domingo, 10 de abril de 2011

Cristina Pailos- El rincón de los libros




          El rincón de los libros 
Nuevos, viejos o injustamente olvidados

Kazuo Ishiguro- Lo que Resta del Día
                                                                                            
Segunda parte

por Cristina Pailos


Carlos Marx aconsejaba leer a Honoré de Balzac no precisamente por sus opiniones en contra de la sociedad burguesa, puesto que el autor de La Comedia Humana era un reputado representante de la misma, sino por su realismo fidedigno, el conocimiento profundo de la psiquis de sus personajes y por la presentación veraz de su lugar y de su tiempo. Una novela de este escritor burgués servía más que cientos de panfletos contrarios para mostrar la vida de relación y los códigos morales de la sociedad.
Kazuo Ishiguro en Lo que Resta del Día y en otras de sus obras se muestra tan objetivo que parece desaparecer, no estar. En este caso utiliza un  narrador  en primera persona, Stevens, mayordomo de una casa aristocrática inglesa quien sin quererlo  nos permite transitar gran parte del siglo XX:  la década del veinte, del treinta, y hasta llegar a los años cincuenta cuando Gamal Abdel Nasser decide nacionalizar el Canal de Suez , provocando así un duro golpe al Imperio británico. Es un excelente recurso porque Stevens ha anulado su subjetividad.
 Hay bastante de grotesco en esta narración sobre la vida en la mansión y sobre todo, en las características del personal que la atiende. Stevens en ningún momento formula una critica , al contrario, se siente privilegiado de pertenecer también a una dinastía, en este caso de mayordomos, cuya discreción, profesionalismo, sentido del deber son los atributos que le permiten ocupar ese lugar tan destacado y del cual se enorgullece.  No tiene o no expresa opiniones personales. Por ahí pasa lo que el denomina “la dignidad de un mayordomo “ aunque reflexionará reiteradas veces sobre el concepto de “dignidad” a lo largo de la novela sin llegar a ninguna conclusión. Al final, hay un ligero atisbo de pesar por su vida malograda, pero ya es demasiado tarde y el hábito lo domina.

