Teresa Del Valle
Drube Laumann
Escritora,
dibujante, pintora. Autodidacta, nacida un 6 de Diciembre en la Provincia de
Tucumán, República Argentina."
El
viejo Muruaga...
comenzó a
caminar en círculos, con la certeza del que sabe adónde va. Los pasos –firmes, seguros- en cada vuelta lo alejaban del centro, su punto de
partida, mientras las iba numerando:
---...siete...ocho... nueve... diez...
La voz, monótona y cascada, crecía en el
silencio de la noche, estremeciéndose en los aullidos lejanos que el helado
viento recortaba arrojándolos como sórdidos puñales en su avance lúgubre,
impiadoso, esparciendo semillas de miedo que florecían en sombras que se
entreveraban en movedizos bultos tenebrosos.
Los demás –“nueve hombre´ emponchao´
de negro de pié a cabeza”- de acuerdo a
sus indicaciones, cual callados
espectros observaban parados a su
alrededor con la expresión
ausente del que no cree.
El viejo Muruaga llevaba el largo lazo
arrollado en la mano izquierda en tanto que en la derecha sostenía el nudo. Los círculos que dibujaban sus huellas sobre
la tierra barrosa eran concéntricos, con la precisión de un instrumento
geométrico.
Una luna de hielo alumbraba el páramo,
creando imágenes en contraluz, inciertas, con un dejo irreal de eternidad.
---...ventiocho... ventinueve...
Sólo su voz y su respiración jadeante, de
fuelle viejo y herrumbrado, cortaba el silencio de la medianoche.
Al finalizar cada vuelta, los ojos de los
espectadores se dirigían al centro del cual partiera el viejo. Una chispa de
temor nacía y moría en un instante en sus rostros tallados en algarrobo, con el
cincel del Pampero y el lustre del agua y del sol.
Inconmovible, Isidoro de Todos los Santos Muruaga,
continuaba con su caminar alejándose
cada vez más del lugar marcado con tres
piedras: una blanca, una negra y una
roja, formando un triángulo equilátero, cuyos vértices apuntaban a los tres
triángulos –equiláteros también -- que conformaban los nueve hombres-testigos,
separados por una distancia de treinta y tres pasos entre cada grupo, los que
se encontraban rodeados por un sorprendente círculo de perfección inexplicable,
excavado en la tierra y que ninguno de éstos sabía decir si lo trazó el viejo
Muruaga o si estuvo allí desde siempre.
El círculo y las misteriosas piedras, ¿desde qué arcano punto en el
laberinto de la memoria humana habían llegado, para presidir esta noche...?
La vigilia se hallaba poblada de presagios,
como si alguna extraña presencia se hubiera apoderado de su misterio,
transformándolo en vahos preñados de diuturnidad y silencio. La inquietud afilaba sus garras dentro de los
asistentes, acentuando con cada nuevo giro una percepción –que no podían
precisar a qué atribuir- que les hacía arrepentir de encontrarse allí.
Todo había comenzado en el bar del pueblo,
con un ludibrio nacido por el tema de la incalculable edad del viejo. Entonces
él, cubriendo las carcajadas y chanzas con su
apagosa voz de entrecortados sones, los había retado:
---...a los nueve macho´ que´l viernes catorce, a las doce de la noche
en punto, se animen conmigo. El vierne´
cumplo año´ de nuevo... ¡ni yo me sé
cuánto´ ya! ---rió socarrón--- pero así
van a aprendé cómo si hace pa´
vivi´má. Pero, ¡ojo! Que´ sto nué
pa´cagone´ ¡carajo!
Los ojillos, dos charcos descoloridos girando
en unas órbitas enrojecidas y amarillentas, brillaron siniestros, mirándolos
uno a uno con un belfo prepotente cruzándole las cuarteadas mejillas del color
de la tierra reseca de su pago.
Las risas y burlas fueron bajando de nivel y
las miradas esquivas, de soslayo, se multiplicaron. Todas las gargantas se secaron de golpe. Más de un vaso huyó despavorido hacia las
entrañas, buscando el abrigo que le brindaban las revueltas tripas.
---Nueve machos, si es que quedan en el
pueblo, emponchao´ de negro de pié a cabeza.... Que no se les vea ni las mano,
¡carajo!
Envalentonado ante el retroceso de los
parroquianos, gritó:
---¡¿MA ´BE?! ¿¡Quién viene conmigo!? ¿Es que nadies quiere
aprendé cómo se hace pa´llegá a tan viejo...? ¿¡Y!? ¡¿Qué pasa?! ...acaso no quedan más que
gallinas por aquí...
