Carlos Arturo Trinelli
El cuento Nº 100 que Trinelli
publica en Artesanías. No le pagamos a nuestros escribas aunque dado el
acontecimiento hemos decidido enviarle a nuestro amigo y colaborador Arturo un canario
de abrazos, de esos que son fraternos y sinceros, que parten del alma y llegan
al cuore del homenajeado. De haber podido encontrarnos en un boliche de Santa
María de los Buenos Aires hubiésemos podido celebrar el evento brindando con un
vaso de tinto y una pizza de muzzarella y faina. Lo percibimos como real, auténtico,
como crónica nada apocalíptica pero inmensa y tierna descripción de que las
letras son signos de confraternidad y amistad muy profundos. ¡Por otros cien,
amigo Arturo, caso contrario te vas a mutar en ‘...un monstruo orillando la
demencia”. Y aquí te vemos cuerdo...
Andrés Aldao - editor
Escribir Por Escribir
Un escritor que no escribe es un
monstruo orillando la demencia sostuvo
Kafka. Así comenzaba el correo electrónico que mi amigo estadounidense Harry W.
Block me hizo llegar en castellano. (La madre de Harry es boliviana). De allí, continuaba el correo, que escribir por escribir sea lo mínimo que
puede hacer un escritor para no volverse loco.
Harry W. Block, (la inicial W no sé a qué
nombre principia), es escritor profesional, vive de lo que escribe y
conferencia. En cambio yo vivo de lo que puedo y en cualquier tiempo
parafraseo, plagio o invento tramas inconclusas.
Nuestra amistad es extraña como todas las amistades pero tanto él como
yo, coincidimos en la singularidad que posee. En treinta años nos vimos dos
veces, una cuando nos conocimos y otra, pasados más de veinticinco años, en un
viaje que hice a los Estados Unidos.
Nos conocimos en Bolivia en el Primer Encuentro Mundial de Narradores
Desconocidos. El encuentro duró cuatro días en la ciudad de Villazón,
asistieron escritores de distintos sitios, Harry pertenecía al más lejano. Hubo
lecturas, tertulias y mucho descontrol. Luego de unos siete u ocho meses recibí
una primera carta de Harry correspondencia que a partir de allí no se detuvo
jamás, (una forma de decir, las cartas se detuvieron con el advenimiento de la
Internet).
El primer éxito de Harry fue la novela “El suspiro del día antes” basada
en la historia de amor de sus padres y ambientada en Bolivia, California y Nueva
York. De allí en más su ascenso en la literatura no se detuvo con el vértigo,
según él, despersonalizado que trae la fama. Varios de sus libros fueron
traducidos al castellano y la novela “Muertas al sol” llevada al cine. Jeff
Bridges en el papel de John Sambrano, un pintor desquiciado quien al observar
uno de sus cuadros, colgado en el vestíbulo de un importante hotel, tiene una
visión. Literariamente Sambrano recuerda que cuando lo pintaba su idea era otra
y esa es la visión que el cine consigue trastocar en el lienzo.
Lo cierto es que Sambrano deja Estados Unidos y se establece en
Hermosillo capital de Sonora Méjico en un intento por atrapar aquella visión.
Allí se enamora de una mujer, Elena Sánchez, personificada por Salma Hayek, que trabaja en una fábrica y que
muere en iguales circunstancias que cientos de ellas entre Ciudad Juárez y
Sonora, violada, maltratada y degollada. Sambrano comienza un tour de venganza y mata a todo aquel que
le parece sospechoso y que por supuesto son mejicanos. El final de la película
difiere al del libro que es un final abierto a toda clase de dudas y que el
cine cierra alrededor de Danny Trejo que representa el papel de Miguel “Soso”
Hernandarias como supuesto culpable de los crímenes.
Un periodista mejicano, Sergio González Rodríguez, autor del libro
“Huesos en el desierto” acusó a Harry de plagio pero el juicio no prosperó,
según mi amigo por un arreglo extra judicial llevado adelante por la Paramount.
Como pueden apreciar hasta aquí resulta difícil escribir sin un rumbo
fijo, es como si uno abordara un colectivo que no posee itinerario. Un
colectivo perdido para pasajeros perdidos. Un sin sentido como la mayoría de
las vidas basadas en las repeticiones que no se cuestionan porque el hacerlo
sería cuestionar la conciencia de uno mismo y siempre resulta más sencillo
hacerlo con los demás. Las repeticiones confieren serenidad de espíritu. Las
rutinas afirman en el conformismo nuestro destino de mediocres. De allí que
desee ser escritor, para resistir.
