CRISTOFUE
“Este trinar
De un simple cristofué
Rotundo
Como el último primer pájaro”
( Armando Rojas Guardia)
Entró al templo, oscuro a esta hora de la
madrugada. El olor de incienso viejo y a moho de especies envitrinadas se quedó
en los escaños, las paredes y los arcos encalados. Todo estaba envuelto en la
bruma del amanecer y en el silencio del recinto. El hombre sabía que allí
estaba el sacerdote que le daría la absolución, y a eso había venido a la
iglesia. Quería decir su confesión con la misma brevedad del acto criminal que
deseaba exponer al cura: pocas palabras que quizás se hicieran después un
torrente entre las columnas en esta hora prima que ni el cura estaría dispuesto
a soportar.
Adelantó
los pasos hacia el interior, en busca de la sacristía en la que hallaría al
sacerdote todavía dormido. Cada paso es una evocación del pecado que ha venido
a confesar. Sentía todavía las manos del carcelero aprisionando las suyas, y en
su angustia recuerda que huyó a la carrera y se internó en el bosque que bordea
al pueblo, cerca de la cárcel donde quedó el castigo impune.
Quería
dejar la culpa y recibir el perdón que buscaba en el cura que a esta hora
dormía.
(¡Y mira qué impertinencia en esta hora de
laudes que hace tiempo no veía llegar; y menos maitines… A nadie sensato se le
ocurre despertar a un ministro de Dios a estas horas!.)
El
fugitivo está a la puerta del cuarto privado y su culpa parece disminuir tan
sólo por haber llegado a la casa de Dios.
(“Es de
noche: ¿por qué he de ser luz y sed de tinieblas y de soledad?”).
Es la
canción de la noche, Zaratustra en busca de paz y que ahora lo reconviene.
Voces de alquimia derretidas como cirios, con
resplandores apenas. Porque el pecado se le había hecho grande y no podía
llevarlo toda la noche. Fue entonces cuando pensó en el hombre consagrado que
podría escucharlo, atender el balbuceo de su arrepentimiento en palabras
extensas y terrosas. Allí en el confesionario se guardaría el secreto y tendría
la absolución de la culpa que se confunde con la rabia en los devaneos de la
conciencia y las omisiones del amor traicionado. Ya había purgado el delito y
ahora era un fugitivo.
Los
golpes de aldaba quebrantaron el silencio y la paz; sólo se escuchaba el canto
del cristofué que cada día interrumpe la calma del conticinio.
(¡Hasta los santos proclamarán su
descontento por esta impertinencia!).
No sabe
el fugitivo que el carcelero lo ha seguido y ha visto cuando entraba al templo.
Supondrá el perseguidor que el otro se entregará en los brazos del confesor, y
que será recibido con el amor y la comprensión cuando diga su confesión y su
llanto se prenda de las columnas y de los arcos que sostienen los fastos del
templo.
(“¿Qué me sucede, amigos míos? Estoy
trastornado, aturdido, obediente contra mi voluntad, dispuesto a marcharme muy
lejos de vosotros”).
Palabras sin eco, cirios apagados para
siempre.
(Sí. Fuiste impertinente sin saber que yo te seguía
con la orden de encarcelarte, para llevarte a la autoridad que te hará confesar
la verdad, no con la falsedad de tu confesión de temor, tu atrición
impenitente. No pensaste que tengo una
confesión más valiosa que tu voz de perdón. Pero sé también que no eres más culpable
que yo mismo ni que el cura abismado en cantos de cristofué, indiferente a tu
desesperación y tu miedo. Otro sin sus atributos pudiera darte la absolución, y
no este hombre que ha despertado con la alarma de tu llegada y que vive
pendiente de los goces sencillos del canto del pájaro en la madrugada.
Ven a mis manos de guardián del orden, piensa que
sólo la voz natural del pájaro podrá decirte: Yo perdono, yo perdono, soy la
única absolución, la que comprende el discurso de la naturaleza y anuncia que
amanece de nuevo y que este día será igualmente indiferente a tu pecado o tu
dolor, a lo que haces o has hecho. En esta penumbra y ante el desagrado que le
ha producido tu irrupción, el presbítero no podrá concederte lo que buscas.