De a uno por vez, los nueve más orgullosos
se fueron acercando de a poco a la menuda figura parada en el medio del salón y
sellaron en silencio el trato.
--- El vierne catorce, poco ante de la´doce
de la noche, lo´ quiero a lo´nueve... ¡y a nadies más! Totalmente vestido´ de
negro, junto al portón de los Noriega, que´s la última finca del pueblo. De áhi se vamo´a ir adonde yo me sé, a hacé
lo que van a vé... ¡y de paso, a aprendé, carajo! ¡Ah, me olvidaba...! dende
que se encontremo´ hasta que se
separemo´, nadies pronuncia una sola palabra, si quiere salí vivo. ¿Está claro, no...?
Mientras hablaba, iba retrocediendo hacia la
puerta, mirándolos uno a uno directo a la cara, como midiéndoles el
coraje. Las barbas y las crenchas
descoloridas, con una pastosa mezcla de grises y amarillentos pelos raleando en
un largo desparejo, cobraban un inquietante aspecto bajo la débil luz de los
escasos fluorescentes. El olor a rancio
del lugar se hizo más notorio.
Alguien quebró el hechizo al rato que
desapareció:
---
Viejo y loco... ¡vamu´ í a
reyirno´ un poco... ¡Ma´bé qué hace!
Primero respondió un rumor; luego estallaron
las risotadas burlonas que treparon la callecita y subiendo en cascadas
alcanzaron al viejo, tocándole la doblada espalda. Este se volvió lentamente, brillándole las
pupilas en la oscuridad y, con una terrible mueca, dijo entre dientes:
--- Ya van ´aprendé... Ya van ´aprendé cómo se hace un viejo...
Se cruzó el desgastado saco de
indescriptible color cerrando las solapas alrededor del encogido
pescuezo y, lentamente, fue fundiéndose en la penumbra recortada por
algún foco macilento que tiritaba colgado de un alambre en las desiertas
esquinas, sacudido por las rachas caracoleantes que danzaban alejando y
acercando las desdibujadas sombras.
---¡Treinta y tré! -–gritó de pronto---
¡Treinta y tré! ¡La edá del Señó!
¡¡Del Vencedor de la muerte!!
¡...Y en su Santo Nombre, yo te vuelvo a vencé, maldita! ¡¡Muerte a la maldita muerte, en el nombre
del Señó!!
El lazo, arrojado con fiera destreza al
centro mismo de la espiral que había formado con sus pasos, ahorcaba a una
vieja harapienta que se debatía furiosa, surgiendo de la nada en medio de las
tres piedras. De su retorcido cuerpo
brotaban fantasmagóricas imágenes que
intentaban liberarla y destruir cuanto se hallaba a su alrededor, no pudiendo –por la fuerza del hechizo-
alcanzar al viejo que reía histéricamente.
Los asistentes miraban aterrados, sin
fuerzas para gritar y, despojados del último vestigio de incredulidad,
emprendieron la huída para cualquier lado, sin animarse a emitir un sonido,
presionados por la advertencia del viejo Muruaga de no hablar para poder salvar
la vida.
Las carcajadas del viejo tapaban el sonido
de la desbandada en que se atropellaban los testigos, tropezando y cayendo por
la prisa en alejarse del lugar y los espantosos chillidos de la vieja y de su
escatológica cohorte, que hacían vibrar la noche, creando vendavales que
enredaban las oscurecidas melenas de los sauces, y doblarse buscando refugio a
los altivos y lánguidos cipreses.
---¡Por cien años más!
¡Por cien años más, maldita...!
¡Por cien años más no vas a poder conmigo! ¡Con el viejo Muruaga, ni la
muerte puede, carajo! ■
Excelente Tere esta, tu minuciosa descripción de la lucha con la muerte. Todos en este sentido somos un poco Viejo Muruaga. Algunos, más obstinadamente. Felicitaciones.
ResponderEliminarGraciela Ur.
Mil gracias, querida Gra. Es una alegría enorme que ya estés por acá. Te quiero mucho, amigaza.
Eliminarbesotes
Como dice Graciela todos sentimos que cada día le ganamos a la muerte. Me encantó el relato y su prosa. Muy bueno felicitaciones.
ResponderEliminarTeresa qué linda estás en esa foto. Un placer encontrarte con este relato, cuando nos conocimos en San Luis hace unos años, leí la plaqueta que me diste y ahí nomás, se me quedó grabado que eras una interesante poeta y ahora este otro costado de lo literario que habla igual de vos. Un abrazo
ResponderEliminarLily Chavez