Tengo miedo, no soporto que mi
propia obra me desnude.
Estoy seguro de que nunca volveré a leerla.
John Fante - Espera a la primavera, Bandini
¿Por qué todo lo que me ocurría en la pubertad me parecía el fin de los tiempos, una tragedia y la hoguera, un fragmento del Apocalipsis? Me veía con las piernas velludas, la pelusilla convertida en incipiente barba, comenzó a preocuparme el aspecto personal y la ropa que usaba, el jopo bien alineado, la manera de caminar y el modo de hablar. Y me agobiaba la flacura insolente, la alfeñiquez de mi imagen, parecida a la del caballero de la triste figura.
(Mi ánimo andaba estrujado por la delgadez hasta que un día vi en El Mundo un aviso que podía llenar y pedir el folleto gratuito:
Tensión Dinámica – el sistema de Charles Atlas el hombre más fuerte del mundo – veinte minutos por día y en tres meses dejará de ser un alfeñique. Imaginé mi cuerpo forzudo y la visión estrafalaria de Adrián Almog, ‘un’ duro musculoso y atlético.
Desde el día en que me habló el profe Lagleyze decidí no preocuparme por los estudios. Tampoco antes lo hacía. Pero ahora solo dedicaba la atención a las materias que me importaban: el sistema de estudios era anacrónico y antididáctico, rígido como un chicle usado y tirado a la basura...
Ejemplo. El profesor de historia, Chizzini Melo, un patricio petimetre, nos tiraba caramelitos a los retorcidos del aula con el fin de apaciguarnos. Su estilo de enseñanza era complejo: debíamos aprendernos de memoria un capítulo entero sobre la “guerra de las rosas”, o la invasión napoleónica a Rusia y el mariscal Kutznezov...
El mártir que pasaba al frente tenía que repetir el texto literal y nosotros disfrutábamos (a los bostezos) el aburrimiento vomitivo, la catarata de palabras sin ton ni son. Al que no era loro lo mandaba amonestar.
Otro profesor modelo. El doctor Solari, hermano de un general, que nos hacía estudiar la biología de Dembo y nos mataba a preguntas aunque tenía una exigencia desalmada: había que responderle fielmente lo publicado en el libro, sin sinónimos ni equivalentes. Venía con bastón, pitaba sin parar, su cinismo y cara de culo eran permanentes. ¡Flor de hijo de puta el Solari-ego ése!
Último ejemplo. El profesor de geografía e instrucción cívica llamado Barrionuevo era un tipo esquelético y desconfiado, de ojos ladinos y con mala leche. En una de sus clases nos habló del sistema político de la Argentina : con vocesita engreída dijo que era republicano, representativo y federal . Los bocones, por regla general —y particular— no miden sus palabras ni las consecuencias (entonces lo ignoraba). Al terminar la clase el tipo, exangüe y malhumorado, me mandó a la sala de profesores. Fui... Y cuando apareció me disparó una pregunta jodida y maliciosa:
—¿Qué quiso decir alumno Almog con eso de que ahora el gobierno no es republicano, representativo y federal?
—Señor profesor, desde el 4 de junio (de 1943) hay un gobierno militar, no rige la constitución y por lo tanto hay leyes de excepción. Es todo lo que quise decir... Las piernas me titilaban y tenía picazón.
Barrionuevo me miró a los ojos, yo puse la cara más idiota y cándida que pude, y entonces me apuntó, serio y tajante:
—Que sea la última vez que le escucho opinar... ¿no será usted comunista, no?
Yo seguía circunspecto e idiota. Pero él sabía que no era cierto. Y yo aprendí ese día que los bocones, como los peces, mueren por la boca.
* * *
Vivía entonces en Villa del Parque pero mi estadía en Caballito me había “clavado la pica en el Flandes” de mi cuore. Volví a la barriada, a remontar esas calles de la niñez. Todos los días viajaba en el tranvía 84, me bajaba en Neuquén y Espinosa, recorría las dos cuadras, miraba las casitas bajas, el bodegón en la esquina de Espinosa y Canalejas -la actual Felipe Vallese-, donde se podía empinar un moscato o una cerveza de barril. Empezó como la emoción de viajar solo hasta que se hizo rutina, paso obligado, el cruce del Rubicón de la casa paterna.
Me hice amigo de los hermanos Shifres, que vivían en la carpintería de Arengreen 1280 casi Espinosa.La carpintería se convirtió en un broquel, una alegoría, la universidad cotidiana, un motivo para vivir al margen de lo trillado.
* * *
La sensación de tantas cosas
sin hacer (...) evocaciones de la niñez,
la imagen de los padres aún vivos
y mi cerrazón, el yo introvertido.
(A.A.) Aventuras y desventuras de Ale Aspis
Viajar casi diariamente a Caballito me liberaba del barrio de las casitas baratas de Villa del Parque y sus intrincados callejones, con la presencia de clase media, empleados, vendedores, esnobs, bancarios, etc. Sumado a ese alejamiento, el barrio cuna era la abuelita que me faltaba, la tía compasiva que me confería horas de regocijo, charlas interminables, intercambio de experiencias en esa órbita de púberes soñadores, filósofos de esquina y lectores ávidos que estabamos aprendiendo la destreza de vivir, compartir, formarse.
Pero la escuela industrial era mi patíbulo cotidiano; me acostaba tarde, hacer las tareas me resultaba imposible. Un promedio de notas bajas, 24 amonestaciones y me comportaba como un idiota. ¿Hasta cuándo, pibe? me inquiría molido y soñoliento.
-¿Pero vos estudiás, haragán? -me abrumaba la Pelirroja. Y la vieja lloraba en silencio meneando su cabeza por el hijo enfermo incurable. Madre judía, pshh.
Fue en el mes de julio del 43; hacía ya dos meses que no tenía noticias de Ana María y me había enganchado en un grupo político hermético y fuera de la realidad: suponíamos que estábamos viviendo en la Francia ocupada durante la guerra y que nosotros éramos los maquis porteños. Uno es joven y se inclina hacia el heroísmo a ultranza, pero luego de la primera reunión en una sórdida piecita de 3 x 3 anegada por el humo de los fasos, salir a la calle, no ver a los SS ni a la gestapo patrullar las arterias de la ciudad me sacudió la sesera. Me sentí estúpido y delirante. Era como salir de un fumadero de opio e internarse en los jardines de Palermo.
* * *
Todo lo que aprendí, lo poco y extraño
que aprendí, lo aprendí en la calle."
Aníbal Troilo
Andaba como bola sin manija; repartía mi tiempo con los muchachos de la Carpintería , los de la antigua barra de Figueroa y los fantasiosos maquis de la escuela (hasta que los mandé al carajo). Los fines de semana había comenzado a salir en barra hacia el centro y descubrir los cines de la calle Lavalle o Suipacha, luego ir a la pizzería Rey en Corrientes antes de Carlos Pellegrini, caminar como tarados (y con firmes erecciones) siguiendo a mujeres solas y maduras que taconeaban por las veredas de Corrientes o las taciturnas Paraná, Libertad, la Diagonal. Cada fin de semana era una réplica de la anterior y un anticipo de la próxima. A veces el libreto cambiaba...
Algunas tardes viajaba al centro de Buenos Aires para llevar los laburos de mi viejo. Era una sastrería ubicada en Corrientes 1234, al lado de la entrada del Tibidabo. Después de entregar las prendas me daban las nuevas y yo salía a descubrir el cosmos del centro, la gente, los bares tangueros (El Nacional, Marzzotto, Tango Bar) que me embelesaban. Contemplaba desde afuera los palcos con los conjuntos de reemplazo, hasta que llegaban De Angelis con Carlos Dante y Julio Martell, Carlos di Sarli con Podestá, u Osvaldo Pugliese con Morán y Chanel. El problema era que las orquestas empezaban a las nueve o diez de la noche y para mí era muy tarde. Empacho musical para la muchachada. Y yo tenía que oírlos de costeleta en la radio de casa. Era un pendejo de 14 años.
Tomaba de regreso la línea 25 de ómnibus, un viaje de tres cuartos de hora casi siempre parado.
Recuerdo una noche que al volver, repleta la panza de flautitas con riñoncitos o mollejas, picadillo de perejil y ajo y un vaso de tinto (engullidos en el quiosko debajo del Tibidabo), el viejo estaba cenando con su litro de Toro luego de su largo día de trabajo. Me miró y murmuró, algo contenido: ¿podrías ayudarme en el trabajo cuando volvés del colegio...? No podía negarme ni soslayar su proposición o hacerme el burro. Lo sentí como una muestra de amor filial, de insólita ternura reprimida. Me conmoví.
