El pintor de
las luces
En un rincón de las sierras
Donde arden las estrellas
Dejé mi herida abierta
En un valle de penas
Veneno-La Renga
I
Bajé del micro en una estación desolada. Un grupo de perros
entusiastas esperaban en vano el arribo de algún congénere. Fui el único
pasajero en descender y enseguida el micro arrancó por delante de una nube de
polvo que, por un instante, convirtió a aquel atardecer en una postal
fantasmagórica.
En el extremo del andén había un bar y hacia allí encaminé mi vacilación
olisqueado por algunos perros. Un hombre de una pierna balanceándose sobre
muletas estiró la mano y le dejé unas monedas.
Mi amigo D.L., el pintor de las luces, era ajeno a mi proyecto de
desaparición e ignorante de que mi fantasía literaria lo contara como partícipe
necesario. Al menos eso creía yo.
Lo sabía allí, en algún sitio de aquel
pueblo perdido en la Argentina profunda (pueblo que no situaré en el relato
para evitar que algún trasnochado intente hallarme).
Entré en el bar anunciado por el crujir de la puerta al abrirla.
Separada por el ancho del local se ubicaba de manera simétrica otra puerta que
comunicaba con la calle opuesta a la estación. Saludé al silencio y las miradas
acuosas de unos viejos se posaron en mí por obligación pero sin curiosidad. En
la barra el dueño se apuró en pasar un trapo húmedo como una invitación a que
me acercara. Pedí un vino y un sanguche de mortadela. Apoyé el bolso en el piso
y lo aferré entre mis piernas. Un resabio de la vida urbana. Después del vino y
el sanguche observé que allí la rutina de la tranquilidad era como un escudo
contra el miedo de las convenciones sociales y se podía fumar, encendí un
cigarrillo y le dije al hombre que me atendió y que ahora lavaba unos
vasos:-Perdón, puedo hacerle una pregunta, asintió sin mirarme con las manos
blancas de espuma,-¿conoce al pintor de las luces? Económico en palabras el
hombre volvió a asentir.
-¿Me podría indicar cómo llegar a la
casa?
Cerró la canilla, se secó las manos y se colocó frente a mi, mostrador
de por medio, para decir:- Es a las afueras del pueblo.
-¿Para que lado?
-Por la calle que sale el micro a la
ruta, antes del puente cruza una diagonal de tierra, a su derecha le pega
derecho, repecha una cuesta, dobla y la va a encontrar.
.¿Es lejos?
Se encogió de hombros y sentenció:-Mire, la distancia es un tema
personal, para mí no es lejos ni cerca.
-Se puede ir caminando, afirmé con
humildad.
-Se puede ir de cualquier manera.
-Menos volando o en subte, dije con
ironía un poco cansado del modo lugareño.
-Subte aquí no hay, replicó y me mantuvo
la mirada.
Pedí otro vino. Los viejos bebían en silencio, un silencio que los
comunicaba con un misterio trascendente. Pagué y cuando me iba el hombre
sugirió:-Si quiere puede alquilar una motito.
Regresé a la barra. El hombre dio la vuelta y se me puso a la
par:-Venga, ordenó.
Lo seguí hasta la puerta opuesta. Sin abrirla me indicó a través de los
cristales viscosos de mugre el lugar donde alquilaban las motos.
No estaba seguro de querer alquilar una moto pero me animó la
posibilidad de entrevistar a otra persona por el paradero de mi amigo.
Apenas llegué a la esquina indicada vi las motos sobre la vereda. En el
local abierto no había nadie. Usé el viejo método de aplaudir y al rato
apareció un hombre enfundado en un mameluco con arabescos de grasa. Le dije
adonde me dirigía como el motivo para alquilar un ciclomotor. Entonces
dijo:-Mire, la cuesta es muy empinada y va a tener que bajarse y cinchar con la
moto, salvo que…
-Qué que…
-Que la ponga a fondo cuando empiece a
ver la subida.
-Bueno, veo como hago.
-Tenga cuidado, el ripio es traicionero
y el que rompe paga, terminó con un gesto de golpear un puño sobre la palma de
la otra mano.
Allí iba yo con el viento de la libertad envenenada en la cara y el
gemir del motor entre las piernas, un auténtico Lotriski en Easy Rider.
