Andrés Aldao
Luisa está en Canadá
«Parece que es la muerte
aunque sólo parezca»
aunque sólo parezca»
Difusas Garrapatas
Ernesto Bavio
No llama la atención. Es como una
sombra. O un pétalo que navega sin rumbo. Esa mañana le dijo Luisa: Me voy a
Canadá. Parto el martes; aquí no se puede vivir. Lo sabía; escuchó a Luisa
contárselo a las amigas. ¿Un rumor tonto, o una noticia bastarda de la tele?
Piensa.
¿Quién es la Señora Iris ?? ¿la madre? Y
bueno, hay coincidencias peores. Despecho; o dolor circular… gira gira y retorna al punto de
partida. Agarra la correa de cuero. Hermosa correa de
cuero, prestigio de otros tiempos.
¿Hubo otros tiempos? ¿Otros espacios?
Sí. Distintos. No tan solitarios. El
pichicho mete la cabeza en el aro. Magia y fidelidad. El perro la tironea; se
le ocurre que está desvanecida. Y él, temeroso, sacudiéndola, trata de
devolverla al mundo éste. ¿Luisa se va a acordar de ella? Señora Iris, señora
Iris. Son voces que inventa, ¿o la
llaman? ¿o las escucha? Miran al perro y le hacen muecas de simpatía, le
acarician la testa. A ella ni la ven. Es plana. Transparente. Vacía. Piensa.
Un silencio irreal se retuerce en las
calles. Gatos erguidos y arrogantes pasean prepotentes. El perro los contempla,
celoso, con ganas de correrlos; él está prendido a una correa.
Regresa. La casa vacía, grande, muda. No
llama la atención. Ahora que Luisa se va quedarán las paredes, el reloj
despertador, el malvón en la maceta negra. Y el silencio. Y algunas fotos que
se irán poniendo rancias. Como ella. No se queja. Piensa.
El barrio está callado y triste. Todo
abandono, soledad, casas con angustias, y gatos. Gente que habla sola. Luisa se
va al Canadá. Es joven y tiene aprensión. Hay un sólo espejo en la casa;
trastoso, inservible. Ella pasa de largo; ni recuerda la cara que tiene. ¿Para
qué? Sabe que fue, que ya no es.
Algunas paredes están despintadas, el
revoque flácido, los pisos gibosos. Se siente como un espectro desafinado.
Cosas raras esas cosas. El sol no calienta: no es como antes cuando siempre
había rayos tórridos. ¿En Canadá habrá sol para Luisa? No sabe si Luisa sigue
siendo su Luisa. No le importa. Cristóbal Colón no descubrió Canadá. Piensa.
Luisa soñará en Canadá y la Señora Iris llorará su
ausencia; las habitaciones vacías, los estucos crujientes, la jaula con el
canario muerto, la ternura desgranada. Se va a Canadá, Luisa; lleva una valija
de cartón, sus entrañas, las caricias en la memoria. Le deja la soledad, el
perro. Y el zaguán sin la bombita de cuarenta watt’s.
Hay en el cuarto rectángulos claros;
señales de algo que tuvo vida y ha muerto. La mancha en la pared. Y la cama y
la colcha que conservan, aún, la hendidura tibia de las formas de Luisa. La
tierra da vueltas sobre su eje pero el tiempo se detuvo. Piensa.
La vieja parra se va secando. Está sola,
la vivienda parece un nicho; la Señora Iris, el perro y el viento que da la
vuelta. Y Luisa viaja a Canadá. Se cortó el cordón umbilical. Ahí quedó la
casa: y la cama solitaria. Luisa y Canadá. El silencio tan penetrante. El vacío
que duele. Las paredes despobladas, la pena que deteriora. Y dentro del alma,
soledad y memoria. Dúo a dos voces. A capella. Piensa.
Vislumbra la ranura del buzón. Remoto, árido,
hueco, disponible. Una espera que la acalambra. No hay cartas. Luisa está en
Canadá. ¿Estará realmente allí? Dos líneas paralelas que nunca se van a
encontrar. Tampoco en el infinito. El viejo atlas descompajerinado, marchito,
como las hojas marrón terroso de la parra. Busca Canadá, las ciudades y los
ríos, los bosques y sus lagos. Allí vivirá Luisa mientras ella espera. La
tierra es plana, sabios de Salamanca. Como el mapa. El tiempo transcurre. Sigue paseando con el
perro y la correa. Los gatos acechantes contemplan con ojos mordaces: apabullan,
atemorizan. Malditos.
