Noche bochornosa de un viernes de noviembre. Era noche de Convención.
El cuartucho que me albergaba parecía un horno, o una sartén, las sábanas se adherían a mi cuerpo pero no osaba destaparme, algo parecía flotar en el ambiente, tenía la seguridad de que esa noche pasaría algo, lo que no podía saber si era algo bueno o malo.
La sensación me llenaba de desasosiego. Las cucarachas en el techo parecían manchas móviles
.Como el sueño tardaba en llegar me entretuve jugando a darle nombres a las manchas de humedad en el techo. Allí una nube oscura, allí una mujer embarazada, muerta; un perfil del Dante, un cordero negro, montañas, muchas montañas.
El vuelo rasante de un murciélago interrumpió mi juego.
Un ruido en la ventana me alertó. Abrí las persianas y el viento del norte entró en bocanadas calientes. Tría olor a pasto, a orín de gato, y un olor, que confundido con los otros no identifiqué.
EL ruido de unos pasos que se alejaban hizo que me asomara a la ventana. Un hombre alto delgado algo desgarbado caminaba en dirección a la playa. Llevaba una curiosa galera negra y sus glúteos descarnados se movían siguiendo el ritmo que marcaban sus piernas flacas.
Se apoderó de mí una sensación de excitación, casi olvidada. Agradable y dolorosa. No lo pensé, me saqué el camisón, salté la ventana y lo seguí.
La luna prolongaba las sombras que parecían espectros vacilantes
El hombre caminaba despacio y sus pies descalzos se marcaban en la arena que estaba tibia. Adecué mis movimientos de tal forma que mis pies cubrían las huellas que él dejaba .La noche estaba silenciosa y silenciosos eran nuestros pasos.
Pareció adivinar mi presencia y se detuvo aunque sin darse vuelta. Avancé sin temor ni prejuicios.
Tomé su mano huesuda y helada, no pareció sorprenderse, mi excitación creció por el contacto. No nos miramos.
Nuestras sombras semejaban triángulos isósceles móviles.
La arena caliente, la brisa, el hombre, hizo que sintiera como electricidad en el cuerpo. Sentía el estómago contraído y la boca sécalas sienes parecía que me iban a estallar.
Supe que había encontrado lo que siempre esperé, creo que a el le pasó lo mismo.
detuvimos nuestra marcha y los cuerpos desnudos se atrajeron como imanes, seguimos sin hablar.
Nuestros cuerpos, hablaron por nosotros el encuentro produjo un ruido como de conchillas rotas, ardimos por fuera y por dentro
Era tanta la pasión y el deseo que sentia que la sangre aceleraba el ritmo de mi corazón.
. Un olor a azufre me alertó y el chisporroteo de mi anillo de esponsales transformó la noche en día.
Luego la calma y el silencio…..y mi desazón…y mi impotencia.
. Los dientes del Conde colgaban, fosforescentes, semejaba un jabalí embalsamado. Eso me excitó más y avancé de nuevo. Esta vez, el Conde retrocedió, convertido en una varilla de hierro ardiente.
Comprendí… y renuncié. Una sensación de desesperanza se apoderó de mí.
El Conde se alejó despacio y murmuraba…algo así
”Y yo que la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido…”…
Emprendí mi retirada, el olor a azufre y la carcajada me conectaron con mi destino de desposada plebeya y eternamente fiel. ■
Juegos de la mente entre el consciente y el subconsciente donde la noche abre apetitos que el día oculta.
ResponderEliminarUna narración química física donde el valor del lenguaje atrae el ojo.
Celmiro Koryto
¿Habrá en toda mujer ese deseo de lo prohibido y peligroso? ¿Será parte de nuestro DNA? Muy buen cuento, lleno de suspenso y osadía
ResponderEliminarMi lado oscuro deleitado con este cuento de deseo y anhelos secretos. Me encantó que a ella la llamaras " la desposada ", término antiguo que refleja el matrimonio por obligación y no por amor y que incluyas el famoso poema de Lorca.
ResponderEliminarUn placer su lectura.
Felicitaciones,Amelia, y saludos.
MARITA RAGOZZA
Muy bueno Amelia.Quien no se topó alguna vez con el olor a azufre por pura rebeldía, quien sabe por qué, porque como en este caso, un descarnado no puede encender tanta pasión. No hay explicaciones pero por suerte, a pesar del azufre era un Conde lector porque conocía a Lorca. No deja de ser una desgracia con suerte. Me gustó mucho el armado del cuento. Felicitaciones.
ResponderEliminarCristina
Una fantasía relatada con la sobriedad y el ingenio de Amelia, trae a nuestra páginas una aventura amorosa con el conde que teme a la aurora, al ajo y al crucifijo. Por lo visto, amiga, has vuelto motivada por tu lugar de "vacances": mar de AJÓ.
ResponderEliminarandrés
JA JA ME ENCANTARON LOS COMENTARIOS: NURIT NO ES OSADÍA RECUERDA QUE LAS BRUJAS ANDAN DESNUDAS.
ResponderEliminarsI , EL CONDE ES FEO PERO UN BUEN LECTOR Y ESO ATRAE.
jA JA ANDRÉS SIEMPRE CON TU AGUDEZA E INGENIO. SI , ESTUVE EN MAR DE ajo PERO RECUERDA AL LADO ESTÁ SAN CLEMENTE Y STA TERESITA , POR ESO PASÓ LO QUE PASÓ.
BESOS
El poder de la imaginación, la fantasía como herramienta de sobrevivir, misterioso y entretenido relato, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEl escape de la"desposada", posible deseo del inconciente de tantas otras que sin esa imaginación tuya, Amelia, pierden la oportunidad de recorrer suspenso,intrepidez. Un buen cuento para releer y mantenerlo en la memoria. Bello, tiene belleza en cada una de las palabras.
ResponderEliminarUn abrazo. Sonia