Vi. la cuesta con el cielo teñido de
atardecer como techo y aceleré mi equino de hierro. Un perro salido de la nada
comenzó una persecución con los pelos del lomo erizados. Incliné el torso hacia
adelante en busca de la aerodinámica necesaria para la trepada. La incipiente
libertad comenzó a perder impulso hasta quedar detenida y jadeante. Apoyé los
pies en el piso. El perro encrespado había quedado en la planicie. Comencé a
caminar y empujar la moto tomado de los manillares. Cada tanto me detenía el esfuerzo
iluminado por el último sol en el techo de la cumbre, un resplandor naranja que
no encandilaba pero alentaba una brisa fresca que hería a mi cuerpo
transpirado. Cuando llegué arriba el sol no estaba y la brisa era viento, puse
en marcha la moto y seguí las instrucciones. Comenzaron a aparecer unas casas
desperdigadas en la planicie y habitadas de soledad. De pronto leí un cartel:
“La vida es como ésas putas viejas” firmado Clara Beter. Y más adelante otro,
“Hacer cosas inútiles aunque produzcan culpa” Supe que estaba en el camino
correcto y lo confirmé al llegar frente a una tranquera sujeta en un arco de
metal que contenía la leyenda: El Pintor de las Luces.
Agité una soga atada a un badajo y el tañido de la campana vibró
metálico en el espacio. Al rato de atrás de un paredón sin revocar apareció una
mujer negra. Se acercó a la tranquera adelantando unos senos bailarines bajo
una túnica y en una jerigonza mezcla de
castellano y portugués me preguntó que deseaba. Le expliqué quién era y
me pidió que aguarde que me anunciara, se dio vuelta y fue entonces que enseñó
un culo bailarín, era una morena con ritmo.
No regresó, solo se asomó desde el muro y me hizo señas que entrara.
Caminé hasta el paredón con la moto aferrada del manubrio. La mujer me dijo que
antes de entrar en la casa debía superar un laberinto que ellos llamaban el sacudidor del odio. Era una regla
establecida por mi amigo para todas las visitas. Dejé la moto a un costado,
ella tomó mi bolso y me indicó que me esperaría en la salida. Abrí la puerta y
entré en un espacio en el que apenas cabía. No podía moverme sin que mi cuerpo
rozara unas aletas de acrílico incrustadas en las paredes y que cedían a mis
movimientos. Pasé de costado por la única abertura. El siguiente cubículo era más
amplio y en él las paredes estaban acolchadas con goma espuma, unas cintas
metálicas me separaban de la siguiente estación. Las superé e iniciaron un
sonido de xilofón. Las paredes ahora estaban pintadas con escenas litúrgicas
que el poco espacio impedía una perspectiva, allí estaban querubines asexuados
sostenidos en cielos ingrávidos. Para llegar al espacio próximo debí saltar por
una ventana y me rodearon paisajes pintados en el estilo inconfundible de mi
amigo. Aquí había una puerta que pensé sería el último obstáculo pero no, la
abrí y entré en el único espacio techado, en
este laberinto no se sale por arriba, rezaba un graffiti en una de las
paredes y una flecha señalaba una puerta, quise abrirla y no pude, entonces me
percate de un diminuto cartel que decía, pensá,
lo hice, empujé la puerta hacia afuera y me encontré frente a frente con mi
amigo.
II
La sala era amplia, colmada de esculturas y cuadros en atriles. Las
paredes eran de vidrio, algunos pintados, otros transparentes por donde se
filtraba la noche inhibida por las luces de adentro. Del techo pendía un sol
que sonreía sosteniendo reflectores de sus ojos y boca. Luz, mucha luz era el
objetivo de aquel diseño. Estábamos sentados a una mesa de madera sin forma
definida, una especie de polígono con un lado redondo. Todo era singular como
la imagen de mi amigo que, encorvado, calvo y con gafas convirtió al recuerdo que tenía de él en una caricia enmohecida.
-¿Qué fue de nosotros? Preguntó y se
preguntó
.-De ustedes fue el tiempo, le respondió
Joana su compañera brasileña.
Correspondía que agregara algo pero ese diálogo de cine argentino
trascendente me superaba, seguí en silencio. Claro que el silencio formaba
parte de esa trascendencia entonces dije:-¿Cómo les va aquí? Era una pregunta
tonta formulada por decir algo. Me ignoraron y Joana lo invitó a que la ayude a
servir la comida y a mi me dio la tarea que mejor me salía, abrir el vino.
