La envergadura corporal, los
andares lentos, el peligro inminente de sus estallidos de furia, y, en lo alto
los párpados a media asta, aquellos ojos que parecían mirar hacia adentro o
hacia abajo, hacia lo hondo, pero sin dejar escapar nada de lo que hubiera
alrededor. Mirabas a James Gandolfini y veías al niño, un niño solitario que un
día, de golpe, apresó una certeza definitiva y comprendió lo que era y sería la
vida a partir de entonces, una mirada que iba más allá de la melancolía: la
mirada del esto es lo que hay. Podías ver muy claramente al niño en un rincón
del plano, observando en silencio mientras los demás hablaban y se agitaban. Ya
llegaría para él la hora de la agitación, de sacar pecho y golpear, de llorar a
gritos por todo lo no llorado, de reír con carcajadas feroces. Y llegó. Veo ahora a Gandolfini en Not Fade Away, la película que
hizo su compadre David Chase después de Los Soprano, la historia de una adolescencia en
el Nueva Jersey de los sesenta, tan desolada como The Last Picture Show de Bogdanovich
pero sin su afectación: la verdad de Chase también es la del eso es lo que hay,
empapada en un humor seco y un lirismo acre, que en ningún momento pretende ser
“poético”.Not Fade Away quizás no sea
redonda pero tiene pasajes realmente extraordinarios, como la escena, apenas
tres minutos, del reencuentro entre el padre y el hijo, cuando ya es tarde.
Gandolfini, obviamente, es el padre. Hasta entonces apenas ha hablado. Se deja
entrever que hablaron cuando el hijo era muy pequeño, tres o cuatro años, ese
país lejanísimo, de noche, el crío sobre el pecho del padre como una gran
montaña, el corpachón del padre tendido en el sofá tras 12 horas de trabajo
aburrido y embrutecedor, y luego nada, luego el silencio y los gritos porque de
repente el chaval lleva el pelo largo, a lo Dylan, y se va de casa porque dice,
imagínate, que quiere triunfar en el mundo del rock, de repente ofuscado,
perdido, arrogante y estúpido, como tantos a esa edad.
Hace tiempo que no se ven. El padre le
ha invitado a un restaurante caro, solos los dos. Comen marisco, una comida que
la madre detesta. El padre se ha puesto traje y corbata para el encuentro, el
hijo también, una rara deferencia. El padre le ha citado allí, comprendemos,
para decirle algo importante. Brota la voz, una voz que sabe ser épica sin
dejar de ser sencilla, como si hablaran a la puerta de una casa ateniense, en
el principio de los tiempos. Cuando tenía tu edad, dice, salí con una chica
salvaje. Tenía un Cord Phaeton que corría como un Corvette y era fantástica.
Una noche, dice, aquella chica condujo el coche hasta un acantilado sobre el
Hudson. Sacó unos palos de golf que llevaba detrás y lanzamos pelotas al río,
whack, whack, whack. Ella quería casarse, pero era la época de la Depresión. Solía
traerla aquí, dice, y a ella no le importaba ser la única mujer del local.
Luego habla de la guerra, de un amigo que perdió la pierna en Iwo Jima, y de
otro que nunca salió de aquella isla. No, dice, él no entró en combate. Y
entonces Gandolfini hace una pausa, solo un inmenso actor como él sabe que ha
de hacer una pausa en ese momento, una pausa no escrita, una pausa como un río
ya sin pelotas de golf antes de decirle a su hijo: en la Clínica Mahey ,
durante el tratamiento, conocí a una mujer que también tenía un linfoma. Se
llama Kate y tiene mi edad. Podría decirse que me enamoré de ella. Pero ¿qué
haría tu madre sin mí? El hijo dice, por dos veces: Yo la cuidaría, me haría
cargo de ella. El padre escucha eso, Gandolfini nos hace ver que lo recibe, lo
procesa, pero su sonrisa extremadamente fatigada nos indica que ya todo es
irremediable, así que responde: ¿Dónde ha ido el camarero a buscar un whisky, a
Escocia?
No se preocupen por los spoilers, siempre hay que
ir como pisando huevos por los malditos spoilers, como si eso fuera esencial, como
si eso no fuera a olvidarse bajo el siguiente ruido, cuando lo que
verdaderamente no se olvida es ese silencio justo entre dos frases, ese punto y
aparte imaginario que puede desgarrarte el corazón con la fuerza de unas
tenazas, como decía Hemingway, que podía haber firmado ese diálogo. Digo que no
se preocupen porque dudo mucho queNot Fade Away se estrene aquí, fue un fracaso
absoluto en Estados Unidos, parece que Chase perdió o hizo perder veinte
millones: demasiado triste, le dijo casi todo el mundo. Acabemos con alegría.
En una entrevista en Inside Actor's Studio le preguntan a Gandolfini: “Jim, si el paraíso
existe, ¿qué te gustaría que te dijera Dios?” Se queda pensativo, ríe y
contesta: “Algo así como: hazte cargo un rato de todo esto, vuelvo en seguida”.
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Hazte cargo de las tristezas que todos sienten o han sentido pero prefieren no ver o negar la oscuridad con una luz falsa, o una "luz mala" como dicen que se ven en las pampas algunas noches.
ResponderEliminarCristina Pailos
Una excelente nota para un excelente actor, con muchas más facetas y posibilidades de las que el cine yanqui le permitió
ResponderEliminarGandolfini, un matón de ficción que se hizo querer. Aunque trabajó en grandes películas con actores importante ( La mexicana) y otra que no recuerdo el título de los hermanos Coen, se hizo popular con la serie "The Soprano". Lo voy a extrañar, se pasaba por cable a la medianoche y me acompañaba en mi insomnio.
ResponderEliminarQuedan sus obras.
MARITA RAGOZZA