Ve a la mujer de los otros días. Una
sombra. Como ella. Tal vez más alta pero igual de esmirriada. ¿La hija estará
también en Canadá? Tal vez ¿O tal vez sí? Piensa.
El barrio vacío. Ausencias que dan pena.
Andan juntos el perro con la correa, los ruidos invisibles, las parecitas
desastradas, el viento que da la vuelta.
Luisa no está. Se fue a Canadá. Los
vecinos, las criaturas, los viejos, también se van. Al silencio, a la nada, a
la bóveda celeste; o a la cruz del sur. No a Canadá. Es triste, es un pecado. Piensa.
Irse del barrio es como morir; abandonar
los malvones, el helecho, dejar desamparadas las cuatro letras que garabateó
Luisa con su voz cuando era pequeña, eme/a/eme/a.
Y no, no pensaba entonces irse a Canadá,
barrunta la Señora Iris.
Sus ojos, tiesos, puestos en la casilla. Pasea menos; casi no sale. El perro ha
envejecido, la correa colgada, inútil. Hay sombras de día y tinieblas de noche.
Planeta globo, cretino.
No se levanta. Permanece tumbada sobre
el sillón frente al zaguán. Ya no ve con nitidez. Advierte la punta del sobre y
algunos colores. ¿Señuelo? ¿Será la carta de Luisa y ella no podrá leerla?.
Piensa.
Arco iris, fuegos artificiales, granizo,
lluvia de meteoritos en el vértice de un sobre. Y en el sobre que ella no podrá
leer dirá: Señora Iris, Su Perro y El Viento Que Da La Vuelta. Será de Luisa
que está en Canadá. Estrujada en un mapa de papel plano, sabios de Salamanca...
Piensa.
Hora de irse del barrio. Es como morir, ¿no?
La Señora Iris, el Perro y el Viento que da la Vuelta. Piensa.
Última Vuelta. ¿Y Luisa? Luisa está en
Canadá/ y ya no volverá. Piensa ■
Abandonar los malvones, dejar las paredes que guardan el recuerdo, no abrir una carta, y el "viento que da vuelta" nos devuelve aquello que somos, nuestra propia construcción.
ResponderEliminarTenso y dramático relato.
Gracias Andrés,
Ofelia
Con una estética literaria se plantea el desarraigo, la nostalgia, la soledad y el dolor que impide abrir una carta, dolor que se transmite al que lee y que impacta el ánimo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLa carta despierta la fragilidad y el desgarro de la protagonista y ahonda su estado de extrañeza en el que vive, donde los objetos y las personas han cambiado de lugar.
ResponderEliminarNuevos planos verbales, otra forma de expresividad y una gran visceralidad en esta ficción sobre la realidad exílica.
Excelente, Andrés.
MARITA RAGOZZA
Que elíptica sencillez para redefinir al vacío, a la ausencia y a la soledad entrañable de una hija...para una mujer que, además, sufreel advenimiento de la vejez. Un cuento muy atrapante!!!!Gracias!! Susana Macció
ResponderEliminarEl relato me acompañó por ese recorrido sentimental que tiene que ver con la soledad, que se manifiesta en la madre que está envejeciendo y todo cambia cuando la mente se vuelve más lenta y añorativa.
ResponderEliminarVidas, desarraigo y el perro fiel.
Abandono la tristeza primera y me quedo con la satisfacción del relato que atrapa. Muy bueno, Andrés, muy bueno
Betty Badaui
Un relato donde el principio y el final se tocan cerrando magistralmente la redondez del relato sin dejar de presentarnos el deterioro y el paso de los años que carcomen los lugares físicos y la vana vida. Pero intimida ver la verdad.
ResponderEliminarExelente
Sra Iris y su perro, viento que da la vuelta, parece ser palabras claves para este magistral jeroglífico que es la vida y que tan bien lo relata el autor.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
amelia