María Luisa Bombal (1910-1980)
La maravillosa discontinuidad del
transcurso interior
María Luisa
Bombal nació en el Paseo Monterrey de Viña del Mar, el 8 de junio de 1910. A los ocho años de
edad, tras la muerte de su padre, se trasladó a París, donde terminó su
educación escolar. Posteriormente, ingresó a la Facultad de Letras de La Sorbonne , culminando su
carrera con la presentación de una tesis sobre Prosper Mérimée. Regresó a
Chile en 1931, en el trasatlántico Reina del Mar. A su arribo a las costas
chilenas la esperaban su madre Blanca Anthes Precht, sus hermanas y un joven
llamado Eulogio Sánchez Errázuriz, amigo de la familia, con quien inició una
relación amorosa que la obsesionaría durante toda su juventud.
En 1933, tras
una separación dolorosa y obligada de Eulogio, decidió partir a Buenos Aires
invitada por su amigo y cónsul Pablo Neruda. En esta ciudad participó del
movimiento intelectual de la época, reuniéndose con los escritores integrantes
de la revista Sur. En 1935 inició su carrera literaria, publicando su primer
libro, La última niebla. Posteriormente, en 1938 lanzó su novela más
importante, La amortajada. En agosto de 1940 regresó a Chile, trayendo
consigo los manuscritos de “El árbol” y “Las islas nuevas”. Al año siguiente,
fue encarcelada tras haber intentado asesinar a su antiguo amante, Eulogio
Sánchez; pero estuvo sólo unos pocos meses en la cárcel. En 1944 decidió
trasladarse a Estados Unidos, donde vivió por más de 20 años. El primer período
de residencia en este país fue de mucha soledad, trayéndole como consecuencia
una severa adicción al alcohol. Posteriormente, conoció a Fal de Saint Phalle,
un noble francés dedicado a los negocios, con quien se casó el 1 de abril de
1944 y tuvo una hija, llamada Brigitte, mismo nombre de la protagonista de su
segunda novela. Durante esta época siguió escribiendo, sobre todo obras de
teatro. Publicó La historia de María Griselda en 1946, y trabajó para la UNESCO. A pesar de
llevar muchos años en el extranjero, nunca renunció a su pasaporte chileno, lo
que limitó sus posibilidades de recibir premios en los países donde había
desarrollado parte importante de su carrera de escritora.María Luisa Bombal
regresó a Chile en varias ocasiones. En diciembre de 1969 falleció su esposo y
al poco tiempo partió a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1973.
Posteriormente, viajó a Chile para quedarse de manera definitiva.
Las penas y el
alcohol debilitaron su salud. María Luisa Bombal murió el 6 de mayo de 1980, en
completa soledad en una sala común de un hospital público, sin haber obtenido
elPremio Nacional de Literatura. La obra inédita de María Luisa Bombal fue
recopilada y publicada, en conjunto con sus novelas más conocidas, dieciséis
años después por Lucía Guerra bajo el título de Obras completas.
Lo Secreto
Sé muchas cosas
que nadie sabe.
- Conozco del
mar, de la tierra y del cielo infinidad de secretos pequeños y mágicos.- Esta
vez, sin embargo, no contaré sino del mar.
Aguas abajo,
más abajo de la honda y densa zona de tinieblas, el océano vuelve a iluminarse.
Una luz dorada brota de gigantescas esponjas, refulgentes y amarillas como
soles.
Toda clase de
plantas y de seres helados viven allí sumidos en esa luz de estío glacial,
eterno...
Actinias verdes
y rojas se aprietan en anchos prados a los que se entrelazan las transparentes
medusas que no rompieran aún sus amarras para emprender por los mares su
destino errabundo.
Duros corales
blancos se enmarañan en matorrales estáticos por donde se escurren peces de un
terciopelo sombrío que se abren y cierran blandamente, como flores.
Veo hipocampos.
Es decir, diminutos corceles de mar, cuyas crines de algas se esparcen en lenta
aureola alrededor de ellos cuando galopan silenciosos.
Y sé que si se
llegarán a levantar ciertas caracoles grises de forma anodina puede encontrarse
debajo a una sirenita llorando.
