Acantilado acomete
la publicación de la monumental obra de Georges Simenon, formada por más de 500
novelas
Su hijo recuerda a
uno de los grandes escritores del siglo XX
En los tiempos que corren hay que volver al comisario Maigret, a
ese policía que, más que encontrar al asesino, quería entender sus razones y
hurgar en el fondo de su alma. Su creador —y álter ego—, Georges
Simenon (Lieja, 1903 - Lausana, 1989) fue uno de los grandes escritores del
siglo XX, aunque esta evidencia parece que hay que seguir reivindicándola
frente al prejuicio que acarrea la supuesta —y errónea— adscripción a un
género menor: el policiaco.
Sus libros (más de 500 títulos) siguen reeditándose. Hace poco
Tusquets comenzó la hercúlea tarea de publicar sus obras completas, aunque el
empeño quedó finalmente en eso. Ahora, Acantilado vuelve a la carga y el
próximo día 13 saca Pietr el letón, la obra de 1931 en la que
aparece Maigret por primera vez, a la que seguirán El gato (1967), El
perro canelo (1931) y La casa del canal (1933), con
traducciones de José Ramón Monreal.
John Simenon (Tucson, 1949), su segundo hijo, el primero de su
segunda mujer, Denyse, gestiona el legado paterno y pasó por Barcelona para
hablar de su padre, quien precisamente le trajo a la capital catalana en 1964,
un viaje que nunca olvidará. No fueron a ver la Sagrada Familia ,
sino a pasear por la ciudad, entonces mucho más canalla que ahora. “Nos
parábamos en todos los bares para tomar jamón. Él bebía una copa de tinto y yo
una coca-cola, y fuimos a los toros. Pero de lo que más me acuerdo es de [EL
CABARÉ] El Molino, con esos bancos como de colegio, lleno de humo, donde se
bebía y era una fiesta increíble”.
John, nacido en Estados Unidos cuando Simenon atravesaba un
periodo difícil, perseguido en Francia por las dudas que generaba su actitud
durante la ocupación nazi, se comporta como un profesional, pero cuando se
lanza tras los recuerdos, se percibe con claridad el poderoso rastro de su
padre visto desde abajo, como solo lo puede ver un niño. No tiene memoria del
Simenon explosivo y vitalista de la década de 1930. “Era la segunda mitad de su
vida. No era viejo, aunque para mí es la imagen que la gente se hace de
Maigret, la de un hombre mucho mayor de lo que era, porque yo era un niño. Una
imagen protectora y tranquilizadora, incluso si durante mi adolescencia vivimos
conflictos que, en cierto modo, eran de los más violentos que un adolescente
puede experimentar”.
La familia, que ya había entrado en descomposición, había vuelto
a Europa a mediados los cincuenta, y se instaló en Cannes. “No lo veíamos mucho
en esta época, pero era una persona accesible”, recuerda John. Fue un periodo
en el que Simenon todavía tenía una vida social agitada. Luego se trasladaron a
Suiza, a la gran mansión de Epalinges, que se hizo construir encima de Lausana,
frente al lago Lehman.
Pese a su leyenda de vividor, Simenon era extremadamente
profesional. “Era su propio agente, probablemente uno de los mejores agentes
posibles. Se forjó a sí mismo, fue capaz realizar su propia promoción; algo que
sabía hacer muy bien, y aunque hoy en día esto no sea nada raro, sí lo era en
su tiempo, cuando un escritor tenía que actuar como si hubiera heredado el
talento por derecho divino. Él voluntariamente deseaba tener una gran audiencia
y reflexionaba sobre esta cuestión, porque no escribía para sí mismo en un rincón,
sino para los lectores”.
Para ello, apunta, Simenon se trazó un plan vital sobre el que
desarrollar su carrera de novelista. “Lo primero que hizo fue aprender su
oficio durante muchos años; era un virtuoso, y no se llega a ser virtuoso sin
practicar, practicar y practicar. Es decir, había adquirido todas las
herramientas que necesita un escritor y las tenía a su disposición. Sabía que
esto es un trabajo, un oficio y había sudado sangre para aprenderlo; primero
escribiendo esas novelas populares bajo pseudónimo, que consideraba como de
entrenamiento; después llegó Maigret, una nueva etapa en la que ya se atrevía a
abordar una obra más completa, aunque fuera de género. Si bien al principio
siguió sus reglas, luego las rompió”.
