cómo fabricar un
prócer
Nada podía salir mal en el mundo de don Azpacho. No hay que confundir, su mundo
no era perfecto, ni él era perfecto. Su mayor cualidad era que transitaba esta
vida protegido por una cápsula de ingenuidad e imprevisión que lo aseguraba
contra todo mal. Dentro de esa cápsula son Azpacho interpretaba el entorno a su
manera y lo transformaba en algo vivible y suave.
De ser postivista, habría notado que su
nombre, porque de nombre hablaremos, era la versión que había dado su padre a
la palabra gazpacho, plato andaluz al que el viejo era muy afecto. De manera
que con él se había perdido el apellido familiar, del cual ni el cura se
acordaba. El cura menos que nadie, porque a sus noventa años ya no recordaba ni
la sotana, saliendo en las siestas de verano muy campante en pantalones cortos
y camiseta a la plaza. Plaza que también era dudosa. No como plaza digo,
cualquiera advertía el cuadrángulo polvoriento donde boqueaban unas matas de
festuca y un par de palmeras. Tres bancos descascarados completaban la idea de
plaza. Dudoso era el nombre impuesto por un alcalde histórico, recuerdo de un
antepasado propio y ajeno que había derrotado al enemigo en la batalla de
Villaviciosa; porque el maestro averiguó años después que tal batalla jamás se
libró porque el pueblo no intervino en ninguna guerra. Es así que la plaza pasó
a ser conocida como la Plaza
del Mentiroso, y la estatua ecuestre fue rematada a su peso en bronce para
contribuir con la cooperadora escolar.
La otra banda del pueblo, la que tenía como
antepasado al héroe, inmediatamente denunció la calumnia levantada por el
maestro para quedarse con la plata del remate. Pero como de nombres hablamos,
volvamos al nombre de don Azpacho, o mejor dicho de sus hijos.
En su candidez, este vecino era bien
querido por todos, y nadie lo tenía en menos cuando se sentaba a compartir un
anís con agua o una sangría en el Club Social junto a los intelectuales de
Villa del Bierzo. O Villa de Perros, como rezaba el cartel de la estación de
trenes y silo de granos a una legua del centro, recto al sur en ésta banda.
En esas tertulias, don Azpacho escuchaba
entrecruzarse discusiones sobre Solón de Atenas, Nietzche, la escuela de
Leipzig, Erasmo de Rotterdam…era una esponja de información don Azpacho, que
vaya a saber porqué no tenía la “G”.
Casóse con el tiempo, o mejor dicho con la
señorita Angustias, y venía el primer hijo, que nació varón con toda felicidad.
El feliz padre se fue hasta el registro civil rumiando nombres escuchados en la
tertulia, quería que su hijo llevara uno sonoro y que proyectara futuras
importancias dignas de recordarse. Pero además buscaba ser original y no
repetir por ejemplo Kiekergaard, que no se avenía con Perros si vamos al caso.
Entonces, a metros del escritorio donde
esperaba la empleada para anotar al chango, Azpacho apretó los puños y con la
cara enrojecida le espetó a la mujer:
-
Flemón
-
¿Cómo dice?- preguntó la empleada
-
Flemón de Abajo- dejó caer don Azpacho sin
duda y sin derecho a réplica.
Llegó a su casa el hombre y apenas leyó el
documento del niño doña Angustias hizo planear la tabla de picar desde la
cocina hasta la coronilla del marido.
-
¿Cómo se te ocurrió semejante cosa? – gritó
desolada
-
¿Qué querés? – contestó el marido mientras
buscaba un melón para calzarse la mitad en la cabeza *– La que me duele es la
muela de abajo, la última…
Pero la historia reparó el disgusto de doña
Angustias. Los pobladores de la otra banda, donde todavía está el Club, se
cobraron lo del monumento, cambiaron el nombre del pueblo por Villa de Abajo (incluido
cartel del ferrocarril) y ahora tiene su filósofo local y regional.
Flemón de Abajo es citado a menudo en las
charlas de los intelectuales, y según rumores ya se habría solicitado una silla
académica con su nombre en la capital. ■
*Se
lo tomo prestado a Horacio Ferrer
el humor de Pennini, parco y silencioso, resalta en este relato de su pluma. Ecelente, amigoGerardo.
ResponderEliminarUn humor desopilante por los equívocos producen un buen momento de lectura, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarIngenio y fresco efecto humorístico. Se disfruta.
ResponderEliminarFelicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA
Jajajaja, ese es mi amigo, me hace acordar a algo, pero no se a que pueblo, ni a que gente, pero se que esta ahi, gracias por tus letras Gerard, nos vemos, Guillermo
ResponderEliminarUna linda parodia de esas cosas que no dejan de ocurrir, por más insólitas que nos parezcan. Un abrazo. Lina
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