Poeta, narrador,
traductor, ensayista y estudioso de la Kábala. Nació en Coronel Pringles, Buenos Aires,
en el seno de una familia judía. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar
Kábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología
Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Kábala con su
profesión de escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y
antropología cultural. Actualmente vive en España.En una reunión de
intelectuales israelitas realizada en la ciudad de Mexico en 2012 , con motivo
de la presentación de su libro Qué es la Kábala (Barcelona,
ed. Kairos S.A., 2011) Mario Satz definió la Kábala como “el arte de leer e interpretar el
libro fundador de nuestra cultura, La
Biblia , pero también un juego semejante al ajedrez…cuyo fin
último es afinar la mente del jugador´´ . Algunas obras del autor: Ensayos
sobre Kábala Qué
es la Kábala 2011, Kairos,
Barcelona Jesus Nazareno
Terapeuta y Kabalista 1999, Kier,
Buenos Aires. Árbol verbal. Nueve notas
en torno a la Kábala.
1991, Kier, Buenos Aires Senderos en el jardín del corazón. 1988,
Kairós, Barcelona. Ensayos sobre religión: El judaísmo. 4.000 años de cultura. 1982,
Montesinos, Barcelona. El cráneo de cristal. 1988,
Mondatori, Madrid. Oraita. 1990,
Obelisco, Barcelona. Umbría,
lumbre. 1991, Hiperión, Barcelona. El tesoro interior. 1992,
Troquel, Buenos Aires. Cuentos: Tres cuentos españoles, Sirmio,
Barcelona, 1988. Ensayos ecológicos: El arte de la naturaleza. 1988,
Oasis, Barcelona. Arca
de roca. 1992, Kairós, Barcelona. El ábaco de las especies. 1994,
Pre-textos. Valencia. Novelas: Sol, 1976, Noguer,
Barcelona. Luna. 1977,
Noguer, Barcelona. Tierra. 1978, Noguer,
Barcelona. Mercurio. 1990, Heptada
Madrid. Azahar. 1996,
Taurus, Madrid. Proverbios: Truena, mente perfecta. 1977, Helios,
Viena/Barcelona. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de
la Granada
del siglo XIV. Colaborador de Integral, Cuerpomente, Más
allá y El
faro de Vigo, busca
ampliar su red de trabajos profesionales.
Kristallnacht*
Era noviembre en Viena, con sus árboles
fríos y las cúpulas de los palacios llenas aún de los destellos estelares de la
noche. Primero fueron los escupitajos, los insultos, los improperios, luego la
palabra jude pintada en el escaparate de la relojería con pintura
amarilla. Era noviembre y la ola del odio
había alcanzado su altura máxima aunque todavía no el espanto de su
catástrofe total. Después fueron las piedras, los bastones, los puñetazos.
-Pronto-dijo
Jakob el relojero a su hijo Nahum-, recoge los relojes de la vitrina, debemos
irnos.
La madre y la hermana preparaban,
lívidas como la luna, las maletas y los bolsos.
-Salvemos el tiempo-dijo
Nahum por decir algo.
-Y esto es
sólo el comienzo. De nada me sirven ahora las medallas de la guerra, las
menciones de honor, las amistades y los conocidos.
-Es verdad,
padre-dijo Nahum-, en muchos de los que tiraban las piedras reconocí a tus clientes.
La familia Strauss no sabía, no podía
saber que aquella jornada con su noche llevaría el nombre de los cristales
rotos, de los cristales esparcidos, de los cristales convertidos en flechas y
astillas sobre los cuerpos de las víctimas.
-Sí, debemos
salvar el tiempo-se repitió Nahum a sí mismo, guardando los relojes de oro,
plata, y acero, algunos muy valiosos, en un maletín de piel oscura.
