ESTER MANN - Un Solterón

ESTER MANN

Eran siete hermanos. Entre siete es de suponer que todos los ejemplares estaban representados: el alto, el petiso, el de bigotes, el de pelo ondulado o lacio, el mujeriego, el jugador, una hermana seria y otra cabeza fresca. La descripción completa de la familia llevaría páginas y más páginas.

A través de los años, casi todos se casaron y tuvieron hijos. Alguno murió joven, otro se divorció pronto y se perdió de vista, un tercero se casó ya maduro y no tuvo descendencia, en fin, la rutinaria y diversa historia de las vidas humanas.

Pero el tercero de los hermanos no fue como todos: nunca abandonó la casa paterna. No se casó y, despues de la muerte del padre, recibió el beneficio de convertirse en la única ocupación de la mamá.

Ella le planchaba las camisas y le preparaba sus comidas preferidas. Él le retribuía con su amor, único amor para esa mujer que parió ocho hijos, crió a siete y siempre se deslizó por la casa como una sombra, sin que nadie le diga más que: -¡falta sal!- o -¿dónde está el pan?-.

Él se dedicó a honrarla y amarla. Siendo dibujante gráfico pintó su único óleo con la imagen de su mamá.

Cuando ella murió, comenzó el declive de su vida. En un intento desesperado por reencontrar el afecto perdido se casó a la edad de sesenta y cuatro años, pero no funcionó...

Sus últimos veinte años los vivó en soledad y resignación, visitando de vez en cuando a hermanos y sobrinos.

A pesar de sus instrucciones, los sobrinos lo enterraron en la tumba del padre. Era más barato. ■

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