UNAS BOTAS ROJAS
En la ruta se había
producido un terrible choque entre una camioneta y un ómnibus de pasajeros,
quebrándose éste en varias partes.
Mi profesión (y mi
espíritu) de periodista me impulsaron a acercarme. Sucedían las imaginables
escenas de pánico, nubes de polvo, gritos, llantos, búsquedas. . .
Mis compañeros y yo
ofrecimos nuestros teléfonos móviles y, aunque aturdidos, queríamos ayudar, no
atinábamos por donde empezar ya que el
hecho nos desbordaba.
Cuando aparecieron
las primeras ambulancias, me llamó la atención que bajo la parte más larga en
que se había dividido el micro por la colisión, cubiertas por hierros, piedras
y objetos, se asomaban unas piernas de mujer con botas rojas.
Hasta el más lego
podía deducir que estaban inertes .Lo mismo me acerqué, no tanto porque pensé
que podría auxiliar, sino que me atraían por haberme provocado una asociación
con “El modelo rojo” de Magritte, cuadro
que me acompaña desde hace mucho tiempo, ubicado arriba de mi escritorio.
Esto fue unos
segundos, y ya estando a su lado, salió toda ella de abajo del ómnibus, me tomó
de la mano (creo) y sentí que un hilo fuerte e invisible me empujaba a
seguirla. Se entremetió conmigo, sorteó vidrios, gomas, hierros, ropa, valijas,
asientos rotos, sin ningún inconveniente, como si levitara. Quise concentrar mi
vista en ella, pero se diluía o se esfumaba, cambiaba de color y se nublaba su
contorno.
Llegamos donde se
encontraba una niña pequeña que lloraba, a quien no se la escuchaba por todos los ruidos reinantes.
La recibí en mis
brazos casi sin darme cuenta y aún en medio de mi desorientación la entregué al
centro de asistencia médica que se había
instalado por la emergencia.
Cuando salí de mi
azoramiento miré atrás, adelante y a todos lados para encontrar a la magnética mujer. No estaba a
mi lado y no solamente esto, sino que en el mismo, exacto lugar, otra vez se
distinguía su cuerpo y observé que sus piernas y las botas rojas que
tanto me habían llamado la atención (y se habrían mantenido así desde el momento
que las divisé, solo que ahora me percataba) se veían un poco rotas, a medio
calzar, embarradas, descoloridas, como si nunca se hubieran movido.
Cuando retorné a mi
cotidianidad, la experiencia vivida no me llevó a la crónica, sino al silencio.
Entre la nómina de
sobrevivientes encontré a una niña de
tres años, sola, cuyo acompañante, su mamá de 35 años de edad, la habían
rescatado con mucho esfuerzo entre los escombros, habiendo muerto
instantáneamente por el impacto.
En mi fascinación por
el pincel de René Magritte que no pinta una visibilidad física, sino pensada,
comprendí que lo invisible lo es por un estado insuficiente de percepción, y lo misterioso no existe como lejanía
impenetrable o esquiva, sino como región más allá del fulgor de la materia.
En las estadísticas
de catástrofes los niños resisten en
condiciones que parecen imposibles, y el folklore tiene la creencia de un ángel que los socorre.
Yo puedo decir que
también tienen una madre vestida de ángel y con botas rojas. ■
Marita Ragozza De
Mandrini
Me quedé pensando en la niña que sobrevive y la persona que la salva quizás por la esencia de la madre que guió la mano de la salvadora; es un cuento que atrae por las interpretaciones que la autora nos deja para nuestra imaginación.
ResponderEliminarBien descriptas las escenas, se ven al leerlas; qué satisfacción leer un relato tan logrado.
Felicito a Marita
Betty Badaui
Un relato impecable querida Marita! Es mas , me atrevería a decir un cuento con esbozos de ensayo filosófico .
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Un cuento fantástico escrito con solvencia literaria, un placer su lectura, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminardisfruto del instante.
ResponderEliminarentusiasmado porque aprendo al sentir motivada mi curiosidad, por el juego inteligente de quien sabe, puede y quiere.
Marita creativa, perspicaz, talentosa
Julio Taborda Vocos