El ocio del escritor o pánico de la hoja en blanco o el sublime
bloqueo o el derrotero de juan o el extraño amor de juan o la venganza de juan
o juan el vengador
La duda se presentó
desde el momento de titular este escrito. La duda debió haberme servido para
intentar no escribirlo. La duda es duda en sí misma y se absuelve y se lanza
como una escupida frenética.
Un pensamiento afiebró
mis orejas. Afiebrar un par simple de orejas significa que se pongan coloradas
sin poder los ojos propios mirarlas (hecho para nada fantástico, los citados
apéndices se hallan fuera de la periferia ocular salvo que, y no es un recurso
literario, uno se mire al espejo) pero el saberlas afiebradas es intuirlas
enrojecidas. Vuelvo al punto, el pensamiento, éste fue la creación de un nuevo
estilo literario, el real desbloqueo o real dilogía (realismo dilogista).
Mi personaje se llama
Juan, Juan es un personaje de ficción que se rebela y huye de la trama y si un
personaje decide huir no hay creación posible que consiga regresarlo.
¿Por qué huye Juan?
Juan huye porque está enamorado de su vecina del cuento de arriba. La vecina
del cuento de arriba se llama Ana. Ana es también un personaje de ficción. Ana
es sumisa con su creador y bastante ligera de cascos. El creador también es un
escritor. Ana reserva para sí un secreto. La pareja de Ana (cuento ya escrito)
es un hombre que la dobla en edad y que prefiere la buena mesa, hablar de su
pasado y dormir a las fatigosas bifurcaciones del amor físico. Las glándulas de
Ana requieren atención. La situación se va a precipitar en un desenlace
previsible En el transcurso de la puesta en escena del citado desenlace, Ana
crea para sí, éste es el secreto, una forma de evasión, la fantasía, acude a su
fantasía.
Volvamos a Juan. Juan
replegado en su rebeldía observa a un hombre desnudo que cae de los renglones
de arriba. Entonces se produce el siguiente diálogo:
-Disculpe la manera de presentarme pero mis ropas quedaron en la
otra página.
Un sombra tiñe de gris
la página aún inconclusa.
-Acaban de arrojarla del libro, continua el hombre desnudo, -y es
que es una prueba contundente.
-No se preocupe, creo que me escribieron un placard, dice Juan.
-Espere, no hay apuro ¿conoce a Ana?
-No, es decir sé dónde está pero no la conozco. ( Es probable que
Juan mienta esta respuesta, no me consta pero me parece que él ya conocía a
Ana.)
(Los personajes de
ficción saben más cosas de las que nosotros suponemos)
-Ana tiene problemas con su marido, entonces yo...
(Aquí Juan lanza una
carcajada que explota en el aire, es una risa irónica)
-No se confunda usted, (para no abrumar omito el carácter con el
que la frase fue dicha).
-Mire, tengo pocas certezas pero lo suyo es tan obvio.
-Sin embargo se equivoca.
-Ana es joven, dicen que bonita, según usted tiene problemas con
el marido y un hombre desnudo se tira por los renglones por la llegada del
esposo...
-¡Deténgase! Hay un error en el planteo.
(Se produce una pausa,
un tiempo neutro en cualquier conversación)
-No llegó el marido, se despertó y debí huir.
-Vaya audacia la de ustedes, con el hombre dormido. Podrían verse
en otro sitio.
-Yo voy donde ella me llame.
-¿Está enamorado?
-No, para acudir a mi hay que tener una sensibilidad extrema.
-¡Ah sí! ¿quién es usted?
( Otra vez el
silencio)
-Yo soy la fantasía de la señora Ana. Cuando me convoca allá voy,
a veces consumamos nuestro amor y otras, bien porque ella se desconcentra o
porque la realidad me expulsa, fracasamos.. Quizá usted haría bien en acudir a
su fantasía. No sea escéptico. Le voy a contar: Había una vez un escritor que
me llamaba de continuo, sin embargo, todos los escritos adolecían de idéntica
falla, eran inconclusos. Como aquél corredor que gasta toda su energía en los
primeros metros, este alumbraba su idea como un ascua y luego la oscuridad de
la hoja en blanco, porque una hoja en blanco para un escritor es eso, una nada
oscura. Esto demostraba que por más poder de convocatoria que tuviera si éste
no se emparentaba con un mínimo de talento, todo esfuerzo era inútil. Entonces
le sugerí como ejercicio literario que hiciera un relevo de las metáforas,
metonimias y sinécdoques que hallara en sus lecturas y si bien no logró
progresar como escritor al menos se convirtió en un experto en ésos tropos.
Ahora vive de su venta a escritores perezosos. Para terminar, le aconsejo que
busque dentro suyo y encontrará su propia fantasía. Me voy.
A Juan le llama la
atención que el hombre no tome conciencia de su desnudez cuando se va por el
margen izquierdo de la hoja.
Puede que haya sido
este el antecedente más cercano que inspirara la rebelión de Juan quien si bien
no es humano, en el sentido literal del término, es heterosexual y el saber que una mujer se
calienta con su fantasía pone a cualquiera en estado de alerta.
Hubo otro antecedente
anterior pero inédito por lo que no creo que pueda considerarse y es que para
que un personaje tome relevancia debe ser edito. Existen muchos, demasiados
quizá, en mi cabeza de escritor y nada puede inferirse de ellos.
En un cuento, donde
Juan se llamó Ramón y fungía de actor, un actor harto de los caprichos del
guionista, (capricho no es la palabra adecuada, omnipotencia se ajusta mejor).
Ramón, ( que es Juan, siempre Juan) decide matarlo fuera del guión, como ésas
aclaraciones hechas en un borrador con una marca y una flecha que se lanza por
la hoja en búsqueda de un espacio en blanco para depositar la acotación. El
autor, cuando se enfrenta con lo inevitable del desenlace, intenta en vano escribir
rápido una situación que lo salve pero no alcanza a concretarlo y muere en una
descripción un tanto morbosa ( lugar de entrada de la hoja del cuchillo, sangre
que brota y salpica, caída del cuerpo exangüe con la boca abierta en forma de O
y ojos que desbordan las cuencas y el brillo velado que los invade.)
Yo creo que Ramón
(Juan) mata por figuración y por sentirse impune. Por figuración porque retoma
el protagonismo y encarna el deseo de algunos lectores. Por impunidad porque
ningún personaje de ficción va preso en la vida real y cuando lo hace en la
ficción, si bien es cierto que es para siempre, siempre también, existe la
posibilidad de trabajar en otro cuento, con otro nombre y repetir la acción
homicida.
Prueba de ello es la
historia que escribí en donde Juan tiene un amigo timador. Él se encarga de
aclarar que en realidad no es un amigo sino que ha pasado los últimos veinte
años de su vida evitándolo y que como con los resfríos, no siempre tuvo la
suerte de lograrlo. El supuesto amigo se llama Ricardo. Ricardo tiene muchas
cosas de Juan solo que Juan consigue sublimar conductas socialmente no
aceptadas.
Cierta vez en la
quinta de un matrimonio amigo Ricardo propuso un juego. Se había cortado la
luz, el hogar se hallaba encendido, el resplandor de las llamas lo iluminaban y
le conferían el aspecto de un Mefistófeles de entre casa cuando llamó al juego un
campeonato de sexo. La convicción de sus dichos, avalados por citas de
fuentes dudosas (La Teoría
de la Copulación
de John Cannon adscripto al estudio Master-Johnson) y por ello irrebatibles, la
pasión de carácter sincero que era el énfasis de sus engaños, atrapaba, torcía,
quebraba las voluntades. Sabía envolver, endulzar y eclipsar las razones más
férreas. Ante ellos se representaba la reencarnación de Nerón, Hitler, Videla o
cualquier personaje de ésa saga. La diferencia que Juan sostenía era que
Ricardo no dejaba de ser un Luzbel doméstico.
La idea consistía en
que cada mujer esperara en un cuarto la visita de uno de los hombres, excepto
el marido, de manera alternativa y por un tiempo máximo de media hora.
Los hombres aguardarían en el comedor sus turnos asignados por
sorteo a tal o cual cuarto. Luego ellas, en secreto, elegirían al campeón.
Entre los hombres,
terminadas las visitas, reinó la discreción y el respeto. Juan no concretó
ninguna relación con las damas. La esposa de Juan no confesó lo sucedido con
sus visitantes y realzó la excitación del juego. Ricardo se las ingenió para
que lo proclamaran campeón y martirizó a sus compañeros durante un tiempo con
sutilezas sobre sus esposas.
Ricardo muere (nada
original) y Juan es el designado para hablar en el peristilo del cementerio.
Palabras más o menos le escribo decir:-Hoy comprendo la existencia del alma.