Con esta obra, Ishiguro rompe la linealidad de la novela inglesa hasta entonces. Abre las puertas de una mansión inglesa para reírse del concepto de “dignidad” todavía victoriano para mostrarnos hasta el entretejido de las traiciones a los intereses del país por parte de poderosos y funcionarios de máximo nivel.
Stevens sólo sirve con elegancia. No es sólo un reprimido sexual o afectivo como algunos críticos quisieron ver en este personaje . Es una personalidad vaciada para poder desarrollar su lealtad total. Y he aquí por qué Ishiguro se inscribe en la literatura inglesa post-colonial, post imperial, consciente como bien creo que lo es, o inconscientemente al estilo de Balzac. El hombre de las colonias , para ser bien considerado, mostraba el mismo comportamiento. Tenía que combinar con el hombre de la metrópoli como mantel con servilleta, (la comparación quizás esté influída por Stevens y sus preparativos para servir la mesa ).
Podría interpretarse la novela como una especie de diario íntimo de Stevens y una revelación de sus pensamientos en un momento muy especial: la casa ya no pertenece a Lord Carrington para quien sirvió con placer y lealtad durante muchísimos años. La compró un norteamericano, Mr. Farraday y el mayordomo no se siente cómodo. El cambio de estilo es grande y no tiene contactos con otros mayordomos para intercambiar ideas porque los días en que la casa era visitada por grupos que traían sus propios mayordomos ya quedó en el recuerdo. Se tiene que arreglar con menos personal y a veces queda sola por varios meses.
 Recibió carta de Miss Kenton , ex  ama de llaves durante muchos años en la casa. Ella le sugiere que la visite pero él no le encuentra sentido a viajar. Sólo lo ha hecho cuando sus patrones le han ordenado hacerlo y sólo para cumplir una diligencia. No conoce Inglaterra pero cree que nadie conoce como él la esencia del ser inglés precisamente por haber estado tanto tiempo con ladies y gentlemen que representaban el poder y conversaban sobre negocios, política, conflictos, proyectos. El Señor Farraday lo estimulaba para que hiciera el viaje y hasta le prestó un auto pero no le gustó nada a Stevens el tono pícaro del norteamericano a la vez que le insinuaba si Miss Kenton no sería un viejo amor. Lo consideró una falta de delicadeza de la peor clase que jamás hubiera tenido Lord Darlington(sentido victoriano de la vida privada). Ese tono jocoso es una de las cosas que más lo molesta. Ël no hace chistes, no tiene humor, no sabe como se le debe contestar al “amo” en esas circunstancias y se desespera.
Pero decide hacer el viaje porque siente que necesita consejos de ella ante esta circunstancia y ante una realidad que no quiere asumir: está cometiendo errores que el atribuye al cambio de estilo porque igual que su padre no puede asumir que está envejeciendo. 
En el camino va descubriendo pasajes; le cuesta entender el habla de la gente. No es insensible a la campiña inglesa pero las únicas palabras que le surgen son: grandeza .dignidad. No hay exaltación de los sentidos. Recuerda su menosprecio por los sirvientes de la mansión y reflexiona una vez más sobre los atributos de un buen mayordomo, su sentido competitivo respecto de otros colegas y como tantas veces, lo escucharemos girar sobre el tema de la dignidad y la idea ,tanto de él como de su padre,  y que coincidía con la posición de la Sociedad de Mayordomos en los años 30 que no admitía a quienes proveían de casas de nuevos ricos y con el Señor Farraday le habían surgido demasiadas   dudas profesionales que quería plantearle a Miss Kenton.
Las anécdotas que su padre le contaba de otros mayordomos con alta dignidad profesional muestran la enorme distorsión de valores,y ni hablar de la anulación de la autoestima, como la de aquel que sirvió con todo formalidad y dedicación al Capitan negligente que en la guerra provocó la muerte de su hijo.
En los hotelitos o posadas donde se hospeda durante el viaje relee varias veces la carta de la ex colega a quien no ve desde hace veinte años y que además no es desde entonces señorita Kenton sino señora Benn. , pero él la imagina igual que entonces e interpreta que , como entre otras cosas le dijo que no había sido muy afortunada en su matrimonio y recordaba aquellos días en la Mansión, estaría sola y con nostalgia del pasado. Seguro que querría regresar y eso sería de gran utilidad para él.
Recordó también las reuniones internacionales clandestinas después de la primera guerra, durante los años 20. Puntos de vista diferente respecto del Tratado de Versailles y el altercado que se produjo cuando un senador norteamericano trató a todos los europeos allí reunidos como de amateurs, de alcurnias pasadas de moda, sin profesionalismo y alguien replicó: nosotros buscamos honor y ustedes profesionalismo.
Stevens no interrumpió el servicio a los huéspedes internacionales mientras su padre moría. Cuando lo vio ya había fallecido. Stevens recordó y anotó en su diario durante el viaje, tantos años después, como ese fue un momento de orgullo porque a pesar del dolor por su padre cumplió sus obligaciones con honor.