Claro que con el deseo no alcanza, deseo y praxis son calles enfrentadas
y las paralelas no se tocan a excepción de la extravagancia del infinito.
Escribir por escribir es una acción fútil, nadie leerá esto, soy un
escritor privado de lectores y entonces surge una pregunta: ¿puede un escritor
no tener lectores? Sí, puede, lo que no sé es si en ese caso se trata de un
escritor. Algo así como que se es en tanto otro lo reconozca.
Harry W. Block tuvo la deferencia de invitarme a Nueva York. Me alojé en
su casa de la calle 37 esquina con la avenida Lexington en Manhattan.
Una noche fuimos a un pub a escuchar jazz y para sorpresa de todos los
que allí estábamos llegó Woody Allen, diminuto y activo, abrió un estuche sacó
de adentro su saxo y ejecutó varias sesiones de Charlie Parker. Cuando terminó,
Harry se acercó a saludarlo y lo invitó a nuestra mesa.
Con la educación que caracteriza a mi amigo me presentó como un escritor
argentino, (un escritor sin lectores pero esto no lo dijo, de todas maneras yo
me sentí feliz y es que pensar que somos lo que creemos ser produce felicidad).
Woody demostró su grandeza cediendo su lugar de protagonista y me colmó
de preguntas. Si bien entiendo perfecto el inglés para expresar mis ideas con
propiedad necesité de la ayuda de Harry. Woody había leído a Borges y a
Cortázar y sobre el primero me preguntó el por qué nunca había escrito una
novela. Mi respuesta no podía ser precisa, quién podía saberlo, atiné a citar a
Kafka, (creo que hice la salvedad de aclarar, dicen que dijo Kafka), que esto que está tan por debajo de nuestra
dignidad resulta ser nuestro destino. Los dos norteamericanos rieron y yo
suspiré aliviado.
Woody Allen habla en un tono bajo y ríe sin ruido, sus ojos navegan
detrás de los cristales de sus gafas como peces en una pecera. Parece una
persona tímida y como tal medio loco, alguien que gestiona la gloria a través
de la simpatía.
Contó que el cine le dio la oportunidad de describir todo aquello que no
entra en el papel. Yo le conté que en la Argentina se producía el fenómeno de
que existían demasiados escritores póstumos en vida y tantos otros olvidados.
Él replicó que lo importante era escribir, sin motivo, de circunstancia, sin
descanso y a escondidas, “al fin, ser uno mismo es demasiado aburrido”,
concluyó.
Harry agregó que “se debe escribir con ausencia de intenciones y de
finalidades externas al texto mismo”, (no importan los lectores para Harry ya
que los tiene de a miles).
“No olvidemos la más modesta labor de leer” reflexionó Woody y recitó;
“Devuélveme el impulso sin mesura, la dicha dolorosa en lo profundo, la fuerza
del odio y el poder del amor ¡Devuélveme la juventud!”
“Fausto de Goethe”, aclaró Harry y los tres reímos. Cómo explicarles a
mis ilustres interlocutores que yo escribo con la angustia de verme devorado
por la falta de talento en mis obras fallidas y que, sin embargo, me consuela
que el carecer de algo tiene un misterio enérgico que significa el intentarlo
sin denuedo.
Woody se excusó y se fue como quien se desangra o simplemente se fue,
desapareció entre algún que otro palmoteo de espalda y sonrisas delicadas y
dedicadas y es que ser no es otra cosa que ser percibido según Beckett.
Nosotros, Harry y yo, no lo éramos pero igual nos fuimos a dormir.
De nuevo en la Argentina, hoy juega Boca, el Boca Juniors con nombre y
apellido como es conocido en el mundo. Una pasión que me acompaña desde niño.
Sé que no tiene relevancia pero no olviden que escribo por escribir y pienso
cuando escribo que ésta pasión es algo singular ¡tantos años conmigo! Tantos
como yo conmigo.