Esa noche contemplé a mi viejo; tenía la vista perdida; escuché su respiración agitada, los incipientes síntomas del enfisema que iba a atormentarlo durante los últimos años de su existencia...
Me sentía orgulloso de su vida sin dobleces, calibrando su soledad en una tierra extraña y que él percibía como su naufragio personal en el país de la inmigración, alejado de todo lo que fue su existencia anterior, sus afectos, los amigos, las florestas del terruño, las gentes de Grodno y su participación en el ejército de la Revolución Rusa hasta caer prisionero de los polacos.
La década infame lo había templado, se comportó como un proletario con conciencia de su clase cuando había conflictos de trabajo, durante las huelgas o en los largos meses de desocupación.
Mas yo era inmaduro, incapaz de darle un abrazo y decirle: viejo, sos un gran tipo y soy muy feliz de ser tu hijo. No; no se lo dije ese día, cuando me sentí tan enternecido. Y ya no se lo diría nunca más.
Cuando murió, dos décadas después, percibí muy dentro la desdicha del silencio, el arrepentimiento, la impotencia por no haberlo abrazado nunca. Luego, la finitud irreparable ■
(En el próximo: termino primer año, reaparece Ana María, el 2 de diciembre un hecho histórico, aprendo un oficio, la guerra da una vuelta de carnero, el nazifascismo se revuelca en su tinta...).
Esta remembranzas nos llevan a recorrer las nuestras. Muy tierno . Muy acertado el epígrafe, no creo que las producciones sean autoreferenciales , pero dejamos huellas ... que nos desnudan.
ResponderEliminarGracias Andrés.
amelia
Casi todo pervive, salvo ésos que fuimos. Al transitar la vida, al revés del reloj, nos vemos tan simples, tan cualquiera, tan iguales al Otro que estamos siendo...
ResponderEliminarEs cierto que los recuerdos de Almog nos llevan a los nuestros y algunos, por cuestión generacional, nos pican de curiosidad, disfruto mucho de este viaje que comenzó antes que yo naciera y encuentro reflexiones adolescentes que me abarcaron, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEn el presente siempre estará el pasado y al transitar aquello que nunca dejó de pertenecernos descubrimos la empatía con una generación, por lo menos, que vivió los mismos tiempos: la educación memorística, la Biología de Dembo, los apodos, los prejuicios, las amonestaciones, los ideales, el amor. . .
ResponderEliminarY creo que en cuanto a la " desdicha del silencio ", los sentimientos de amor y ternura estuvieron asegurados en los corazones. Hoy, quizás se hable mucho y huecamente.
MARITA RAGOZZA
Un viaje
Veo que te has convertido en el Quinquela literario del barrio Caballito... pero lo que más me impacta es que no hayas abrazado a tu padre...pero era un estigma de la época. Nos enseñaban a respetarlos como se lo habían enseñado en Europa y no sabían educar de otra manera. Además, si hoy estas escribiendo tus memorias de adolescente para revivir, tu padre quiero creer desde que piso Buenos Aires revivía su pasado Europeo. De todas maneras el libro del Rusito va a hacer roncha.
ResponderEliminarCElmiro Koryto
Una obra de arte desnuda, desenmascara realidades profundas, el escritor queda en carne viva, se expone, pero se hace dueño de sus heridas. El rusito -y recuerdo a Sábato en el Tunel- va construyendo lo que serán los recuerdos de Adrián, en la pluma de Andrés.
ResponderEliminarMemoria que de alguna manera nos abraza a todos.
Ofelia
¿Y el rusito IV?
He tomado, espero que no le moleste al editor, el primer párrafo de este texto para iniciar mi programa del próximo lunes porque fue como un abrazo recordar algo que también me tocó vivir, a veces no hay diferencia entre década y década cuando se refiere a los sentires personales. Y también yo era una jiraba de piernas largas y muy flaquita, y siempre con estas cosas nos parece efectivamente que llega el fin del mundo....he disfrutado, mucho, en este día gris, inmensamente gris.
ResponderEliminarLily Chavez
obviamente quise decir "jiraba"
ResponderEliminarLily
Agradezco los comentarios de todas y todos los opinantes. Quiero aclarar que mucho de lo que incluyo y narro son vivencias personales, o anécdotas de otros seres que fueron mis contemporáneos. Los agradezco y valoro. Y a la directora de la audición de radio Cordobesa, no sé si autorizarla o agradecerle la mención...
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