Tenía una meta: “convertirse en un verdadero novelista, lo que
él llamaba un escritor de novelas duras, aquellas que no deben nada
a nadie, que se deben solo a ellas mismas y a su naturaleza”.
John recuerda muy bien cómo funcionaba el proceso creativo de su
padre. “Cuando se ponía a escribir no necesitaba pensar, escribía de corrido.
Se encerraba en su despacho y no dejaba entrar a nadie. Era una regla absoluta.
No podíamos hacer ruido. No era un problema, porque por lo general los niños
estábamos en la escuela y cuando volvíamos del colegio él ya había acabado,
escribía en un horario escolar. La inspiración la buscaba antes de ponerse a
escribir. Antes de empezar una novela paseaba, daba grandes paseos durante un
periodo que podía durar entre una y tres semanas. Y era en este proceso cuando
la novela empezaba a tomar forma. En realidad lo que tomaba forma eran los
personajes, el decorado... y en este proceso sí que participé. Era apasionante.
Hablaba con la gente, saludaba a todo el mundo, se paraba aquí y allá. Podía
darme cuenta de que tenía la cabeza en otro sitio; se volvía más gruñón, más
impaciente…”
El mal humor de Simenon en este periodo de su vida era
legendario, pero John tiene una explicación. “Podía ser irascible en cualquier
momento, pero es que a partir de los años sesenta desarrolló un meningioma, un
tipo de tumor benigno con el que, como que en aquella época no había escáneres,
vivió casi 15 años. Llegó a tener el tamaño de una pelota de tenis. Luego
comprendimos que sus migrañas, su irascibilidad y su mal humor eran consecuencia
del tumor, porque cuando se operó se convirtió en otra persona. Ya tenía 83
años, pero la transformación fue extraordinaria, se convirtió en un tipo
dinámico, divertido, se transformó en el personaje que describían todos los que
le habían conocido antes de la guerra”.
El tumor
aparentemente no afectó a su trabajo, aunque es posible que tuviera bastante
que ver con su decisión de dejar de escribir novelas en 1972, cuando tenía sólo
69 años y camino por delante. Luego llegaron los textos de reflexiones y
recuerdos que dictó en un magnetófono y que constituyen los 21 volúmenes
de Dictées, la Carta a mi madre y lasMemorias
íntimas que en España publicó recientemente Ediciones B. Fue su punto
final a la ficción. ■
No conocía estas intimidades de Simenon, sí conocí a Maigret, supe deambular con algunas de esas historias bajo el brazo pero también pude acceder a algunas de sus novelas que excluían a su personaje y siempre me produjo placer leerlo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarComo en el caso de Raymond Chandler y su famoso personaje de sus novelas, George Simenon fue un fenómeno productor de novelas policiales en las que la humanidad y cotidianeidad de la vida iban de la mano. De distinta naturaleza y carácter, Philip Marlowe y el inspector Maigret llenaron páginas excelente literatura incluidas las novelas de Simenon sin Maigret. El autor belga era un escritor literario y no un creador de "novelitas policiales".
ResponderEliminarEl comisario Maigret me acompañó durante mi adolescencia,en el período de las vacaciones escolares. Cuando leía las novelas de Simenon, visualizaba escenas, que yo ordenaba como un director de cine. Ordenaba los guiones y le daba un rostro a los personajes.
ResponderEliminarLos rostros que emergen de la excelencia narrativa.
Es uno de mis detectives de ficción favoritos: humano y conocedor de la sociedad.
ResponderEliminarComo dice Ofelia, uno visualiza al comisario y las situaciones.
Hay que seguir leyendo a Simenon. Ha escrito mucho.
Gracias, Artesanías por traerlo.
MARITA RAGOZZA