Todo volverá a su acomodo de siglos.)
¿Huyó
primero su cuerpo que su conciencia? Los pasos que lo trajeron a la iglesia
hicieron eco en sombras temerosas de la luz, y en su mano colgaba el eslabón
del castigo, como una huella de herrumbre. Su rostro congestionado por el temor
y las lágrimas hablaba de su transgresión; y el pecado reconvenía:
(“Por
la noche volverás a encontrarme; estaré sentado en tu propia caverna, paciente
y pesado como un tronco, sentado allí, esperándote”)
Enmudecía
todo en el templo, salvo su voz. Un rodeo por los ribetes de la luz le hizo
parpadear. Pensó que estaba redimido por algo que no era el gesto indiferente
del sacerdote, y en la salmodia que dictaba su conciencia creyó escuchar el
melisma del cristofué. Se levantó con brusquedad y dejó al cura perplejo al
verlo huir por otra puerta.
El carcelero vendría detrás.
Es la
hora prima y todavía es posible obtener el perdón. Pero no volvería a la
sacristía ni al oficiante. Ya no tiene nada que esperar.
No le
dirá al cura:
No mires
la ventana no escuches el canto del cristofué y permite que mi contrición sea
verdadera. Estoy solo en la inmensidad de un rezo mientras tú no tendrás
sosiego ni tus manos se cruzarán displicentes.
No le
podrá decir:
Veo en tu
rostro la sorpresa. Mi confesión es incomprensible y levantas la mirada y
nuestros ojos se encuentran con asombro y el aturdimiento se rompe y te ves
comprometido en la declaración de mi delito y mi dolor y el miedo y no ves el
rosetón enrojecido por la llegada del día.
No lo
dirá ahora porque no es necesario. El carcelero podrá venir y apresar al fugitivo
que fue absuelto por la voz de un cristofué. ■
El cristofue no es un ave que conozco y creo que en Argentina no vive, a lo sumo, el mayor parentesco podría ser el benteveo.
ResponderEliminarEl cuento pincela con maestría la culpa y la absolución, entre pasajes bastantes oscuros. La historia nos hace pensar si el canto del pájaro es un mal augurio o es el perdón que nos otorga la naturaleza.
El pecado persigue al pecador. La mayor condena es la conciencia.
Inquietante narración.
Felicitaciones Alejo y un gran abrazo.
MARITA RAGOZZA
Creo que el autor nos dice que lo que en verdad redime es la naturaleza y el dolor, la culpa por cometer un delito. Me gustó.
ResponderEliminarGraciela Urcullu
La culpa en aras de su redención, huye hacia donde el hombre ha decretado credos. Angustiada, quebranta leyes, usos y costumbres de rezos y horarios. Un puñadito amarillo y negro bosteza su trino, despabilando al DIA. Entonces, obra la naturaleza: el cuerpo retorna a su conciencia – la conciencia recupera su físico. Junto al trino sostenido, el carcelero: uno mismo, ¿Dónde entonces la redención de una confesión? Nadie estará libre de si mismo, Y también mañana amanecerá. La culpa seguirá huyendo su destino.
ResponderEliminarMuchas gracias por el relato, Alejo Urdaneta, me gusto mucho. ElsaJaná.
La culpa en aras de redención huyendo hacia donde el hombre ha decretado credos. Angustiada, quebranta leyes, usos y costumbres. Un puñadito amarillo y negro bosteza su trinar y se activa la mente. Entonces, obra la naturaleza: el cuerpo retorna a su conciencia – la conciencia recupera su físico. Junto al trino sostenido, el carcelero: uno mismo, ¿Dónde entonces el sentido de una confesión? Nadie estará libre de si mismo, Y también mañana amanecerá. La culpa seguirá huyendo su destino.
ResponderEliminarMuchas gracias por el relato, Alejo Urdaneta, me gusto mucho. ElsaJaná.