD: no se porque no puedo contestarte desde el correo (no me lo permite). Esas cosas inexplicables de Internet. No estuve en Jerusalem. Cuando pueda les escribo más extenso.
Graciela
La infancia ese momento de la historia de un ser donde todo es más grande, más profundo, más difícil, inevitables las asociaciones a las propias infancias e inevitable no recordar la primera muñeca ''marilú'' tan deseada y tan difícil de lograr....'' fue mi mejor amiga, la que modelé y creé a mi gusto y voluntad. Por unos meses o años inventé un mundo adaptado a mi capricho, en el que fui feliz.'', poco más, poco menos algo similar a lo que nos pasó a muchas. Me gustó mucho. marta comelli
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