Silvia Cuevas-Morales |
El tren del miedo *
Estación de Barcelona, 1980
21:20
Llueve y los pasajeros y sus familiares se refugian bajo los paraguas. Algunas personas fuman antes de subirse al tren. Otras, con ojos llorosos, se despiden de sus seres queridos. Yo soy una extranjera en el exilio, o una extranjera exiliada en un país ajeno... No hay nadie que me abrace o me desee un buen viaje, pero los adioses ajenos despiertan otras despedidas en mi memoria. Recuerdos borrosos de las miradas acongojadas de mis seres queridos, que me hacen retroceder una década. Recuerdo la majestuosa cordillera como telón de fondo, los abrazos apresurados, contenidos, las esperanzas en búsqueda de un futuro mejor. Lejos de los uniformados, el miedo, el silencio. Recuerdo la tristeza de mi madre, el abatimiento de mi padre, los ojitos ilusionados de mi hermana...
21:30
¿Me puedes leer el billete? No sé leer.
Un hombre joven de unos treinta años se me aproxima. Es alto, fuerte, moreno, con unas profundas cicatrices en un lado del rostro, y una mirada penetrante que me hace retroceder cuando se acerca. Miro su billete y resulta que viajamos en el mismo compartimiento.
Llega la hora de la partida y nos sentamos en silencio uno frente al otro. Yo espero ansiosa que entre algún pasajero. Él cierra la puerta y corre las cortinas en cuanto el tren se pone en movimiento. Saca una bolsita y se lía un cigarrillo. Habla y fuma compulsivamente, sin importarle mi aparente desinterés. Yo me escabullo en mi libro.
- Me tienes miedo. Mi esposa también me temía. Murió de un susto...
Le contesto que no, para demostrarle que no me intimida, pero rápidamente me arrepiento. O está jugando conmigo o está totalmente desquiciado. Me dice que es Jesús y que el encuentro no es ninguna coincidencia. Ha venido a salvar mi vida. Que se casará conmigo y tendremos doce hijos que llevarán los nombres de los apóstoles... Intento mantener la calma pero noto como se me eriza el vello del miedo que voy sintiendo.
El tren se detiene en una estación y él se levanta para cerrar la puerta cuando un pasajero intenta entrar. Le dice que se vaya a otro sitio y ante mi mirada atónita la gente ignora mis gestos y mis ojos que les ruegan que entren.
El tren continúa su marcha y decido ir al servicio. Tal vez pueda encontrar al revisor y pedirle que me de otro asiento en otro compartimiento. No quiero dejar mis pertenencias con él tampoco. ¿Y si me roba todo lo que llevo?. Decido esperar un momento apropiado.
Seguimos hablando, a pesar de mi miedo siento curiosidad por saber lo que piensa. Se pone más efusivo e insiste en cuánto le gusto. Las connotaciones sexuales surgen en la conversación como pequeños dardos que me irritan. Me enfado y me encuentro con su ira. Siento que se me ha acabado la suerte y que ha llegado mi hora. Él camina irritado en el angosto espacio entre los asientos.
- Yo te voy a mostrar a Jesús.
Me paralizo. En cuestión de segundos se medio desviste. Me muestra su espalda desnuda donde tiene un enorme tatuaje del rostro de Jesucristo. Le cubre toda la espalda y el detalle es increíble. Respiro aliviada. Se vuelve a poner la camisa y me pregunta si me gusta. No quiero mentir, tampoco quiero seguirle el juego con todo lo que dice.
- No me gustan mucho los tatuajes, pero si a ti te gusta eso es lo que importa...
Eso le gusta y se tranquiliza. Sigue hablando y vuelve a hacer preguntas personales de índole sexual.
- Quiero estar contigo en Madrid...
Le digo que mi novio, Antonio, me esperará en la estación.
- Nos vamos a casar cuando regresemos a casa...
Se vuelve a enfadar y alza la voz para decirme que no puedo casarme con este tal Antonio, que estoy destinada a ser su mujer, que pariré sus doce hijos... Mira constantemente su reloj pero me pregunta la hora. Balancea el pie con impaciencia, sigue fumando y me mira con los ojos brillantes de deseo.
Tras una eterna e incómoda pausa comienza a relatarme sus visiones.
- He visto a Dios, a los apóstoles, al Cristo. He visto cadáveres... cientos de cuerpos sin nombres...
La muerte parece fascinarle y me dice que él vivirá hasta llegar a los ciento veinte años de edad. Yo también puedo cuando me case con él. Me refugio en las páginas de mi libro otra vez. Su mirada me da pavor pero no quiero que lo note. Busco desesperadamente cómo reaccionar y no perder el control de la situación. Esta vez yo le hago las preguntas.
- ¿Dónde trabajas? ¿Estás de vacaciones?
