JORDI COSTA
A Nanni Moretti, ateo que solo parece tener cierta fe en las contradicciones de la condición humana y en la geometría de los reglamentos deportivos, le han reprochado que no haya hecho sangre en su retrato de la jerarquía eclesial en Habemus Papam. Es cierto que el talón de Aquiles de su película está en la decisión de convertir a los cardenales, convocados para elegir a un nuevo papa, en un coro de figuras entrañables, retratado con trazos de comicidad amable. Obsesionarse con esta puntual debilidad supone, no obstante, pasar por alto que Moretti, al renunciar a la sátira feroz en favor de la comedia humanista, se ha complicado la vida, se ha puesto las cosas más difíciles y, lo más importante, ha caído de pie, obteniendo en el proceso una película tan delicada como compleja, una ficción con madera de debate civilizado, cuyo sentido del humor se esculpe sobre la compresión no ya del otro, sino del contrario.
La trama de Habemus Papam se puede resumir en una frase -recién electo para el cargo de sumo pontífice, un cardenal (Michel Piccoli), al sentirse incapaz de lidiar con la responsabilidad que ha caído sobre sus hombros, protagoniza una sonada espantada por las calles de Roma-, pero lo interesante es ver cómo Moretti sabe llevar su discurso más allá de este enunciado. El atribulado papa al que da vida Piccoli no está tan lejos de su Michel des Assantes en la crepuscular y desesperada París Tombuctú de Luis García Berlanga. El motor de su huida no es una crisis de fe, sino la asunción del gran simulacro que es este Teatro del Mundo donde el máximo delegado del poder divino quizá no sea más que el cabeza de cartel en una representación ajena a la erosión del tiempo.
Moretti introduce su toque maestro en dos secuencias: la accidentada sesión de psicoanálisis contemplada por los cardenales y el fortuito encuentro del papa errante (y de incógnito) con una compañía teatral imantada por la locura de uno de sus intérpretes. Realmente, no hacía falta ninguna afilada sátira para cuestionar el inmovilismo de la institución religiosa. El discurso final de Piccoli cierra Habemus Papam con una contundencia que parece mirarse en el espejo del desenlace de El gran dictador.
No he visto la película, el comentario me despierta el interés, C.A.T.
ResponderEliminarNo tendría que comentar esta película, pero cedo a la tentación. El Director muestra el imaginario social sobre el Vaticano, y podría haber sido una comedia inteligente y controversial, pero el argumento decae.
ResponderEliminarCon muy, muy buena voluntad rescato una parte donde se escucha la voz de Mercedes Sosa al ritmo de " cambia, todo cambia", pudiéndose interpretar que el Vaticano es resistente al cambio, mejor dicho al regreso de las fuentes de nuestra fe cristiana.
Las actuaciones del Papa, y especialmente del Psiquiatra son muy buenas.
¡A verla, entonces los que no lo hicieron!
MARITA RAGOZZA