lunes, 9 de abril de 2012

Carlos Arturo Trinelli

CARLOS ARTURO TRINELLI


                                    
  El hombre de abajo

     Todos los días, a la misma hora, Aníbal saca a pasear el perro. El perro es un caniche toy de rulos cenicientos. Aníbal llama el ascensor, alza a Piru y juntos bajan al palier de entrada y luego a la calle. Allí, lo deposita en el piso, Piru se sacude y comienzan a caminar. Cada uno en lo suyo, Aníbal con el propósito de comprar el diario. Piru con la idea fija de leer olores. Caminan hasta la avenida donde está el kiosco. El diariero le hace bromas a Piru que este no entiende pero responde con rezongos. Los dos hombres ríen, el diariero de manera franca. Aníbal contenido, no es afecto a las risas y así crió al perro.
     Esteban vive en el piso de arriba justo encima del departamento que ocupa Aníbal. Departamentos indicados con la letra “A” y que poseen balcón a la calle. Esteban no tiene perro para pasear pero en su casa convive con un gato, animal que no requiere paseo. Un gato y una esposa. La esposa pasea sola y a veces, lo hacen juntos.
     Si bien Aníbal y Esteban no se conocen, saben uno del otro y han coincidido en el uso del ascensor o se han cruzado en el recibidor de entrada al edificio.
     Esteban y Violeta, su esposa, leen los diarios en Internet y trabajan los días de semana. Trabajos que no son objeto del relato.
     Aníbal no trabaja, es jubilado. En consecuencia, no es frecuente que se vean.
     A Esteban no le cae bien el perro que acompaña a Aníbal. Al perro no le cae bien Esteban, suponemos que percibe el olor de gato. Este hecho menor queda registrado un día en el ascensor en que el perro no deja de gruñirle en el viaje. Todo hecho menor tiene su implicancia. En este caso el hecho es que Esteban no mire a Aníbal.
     Los domingos, Esteban y Violeta bajan juntos, caminan hasta la avenida, desayunan en un bar y leen los diarios.
     El día en que comienza esta historia el ascensor se detiene en el piso de abajo para que suban Aníbal y su perro Piru.
     El perro, en brazos de Aníbal, comienza a gruñirles a Esteban y Violeta entonces, el hombre de abajo dice:-Piru, sé bueno con los vecinos ellos no hicieron nada…
     El perro ignora lo que dice Aníbal y este se dirige a la pareja para concluir la frase:-¿Verdad que no hicieron nada?
     Violeta se da por aludida:-No perrito, no hicimos nada.
     El viaje concluye y dejan atrás al hombre de abajo y al perro, sin embargo, una duda o una alerta, o las dos, se instalan en el cerebro de Esteban.
     Una duda con fundamentos de razón. Una duda que indetermina el ánimo de Esteban y lo obliga, aquí el alerta, a poner atención en una singularidad, el timbre de voz de Aníbal y su inflexión irónica.
-¿En qué pensás? Le pregunta Violeta en el bar.
-Nada importante, responde Esteban y alza el pocillo de café hacia los labios cosa que no impide que los ojos visualicen el paso del hombre de abajo y su perro. El eco del recuerdo de la voz del vecino se patentiza en la memoria y Esteban exclama (en voz demasiada alta) :-¡Qué hijo de puta!
     Algún parroquiano lo oye y lo mira, Violeta se sorprende y pregunta:-¿Quién?
-Nadie, pensaba en voz alta.
-Ojo con lo que pensás para afuera, dice Violeta con ironía.
     Violeta es quince años menor que Esteban que tiene sesenta y acostumbra a contener a su esposo. Lo hace con una mezcla de buen humor y ternura que, si se observa de manera neutral, podemos inferir que no es otra cosa que amor. Una de las formas del amor que, como Universo, contiene todas las formas.
     Esteban no le presta atención concentrado como está en eliminar la duda y mantener el alerta.
     Ese domingo transcurre con la fatalidad de conocer que el inexorable lunes los aguarda. Ello no impide que Esteban trace un plan. El plan comienza el lunes. Baja más temprano para tener tiempo de detenerse a conversar con Pedro. Pedro es el portero del edificio. Un morocho robusto de nuca erizada pegada al cuello. Pedro es menor que Esteban cosa que a Esteban no  sorprende ya que a su edad casi todos comienzan a serlo.
     Esteban tiene un prejuicio con el encargado. No le agrada su modo sentencioso y parco al que relaciona con una sutileza para trabajar propinas. Esteban se supera y le pregunta:-¿Conoce al hombre del 4to.”A”?
-El viejo del perro, asegura Pedro.
-Ése mismo ¿a qué se dedica?
     Pedro, sin dejar la manguera con la que lava la vereda y sin mirarlo, responde:-Por lo que sé,  pasea al perro y es jubilado.
     Por un instante el plan de Esteban hace agua como la vereda. Se recompone para decir:-Trate de averiguar de qué se jubiló, sea discreto y sabré reconocerlo.
     La frase le sale sin artificios y simplifica los ensayos del día anterior en su mente.
     Pedro no dice nada y Esteban se va al trabajo
     El plan continúa en el fin del día. Monta guardia en el balcón para atisbar el paseo de Aníbal y el perro. Para ello omite cenar con Violeta. La mujer sugiere que le de una explicación y Esteban se compromete a hacerlo en breve y baja al recibidor del edificio. Allí espera a que el viejo regrese con el perro.
     El hombre de abajo entra y alza al perro. Se saludan, el perro gruñe. Cuando el hombre de abajo  le da la espalda, Esteban dice:-Disculpe ¿no nos conocemos usted y yo?
     Aníbal, el hombre de abajo, gira y lo mira fijo. Esteban se intimida pero no reconoce la mirada.
-Claro que sí, comienza a decir Aníbal,-vivimos en este edificio. Usted arriba, yo abajo, usted tiene un gato y una esposa, yo, un perro ¿acaso, no le respondí el saludo? Agrega en tono provocativo de ironía.
-Si, no es un tema de educación, me  refiero…titubea Esteban,-a si nos conocemos de antes.
-De ser así, no lo recuerdo, a mi edad se ha conocido mucha gente, si pudiera usted precisar.
     Todavía el hombre de abajo se queda un instante con sus diminutos ojos claros clavados en Esteban. Luego se va, llama  al ascensor y desaparece en su interior como devorado por una bestia mecánica. Esteban sale y fuma un cigarrillo bajo la noche.
     De regreso en su departamento ensaya excusas con Violeta y promete explicaciones que como toda promesa es incierta en el futuro.
     Esa noche en la cama lo azuza un temor y una certeza, no es la mirada del hombre de abajo una alerta, es la voz, la inflexión de la voz, el alerta y el temor. Antes de dormirse reflexiona en lo que significa el miedo. El miedo es un sentimiento, la valentía no. El miedo es un auténtico maestro. Se duerme y se sueña a tientas con una venda mugrienta en los ojos.
     El día pasa sin novedades. Al fin del día siguiente recibe la visita de Pedro. Esteban sale al palier y retira a Pedro del brazo hasta el comienzo de las escaleras.
     Pedro le dice en voz baja:-Es un jubilado estatal pero no pude saber de cual repartición, hace una pausa. El momento pierde su dinámica, Esteban lo mira con curiosidad, entonces agrega:-Es soltero, no recibe visitas, lleva una vida repetida.
     Esteban piensa en que todas las vidas son repetidas, luego le palmea un hombro y pone un billete en la mano de Pedro.
     Pasan unos días neutros y sin embargo Esteban esta ahí, a la espera de cosas. Violeta le plantea que parece víctima de una obsesión indescifrable. Él solo responde de manera enigmática que su obsesión pasa por no ser un derrotado de la vida. Violeta lo abraza. Violeta conoce el pasado de Esteban. Un pasado pegajoso. Un pasado siempre dispuesto a reaparecer en forma de fantasmas. La única manera que tienen los pasados de hacerse visibles. Además, el pasado de Esteban es una ruina y las ruinas no desaparecen, no terminan de desaparecer.
     Es viernes, miran una película, los protagonistas buscan filmar a un tiburón blanco y se suceden las clásicas escenas, un sensato que remarca el peligro, dos aventureros que lo desoyen y el tiburón, que con buen tino, se engulle parte de un protagonista. No hay moraleja, no hay metáfora, no hay reflexión, solo imágenes. Imágenes exitosas y es que Dios está del lado de los que no piensan, piensa Esteban y se siente cerca de ése Dios y no quiere estarlo.
     Violeta observa como Esteban se incorpora y sale del departamento. Luego no puede seguir la observación. Nosotros nos vamos con Esteban al 4to. “A”. Vemos que pulsa el timbre del hombre de abajo. Un cíclope lo observa por la mirilla, un perro ladra, la puerta se abre. La expresión en la cara del hombre de abajo es de asombro pero enseguida se borra con el golpe directo y certero de Esteban que le estalla la nariz como una piñata de talco rojo.
     Esteban grita:-¡Torturador hijo de puta!
     Aníbal desde el piso cierra la puerta con un pie. Piru, el perro, le ladra al pasado. ■