Tenía, entonces, diez años, pecas y una
mata de cabellos rojos difícil de peinar. Viena no tardó en convertirse en un
pandemónium, en un infierno para algunos y en un campo de batalla y
resentimiento para muchos. A lo lejos
relinchaban los caballos y sonaban los cláxones de los automóviles. Algo, por
no decir todo, se hundía bajo los pies humanos. Los Strauss lograron salvar
parte de sus bienes ocultándolos en los orificios innombrables, cruzaron la
frontera hacia Francia sin saber que hasta allí también llegaría pronto la ola
del odio, la furia vergonzosa, el delirio de matar. De eso modo comenzaría una
huída inacabable, compartida, noches insomnes y rictus de incomprensión en los
rostros de los fugitivos. A medio siglo de ese desastre, Nahum Strauss, único
sobreviviente de su familia, sentado a la hora del crepúsculo en la terraza de
un café en Natania, emergiendo de la sombra de los muertos, emergiendo de la
ilimitada neblina de su pasado, recordó haber dicho:
-Salvemos el
tiempo.
Y
oír vaga voz de su padre,
agregando:
-¿Para qué
salvar el tiempo cuando el espacio de la convivencia está destruido?
Qué difícil es nombrar el dolor, qué
insoslayable evocar la tragedia familiar
y colectiva.
Desde la
terraza del café, con su strudel a medio acabar y su café frío, el viejo
solitario que leía la prensa en alemán y hablaba hebreo con un acento
inconfundible miraba el mar. Como consecuencia de aquellos cruciales días de Viena despreciaba los relojes que,
pese a todo, les habían permitido comer y sobrevivir durante un tiempo. Le
molestaban sus números, sus minutos y segundos que lo alejaban de lo sucedido
pero no de su recuerdo, que marcaban el transcurso de la vida sin curar sus
heridas. Su padre tenía razón: para qué salvar el tiempo si el espacio de la
convivencia está destruido. Para qué reparar en las horas cuando la eternidad
era un silencio atroz.
Mario Satz
*noche de los cristales.
Sobrevivir al castigo del pasado en frases que nos dejan un sabor agrio ante la realidad del tiempo que es síntesis, tesis y antítesis de vida.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
El texto se desliza como "seda de nardos"; así podemos soportar el silencio atroz de la eternidad.
ResponderEliminarGracias Artesanías por haber editado a Mario Satz, un maestro de la narración.
Ofelia
¿Cuantas orejas tiene que tener el hombre para escuchar el llanto de la gente?
ResponderEliminar¿Cuantas muertes tendrán que ocurrir para que el hombre sepa que ha muerto muchísima gente?
Algo así decía Bob Dylan en Blowin' in the wind y seguimos con el mismo interrogante sin respuestas.
Muy buena narración. Me gustó mucho
Cristina Pailos
El tiempo donde se deshacen los espacios. Heridas abiertas que no cierran, el dolor que no encuentra palabras. No conocía al autor, agradezco su difusión. Lástima la foto, me hubiera gustado verlo.
ResponderEliminarOlga Ajma
la foto se auto cortó seguramente por prohibición del autor (Nota del Editor)
EliminarEl tiempo que no puede ser salvado de la vergüenza de más tiempo como si el hombre solo lo oyera soplando en el viento, C.A.T.
ResponderEliminarLos crímenes de la humanidad no tienen una época definida, el tiempo transcurre, pasa, se nos escapa pero el ansia de poder, la codicia y la indiferencia persisten. Muy bueno el paralelismo de los relojes y el tiempo de la desgracia.
ResponderEliminar“Una vez leído, ya nadie estará libre del pandemonio con relinchos de caballos a lo lejos y sonido de cláxones… huida inacabable porque siempre la persecución…el dolor sin nombre…números que molestan…un tiempo sin medida haciendo las horas de una eternidad de silencio atroz…” Estas voces caen como cristales rotos que siguieran cayendo y volviendo a romperse, como si los pedazos no pudieran dejar de despedazarse en una eternidad sin voz. Bellamente, Satz ahoga un mar de heridas que no curan, Gracias por traerlo, Artesanías. ElsaJaná.
ResponderEliminarexcelente!! en este caso silencio y palabras son feroces.
ResponderEliminarLily Chavez