el profesor
Nicanor Gómez, con
las manos tomadas en la espalda, disfrutaba su paseo diario por la costanera.
Era un día fresco, gris y destemplado, pero no abandonaba la rutina que lo
conservaba saludable. A sus setenta y
cuatro años los consideraba un verdadero privilegio, tanto como a la lucidez y
memoria que conservaba dejando de lado, intencionadamente,
algunos baches en los que caía con ciertos acontecimientos recientes. Prefería
olvidarlos y solazarse con los recuerdos de su larga vida útil.
La franqueza que
tenía consigo le obligaba a aceptar que la actual existencia, si bien no era
para él infecunda, no tenía la riqueza que supo darle hasta el último día de
trabajo. Durante cuarenta años había sido profesor de Física y Química en un
liceo. El establecimiento había sido creado en el siglo XIX y por sus aulas
habían pasado personalidades destacadas, así como hombres cuyas trayectorias
posteriores, proveyeron de lustre al renombrado colegio y a su cuerpo docente.
No obstante los cambios sociales, el
progreso y la variedad de hechos y acontecimientos que mueven una sociedad
hacia su evolución –o involución- afectaron los métodos, costumbres y reglas
del viejo colegio, cuyas autoridades se vieron en la disyuntiva de actualizarse
y ponerse al día o cerrar las puertas.
Los nuevos
programas de enseñanza, las técnicas adaptadas a los sistemas modernos de
comunicación, los adelantos en las ciencias elementales y muchos otros
procedimientos inevitables, justificaron la renovación del “staff” académico
para continuar y progresar.
El veterano
educador no necesitaba que alguien le hiciera ver el panorama que se venía
planteando. Solamente el buen sentido le mostraba la diferencia entre la
argentina voz del nuevo profesor y la suya, que el tiempo y el uso habían
cascado y enronquecido. También comparó la ropa de los nuevos docentes con su
envejecida chaqueta y los zapatos sin brillo, así como la rapidez de
movimientos de los jóvenes y la parsimonia de su propio andar.
Era simplemente el
contraste entre un amanecer y un ocaso.
Antes de tener la
oportunidad de dar el primer paso fue llamado a una reunión en el Aula Magna de
todo el profesorado con autoridades de la rectoría y principales accionistas.
En la misma reunión estaría presente el grupo de nuevos educadores.
Iniciado el
catedrático encuentro, el rector se refirió a la situación que enfrentaba el
establecimiento, dramatizando las circunstancias ciertamente más allá de la
realidad y soslayando los verdaderos motivos. Éstos eran –obviamente- de
carácter financiero, ya que la vigencia de los nuevos métodos insumiría una
elevada suma para inversiones en sistemas electrónicos y laboratorios,
adecuación de varias instalaciones con
remodelado de salones e integración de profesionales actualizados en las
nuevas materias. Con diplomacia, evitó referirse a la necesidad de renovación
de docentes por otros más actualizados.
Seguidamente hizo
uso de la palabra, para reafirmar lo antedicho, uno de los principales
accionistas -con seguridad el de la inversión más sustanciosa- quien fríamente
expuso la contingencia haciendo una referencia inadecuada y despectiva hacia
quienes –según dijo- imputaba la responsabilidad del atraso en los programas de
enseñanzas, que habían llevado al colegio a su actual estado de decadencia e insolvencia,
tanto como de la merma del número de alumnos.
Un murmullo de desaprobación se hizo
notar en los oyentes y sobresaliendo entre esas disimuladas voces, se oyó
claramente la del profesor Gómez, quien pidió el derecho a réplica. Una
confusión se notó en el estrado principal, donde estaban las autoridades, que
no habían previsto ni la posición del financista ni la expresión del profesor.
No obstante el primero comunicó al Rector que no tenía inconveniente en
escuchar lo que tuviere que decir, cualquiera de los presentes.
El profesor Gómez se puso de pie y en
voz alta dijo:
—
Señor,
señoras, señores, como la mayoría de mis colegas he desempeñado mi profesorado
durante los últimos cuarenta años poniendo al servicio del alumnado todos mis
conocimientos. La prueba fehaciente de ello han sido los resultados de cada
ciclo lectivo en los cuales -pueden ustedes constatarlo- han sido numerosísimos
los egresados que demostraron su brillantez en las actividades a las que se
dedicaron. La mayoría de los habitantes de nuestra Patria conoce, aparentemente
mejor que alguno de los presentes, las capacidades de ciertos prohombres que
egresaron de estas aulas, donde recibieron la instrucción de sus educadores
que, bueno es destacarlo, actuaron con una modestia que es norma general en el
ambiente. Sobradamente sabido resulta que esta noble tarea solo se ejerce
basada en una vocación, que es ciega ante los cálculos utilitarios, como
también que la mejor de las retribuciones consiste en los magníficos logros
obtenidos. El metal solo persigue alcanzar una vida modesta. Tal vez, al final
de este camino esperemos encontrar el premio de unos años de paz y respeto,
pero de algunas palabras escuchadas debo deducir que no todo ha de ser así.
Muchas gracias a la rectoría, por permitirme estas palabras.
El profesor tomó asiento, ante un
silencio que fue quebrado por una persona que comenzó a aplaudir y que de
inmediato se transformó en un cerrado aplauso general y comentarios, ya sin
ocultar la adhesión a los dichos de éste.
Un momento después, alzó su abrigo y
abandonó el recinto. Se dirigió a la rectoría, esperó la llegada del titular y
le puso sobre el escritorio la nota de su dimisión, le dio la mano y se retiró.
También en un gesto respetuoso y sin ruidos, al día siguiente volvió al colegio y se dirigió al escritorio
a retirar sus pocas cosas. Un celador se acercó a saludarlo y le pidió que lo
acompañara un momento al patio. Conversando amigablemente se dirigieron al
lugar y al abrir éste las dos enormes puertas, un formidable aplauso y el
griterío de todos los alumnos allí reunidos lo recibieron junto al rector, que
se había adelantado con los brazos abiertos, secundado por el cuerpo de
profesores.
Ese solo
acontecimiento era suficiente cosecha, por todo el pasado. En ese momento habían
desaparecido los sacrificios y los sinsabores de la larga trayectoria. El gesto
de los alumnos, de los ahora ex colegas y de algunas autoridades presentes de
aquel templo, demostraba que el sacerdocio ejercido allí, no había sido en
vano.
Su paseo matinal, el aire puro, la melancolía de los buenos
recuerdos, eran su nueva vida. Si aquella anterior estuvo destinada al servicio
de los demás, ésta sería para él y los suyos y la viviría sin apuros. ■
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Jubilado de sus
ocupaciones tomó el gusto a la escritura, que se circunscribe a cuentos cortos,
con temas de humor y temas de la vida cotidiana. Ha recibido varios premios. 2° Premio en Concurso
Nacional de Tres de Febrero (Pcia de BsAs) recibido el 3 de diciembre de 2011. Narrativa, y 2°
Premio en Concurso Nacional acordado por Veteranos De Guerra Y Familiares
De Caidos En Malvinas, que recibió en Punta Alta (Pcia. Bs.As) el 1° de
abril . 2012. Tiene editados cuatro libros de cuentos titulados "Cuentos
De Humor" Y "Cuentos De Vida" (Año 2009) Y "Cuentos Del Carancho" Y
"Cuentos De Vida, Amor Y Fantasía" (2011)
Muy lindo relato. Ese último aplauso era el rito necesario y merecido para poder entrar en otra etapa de la vida con su vocación de dar, o de darse en alto. Hay admiración y ternura. Me gustó
ResponderEliminarCristina Pailos