El padre también tan orgulloso y apegado a su deber, su honor y dignidad, venía arrastrando sus achaques por una escalerilla medio retorcida que lo llevaba a su aposento que era una buhardilla de techos bajos que lo obligaban a caminar encorvado, y con una sola ventanita desde la cual se veían tejados y canaletas pero que ni el padre ni el hijo cuestionaban.
Stevens , con toda su dignidad, escuchaba detrás de las puertas para después, sin que se lo sugirieran, pasarle el informe a Lord Darlington sobre quienes estaban en su contra.
Para el gran mayordomo, eficiencia, adorno y escenificación era lo que contaba. Recordaba que en aquellos tiempos la luz de gas de las lámparas creaban una atmósfera especial que ya no se podría conseguir con la electricidad y en esos momentos,  su mente nos parece una revista infantil ilustrada del conservadorismo más retrógrado.
Considera un privilegio haber trabajado durante 35 años junto a Lord Darlington pero lo niega. En las charlas circunstanciales que se ve obligado a mantener en los lugares donde se hospedaba durante el viaje, dice que trabaja en la mansión desde que la compró Farraday , el norteamericano. No quiere que le hagan preguntas sobre Lord Darlington cuya reputación da lugar a comentarios, y  él por su “dignidad” profesional no está en condiciones de hablar de sus anteriores amos
Durante el viaje sigue recordando años y décadas. Recuerda los años 36 y 37 y las reuniones de Lord Darlington con los jerarcas nazis, como Ribbentrop, un personaje glamoroso allí y en otras casas inglesas. Ahora Stevens no puede soportar que todos esos hipócritas que lo recibieron como huésped de honor atribuyan a Lord Darlington su condición de traidor. En todo caso, no era el único traidor. Considera una estupidez que se diga que Lord Darlington era antisemita o que tuviera algo que ver con la Organización fascista británica.
Otra vez, siempre reflexionando sobre el pasado y ahora en especial, en  la defensa de su ex patrón debido a la actitud de rechazo que alcanzó a percibir, además de los comentarios que ya eran de dominio público. Los comentarios anti judíos para Stevens eran pavadas sin importancia o a lo sumo, quizás, simple repetición de Lord Carrington por influencia de otra persona. Sin embargo, recordó cuando le pidió que despidiera a dos mucamas judías con el agregado de que entendiera que para bien de él y comodidad de sus huéspedes era mejor que no hubiera judíos en esa casa.
Habían sido excelentes mucamas durante seis años. A Stevens le costaba tener que despedirlas, pero como cualquier otra orden tendría que afrontarla con “dignidad”.  Las jóvenes quedaron llorando ante las palabras gélidas de Stevens y Miss Kenton quedó con una muy mala disposición ante Stevens por aquella actitud. Más tarde, ella admitiría que no renunció en aquella oportunidad, por cobarde, porque no tenía más que una tía, tenía miedo de no poder conseguir otro trabajo y ese acto de su parte la siguió avergonzando (sentimiento que Stevens no tiene, y que nos hace preguntar que sería para Stevens la famosa dignidad, si su opuesta, la vergüenza para él parece no existir ).
 Entonces, ella le había reprochado la cara de satisfacción cuando les comunicaba la orden a las muchachas, y si a él le dolió también, como dijo, lo hubiera manifestado y así hubiera podido compartir con alguien su dolor pero Stevens no sabe compartir.
Miss Kenton trató de tener un acercamiento más humano con él, y cuando quiso insinuar una leve seducción, quizás, se vio tan ridiculizada y él tan imperturbable que se puso de novia y comenzó a salir con más frecuencia.
En una de las hosterías donde se detuvo en el camino, los parroquianos le dieron una lección de dignidad: le dijeron que por la dignidad lucharon en la guerra, que la dignidad es de todos los hombres y mujeres y no sólo de los nobles, que por lo general son los que más carecen de ella. Lo humillaron. Pero pronto se le pasó “total a esa gente pronto no la veré más”.
Y recordó también su actitud cuando uno de los amigos de Lord Darlington le dijo que su patrón había ido demasiado lejos con el nazismo y que estaba trabajando para eso. Stevens no podía medir la gravedad de las cosas porque sólo era leal a su patrón.
Cuando finalmente se encuentran, la ex Srta Kenton, ahora Sra. Benn, da a entender que quizás entre ambos pudo existir algo, que ella no quiso al marido con el que se casó y lo dejó tres veces, pero con el tiempo, quizás por costumbre, cree que lo quiere, ahora que su hija está por darle un nieto y su marido ya se está por jubilar. Y aquí parece asomar algo de humanidad en Stevens. Piensa que tanto la srta. Kenton como Lord Darrington cometieron sus propios errores pero en cambio él , ni eso. Y se pregunta nuevamente por el tema de “la dignidad” siempre sin respuesta. Quisiera empezar a gozar la vida “para lo que resta del día” pero no sabe. Dice que va a tratar de estudiar un poco el arte de bromear ya que parece ser lo que une a los demás porque en este viaje vio a mucha gente reír, gozar , hacer uso del humor, pero , claro, ya es tarde, dice que tendrá que estudiar ese punto. Nuevamente se encerrará en su cuarto con la radio y escuchará programas humorísticos para ver si lo logra.



