Pensó en ir a golpearle la puerta a su vecina Carmen, cuyo departamento daba a la calle. Seguramente lo invitaría a tomar café y entonces podría espiar hacia afuera por una de las ventanas. Estuvo a punto de hacerlo. pero la perspectiva de la larguísima charla que lo esperaba lo desanimó. Al café le seguiría la copita de licor y después una de las tantas historias de la época de militancia de Carmen en el peronismo, su amistad con Eva Perón, la relación con el senador que le había regalado ese departamento, la gente de la farándula que la visitaba siempre, actores, directores de cine, cantores de tango, las fiestas que en esos años se hacían en su casa. Y para rematar la cosa intentaría tirarle las cartas del Tarot. No era fácil desprenderse de Carmen cuando lograba atraparlo. Dejó el libro de Pavese, tomó otro, lo abandonó también, cambió el casete, encendió el televisor. Igual que por la tarde, cuando se enteró del auto estacionado, sintió necesidad de salir y verles las caras a los tipos. Un par de veces estuvo a punto de ponerse la campera y se contuvo. "Tranquilo", murmuraba mientras iba y venía con el vaso en la mano, "tranquilo". Y, como si cada tanto tuviera que convencerse, se iba repitiendo que la aparición de esos fulanos no tenía nada que ver con él. Ninguna razón para suponer algo así. "¿Salir para qué? ¿de qué te sirve verlos?”. Lo mismo le había dicho Ana. Lo más sensato era mantenerse quieto en su cueva, echar doble vuelta de llave, regular el volumen de la televisión, abrir otro vino. Eso era lo que debía hacer. Eso era lo que intentaba hacer. Sus razonamientos trabajaban en esa dirección. Pero había una exigencia, instalada en alguna parte, que desequilibraba la balanza. Podía reconocerla porque no se trataba de una presencia nueva: era la necesidad de moverse, de ir al encuentro, de precipitar las cosas. La oscura mezcla del temor a algo y la impaciencia por enfrentarse a ese algo. Una compulsión que se le echaba encima en ciertos momentos críticos y que ahora acababa de apoderarse una vez más de su cuerpo. Su cuerpo que no dejaba de desplazarse por el departamento, que se le escapaba, que lo empujaba hacia afuera, hacia la calle. Fue a la cocina, tomó una bolsa de plástico y metió una botella vacía. No necesitaba vino, había comprado bastante al mediodía, la botella era nada más que una excusa para justificar la salida. Inmediatamente se encontró reflexionando también sobre eso. ¿Una excusa? ¿Para qué necesitaba una excusa? Ahora se estaba moviendo a ritmo acelerado y siguió así hasta llegar a la puerta de calle. Ahí se frenó, salió a la vereda y con andar pausado, controlándose, se dirigió hacía la esquina. Los dos tipos seguían en el mismo sitio. Pablo cruzó en diagonal hacia ellos y mientras se acercaba les dirigió una mirada rápida. Uno era alto y fornido, usaba bigote. El otro tenía el pelo entrecano y las mejillas chupadas. Estaban bien vestidos. Eso fue todo lo que pudo ver. Ambos mantenían la vista baja y Pablo tuvo la impresión de que sabían que él los estaba observando. No pudo establecer si se trataba de los mismos hombres del auto. Pasó a un par de metros, siguió hasta la mitad de la cuadra y se metió en la despensa. Había tres clientes, mujeres, y tuvo que esperar. Como en todas partes, también ahí se hablaba del partido del día siguiente y el almacenero andaba más lento que de costumbre. Intentó involucrarlo en la charla y Pablo sonrió y sólo dijo: -Vamos a ver cómo viene la mano. Una de las clientas sacó una banderita de la bolsa de las compras y la sacudió: -Argentina campeón. Las otras rieron. Pablo se impacientó y fue dos veces hasta la puerta pero no se animó a asomarse. Llegó su turno y pidió una botella de blanco. Al lado del almacén había un quiosco y compró cigarrillos. Regresó caminando rápido y mirándose los zapatos. Al llegar a la esquina estuvo detenido en el borde de la vereda, dándoles la espalda a los dos hombres, mientras esperaba que pasaran algunos autos. Los tenía muy cerca detrás de él y prestó atención, pero no los oyó hablar. Aparecieron más autos y lo obligaron a permanecer ahí. Comenzó a sentirse expuesto e indefenso. Por fin pudo cruzar y recorrió los cincuenta metros hasta la entrada de su casa, todo el tiempo con la molesta sensación de ser observado. Cuando llegó arriba levantó el tubo del teléfono y descubrió que estaba otra vez sin tono. Miró la hora, se dijo que Ana llamaría dentro de poco, tal vez ya estuviese llamando, y se preocuparía al no recibir respuesta. Decidió acudir a Carmen, salió al pasillo, tocó timbre pero nadie contestó. En la puerta de la vecina había una calcomanía con los colores argentinos. Regresó y dio vueltas por el departamento sin saber qué hacer. De tanto en tanto iba hasta el teléfono. Por fin volvió a ponerse la campera y bajó para llamar desde un público. Pudo ver que los tipos seguían allá, pero ahora se fue en sentido contrario y dobló en Leandro Alem. Dio un pequeño rodeo, alejándose de la vereda, para evitar los perros de] pordiosero, cruzó Córdoba y encontró un teléfono en una pizzería de 25 de Mayo. El número de Ana daba ocupado. Esperó y volvió a discar varias veces, mientras tomaba un café en la barra y miraba a dos muchachos jugando al pool. Recordó que Ana le había dicho que por la mañana su teléfono tampoco funcionaba y seguramente seguía así. Salió, subió por Tucumán hasta Carlos Pellegrini, dobló y llegó a Avenida de Mayo. Se fue deteniendo en todos los teléfonos que encontró. Siempre ocupado. Siguió intentando, aunque sin esperanza de comunicarse. Se alejaba cada vez más de su departamento y pensó que terminaría tomando un colectivo hasta la casa de Ana. | |
de Hay unos tipos abajo. Editorial Planeta (1998), © Antonio Dal Masetto. | |
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Como en el aire...toda esa autosugestión de persecución y esos personajes que habitan su mente llenan una soledad y un estado de incomunicación con los personajes.
ResponderEliminarEs un fragmento que pide continuación.
Muy bien relatado.
Celmiro Koryto
El complejo de persecución, o la realidad del agobio y la intriga del hombre señalado del siglo XX y el presente XXI. El Gran Hermano, la KGV, la CIA y el FBI, los servicios de inteligencia que provocan la vigilia y la insolvencia mental de la sociedad civil-
ResponderEliminarEntretenido fragmento que explicita delirios que tal vez sean ciertos, C.A.T.
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