Cajamarca |
.
Nació en Santa Cruz (Cajamarca, Perú) el 01 de febrero de 1990.
Actualmente estudia Derecho en la Universidad San Martín de Porres. Seguidor de
autores como Ernesto Sábato, Cortázar, García Márquez, Bolaño, Oswaldo Reynoso,
Flaubert, Oliverio Girondo, Vargas Llosa y César Vallejo. Es alumno del Primer
Taller Virtual de Escritura Creativa de Orlando Mazeyra Guillén y Último Día
es su primer trabajo como tallerista.
Último día
Deja vencer su cuerpo sobre la cama, hunde la cabeza en la
almohada e intenta dormir. No lo consigue. Un edredón azul cubre, a medias, su
enjuta humanidad. Escucha el ruido monótono que proviene de la calle. Ya nada
le llama la atención. Ahora todo le apesta.
Desea sumergirse en el sueño, un vago aire llega a acariciarle
las mejillas. La tristeza lo invade y de sus ojos se desprenden unas cuantas
lágrimas. Y, por fin, se queda dormido.
Luego de unas cuantas horas, despierta. Mira la hora en el reloj
que está sobre el velador. Son las tres de la tarde. “¡Cómo pasa el tiempo!”,
se dice a sí mismo. Va deprisa hacia el baño, ve su semblante en el espejo,
quiere creer que se trata de un rostro bello y lozano. Mentira: ahora lo divisa
pálido, sin vida, como una hoja seca arrastrada por el viento.
Mira los anaqueles de la pequeña vitrina, tantas cajitas de
antidepresivos y somníferos. Intenta tomar un puñado de cápsulas, un cóctel
suicida… Una imagen perversa pasa por su mente y, luego de un repentino ataque
de pánico, tira las pastillas por la ventana con una rabia que no cabe en su
cuerpo.
Se dirige hacia el viejo ropero y desempaca el traje azul marino
que le regaló su padre. Y piensa: “si tengo que morir, lo haré sin miramientos,
pero también con elegancia”. Se siente soberanamente ridículo, un pobre diablo
infinito.
Sale a la calle, apesadumbrado, vacilante, camina algunas
cuadras. Alza la mirada hacia el cielo y distingue un avión fulgurando en medio
de las nubes. El debería de estar en ese avión, porque siempre deseó visitar
Francia, esa tierra tan hermosa y esquiva: un país que solo conocía por fotos,
películas y por las grandes novelas que había leído. Desde niño se obsesionó
con París: conocer el amor, la mujer de su vida, pasearse con ella bajo la
sombra de la torre Eiffel… visitar librerías, la tumba de Vallejo, sentarse en
algún banco a contemplar la tarde…
Recuerda las palabras de aliento que le decía un familiar que
vivía al otro lado del mundo: “en cuanto termines el colegio, yo te ayudaré a
realizar tu sueño”. Solo se burló de él, lo pisoteó, lo humilló y, claro está,
la promesa nunca se cumplió.
Jamás se sintió capaz de imaginar su último día de vida. No
podía ser de esa manera: solo y sin un porvenir, caminando por algunas calles
que de tan conocidas le resultaban hostiles.
Se dispone a tomar una taxi e irse al mar (a Ancón o La Herradura … a donde lo
lleve el infortunio). Recuerda las playas de su infancia mientras los
estudiantes universitarios deambulan por su costado, pensar que él pudo ser uno
de ellos. Tal vez si hubiera ingresado a la Católica , todo sería distinto, ¿o no?
Se va en un taxi rumbo al mar y trata de creer –soñar
absurdamente– que ese viejo chofer que serpentea curvas es más infeliz que él.
Al llegar observa a unas mujeres muy bellas tomando sol en la orilla, puede que
sean norteamericanas, o tal vez francesas. Sí, unas preciosas hembras parisinas
le resultan caídas del cielo. Las mira por un momento y se siente odiosamente
frívolo. Acaso si hubiese aprendido el francés ahora podría abordarlas sin
miedos ni rubores. Si hubiera estado con una de ellas –cualquiera de las tres,
sabe que a estas alturas ya no está para escoger–, su vida sería más
auspiciosa.
Llega al fondo del muelle, las turistas quedaron atrás y
seguramente ni se percataron de su presencia. Escucha el ruido de las olas,
mira por última vez lo que ocurre a su alrededor. Y se despide del mundo con un
grito que a nadie le llama la atención. “Todo acabó”, se dice a sí mismo y,
antes de enfrentar al océano, piensa que quizá es un buen día para aprender a
nadar.
Al sumergirse en el agua, creyó con inusitada emoción que
alguien lo emulaba, pasaba entonces a convertirse en el pionero de los ensueños
más descabellados, su corazón le decía algo indescifrable, ridículo: al otro
lado del mundo, París seguía aguardando. ■
Un buen manejo de la ambiguedad y la tensión narrativa con el doble mérito de estar condensado en pocos párrafos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminar