El otoño deambulaba por el mes de abril. A instancias de un amigo poeta, al que bien le cabrían los versos de Quevedo: Yo que siempre me afano y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo, concurrí a un recital de poesía para presenciar su espacio de lectura. Si bien acometo la escritura poética con resultados magros mi amigo Arturo T. confía en mi para juzgar su obra, confianza basada en la amistad más que en la idoneidad. Asistí por no defraudarlo y me sometí a una lectura ecléctica de poemas bajo la promesa de venite que hay muchas poetas querendonas. Allí estaba, allí la conocí.
Morocha, más de cuarenta, físico rotundo, una sensual elegancia, una voz abrasadora y un brillo tenaz en la mirada esmeralda. Habló con mi amigo sobre poesía y me incluyó a mí en la búsqueda de aprobación a sus comentarios. Como él no nos presentaba dijo:-Me llamo Analía ¿vos escribís?
-Encantado, Enrique, no solo escribo sino que también leo.
-¿Qué escribís?
-Cosas aburridas, listas de almacén, recordatorios en general.
Sin inmutarse con la ironía volvió a preguntar:-¿Qué lees?
-El diario, folletos de viajes…
-Qué interesante, exclamó y regresó a la conversación poética
La vida me había aletargado, siempre supe que no era la ironía la llave para entrarle a una mujer.
-¿Qué te pareció lo que leyó Susy Milla? Preguntó de golpe en dirección a mí y comprendí que no se daba por vencida.
Susy Milla era la poeta invitada como atracción especial del recital.
-Cualquiera se siente poeta si escribe cortito y hacia abajo, respondí con la pretensión de parecer original.
-¿Ike Blaisten? Preguntó con acento de duda y comprendí que esos ojos que me turbaban pertenecían a un conjunto que superaba la media.
-Creo que sí.
-Ya me parecía que leías algo más que el diario.
-Te lo dije, están los folletos…
No se arredró:-Te voy a regalar un libro mío.
Debía demostrar entusiasmo o mejor expresado ¿debía demostrar entusiasmo? La sensación de volverse adulto, antes que uno se acostumbre a ella, es maravillosa, a diferencia con el envejecer a lo que uno nunca se acostumbra ( o quizá es al escepticismo a lo que no nos acostumbramos).
Abrió la cartera, hundió una de las manos que reapareció con un libro, tapa negra, un dibujo en blanco como una neurona fusiforme y el título en rojo El Estilo es un fraude.
-Para vos, leélo, después me decis algo si querés o tenés ganas o podés…
-Gracias, dije conturbado y tomé el libro de su mano tendida y agregué como abismado en mi mismo:-Me suena el título.
-De Köoning, dijo de manera abandonada como quien ordena un café.
Unas poetas rubicundas, más predispuestas al canapé que a la lectura, requirieron su presencia y quedé solo con el libro en la mano.
Mi amigo Arturo T. me acercó una copa de tinto que bebí en un solo envión. Le dije que me iba, él dijo que hacía bien y me fui.
El libro de Analia Arkansa
En el ámbito estrecho de la cocina, sentado a la mesa y con un vaso de vino, abrí El estilo es un fraude de Analia Arkansa. Lo primero que detuvo mi atención fueron los títulos de los poemas, cada uno se correspondía con un poeta como en un alarde de erudición. Comenzaba con Arquiloco y los versos narraban en términos de preguntas si en el valor no estaban contenidas la tristeza y la desolación. Seguía con Pietro Aretino el versificador del coño y los placeres anales, en los versos lo acusaba de cómplice de un machismo desaforado sentado a la siniestra del ángel caído a la espera de que Cristo lo conozca (aquí parodiaba el epitafio de la tumba del poeta). A Petrarca le admiraba su devoción por Laura y el extenso poema en prosa, sin signos de puntuación, culminaba con una alegoría a la película de Otto Preminger. Saltaba a Rimbaud y aseguraba desear ser ella la ultrajada y violada por la soldadesca. A Baudeleire le enrostraba la impostura de sus Flores del mal que, según ella, olían bien.
A Neruda lo tildaba de hijo obediente de Whitman a diferencia de Vallejo como hijo pródigo y los hermanaba como gemelos monocigóticos. De Breton asimilaba la idea de que el surrealismo debió pasar a la clandestinidad. A Parra le asignaba una dignidad desconsolada y así seguía con la Plath , Huidobro, Nervo, Darío, Mistral.
Cerraba con una ilustración de Rembrant que representaba el amor de Artemisa por Mausolo y abajo un poema: El peso de tu cuerpo/ sobre mi/tu espalda transpirada/el puñal de tu amor afilado/ me penetra y exhalo el placer/por los poros hasta que acabemos/con esto/ e inconclusos como siempre nos separemos.
Cerré el libro y pensé, está chiflada pero sin duda ha leído y quizá por ello lo esté, sin embargo concluí que el libro era original. El teléfono se interpuso entre mis pensamientos y yo. La voz de Arturo T. en el contestador pregonaba:-Che, le di tu número de teléfono a Analia, después te explico, solo quería anticiparte y advertirte que tengas cuidado, ella está media…desordenada pero lo peor es que está casada con el Caballero Rojo ¿te acordás,no? Bueno, perdoname y llamame cuando puedas.
El Caballero Rojo fue un luchador anónimo detrás de una máscara en la troupe de Karadagian en Titanes en el ring.
Fumé unas tucas envueltas en un papelillo y me acosté mareado. Unas imágenes de la poeta Arkansa del brazo del Caballero Rojo se presentaron en el remolino estancado de mi cerebro.
El Sol es una estrella con una cara apagada como la del Caballero Rojo, anunciaba la poeta con gesto desdeñoso. Un gesto de asco contenido que parecía un deleite en su postura. Advertí que se hallaba desnuda de la cintura para arriba y los senos me apuntaban con los pezones crispados como signos del destino. Un tobogán esotérico, sin rumbo…Desperté. Tenía el paladar seco. Me levanté y fui hasta la heladera, la abrí y bebí del pico de la botella un sorbo generoso de vino. Volví a la cama y me dormí, no soñé nada que pudiera recordar.
Cuando volví a despertar era sábado, nada singular, me había acostado el viernes y hay cosas que no cambian. Llamé a Arturo T. quien reiteró las recomendaciones y aportó otros conocimientos avalados por la convivencia con Analia Arkansa en un curso de semiótica. Solo agregó que él había perdido la oportunidad de tener (uso ésta palabra) algo con ella por haber caído en el lago (también uso ésta parafraseando a alguien) de la amistad. Un acuífero del que el hombre no suele ser rescatado sino como confidente.
Cuando corté, la sensación de atracción por Analia Arkansa había crecido dentro de mi, restaba aguardar por el llamado. Caso contrario nada había perdido en el planeta de mi soledad y este convencimiento me permitió abordar mis rutinas.
Sonó el teléfono, no atendí, tampoco hubo mensaje. Sonó el teléfono, atendí, era ella Con su voz cascada interrogó:-¿Sos vos? ¿leíste el libro? ¿qué te pareció? ¿te gustó’
Preguntas agolpadas, respuestas sin ansiedad:-Todavía.-Sí.-Original.-No lo comí.
Afirmaciones:-Sos duro.-Indiferente.-Seco.
Negativas:-Soy sensible a lo distinto pero no me apasiono.
Conclusiones luego de unas risas:-Te invito a cenar ¿querés?-Anotá mi dirección.
-Sí.
Anoté, quedamos para las nueve de la noche. No pregunté por el Caballero Rojo y lo imaginé de viaje o separados o quizá fallecido sin que Arturo T. se enterara del suceso. También reflexioné que cuando yo era un niño, él luchaba en el programa de televisión por lo que, al menos, tendría diez años más que yo como mínimo y que de rojo ya habría mudado por el morado. Tampoco era menester la suposición de que me recibiría con una doble Nelson, una quebradora o un piquete de ojos (seguro esto último no porque el Caballero Rojo era un luchador que no usaba malas artes). Me quedé tranquilo y predispuesto a pasar una noche agradable.
La dirección de la casa de Analia Arkansa era en el barrio de Saavedra en el pasaje Malharro y correspondía a una puerta de doble hoja de madera, algo desvencijada, con dos postigos rectangulares, uno por hoja amparados por una reja. Busqué un timbre y hallé una aldaba que hice retumbar. Después de un instante indeciso oi pasos que se acercaban. El dueño de los pasos abrió un postigo y allí estaba la enorme cabeza, cubierta con una máscara, del Caballero Rojo. El hombre esperó que me sorprendiera y jugó con el silencio. Decidido pregunté:-¿El Caballero Rojo? Y los labios de él por fuera de la máscara replicaron:-¿Enrique?
Confirmé que me esperaban y cuando abrió la puerta también confirmé que era de verdad el Caballero Rojo. Vestía una malla enteriza y se cubría con una capa. Me hizo entrar después de asomarse y sacudir la cabeza a diestra y siniestra. Aguardé a que cerrara la puerta y observé que calzaba pantuflas que desentonaban con el disfraz. Ordenó que lo siga y ganamos los metros de un pasillo que nos separaban de una puerta cancel de vidrios biselados. Como buen anfitrión me invitó a pasar primero. En el recibidor estaba Analia exuberante dentro de un vestido negro de corte princesa y con zapatos rojos con plataformas como un figurín de los sesenta. Con toda naturalidad y como si lo común fuera andar disfrazado dijo:
-Te presento a mi marido, el Caballero Rojo, el hombre dio unos saltos con los brazos sobre la cabeza y los bíceps tensos. Su aspecto era de una imponencia decadente.
Analia tomó el presente que yo había traído y nos indicó donde sentarnos. El Caballero Rojo se sentó a mi lado en un sillón de dos cuerpos. De perfil observé como de los lazos de la máscara que le cubría la cabeza escapaban algunos cabellos blancos.
-Mañana pelearé con Benito Durante.
-Es bastante sucio, dije yo y el hombre me palmeó una rodilla y preguntó con entusiasmo:-¿Lo conoce?
-Sí, claro que lo conozco.
Analia regresó con las bebidas que brillaban con reflejos ambarinos en los hielos dentro de los vasos. Al marido le dio un vaso con agua y dos píldoras.
-El señor conoce a Benito Durante.
Ella le recomendó tomar el remedio para estar bien descansado para el combate. El hombre lo hizo y después me apretó el brazo y dijo:-Buenos músculos sumados a la altura y a su fealdad podrían servirme ¿quiere estar en mi rincón?
Analía asintió con disimulo y yo dije:-Sería un honor.
-Perfecto, no se acueste tarde, mañana lo espero, ahora me voy a dormir porque tengo que estar fresco.
-Te acompaño, dijo Analía.
Nos paramos y el hombre me tendió la mano, se la estreché y entonces sucedió, me hizo una llave, con el impulso giré hasta darle la espalda. Con el otro brazo me aferró el cuello y me dijo al oído:-Tiene que estar atento, si Benito Durante le da la mano no la acepte.
-Comprendo, susurré con dificultad y me soltó.
Desapareció al trote lanzando golpes al aire. Tomé mi bebida de un trago, cambié mi vaso vacío por el de Analía y me abandoné en el sillón. Bebí despacio y a tiempo para concluir cuando ella regresó y dijo:-Disculpame, ya se durmió ¿estás bien?
-Tan bien estoy que me bebí los dos vasos.
Se sentó a mi lado y apoyó la cabeza en mi hombro y nos quedamos en silencio. Me incliné para besarla pero no se dio por aludida. Sentí la necesidad de aliviar al silencio y pregunté:-¿De verdad fue el Caballero Rojo? Recién formulada la pregunta me arrepentí pero ya era tarde.
-No tiene importancia lo que fue sino lo que cree que es. Respondió con antipatía.
Luego me invitó a pasar al comedor donde la mesa estaba dispuesta.
-Me encanta cocinar, de entrada un consomé Betty, dos cucharas de fécula de maíz con sendas yemas de huevo, dijo y regresó con una sopera humeante en tanto yo destapaba una botella de vino.
Ingerí la sopa en silencio auditado por la mirada verde de Analía. Procuré no soplar la cuchara llena ni tampoco hacer rezongar el caldo y menos enfriarla con vino como hacía mi padre.
-Tomá tranquilo, no tenemos apuro, deslizó en un intervalo de su cuchara lo que interpreté como una señal venturosa.
Cuando terminamos anunció el plato principal Vol-Au-Vents de lomo. No sé si por mi expresión o su intuición de mi ignorancia recitó:-Tiras de lomo enmantecadas, sal, pimienta, champiñones, un vaso de vino blanco y todo cubierto por salsa blanca. Entró en la cocina y aproveché para escanciar mi copa y reponerla con discreción.
Sirvió unas porciones generosas y esperó a que probara para decir:-Qué suerte que te gusta. A lo que agregué que me encantaba y era verdad.
-Habla sobre mi libro, me interesa conocer tu opinión.
-Original y erudito como si el demostrarlo obedeciera a un mandato.
