Homenaje a
Joaquín Giannuzzi (*)
(1924-2004)
por Máximo Simpson
Para no extenderme demasiado, expondré
brevemente sólo una visión parcial de una obra vasta y compleja, susceptible de
muchos abordajes. Se trata de recordar a Joaquín y a sus creaciones, y yo voy a
referirme, sin pretensión de exhaustividad, sólo a algunos aspectos de su obra, que tanto me ha enriquecido como ser
humano y como cultor de la poesía. Somos muchos los que recordamos su peculiar
sentido del humor, su ironía inteligente, sus ocurrencias paradójicas, la trabajosa relación que mantenía con su
cuerpo como si fuera propio y a la vez ajeno, un cuerpo al que él observaba y
padecía en su paulatina declinación.
También, íntimamente entrelazados, su enorme escepticismo y su búsqueda
de refugio en el amor y la amistad, en el calor de sus amigos. Siempre
recordaré ese gesto tan suyo de poner su mano sobre la mía, como una silenciosa
manifestación de afecto y complicidad en
medio de un mundo absurdo, signado por la violencia y el sinsentido.
Poeta reflexivo, especulativo, su lenguaje
no puede co nfundirse con un discurso
meramente lógico, articulado para exponer una hipótesis o exteriorizar un comentario. Podemos hablar, sí, de rigor
expresivo, de la belleza de sus percepciones tan personales, de lo que ve Joaquín en su entorno inmediato con una
lucidez infrecuente: en un objeto cualquiera, en una situación insignificante
por habitual y cotidiana, el poeta ve el escándalo de la muerte "como una fisura en el firme tejido de
la apariencia". Y hay aquí una coherencia esencial que abarca toda su
obra, coherencia articulada por su visión del mundo como radicalmente extraño y
como un proceso infinito de destrucción y muerte.
Parafraseando uno de sus versos, en que se
expresan su ironía y su peculiar humor,
estimulante y corrosivo, podríamos decir que el poeta Joaquín Giannuzzi
saltó, sin transición alguna, desde el seno materno al seno de la crisis
mundial.
Tal vez ello explique su enorme perplejidad
al hallarse en un mundo impregnado de enigmas irresolubles, y ese sentimiento
de indefensión en medio de una radical ajenidad. Ajenidad de los seres, ajenidad
de los objetos, ajenidad de todo lo visible como símbolo de una imposibilidad:
el conocimiento y la aprehensión de la Realidad en su verdadera magnitud y
sentido; todo aquello que, cabe suponer, está más allá de la materia visible y
palpable, más allá de su aparato perceptivo y de su compleja y atormentada
subjetividad. El poeta Joaquín Giannuzi está en medio del mundo y quiere
entender, plantea interrogantes. Problematiza su relación con el orden social y
cultural, con el orden simbólico que nos constituye como seres pensantes, con
el orden cósmico. Y aquí nos encontramos con un aspecto de su poesía que deseo
enfatizar: En ella, la relación sujeto-objeto se vuelve dramática, y nos remite
al núcleo central de la problemática del conocimiento. Pero Joaquín no es filósofo sino poeta, y
donde el filósofo construye conceptos y sistemas, el poeta Giannuzzi muestra su
estupor y exhibe al desnudo la soledad del hombrecito perdido en un universo
que lo excede infinitamente.
Giannuzzi no acude al lugar común de
algunos grandes poetas religiosos o metafísicos que edifican trasmundos
imaginarios. Para Giannuzzi, lo real persiste en su opacidad, y él no cree
haber desvelado ningún enigma, no ha
encontrado ninguna clave sobre la esencia última del mundo, pero sabe que el
misterio no hay que ir a buscarlo sino que está aquí, en la mesa, en la calle,
en los muebles del líving, en el cuerpo de la mujer que ama, en unas simples
uvas rosadas, a pocos centímetros de su mirada. Y por eso, precisamente, afirma
en uno de sus versos que “poesía es lo que se está viendo”.
Es interesante observar que ya en “Uvas
rosadas”, de Nuestros días mortales ( (1958), Joaquín nos presenta la
esencial ajenidad que se interpone entre dos orbes físicamente muy próximos y a
la vez muy remotos en cuanto a su
esencia, a su sentido. De una parte está el objeto, el resplandor de unas uvas
rosadas al alcance de la mano; del otro,
el sujeto pensante, la conciencia reflexiva del homo sapiens Joaquín
Giannuzzi, que en todo lo visible advierte,
con cierta turbación, otros mundos posibles cuyo significado ignoramos. Por eso, el poema cierra con esta reflexión:
.
Ajeno
a la región de las uvas permanece
mi estupor desalentado;
la travesía del límite
que da a lo secreto vendrá
de la misma costumbre de la luz
con que las uvas rosadas
van a entrar en la muerte.
Sobre este
poema memorable, que muestra desde el comienzo uno de los perfiles fundamentales de su poesía,
quiero hacer dos observaciones: primero,
que el
estupor emocional e intelectual del poeta se resuelve en un acto de deglución,
en el simple acto de saborear y masticar, de incorporar a su aparato digestivo
una vida palpitante cuyos secretos permanecerán ocultos para siempre; deseo insistir
en ello, a pesar de que el poeta nos hable de una esperanza, de la travesía del límite. Pero cabe
preguntar: ¿travesía de qué límite? El límite que lo separa de esa simple y
formidable Otredad constituida por un racimo de uvas colocado sobre su mesa.
Imposible travesía y paradójica resolución del problema: el poeta elimina de
cuajo toda posibilidad de conocimiento. Deseo señalar, también, que este final
entronca con otra constante: su visión del mundo como un inmenso y continuo
campo de caza y trampa mortal insoslayable, tan frecuente en su obra.
Pero antes
de abordar este último aspecto quisiera dar otro ejemplo del sentimiento de
ajenidad, de imposibilidad de aprehensión de los objetos a los que me he
referido antes. En el poema "Botella de leche", también de su primer
libro, Joaquín reflexiona sobre el
aislamiento absoluto de la materia incomunicable, de "la fuerza obstinada
que se colma a sí misma". Y nos habla de su repentino asombro ante ese objeto
anodino:
silencioso,
indiferente
a todo lo
que no sea
su propia
fuerza interior, persiste
en su
atroz uniformidad, remoto
y sin
relación alguna
con la
insensata mezcla
de
aconteceres que colman
la
confusión del mundo.
He aquí
una especial clarividencia, y esto nos muestra que para un poeta que ha
conservado el fecundo asombro del niño recién llegado a este mundo precario,
una botella de leche es muchísimo más que una botella de leche. Una botella de
leche -como las uvas rosadas- es en un sentido profundo un orbe inaccesible,
tan inaccesible como la más remota de las galaxias.
Pero
hablábamos de su visión del mundo como campo de caza, y ello remite a una inconformidad central: el poeta
denuncia la estructura misma de la vida,
basada en
la depredación y la muerte, y la estructura del orden social creado por el ser humano; ese ser humano que
siente en su médula aquello que Freud
denominó el malestar en la cultura. Es lo que Giannuzzi expresa con un timbre de subyacente lirismo
en estos bellos versos:
Melancolía animal del
género humano
en el
último ómnibus de la tarde.
De ahí que en su obra encontremos,
reiteradamente, la atroz violencia
cotidiana, trátese de tiroteos en la noche o de los mal llamados accidentes de
tránsito (primera causa de muerte en la Argentina), o del crimen en el cuarto
de al lado, o de la batalla campal de fuerzas policiales contra indefensos
ciudadanos. El desamparo es total y, al respecto, nada más apropiado que esta
reminiscencia bíblica:
El Job de la
época no tiene quién le escuche
y su
redención queda atrapada en la ceniza,
dice en
"Nuestro Job", de Apuestas en
lo oscuro, el último libro incluido en su Obra poética publicada por Emecé en el 2000: Y agrega en "Voces", otro poema del mismo libro:
en ningún
caso una ley donde reclinar la cabeza
en ninguna parte un orden para saber de
qué se trata.
Otro
ejemplo del mundo visto como coto de caza es su breve poema "La
carnicería", de Señales de una causa
personal (1977), que me permitiré
leer completo:
En un limpio horror de
laboratorio
el blanco
espacio frío. Sobre el mármol
cumplido el
sacrificio, la ordenada manufactura escarlata
despedazada a
sierra y a cuchillo
según una
noción sin dios, estrictamente práctica.
En una fuente,
húmedas vísceras veteadas de sangre,
sobre un lecho
el apio mineral.
La imaginación
detenida en el umbral del matadero.
No preguntes
al carnicero por los ojos de la vaca.
Piensa en los
campos celestiales después del crimen,
el sueño del
ganado infinito, la gloria
y la resurrección de toda carne.
Habría mucho que decir sobre sus obsesiones,
sus temas reiterados, su voluntad de contemporaneidad, su lograda búsqueda de
un lenguaje propio, liberado de pesadas herencias retóricas. Respecto de esto
último, sólo quiero agregar un breve comentario. Poeta conceptual,
manifiestamente antilírico en su acepción más tradicional, a Joaquín le sucede,
afortunadamente, como al obispo de Aloysius Bertrand, a quien el diablo se le
asomaba por la manga de la sotana. En el caso de Joaquín, de vez en cuando el
diablo toma la forma de un lirismo decantado en el que asoma una compleja,
tierna y a la vez pudorosa subjetividad; es el caso de ese poema conmovedor
titulado "El sapo", en el que inventa o recuerda:
Al pie del agua de un verde inmóvil
había un sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano,
y su forma contenía un posible mundo
desconocido, quizás semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Vista en conjunto, su obra es un gran friso
de la condición humana. Su secreto fue tratar de encontrar un sentido más allá
de la apariencia, golpearse la cabeza
contra el muro de lo Absoluto. Joaquín buscaba significados, quería encontrar
lo inencontrable, y quería ser reconocido como sujeto en medio del crimen
universal, en medio de la vida y la muerte entrelazadas como una cópula
monstruosa. Por eso exclama en "Ensayo de lamento individual":
Y no tuve valor para salir
y gritar a cualquier parte:
¡aquí estoy yo!
¡tengo un nombre, un
apellido, un domicilio!
¡quiero una
oportunidad, un destino para mí
/exclusivamente!
Claro que,
fiel a su escepticismo, agrega como de paso:
Nadie habría acudido, por
supuesto.
Pero en
esto se equivocó, pues somos muchos los que acudimos a su poesía. Ella nos
convoca, nos acompaña. Y aún lo oímos recitar de memoria el final de Bartleby, de Melville, y párrafos
antológicos del Quijote. El espíritu del Poeta está presente
en cada uno de sus versos, a los que volvemos
como a una
fuente nutricia, en busca de Un mínimo de fe para buscar a tientas / la camisa
más despierta. @@@
EL
SAPO (Nuestros días mortales – 1958)
Al pie del agua de un verde inmóvil
había un sapo que dulcemente ví
hace tiempo, en un verano,
desconocido,
quizás semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Pero el cielo mismo no se comprende en
absoluto.
Estaba allí, reposado en la placidez
de su propia y espesa materia
palpitante,
sensato como todas las cosas
que desde su centro aguardan
la disolución de sí mismas.
Me detuve y logré
alanzar sus ojos con los míos
y pensé que, sin duda,
la perplejidad de ser estaba superada.
Consideré inútil otro
conocimiento. El sapo alcanzaba
una región más vasta,
no extraña precisamente sino
ajena, una manera
de sobrevivir lo exactamente necesario.
Precipitado, aventurado a la existencia,
como un sapo simplemente, más allá
de la belleza
que da paz y enloquece a los hombres
el único significado de todo eso
era la tranquila complacencia
de la húmeda piel verdosa,
vistiendo a un dios obstinado
en la razón secreta de sí mismo.
Me inundó un colmado sosiego
y desmentía
la náusea y la muchedumbre de sabios
que desde Thales de Mileto
inclinan hacia el error
el tumulto precipitado
bajo la frente.
Ante esa vana fatiga
Permanecía idéntico a sí mismo
E infatigable además
El sapo que dulcemente vi
Hace tiempo, en un verano.
Mi hija se viste y
sale (Principios de
incertidumbre – 1980)
Mientras la época arroja
su bocanada de sangre y aflicción
aquí está ella y en razón de su gracia
la noche comienza. El perfume
devuelve su cuerpo
a una segunda perfección de lo natural.
El cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la visión de un presente absoluto.
Cada gesto es una convicción: un dulce desorden
se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Así que sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.
su bocanada de sangre y aflicción
aquí está ella y en razón de su gracia
la noche comienza. El perfume
devuelve su cuerpo
a una segunda perfección de lo natural.
El cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la visión de un presente absoluto.
Cada gesto es una convicción: un dulce desorden
se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Así que sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.
UVAS
ROSADAS (Nuestros días mortales – 1958)
Este breve racimo
de uvas rosadas pertenece
a otro reino.
Yace, sobre mi misa,
en la fría integridad de su peso
terrestre
mientras yo permanezco silencioso
imposibilitado
de oponer mi vida a su carnal
exuberancia.
Casi con horror admiro allí
la dura tensión del agua
hacia la piel mortal
como una realidad insoportable.
He aquí un remoto acontecer:
todo transcurre del otro lado, fuera
del rumor insensato
de la existencia humana.
Comprendo que hay un límite
cuyo paso en el tiempo
me está vedado
de modo que el puro conocimiento
sólo cabe en la mera travesura de la
mente.
Más allá está la misma tierra
a la que regresamos como extraños;
en el racimo de uvas rosadas yace
la imagen de otro regreso
y este enigmático existir
dulcemente en la rosa
tiende a cumplir el ciclo
que comenzó, radiante, en el verde
lejano.
Otros días trascurren
aquí, en otro espacio
que colmó la inutilidad
de una vida ocupada. Ajeno
a la región de las uvas permanece
mi estupor desalentado;
pero nunca la esperanza
tuvo mejor imagen que esto:
la travesía del límite
que da a lo secreto vendrá
de la misma costumbre de la luz
con que las uvas rosadas
van a entrar en la muerte.
CABEZA FINAL (Apuestas
en lo oscuro – 2000)
Todas las ideologías le dieron de palos.
La humillaron la historia del mundo
y la vergüenza de su país,
la calvicie, los dientes perdidos,
una oscuridad excavada bajo los ojos,
el fracaso personal de su lenguaje.
El obrero que respiró en su interior
ávido de oxígeno y universo continuo
dejó caer el martillo. Fue la razón
quien cegó sus propias ventanas. Pero
tampoco
encontró en el delirio conclusión
alguna.
Pero eso, quizás no fue tan descortés
esa manera de negar el mundo al
despedirse.
Sucedió así:
Reposando sobre la última almohada
Volvió hacia la pared
Lo poco que quedaba de su rostro.
Un trabajo de autor y de análisis excelente. Se disfruta realmente la calidad y la calidez.
ResponderEliminarDos veces excelente.
Saludos
María
Leí el artículo y lo volveré a releer. Es hermoso y también sabio en la extracción de poemas. Gracias
ResponderEliminarCristina Pailos
¡Qué valioso ensayo, Máximo! Sólo un ser perceptivo y visionario puede decir así. Un poeta superior escribe sobre otro poeta superior.
ResponderEliminarGracias.
Sinceramente quedé atónita y altamente conmovida al leer estas maravillosas palabras, cargadas de sentido profundo y una sabiduría intensa!!!. Sólo un gran poeta puede hablar de otro gran poeta ¡¡¡y de su obra!!!!! La selección de poemas, exquisita. Gracias Máximo por embellecer al mundo con tu aguda sensibilidad!!!!. Susana Macció
ResponderEliminarMaximo Simpson pone el énfasis en la perplejidad del poeta ante la vida. Lo real es enigma, la verdad inalcanzable, la materia incomunicable. Sólo queda refugiarse en el amor y en la amistad.
ResponderEliminarEn el decir de Máximo, la poesía de Gianuzzi es profundamente existencial y pudorosamente lírica.
Gracias Máximo Simpson por hacernos partícipes de este análisis enriquecedor, que nos permite una mayor comprensión poética.
Ofelia
Brillante Ensayo sobre un poeta luminoso y comprometido. Solo un gran Maestro de Poetas puede sumergirse en la poética de Giannuzzi e interpretarla desde la augusta intangibilidad que va más allá de las palabras.
ResponderEliminarFelicitaciones y gracias, Máximo Simpson.
MARITA RAGOZZA
Hay nombres como el tuyo Máximo querido que son un imán para mí, basta saber que estás allí con una propuesta para que me infle de interés. Sos un grande que duda cabe y en este caso, este trabajo excepcional sobre otro poeta groso como Giannuzzi.
ResponderEliminarGracias, gracias...gracias