Y ahora
recuerdo, recuerdo cuando de niños, saltando de roca en roca, refrenábamos
nuestro impulso al borde imprevisto de un estrecho desfiladero. Desfiladero
dentro del cual las olas al retirarse dejaran atrás un largo manto real hecho
de espuma, de una espuma irisada, recalcitrante en morir y que susurraba,
susurraba... algo así como un mensaje.
¿Entendieron
ustedes entonces el sentido de aquel mensaje?
No lo sé.
No lo sé.
Por mi parte
debo confesar que lo entendí.
Entendí que era
el secreto de su noble origen que aquella clase de moribundas espumas trataban
de susurrarnos al oído...
-Lejos, lejos y
profundo -nos confiaban- existe un volcán submarino en constante erupción.
Noche y día su cráter hierve incansable y soplando espesas burbujas de lava
plateada hacia la superficie de las aguas...
Pero el
principal objetivo de estas breves líneas es contarles de un extraño, ignorado,
suceso, acaecido igualmente allá en lo bajo.
Es la historia
de un barco pirata que siglos atrás rodara absorbido por la escalera de un
remolino, y que siguiera viajando mar abajo entre ignotas corrientes y
arrecifes sumergidos.
Furiosos pulpos
abrazábanse mansamente a sus mástiles, como para. guiarlo, mientras las
esquivas estrellas de mar animaban palpitantes y confiadas en sus bodegas.
Volviendo al fin de su largo desmayo, el Capitán Pirata, de un solo rugido,
despertó a su gente. Ordenó levar ancla.
Y en tanto,
saliendo de su estupor, todos corrieron afanados, el Capitán en su torre, no
bien paseara una segunda mirada sobre el paisaje, empezó a maldecir.
El barco había
encallado en las arenas de una playa interminable, que un tranquilo claro de
luna, color verde-umbrío, bañaba por parejo.
Sin embargo
había aún peor:
Por doquiera
revolviese el largavista alrededor del buque no encontraba mar.
-Condenado Mar -Vociferó-. Malditas marcas que maneja el mismo Diablo. Mal rayo las parta. Dejarnos tirados costa adentro... para volver a recogernos quién sabe a qué siniestra malvenida hora...
-Condenado Mar -Vociferó-. Malditas marcas que maneja el mismo Diablo. Mal rayo las parta. Dejarnos tirados costa adentro... para volver a recogernos quién sabe a qué siniestra malvenida hora...
Airado, volcó
frente y televista hacia arriba, buscando cielo, estrellas y el cuartel de
servicio en que velara esa luna de nefando resplandor.
Pero no
encontró cielo, ni estrellas, ni visible cuartel.
Por Satanás. Si
aquello arriba parece algo ciego, sordo y mudo... Si era exactamente el reflejo
invertido de aquel demoníaco, arenoso desierto en que habían encallado.
Y ahora, para
colmo, esta última extravagancia. Inmóviles, silenciosas, las frondosas velas
negras, orgullo de su barco, henchidas allá en los mástiles cuan ancho eran...
y eso que no corría el menor soplo de viento.
-A tierra. A
tierra la gente -se le oye tronar por el barco entero-. Cargar puñales,
salvavidas. Y a reconocer la costa.
La plancha
prestamente echada, una tripulación medio sonámbula desembarca dócilmente;
su Capitán último en fila, arma de fuego en mano.
La arena que
hollaran, hundiéndose casi al tobillo era fina, sedosa, y muy fría. Dos bandos.
Uno marcha al Este. El otro, al Oeste. Ambos en busca del Mar. Ha ordenado el
Capitán. Pero...
-Alto
-vocifera deteniendo el trote desparramado de su gente-. El Chico acá de
guardarrelevo. Y los otros proseguir. Adelante.
Y El Chico, un
muchachito hijo de honestos pescadores, que frenético de aventuras y fechorías
se había escapado para embarcarse en "El Terrible" (que era el nombre
del barco pirata, así como el nombre de su capitán), acatando órdenes, vuelve
sobre sus pasos, la frente baja y como observando y contando cada uno de ellos.
Vaya el
lerdo... el patizambo... el tortuga -reta el Pirata una vez al muchacho frente
a él; tan pequeño a pesar de sus quince años, que apenas si llega a las
hebillas de oro macizo de su cinturón salpicado de sangre.