Me responde que tiene un permiso hasta dentro de unos días en que tiene que regresar al sanatorio donde trabaja. Extrae unos papeles del bolsillo y me los muestra para que los lea:
Jesús José Martínez Álvarez
Sanatorio Psiquiátrico Penitenciario de Alicante
Mi corazón late con fuerza. No trabaja allí, es uno de los reclusos. Me siento al borde de mi asiento, al borde del precipicio. Coge los papeles y se los guarda y continúa relatándome sus visiones:
Está en el mar, respira y camina por el fondo del mar. Miles de cadáveres lo acosan, le tiran dardos, rocas, clavos... me pregunta si le creo y yo digo lo que quiere oír. Con el miedo miento, me invento un mundo de fantasía. Tal vez lo pueda conmover si le cuento una historia triste...
Jesús cree que él es la reencarnación de Jesucristo y que su propósito es casarse conmigo para salvarme y luego procrear para salvar la tierra con nuestros vástagos. Yo le digo que creo que nuestro encuentro es significativo. Que yo me encuentro de viaje porque no me queda mucho tiempo de vida. Amo a mi novio y quiero casarme con él antes de morir. Me pregunta sobre mi tratamiento, posibles curas. Yo miento, radiación, quimioterapia, efectos. Su rostro refleja tristeza y una lágrima solitaria aparece en su mirada.
- Te esperaré, sanarás. Nos hemos conocimos para que puedas salvar tu vida. Es la divina providencia...
2:30
Por fin otra estación, con un poco de suerte alguien entrará. Miro a través del cristal sucio de la puerta y sólo veo mi mirada aterrada. Dos personas entran en el compartimiento. Un hombre y una mujer. Otras dos mujeres miran y yo les ruego que entren pero me ignoran y desaparecen. Yo intento no mirar a Jesús que respira airado. Pretende que viaja conmigo y sitúa su mochila encima de la mía. Él aparenta familiaridad y me trata como si me conociera hace años. Comienza a llamarme Remedios y me pregunta dónde deberíamos desayunar cuando lleguemos a Madrid. Intento hacerles saber a la pareja que no viajo con él.
- Te dije que mi novio me estará esperando en la estación. Y mi nombre no es remedios.
Se enfurruña y por fin se duerme. La pareja me mira con curiosidad. Tengo demasiado miedo para hablarles pero encuentro mi bolígrafo y les paso una nota: “Por favor déjenme bajar del tren con ustedes. Está LOCO.”
Jesús duerme pero a pesar de tener los ojos cerrados siento su mirada. Su pie descansa en el borde de mi asiento. Me siento atrapada y cuando intento levantarme me habla sin abrir los ojos
- Remedios, ¿estás bien? Deberías dormir un poco.
Por suerte no tengo sueño. El miedo me mantiene alerta. La mujer parece percatarse de lo que sucede y comienza a charlar para rebajar la tensión. Se acaba de divorciar y también anda de viaje. Su primera vez en Europa. Su amabilidad dura unos minutos y pronto se olvida de mí, centrando toda su atención en el hombre que va sentado a su lado. Éste sonríe y juega con su alianza. Ella dice que tiene frío y él, de forma galante, la cubre con su abrigo. Jesús abre los ojos e intenta continuar con “nuestros” planes.
5:30 am
Otra estación, dos jóvenes entran en el compartimiento a pesar de los comentarios de Jesús de que ya están demasiado lleno. El resto los invitamos a pasar. Uno de los jóvenes es de La mancha. Bajito, moreno y es imposible no ver una profunda cicatriz en la frente. Su amigo es un joven tímido que tiene que regresar al cuartel tras un permiso de fin de semana. El manchego habla sin parar y cada dos palabras suelta un taco, pero es divertido y sus chistecitos que normalmente me irritarían ahora me alivian la tensión. Nos reímos y compartimos unos cacahuetes. Jesús no lo soporta más y me ordena que vuelva a mi lectura. Le digo que estoy cansada y él les dice a los demás que se callen porque necesito descansar. Todos acatan su orden, incluso el manchego. No leo y los animo a seguir charlando. Hablamos en voz baja y Jesús me mira con frialdad. Evito sus ojos. Siento una profunda rabia hacia él. Me acomodo de lado y apoyo la frente en mi mano, que me hace de visera. Ahora no puede verme el rostro. Oigo su respiración, sus bufidos de animal enfurecido. De repente me habla con una voz suave y me pregunta si me siento bien. Ignoro su pregunta.
Me siento muy cansada pero no pienso dormirme. Me enciendo un cigarrillo. Hace muchísimo frío y hay poca luz. El humo de los jóvenes y mío hacen que el aire sea casi irrespirable. Jesús se enfada y nos ordena que dejemos de fumar. Siento su ira como un fuego arrasador. Ninguno de los otros dice nada y se refugian en el silencio.