6 comentarios:

  1. Siempre brindando tanto Cristina. Un interesante texto.
    Ester, no figura el nombre de Cristina , abri de casualidad donde decía El rincón de los libros y eso ayuda.

    María Esther Martinez

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  2. Cristina, valió la pena esperar la 2da. parte de tu nota; historia, detalles indicativos de la sociedad británica expuesta por un escritor nacido en Japón, y la tarea de orfebre de Cristina Pailos que nos envuelve por la precisión y la causticidad de algunos párrafos. ¡Excelente, Cristina, y te agradecemos!

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  3. Cuando leía tu texto Cris, con tanto aporte, poniendo al alcance comentarios interesantísimos, pensaba que el rincón de los libros es muy acotado - lamentablemente- para cada uno de nosotros. Algunos hemos intentado leer Ulises y nunca lo hemos terminado, otros libros que forman parte de la literatura universal nunca llegaron ni llegarán a nuestras manos. A veces frente a grandes lectores he comentado una obra y me doy con que no la habían leído; cosa que a mí, obviamente, me pasa el tiempo. Que quiero significar, que tus escritos nos acercan un poco a lo tal vez nunca leeremos o sí, pero es estupendo recibir información, admirarnos, sorprendernos con aquello que no sabemos. Valoro mucho tu trabajo. Felicitaciones!

    Lily Chavez

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  4. Esta sección de comentario de libros, es justamente, para que conozcamos escritores dignos de ser leídos. Las observaciones de Cristina, su agudeza y profundidad nos dan ganas de salir corriendo hasta la librería más próxima, para no desperdiciar ni un minuto sin haber leído al autor que ella comenta. Gracias, Cristina.

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  5. Cristina querida , te me habías perdido en el rinco´n de los libros. Excelente artículo. Siempre me enriquezco con tus aportes. Te cuento que Balzac lo leí cuando era niña junto a Victor "Higo" según el cura que le decía a mi madre que la niña no debía leer esas cosas. Te mando un abrazo enorme.
    amelia

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  6. Muchas gracias a todos por sus comentarios. Creo que a todos los que nos encanta leer coincidimos que hay que leer escritores actuales para no perder el pulso de nuestra época pero hay otros, no tan nuevos o realmente muy antiguos que nos revelan verdades que se nos habían pasado por alto o que las recibimos distorsionadas , empobrecidas o banalizadas por comentaristas que reciben algún beneficio de las editoriales
    No digo siempre, pero a menudo eso ocurre.
    Sólo voy a ser un comentario especial a Amelia Arellano porque mi mamá también me corría contra los autores que estaba en el index de la Iglesia,por suerte papá era lo que entonces se decía "un libre pensador" y le decía: -Tiene que leer de todo. No la embrutezcas - Algún día voy a escribir algo sobre mi niñez donde papá tocaba tangos en el piano y mamá le decía "no toques esa música erótica, hereje, no ves que estoy de duelo. Es Semana Santa y se ha muerto el Redentor"
    Al menos ahora entienden por qué me gusta discutir: en mi casa se discutió siempre.
    Gracias a todos otra vez
    Cristina

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