Sobrevino el tiempo de las anécdotas de un pasado ceniciento. Hasta que
la mujer terció para preguntarme:-Enrique ¿Por qué quieres desaparecer?
Del cadáver del pollo quedaban solo restos esparcidos en los platos,
ellos habían comido postre y yo había abierto la tercera botella de vino. Todo
esto sucedía sin tropiezos, la pregunta era un escollo. Una corriente eléctrica
en mi cerebro buscaba la neurona fusiforme causante de la infidencia. No la
hallé y D.L. vino en mi auxilio.
-Primero expliquémosle a Enrique como
sabemos de sus intenciones sino puede pensar una de dos cosas, o somos adivinos
o miembros de la policía literaria.
Joana se paró, fue hasta una biblioteca y regresó con dos carpetas
anilladas que colocó sobre la mesa al lado de D.L.. Mi amigo exclamó:-¡La obra
completa de Enrique Lotriski! Y asestó un puñetazo sobre las carpetas.
La mujer le habló en portugués pero creí entender que lo amonestaba por
haber bebido de más. Él se rió y también en portugués le dijo algo que no
comprendí en el momento hasta que ella trajo otra botella de vino. La abrí al
tiempo que D.L. argumentaba que hacía años que seguía mis escritos en la red y
que cuando leyó mi bando tuvo la certeza que nuestro encuentro sería inminente.
Llené las copas y el leyó mi comunicado:
En memoria del doctor Pasavento,
Escribir es una manera de ausentarse, una voluntad de trascender, de
aventurarse en mundos vedados y difuminarse en el texto. Antes de convertirme
en una ruina (un desaparecido a medias) elijo la ponzoña de la libertad. En
ella encontraré la posibilidad de ser otro. Hasta aquí fui capaz de vivir sin
que casi nadie se de cuenta. Si no comprenden, no se preocupen, la literatura
le dará un sentido.
Plagiar, parafrasear, descubrir cosas allí donde los demás no ven nada
solo es posible en soledad. En la soledad es donde brilla la imaginación que
genera hechos. Romperé con la lógica de las desapariciones mediáticas, aquellas
donde primero hay que existir, ser visto. ¿Quién vio a Lotriski? Peor ¿quién
leyó a Lotriski? Y sin embargo, como sostuvo Flaubert, todas las moscas son
distintas. Todos los plagios también.
Terminó la lectura y arrojó una carcajada hacia las paredes de cristal.
No pude descifrar si eso formaba parte de un elogio, enseguida dijo:-Existe en
la literatura tanta angustia por nada esa es la verdad debieran saberlo tanto
vos como Vila-Matas y su doctor Pasavento quienes seguro leyeron a Pessoa.
Asentí con la copa en el aire, bebí un trago y respondí:-La verdad es
una actriz fuera de foco tanto en la realidad como en la ficción.
-Entonces nos queda la intuición ¿está
en foco? Preguntó y me miró como quién juega un siete bravo en la primera mano.
-No lo sé pero para aproximarse no queda
otra que desaparecer y abandonar las percepciones que nos gobiernan.
-¿Con qué las reemplazarías? Repregunto
con tono zumbón.
-No estoy seguro, quizá con la pasión,
respondí.
Otra vez las carcajadas.
-¿De qué te reís? Pregunté seguro de que
me estaba provocando para hacerme hablar.
Joana dijo:-No le hagas caso Enrique, cuando este hombre bebe se pone
preguntón y risueño.
La reflexión me causó gracia y los tres nos reímos. Sin embargo,
agregué:-Me refiero a la pasión para ser sujeto de mi escritura.
-La vieja teoría de hacerse invisible
para ver el mundo, por ella soy el pintor de las luces, dijo como si diera un
discurso.
Vacié mi copa en un largo trago al tiempo que lo atisbaba por encima del
cristal, lo percibí bastante bebido pero lúcido para seguir el divague
literario, pretendí cerrar la conversación y dije como un adolescente
enojado:-Lo que yo quiero, al igual que Kafka, es vivir sin ser molestado.
-¡Diste con el sitio querido amigo!
Exclamó y se puso de pie con los puños apoyados en la mesa. Le pidió a la mujer
que me muestre mi habitación y a las risas sostuvo que el no podía hacerlo.
