La miro con una
expresión de cariño. Un puchero de contrariedad asoma, apenas, en los
impalpables labios de la pantalla. Ella sigue quieta, muda, inexpresiva. Las
ideas no surgen. Los temas permanecen inmersos en la nada de la entelequia
cerebral. Pliso la frente, entrecierro los ojos (enrojecidos por el trasnoche)
pero es inútil: el páramo cerebral es la respuesta.
Es comprensible,
especulo. Buenos Aires me ha quedado a tantos años de distancia. Años luz de la
realidad que me inundó en las caminatas por aquellas calles que cambiaron su
rostro añejo por una modernidad lujuriosa.
Contemplo la
pantalla. Desolado. Ningún signo, opaca, lisa y callada; mi S.O.S. no la
conmueve y mi cerebro sigue displicente, las ideas no se vislumbran, los
intentos se apelmazan en las tuberías inalámbricas del núcleo del pensamiento.
Desisto. Tiro la
toalla pero no cuelgo los guantes. La pantalla se siente victoriosa aunque me
niego a aceptar su imposición maligna.
Es cuando
interrogo a mi conciencia, ¿estoy decididamente acabado? ¿ya no volveré a
escribir un par de frases que valgan la pena? ¿me aguardan los bancos de los
parques, el ocio de un decidido crepúsculo, la exclusión de la vida activa?
Vuelvo a mirar a
la pantalla y es como si percibiera mi historia, como un inmenso, profundo y
largo cubilete cuyos dados plasman en cada una de sus caras lo acontecido en
estos largos años de mi vida. La participación en los avatares políticos del
siglo XX, sus guerras y revoluciones, los romances juveniles, los fracasos y
las prisiones, la camaradería, las largas reuniones donde se pretendía arreglar
el universo y que nunca llevaron a nada, como si una poderosa fatalidad rigiera
los destinos de la vida y sus conflictos.
Quería escribir
un texto literario y con algo de historia, una especie de reseña de los hechos
pero la pantalla, en su exasperante mudez y atonía, invalidaba mis esfuerzos e
intenciones enviándome mensajes ininteligibles y burlones. Ásperos e hirientes.
Con una taza de
café bien negro, cargado y fragante, quise reanimarme, darme estímulo. Me quitó
la modorra, el fastidio y la rutina, pero la imaginación, (la muy zorra) seguía
atrofiada. Las ideas se columpiaban con placer en las portezuelas del
pensamiento: era un juego diabólico y obstinado que no se dejaba arquear ni
someter… ¿Qué hacer…? Abandonar el bote? ¿Lamentarme? ¿Echarme a llorar?
¿Dedicarme a juntar estampillas o zapatos viejos? No tenía respuestas…
De pronto se
iluminó la pantalla, mejor dicho los candiles de la imaginación, reacios y
solapados, y pude continuar mi escrito sin problemas… Entonces mis ojos,
pegoteados por espesas lagañas, se abrieron a gatas, parpadearon con pesadez.
Lancé un suspiro quejumbroso: no estaba delante de ninguna pantalla: había sido
una solapada alucinación en medio del sueño de la noche.
Por las dudas,
me levanté del catre, prendí la compu,
a los segundos el brillo galopante del monitor corroboró que había tenido una
pesadilla.■
Primera vez parece y 'ultima tambi'en parece como los sue;os, cuanod uno despierta no existe mas que el recuerdo., felicitaciones Aldao, es muy bueno, toda la revista est'a muy buena.
ResponderEliminarAfectuosamente Sandra
Ja ja Pesadilla por la que transitamos muchas veces como una oscura realidad de la que volvemos a despertar...pero nunca sabemos hasta cuando! Un cariño, Andrés! Susana Macció
ResponderEliminarLa pantalla vacía, la hoja en blanco, la pesadilla del escritor, y la significación de los bancos de los parque:el fracaso, el ocio y la exclusión. Sin embargo, el personaje rescata de la propia situación la posibilidad de escribir un relato, utilizando como recurso "el despertar" de un mal sueño.
ResponderEliminarMuy bueno Andrés, Gracias
Ofelia
Bloqueo y nostalgia en la distancia. Tensión ante el monitor. No llega la idea, la creación. El escritor es un dios en sí mismo, no inspirado por el Señor o las Musas, él mismo se dicta y crea.
ResponderEliminarUn relato empático, como una confesión que humaniza al autor como artista y lo coloca en esa ansiedad, la cual no suele tener tintes heroicos.
Andrés, llegas a lo más profundo y con valentía. Excelente.
Felicitaciones y un gran abrazo.
MARITA RAGOZZA
Ay Pibito como te entiendo!! Y a veces ! "la vida es sueño "!! A mi me pasa cdo ando clifata suelo mira la pantalla en blanco . Te quiero Pibe !!
ResponderEliminarEl desamparo del monitor con su brillo burlón como el de las estrellas,la pesadilla que significa para la pretensión de escribir se me hace lo más parecido a la eternidad donde todo es eterno y sin embargo, nos sobreponemos y un día llegan las tres frases que nos justifican. Aguda observación escrita con maestría, abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarCuanta nostalgia de tu País. lña pesadoilla ya pasó. Te lo aseguro. ¿recuerdas los lemas de 68 como "la imaginación al Poder?
ResponderEliminarBuno siempre hay altibajos, me parece.
Cariños desde tu patria.
Graciela
De eso que "la realidad supera la ficción" surgió un soberbio relato con varios entrelíenas. Un placer acompañar la peripecia
ResponderEliminarNo siempre tenemos hambre, ni sueño, ni ganas de bailar o charlar
ResponderEliminareso se extiende a todo tambien a las musas, peroaveces achacamos las cosas a los años
pensemonos jovenes llenos de ilusiones, soñemos.
A veces todo me sobra
las reunions sociales
la risa, pero me queda todavia
dormirme con sueño, robar unos jazmines
perderme entre las letras
y querer un tiempo mas
para seguir los sueños
y llenar las carillas
Carmen Passano
hermoso comentario, Carmen Oassano. Muchas gracias a tí y de paso a todos los que han comentado este relato algo sicodélico (andrés)
EliminarEn esa pantalla blanca que te pesadillaste, te veo a vos, Aldain, repleto de cosas siempre para contar y hacer. La veo con mucha luz, porque estas en ella. Y ya ves, un minuto de pantalla blanca y enseguida, tan sentido relato. Abrazo. ElsaJana.
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