-Sos intuitivo, de eso quería hablarte, pero primero el postre Gateau Moka, crema moka hecha con un litro de leche, cien gramos de café,, cuatro yemas, dos cucharas de maicena, doscientos gramos de azúcar, una chaucha de vainilla, después, siete huevos enteros, harina, manteca, azúcar, licor y maní picado.
Dicho esto, ofreció champagne pero yo preferí seguir con el vino y abrí otra botella.
Me costó terminar mi porción. Ella comenzó a contarme que pertenecía a un grupo poético-nihilista, La Hez del Mundo, cuya misión era destruir la poesía instituida para fundar una nueva poética de poetas cultos y elitistas preparados para gobernar con la poesía. Aseguraba que el de ella era el primer poemario de una saga. Me ofrecía pertenecer a La Hez del Mundo cosa a la que yo creía pertenecer de manera inorgánica.
Pensé en Arturo T. y si el pícaro no sabría esto y me lo había ocultado y que Analía Arkansa estaba dominada por una alteración que la alejaba de cualquier intento sexual.
Decliné el honor de pertenecer pero y por las dudas se enojara y despertara al Caballero Rojo, agregué que prometía mantenerme expectante en la posibilidad de sumarme a futuro.
La conversación languideció, terminamos la segunda botella de vino. Se quitó los zapatos, se paró y dijo:-Tengo mucho por hacer todavía.
Sentí alivio a pesar de la poca delicadeza con que se me indicaba el fin de la velada.
Nos paramos frente a frente, desinhibida dijo:-Podes besarme, y cerró los ojos.
Lo hice y se abandonó en mis brazos.
-Vamos, dijo y me aferró una mano.
Dejé que me llevara y enseguida intuí dónde. En la puerta fue ella la que rozó sus labios en los míos y me hallé solo en la vereda abrazado por la humedad del otoño en una noche brumosa. Comencé a caminar hacia la avenida Cabildo y pensé, vivo al día, amo al movimiento por moverme, al aire por respirarlo, moriré por morir y todo habrá acabado pero conocí al Caballero Rojo. %
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Supongo que conocer al Caballero Rojo era en su momento algo tan imposible como encontrarse a boca de jarro con "Puño fuerte" o "Misterix". Así que en este caso seguir a la morocha valió la pena. Que la mujer del Caballero Roja sea poeta, ya es harina de otro costal, producto de la imaginación alucinante del autor. Pero quién sabe, tal vez todavía podría encontrarlo...
ResponderEliminarEn el mundanal y ruidoso universo del Rey Arturo logra comprobar que la poesia tiene muchas complicaciones y que dejarse llevar por ella no siempre nos lleva a las verdaderas interpretaciones.
ResponderEliminarMe gusta mucho esa ironía innata que sobrevuela y hasta motea al lector. Textos donde ni siquiera se salva el autor.
Celmiro Koryto
Un paseo por la lírica y los líricos, una crítica dentro del pentagrama de Arturo Carlos Trinelli a los vates y bardos, un sueño con caballeros rojos (pensé que era un bolchevique escapado del panteón del Kremlin). Es indudable que nuestro amigo CAT ha barajado cartas de póker y este full de ases es el resultado.¿No está mal, no?
ResponderEliminarConfieso CAT , que los sesos me quedaron dados vuelta. No es tu estilo , si bien hay constantes que no puedes evadir.
ResponderEliminarTerrorismo poético, se que se debe a Hakim Bey que en realidad era Peter Wilson.Confieso, también, a que me falta informrme mucho sobre eso , también Roberto Bolaños lo tocó.
En cuanto la poeta "chapa" te recuerdo que de poetas y de locos......
En cuanto al Nihilismo , que no es Nietzche quien lo inventa, me parece que el protagonista queda enganchado en él en la parte final.
Mira Andrés , yo fuí mas ingenua con el caballero rojo , como anda con pantuflas , creí que era el lobo disfrazado de caperucita.
Gracias Arturo.
amelia
Leí " terrrorismo poético" y lo relacioné sobre algo que no sé mucho pero que pertenece a Hakim Bay. Cuando terminé de leer me dí cuenta que era más truculento, una guillotina a la poesía y junto al Caballero Rojo y a las idas y vueltas del protagonista me encontré con un cuento ensortijado y con situaciones que oscilaban entre al comicidad y el patetismo. Una sonrisa mantuve durante toda su lectura.
ResponderEliminarEl estilo de C.A.T no es un fraude.
MARITA RAGOZZA