III
Desperté y tardé un instante en saber donde estaba. Afuera, el canto de
los pájaros, como notas de una orquesta, le ponía música a la Naturaleza.
Hallé una misiva en donde mis anfitriones me explicaban que habían ido a
devolver la moto y que regresarían a pie. Aproveché para vagar por la casa y
observar los cuadros y esculturas en detenimiento. En eso estaba cuando
regresaron arrebatados por la caminata que justificaron como ejercicio. Joana
sirvió una ronda de bebidas y nos sentamos en el jardín.
-¿Qué hay de cierto en eso de la policía
literaria? Preguntó D.L. después de arrojar por su boca como una cerbatana un
carozo de aceituna que se perdió en el pasto.
-Existen y me buscan.
-Es una auténtica boludez. Por tan poco
te has exiliado, el plagio no existe. La vida es en si misma un plagio. Existen lecturas que el cerebro
decodifica e incorpora como propias. Por ejemplo, Bolaño abominaba de los
plagios, los subestimaba, se ubicaba por encima de esa posibilidad y fijate
vos, en uno de sus libros dice: “...Los
ojos como peces nadaron en sus cuencas…” Joyce en el Ulises sostiene:”…Estúpidos mariscos nadaban en los gruesos lentes de un lado para otro,
buscando salida…” Decime vos quién lo escribió primero.
-No sé, los mariscos son moluscos y los
peces, peces, dije con sorna.
Joana agregó:-Si existiera una policía plástica no quedaría artista sin
ser perseguido, no hay plagio más evidente que el de la ilusión del color.
-El debate es interesante pero el
verdadero tema por el que me buscan es otro.
Me miraron en silencio y concluí:-Los estafé.
Les conté sobre el adelanto recibido
de una importante editorial para participar de un concurso en el que me
darían el segundo premio y el compromiso de aparecer en varios programas de
televisión opinando de cualquier cosa y promocionando mi libro.
Quedaron pensativos bajo la sombra de los árboles con sus hojas
parpadeantes de sol y D.L. sostuvo:-Ahora te enfrentarás a un desafío que no es
la literatura, ser vos mismo.
-El espejo que me devuelve la mirada.
-Peor, el abismo que te devuelve la
mirada.
No dije nada, no estaba seguro del compromiso literario y ¿si solo me
dedicaba a vivir? ¿Si abandonaba la búsqueda de la originalidad? ¿Quién vio a Lotriski? Peor ¿quién leyó a
Lotriski? Recordé lo escrito en mi renuncia.
Ese día dejé de ser el tema, serlo era tan presuntuoso como escribir en
tercera persona.
Se sucedieron días gratos en que disfruté de la compañía de mi amigo y
su pareja, sus historias desopilantes y la gracia de polémicas que no influían
en el precio de la carne. La vida tal como era o mejor dicho, como debiera ser.
Una mañana cualquiera bajo un cartel que rezaba: “Hogar y Belleza” colgado
en una de las paredes de la casa, dejé mis libros para alivianar el bolso y me
fui con mi alma reflejada en mi sombra. Desaparecí. ■
A Enrique, aunque sea invisible a nuestros ojos!
ResponderEliminarSó se vê com o coração. O Essencial é invisível aos olhos"
-- Exupéry
Tenía poco tiempo y no me di cuenta que era un texto largo y sin embargo no podía dejar de leerte, porque tu narrativa es siempre un imán amigo querido....y me encantó esto que dice Amelia.
ResponderEliminarLily Chavez
Enrique sueña con otra vida, otra gente, otra luz...Suerte que tiene que lo logró...
ResponderEliminarEn las últimas narraciones se nota un cambio estilístico es la escritura de Trinelli, un intimismo con sus personajes que a veces son como diálogos entre autor y actor, donde ambos se traspapelan y se confunden. Y la frondosidad de las citas de escritores conocidos. Y aquí o allá la figura iconfudible de Lotriski que aparece más formal y menos alocado.
ResponderEliminarandrés
En todo el cuento hay una chispa que no se apaga, desde la descripción tan vívida del bar, la inclusión de la Policía Literaria y el desarrollo que responden a las letras del acápite
ResponderEliminarEl autor es también un pintor de luces.
Felicitaciones, Carlos, y saludos.
MARITA RAGOZZA