Apenas pude, a los trece o catorce años, comencé a ir a los estadios,
Ferro, San Lorenzo, Atlanta, cuando los
locales recibían a Boca, lugares a los que por cercanía con mi domicilio en el
barrio de Caballito podía acceder yendo a pie. Aguardaba los entretiempos para
entrar gratis. Luego, más crecido, la Bombonera (así llaman por acá al estadio de
Boca). La emoción repetida de ver salir al equipo con sus colores azul y amarillo.
La ilusión repetida de jugar en Boca y hacer el gol de la victoria en tiempo
adicionado. Afirmaría que el quiebre entre la adolescencia y la adultez se
produce cuando esa ilusión se esfuma. Ahora ya no voy a los estadios, lo sigo
por TV, los años nos hacen cómodos.
He terminado de aplicar la estrategia de la digresión que sirve en
literatura para aplazar el final o mejor dicho, la conclusión. Un intento por
extender el tiempo de este escrito o confundirlo y que se extravíe en los
pliegues del escribir por escribir.
El amor también anda por aquí, en el papel, siempre más fácil que por
allí enfrente (me refiero a un hipotético lector). Supongamos un amor que sea
como caminar con el sol de frente y que al anochecer nos haga percibir la luna
y que nos hace maravillar ante las constelaciones, “allí está Orión” susurramos
con el brazo extendido “¿la ves?” “Sí” responde una ella y no ve nada porque
tiembla por el beso que se avecina.¡Qué cursis nos hace el amor! Quizá lo mejor
sea soñarlo en un soñar por soñar, la versión inmanejable del escribir por
escribir y es que allí enfrente, en el territorio de los lectores la vida no
tiene trama se la ponemos nosotros que hacemos literatura.
Yo viví un amor que por poco me cuesta la separación de mi esposa. De
esta historia nació mi nouvelle “La
Coca y Juan, una historia de amor diferente” inédito por supuesto pero un éxito
cada vez que lo releo porque me trae el recuerdo de borrascas maritales.
Un hombre, Juan, vive en El Bolsón con su esposa desde la épica en que
el pueblo fue la meca hipona o al
menos la ilusión de una vida distinta, más trascendente. El matrimonio tuvo
tres hijos. Uno de ellos, el mayor, se ubicó en el papel de protector de esos
padres que se resisten en abandonar la adolescencia y producen una inversión de
roles. Juan es amigo de Antonio, un
natural que ocupa tierras fiscales en las estribaciones del cerro Piltriquitrón
donde vive con dos mujeres amancebadas y dos amigos, uno, un ex convicto
misógino, el otro, un ex profesor de secundaria acusado de pedofilia por los
padres de una alumna del último curso. Un día Antonio incorpora en su clan a
una mujer que asegura ser la auténtica Isabel Sarli. Auténtica no por
identidad, es diez años más joven y no se llama Hilda Isabel Gorrindo, sino
porque debido a su parecido físico doblaba a la actriz en las escenas de
desnudos. Según ella, debe, por un contrato leonino, vivir escondida para
evitar ser reconocida.
Cuando Juan la conoce se enamora y ella parece corresponderle. Entonces
él abandona todo y sube a vivir con esa gente para estar con ella encandilado
por el recuerdo de sus masturbaciones de adolescente. Su esposa pide la ayuda
del hijo mayor el que viaja para allí a intentar mediar para recomponer el
vínculo. Todo culmina en una tragedia por la venta de las tierras que ocupan
por parte de la provincia de Río Negro a un testaferro de un inversor
norteamericano. Tragedia que es funcional para dejar el tema de fondo, el amor,
sin resolución. Una metáfora que intenta demostrar que así es el amor,
irresuelto.
Acabo de comprender algo: como escribir por escribir necesita de alguien
que lea por leer se hace necesario no ser excesivo. Si bien es un albur hallar
esa especie de lector y como de todas maneras no hallo de los otros considero
lo mejor dejar aquí de escribir por escribir.
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Reunir en torno a un personaje y en un mismo texto las variaciones que comprenden autores consagrados, cine, Woody y Charlie, fútbol y la Coca es lograr un endiablado y genial rompecabezas para concluir que la rutina da seguridad y el escribir ayuda a resistir.
ResponderEliminar¿ Cómo festejamos estos 100 ?
Felicitaciones, Carlos.
MARITA RAGOZZA
Podes escribir otros cien sin perder el juicio.
ResponderEliminarFelicitaciones y que podamos leerte hasta que a los cien les agregues otro cero...
Un afectuoso saludo