El alma de las personas es el recuerdo, no otra cosa. Cuando desaparece el
recuerdo se borran las almas. No haré mención a su alma fresca, ni diré, frente
a su viuda, que se enamoró de mi. No se mancillan las almas nuevas. Haré un
esfuerzo por exaltar las buenas cualidades de Ricardo Salvert, al fin, nadie es
absoluto. Tal vez podría explayarme sobre su teoría de los mundos encadenados
en un intento por trazar una analogía con éste momento. ( La supuesta
teoría fue otro de los embustes del muerto y con ella logró un acotado renombre
en el mundo del esoterismo ).Allí sostuvo que todo sucede en tres planos,
pasado, presente, futuro, que se repiten hasta el infinito. Esto significaría
que el hecho más nimio acontece hasta el hartazgo en un espacio infinito dentro
de una dimensión finita. Entonces puedo yo parafrasear a Víctor Hugo y decirles
que, el conde de Salisbury, James Cecil, posee a siete leguas de Londres, un
castillo con cuatro pabellones, campanario en el centro y atrás un enlozado de
blanco y negro, donde precisamente en este momento y después de haber recorrido
sus parques, estanques, rediles y jardines nos aprestamos a despedir a nuestro
amigo Ricardo Salvert. O quizá, podría imaginar un lugar en donde cada
individuo ha profundizado el estudio de la cromacia, la osmocia y la quimocia
para disfrutar de las cosas a sus antojos.
¡Qué sé yo!... También puedo confesarles que fui yo quien lo
mató.
(Juan vuelve a matar)
Juan fue policía
torturador y hermano gemelo torturado en un juego con el tema del doble que me
aportó algún prestigio efímero en un encuentro literario en Opendoor.
Juan también fue
adúltero y cornudo, homosexual y travestido. Tuvo relaciones sexuales con una
extraterrestre y una mutante en una orgía censurada en todas las revistas
virtuales con excepción de mi blog personal. Juan fue padre e hijo, músico,
pintor, perro, caballo y conejo, quinielero, ladrón y puto.
Lo más loco que
sucedió fue cuando Ana y Juan volvieron a encontrarse. El evento aconteció en
una antología pagada por los autores. Lo curioso fue que Juan estaba al
principio del libro y Ana por la mitad. ¿Cómo lo supieron? Es un misterio
literario. Cruzaron montañas de mayúsculas, desniveles de minúsculas, patinaron
en los guiones, descansaron a las sombras de los interrogantes, patearon
puntos, treparon aferrados a las comas, nadaron en los mares de los espacios en
blanco, descansaron en escolios y al fin huyeron del libro y los cuentos
perdieron sentido. Yo los justifico, el amor todo lo puede pero los lectores no
comprendieron nada.
Ahora Juan me escribe
y describe a mi, no me puedo negar, él tiene la lapicera, el teclado y el
poder. Solo ruego que no me guarde rencor. De Ana no supe más nada. ■
Patricia Higsmith decía ser la jefa de sus personajes, mientras que Saramago asegura ejercer absoluto dominio sobre los suyos.
ResponderEliminarUn cuento que revela el vínculo entre escritor y personaje, y que con hábiles secuencias plantea el interrogante sobre cuánto del creador tienen los personajes o si se van independizando de a poco.
Maravilloso, Carlos. Me encantó.
MARITA RAGOZZA
Un cuento que se desliza entre una mirada de de asombro y otra de risueña perplejidad!
ResponderEliminarMe encantó , quizás el autor como reparación a la desnudez de Juan se cubre tan rigurosamente.
Gracias Trinelli y que en paz descanse el difunto Ricardo.
Arturo, me dejaste sin palabras...Me gustó, en general el género que toma a la propia literatura como argumento no fue muy explotado aunque hay algunos ejemplos. Los que conozco, dos o tres, siempre se inspiraron en la obra de otros escritores, no como en tu caso en que son tus propios personajes los que toman la iniciativa, muy bueno...
ResponderEliminarLo mejor que le puede pasar a un lector inveterado (o invertebrado)es que un texto logre sorprenderlo. Magnífico juego de personajes, texto en el texto, partido de ping pong de palabras...Muy bueno amigo!!!!!
ResponderEliminarCAT te has convertido en el luzbel doméstico de la palabra, el dueño de la pluma y del ruedo de la fantasía.
ResponderEliminarUn Intringulis ameno donde la ficción se vuelve realidad.
Buenísimo
Celmiro