"Niños a
bordo" -piensa de pronto, acometido. por un desagradable, indefinible
malestar.
-Mi Capitán
-dice en aquel momento El Chico, la voz muy queda-, ¿no se ha fijado usted que
en esta arena los pies no dejan huella?
-¿Ni que las
velas de mi barco echan sombra? -replica éste, seco y brutal.
Luego su cólera
parece apaciguarse de a poco ante la mirada ingenua, interrogante con que El
Chico se obstina en buscar la suya.
-Vamos, hijo
-masculla, apoyando su ruda mano sobre el hombro del muchacho-. El mar no ha de
tardar...
-Si, señor
-murmura el niño, como -quien dice: Gracias.
Gracias. La
palabra prohibida. Antes quemarse los labios. Ley de Pirata.
¿Dije Gracias?
" -se pregunta El Chico, sobresaltado.
"¡Lo
llamé: hijo!" -piensa estupefacto el Capitán.
-Mi Capitán
-habla de nuevo El Chico en el momento del naufragio...
Aquí el Pirata
parpadea y se endereza brusco.
-...del
accidente, quise decir, yo me hallaba en las bodegas. Cuando me recobro, ¿qué
cree usted? Me las encuentro repletas de los bichos más asquerosos que he
visto... -¿Qué clase de bichos?
-Bueno, de
estrellas de mar... pero vivas. Dan un asco. Si laten como vísceras de humano
recién destripado... Y se movían de un lado para otro buscándose, amontonándose
y hasta tratando de atracárseme...
-Ja. Y tú
asustado, ¿eh?
-Yo, mas rápido
que anguila, me lancé a abrir puertas, escotillas y todo; y a patadas y
escobazos empecé a barrerlas fuera. Cómo corrían torcido escurriéndose por la
arena! Sin embargo, mi Capitán, tengo que decirle algo... -y es que noté... que
ellas sí dejaban huellas...
El Terrible no
contesta.
Y lado a lado
ambos permanecen erguidos bajo esa mortecina verde luz que no sabe titilar,
ante un silencio tan sin eco, tan completo, que de repente empiezan a oír.
A oír y sentir
dentro de ellos mismos el surgir y ascender de una marea desconocida. La marea
de un sentimiento del que no atinan a encontrar el nombre.
Un sentimiento
cien veces mas destructivo que la ira, el odio o el pavor. Un sentimiento
ordenado, nocturno, roedor. Y el corazón a él entregado, paciente y resignado.
-Tristeza -murmura al fin El Chico, sin saberlo. Palabra soplada a su oído.
-Tristeza -murmura al fin El Chico, sin saberlo. Palabra soplada a su oído.
Y entonces,
enérgico, tratando de sacudirse aquella pesadilla, el Capitán vuelve a
aferrarse del grito y del mal humor.
-Chico, basta.
Y hablemos claro, Tú, con nosotros, aprendiste a asaltar, apuñalar, robar e
incendiar... sin embargo, nunca te oí blasfemar.
Pausa breve;
luego bajando la voz, el Pirata pregunta con sencillez.
-Chico, dime,
tú has de saber... ¿En dónde crees tú que estamos?
-Ahí donde
usted piensa, mi Capitán -contesta-, respetuosamente el muchacho..
.-Pues a mil
millones de pies bajo el mar, caray -estalla el viejo Pirata en una de esas
sus.famosas, estrepitosas carcajadas, que corta súbito, casi de raíz.
Porque aquello que quiso ser carcajada resonó tremendo
gemido, clamor, de aflicción de alguien que, dentro de su propio pecho,
estuviera usurpando su risa y su sentir; de alguien desesperado y ardiendo en
deseo de algo que sabe irremisiblemente perdido. ■
El capitán-pirata sabe que su buque naufragó y comprende que tanto él como su tripulación han muerto.
ResponderEliminarProsa surrealista que combina la historia con la descripción de las maravillas del mar profundo.
Felicitaciones a la Revista por esta publicacióm
MARITA RAGOZZA
Conocía a la autora pero nuca la había leído y ahora puedo decir que la descubro con placer, un relato intrigante y poético, Carlos Arturo Trinelli
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