5 comentarios:

  1. Los pasados que son ruinas nunca terminan de desaparecer,reflexiona el narrador, hasta que " la voz" delata, una voz fantasmal incrustada en el recuerdo de Anibal.
    Magnífico, Carlos.
    MARITA RAGOZZA

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  2. Hay recuerdos que no se borran. que se llevan como una cicatriz infame y oculta. Aunque nunca se ve al torturador, hay excepciones a la regla... Una mirada casual a través de la venda, un descuido del torturador y la imagen queda empotrada como la yerra sobre el cuero. Por lo general el grupo que practica los tormentos se maneja por señas, como los sordomudos. Pero los "descuidos" son humanos. El protagonista de este relato de Trinelli no olvidó... no borró: esperó casi sin esperanzas. Pero la cicatriz se lleva en la memoria y, al menos, la trompada de Esteban descargó años de angustia. Mientras iba leyendo tenía el pálpito del final. Me sentí cumplido y hubiese abrazado a Esteban con todas las ganas. Escrito con el laconismo de quién pega el directo y se libera. Excelente, amigo, y un abrazo.
    Andrés

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  3. No sabía que comentario dejar . Solo coloco lo que me despertó . dudas...y certezas, ninguna me gusta en forma literal , el relato , si.Saludos.
    amelia

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  4. Aqui CAT juega muy bien con el instinto, ese sexto que nos advierte y nos regresa al peligro de la agonía, es un texto que se parece mas a un argumento de obra teatral donde el juego de los personajes juegan un rol casi monótono de vida pero que en Esteban juega el recuerdo de un sonido de voz que arrastra su pasado.
    Un relato que tiene el valor del autor que nos da comba como a un barrilete sin perder cola y nos mantiene en el aire hasta bajarnos a tierra a un final directo.

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  5. Como siempre muy bien escrito, aunque el final me pareció poco, un puñetazo se cura rápido, pero bueno, la venganza nunca es lo que uno soñaba...Y de todas maneras, al final, los torturadores también se mueren.

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