Nació en Buenos Aires en
1936 y es profesora de Filosofía en las universidades de Buenos Aires y Lomas
de Zamora. Su obra ocupa un lugar solitario en la narrativa argentina por su
poco frecuente capacidad de registro de voces coloquiales de la lengua y de
personajes humildes y, a veces, marginales. Sus cuentos, novelas cortas y
novelas, sin renunciar al humor, pero eludiendo también todo efectismo, logran
capturar el absurdo y la belleza de la vida cotidiana, la grandeza o la
sabiduría muchas veces implícita en situaciones y personajes modestos,
generalmente anónimos.Ha publicado, entre otros libros, los volúmenes de
relatos La gente de la casa rosa (1972), El budín esponjoso (1977), La luz de
un nuevo día (1983) y Guiando la hiedra (1997); las novelas Memorias de un
pigmeo (1985) y Mudanzas (1995, reeditada en 1999).-
¿Que cuánto hace
que estoy en Buenos Aires? Seis, un suponer siete años. No llevo la cuenta, si
todo lo de allá lo dejo por perimido. Y lo de acá, cada año una novedá,
compramos la heladera, oso de peluche, puse el piso de cemento, ando pagando la
televisión, si allá no había televisión. Él tenía la conexión, pero decía que
era mucho gasto. Todo era mucho gasto para él y eso que tenía vehículo. Cuando
yo me compraba un vestido -que le sacaba a él del bolsillo- él me miraba como
si me fuera a ojear y me decía:
-Te compraste un
vestido nuevo.
Y yo le
inventaba, que me lo dio la Dora ,
que mi hermana, que tal y cual. Y había sido que se quedaba conforme con eso,
nomás. Que cuando me casé yo llevaba taco alto y me dijo:
-Sáquese esos
zapatos de compadrear que acá no valen.
Y me dio unos
botines patrios para andar en el campo, y yo hacía también el pan de los peones
y así me quedaron las manos como dos milanesas. Aunque en la ciudad se fueron
achicando y volvieron bastante a su tamaño justo; ahora les meto crema, me
parece que no hace nada pero tiene tan lindo olor. Los pies también se me
fueron componiendo, que cuando llegué tenía que usar zapatillas cortadas por
adelante. Él se quiso separar, y lo que es el destino, salió para bien porque a
mí no se me habría ocurrido. ¡Quién me decía que yo iba a estar en Buenos Aires
y que la hija menor me iba a salir tan porteña que es un gusto! Eso sí, él me
dio un dinero y yo le dije:
-Como padre de
tus hijos siempre te espera un lugar en la casa que yo compre.
Y compré
raspando, raspando esta casita chota que era de un viejo así nomás. Pero con el
mayor la pintamos y le pusimos muchos adelantos, camitas marineras, cada oveja
en su cama, cocina de gas que enciende el fuego en un suspiro, que allá me
venía negra del humo porque dale apantallar el fuego, cuantimás en verano, que
me venían los mareos. Cuando él vino a la casa la primera vez, entró a gritar:
vio a Palomo comer de la taza que yo había traído del campo, porque Elisa me
dijo:
-Mamá, esas
tazas son de mierda.
Y ahora se las
dejamos al perro, que ahora come de la macrobiótica, porque Elisa hace la dieta
y también karate. Cuando vio al perro, dijo gritando:
-¡Perro
cagonero, perro garronero que ataca al amo y no defiende! ¡Come y caga, nomás!
Y Elisa le dijo:
-Papá, por
favor, no vengas acá a gritar.
Y yo volví al
Chaco porque vendía un montón de frazadas a los colonos, yo compraba acá en el
Once. Los colonos me decían:
-¡Doña Florinda,
se sacó diez años de encima!
Y está visto, con
la minifalda y el pelo con los canutos, era otra. Qué me van a comparar con esa
pollera larga que usaba allá, qué me habría dejado usar minifalda, si él
mezquinaba todo.
Y los abogados
para hacer las partes me sacaron mucho, pero todo fue para el bien: era el
destino. Yo entré a trabajar a tres casas, una de más enseñanza que la otra. Me
daban ropa nueva y vieja, la vieja se la vendía a los colonos. También la
señora Mirta me dio una alfombrita color canela y las cortinas porque decía que
ella quería simplificar la vida, que vendría a ser digamos echar lastre y yo
ligué por demás de esa casa. Ella miraba para afuera por el vidrio pelado y me
decía:
-Ahora veo con
toda claridá.
Y yo le decía:
-La verdá. ¡Qué
bien se ve!
Y a embolsar.
La segunda vez
que vino él -como padre de los hijos- empezó a gritar porque Jorge tomaba el
colectivo por quince cuadras; él se viene caminando desde la estación, ahí se
pone zapatillas hasta la casa, así no gasta zapatos, Elisita le dijo:
-Papá, si vas a
gritar así mejor que no vengas.
Y yo no sé de
dónde saca ella las palabras justas que siempre tiene para todo. Ella en unos
años quiere ser empleada, llevar papeles de un lado para otro, que los papeles
son cosas limpias, que yo allá no me podía sacar el olor al horno de pan, que
es olor a leña, olor a rancho. Ella a mí me dice “Flor” porque Florinda es muy
largo y el loro también me dice “Flor”. El loro también suele decir “Me duele
la cabeza”, y es de ver, todo lo que dice, pega con la oportunidá. Y él fue
espaciando de venir, a veces avisa que viene y después quién sabe, pero da
igual que venga o se quede, ya está perimido. Y Elisita se está preparando para
ser empleada, que hace el curso en la propia gobernación. Los otros días vino
un auto de la gobernación con chofer a buscarla, de tanto que le quieren. Y a
mí la última vez que fui a vender frazadas, me dijeron en una casa:
-Doña Florinda,
¿no vuelve por acá?
Y les dije:
-Ni lejos, ni
nunca.
Hermoso relato, en la voz más que creíble de la chaqueña Florinda.
ResponderEliminarMis felicitaciones a la señora Hebe Uhart, de quien soy ferviente admiradora.
Adriana Lisnovsky
Admiro a Hebe, su narrativa. Me pegó esa admiración María Teresa Andruetto que siempre la tiene presente. Y leerla fue un goce, realmente.
ResponderEliminarLily Chavez
Qué fuerza que tiene la protagonista, como sin darse cuenta, hermoso relato!!
ResponderEliminarLewí este cuento breve y "sabroso", inteligente, elíptico y certero, como si la autora estuviera contándomelo...Y yo estuviera cerca de los personajes espiándolos. Una pequeña obra mayor.
ResponderEliminarandrés
Coincido con Andrés, una pequeña obra mayor! gracias por compartirlo! Fabiana León
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