5:30 Madrid
El tren se detiene. Con desesperación intento pensar en qué hacer, en cómo deshacerme de Jesús. Al bajar hace mucho frío, aún está oscuro. Jesús está evidentemente de mal humor. Los dos jóvenes desaparecen rápidamente. Yo intento caminar al mismo ritmo que la mujer que ahora se cuelga del brazo de su acompañante. Jesús me pisa los talones. Siento su ira. Ahora sacará una navaja y me apuñalará. La mujer sigue coqueteando con su acompañante y se pierden en la fila de pasajeros que se mezcla con algunas personas que reciben con los brazos abiertos a sus familiares. Miro a mi alrededor intentando encontrar a algún hombre con aspecto respetable para lanzarme a sus brazos y decirle con rapidez lo que sucede. No puedo ver a nadie que encaje con lo que busco...
-Tengo que buscar a Antonio.
Hace frío y Jesús insiste en que tomemos un café juntos y que él me ayudará a encontrar a Antonio. Le explico que quiero verlo a solas. Mientras pasamos una cafetería veo dos policías. Lo noto inquieto. Es evidente que no quiere que nos acerquemos a ellos. Le digo que le escribiré, que tengo que buscar a Antonio. Al pasar al lado de los policías dejo caer mi bolso y ellos se alertan con el ruido. Se despide apresuradamente y me da un abrazo. Ya puedo sentir el cuchillo que penetra la tela de mi abrigo... me suelta y se aleja con paso rápido.
Me toco en búsqueda del navajazo. Nada. Me acerco a un bar y pretendo estar buscando a alguien con mi mirada. Siento que me observan desde la distancia. Sé que Jesús está vigilando mis movimientos. Me dirijo a una cabina y finjo que hago una llamada. Abatida me siento en un banco durante horas. No conozco a nadie en esta ciudad, todavía no he reservado alojamiento, y todavía está demasiado oscuro para aventurarme a salir. Pasan las horas y por fin me animo a abandonar la estación. El aire fresco me da fuerzas y me subo a un taxi. Le digo al taxista que me lleve a la Puerta del Sol, donde me han dicho que hay muchas pensiones y hostales económicos.
- Puerta del Sol por favor.
El taxista pone el motor en marcha y abandonamos la estación. Le pregunto si puede recomendarme alguna pensión hasta que llame a una amiga.
- Por supuesto, para servirle, cualquier cosa que quiera sólo pregúntemelo... pregúntele a Jesús, él lo sabe todo...
* Relato finalista y publicado en el libro III Concurso Nacional Relatos de Mujeres Viajeras, 2011. Madrid, Ediciones Casiopea, 2011.
Que buen relato Silvia. Encarcela desde el comienzo y no se puede abandonar la lectura. Agil y de lectura rápida y cautivadora. Me encantó.
ResponderEliminarDenis Guerrero Ceballos
Lo mismo opino. Engancha desde el principio, es muy ágil y mantiene la tensión hasta el final.
ResponderEliminarEs increíble la velocidad del texto y uno se prende sin poder parpadear, buscando el desequilibrio siguiente.
ResponderEliminarMuy bien escrito-.
Celmiro Koryto
Guauuu, Silvia. Me has mantenido en tensión constante. Muy bueno este relato, finalista de "Mujeres viajeras". ¿Sabes? yo también fui finalista con un relato de mujeres, del Principado de Asturias "Filando cuentos de mujer". Te lo pasaré. Besos
ResponderEliminarMuy lindo relato , Silvia. Fui devorando lo más dspacio que pude cada palabra hasta el final. Y...bueno Jesús puesto en en el viaje lo ha convertido en un pequeño "infierno" con un final inesperado.
ResponderEliminarGracias.
Un abrazo
Sonia
Silvia, tu relato es apasionadamente aterrador, de una fuerza asombrosa y un ralismo que electrifica. ¡Magnífico!
ResponderEliminarBueno Silvia, has logrado un relato de suspenso que atrapa a los lectores y desean llegar al final para "saber"... Y cuando llegan quedan sobre ascuas. ¿Es justo? Por supuesto, fue la sorpresa, la crema que adorma al texto. Excelente.
ResponderEliminarandrés
Silvia, me has tenido en vilo! He pasado miedo y angustia. El final: la bomba!
ResponderEliminarAnne
Siempre me encantaron las películas y los cuentos que transcurren en un viaje, y esta historia nos hace transpirar, con buena dosis de suspenso y con un final no imaginable.
ResponderEliminarExcelente.
MARITA RAGOZZA
Muchísimas gracias a todos y todas por tomarse el tiempo de leer y comentar mi cuento. Se los agradezco de corazón. No escribo para publicar pero sí para que otras personas me lean. Gracias Andrés y Ester por compartirlo.
ResponderEliminarSilvia
He sentido miedo y lo mejor es que me he metido tanto que la protagonista tenía tu voz. Beso
ResponderEliminarHay que angustioso, y justo ahora que debo viajar! Y lo leo para encontrar la salvada final, pero NOOOO, no hay final ni salvada PLOP!
ResponderEliminarExcelente Silvia, felicitaciones un cuento fascinantemente atrapador!!
Excelente!! Me ha cautivado desde la primera letra!
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