Clint...
Clint Eastwood entró en el
vagón del metro. Estaba vestido como en “El bueno, el malo y el feo”, con su
sombrero de cowboy, las botas y su pistola en la mano. Montaba su caballo y con
su mirada escudriñaba a los pasajeros. Todos bajamos la vista hacia el suelo y
un silencio mortuorio se hizo en el lugar.
Entonces Clint comenzó a
avanzar lentamente y en silencio. El único ruido que se podía oír era el de los
pasos de su caballo negro.
Se detuvo frente a mí.
Colocó su revólver sobre mi mentón y me forzó a levantar la cabeza. Su mirada
me hizo palidecer. Con un gesto me indicó que debía salir del vagón. Estábamos
en la estación “Hôtel de Ville”.
Tuvimos que esperar unos
largos minutos hasta que el empleado de la estación nos abriera la puerta
grande, destinada a las personas que llevan equipajes o cochecitos para bebés,
ya que Clint y su caballo no podían pasar. Cuando ya estábamos afuera, la gente
comenzó a rodearnos. Clint bajó de su caballo y lo ató a la calesita antigua
que se encuentra sobre la plaza, delante de la municipalidad parisina. Abrí la
boca para decir algo, pero la mirada de Clint me hizo callar de inmediato. Sacó
una segunda pistola y la arrojó hacia mí.
Mientras tanto la calesita
comenzó a girar, obligando al pobre y dócil caballo a trotar en círculos.
Temblando de miedo y
cubierto de sudor frío tomé la pistola entre mis manos. “Diez pasos”, dijo
Clint y, dándome las espaldas, comenzó a alejarse. No pude moverme. Mis piernas
se negaban a dar un solo paso. Clint estaba ya por su octavo paso cuando a
causa del miedo apreté el gatillo. Mi brazo fue proyectado hacia atrás y la
bala salió disparada en el aire. Entonces se oyó un ruido fuerte y una enorme
rama se desprendió de un árbol, cayendo sobre la cabeza de Clint y partiéndola
por la mitad.
Clint cayó al suelo, el
cráneo roto, su revólver aun girando alrededor de su dedo índice. Maté a Clint
Eastwood y nadie podrá decir que lo hice con una bala en la espalda, como hacen
los cobardes.
Xavier cablaga con toda sotura entre realidad y ficción sin tropezar ni flaquear. Un gusto leerte y sonreir contigo.
ResponderEliminarUna fantasía bien ideada nos puede salvar de la reputación de cobardes. Me gustó mucho
ResponderEliminarCristina Pailos
Tal vez cobardes son los que mueren ¡a quién se le ocurre! además el otoño hace caer las ramas que saben ser mas certeras que las balas.
ResponderEliminarExcelente narración, Carlos Arturo Trinelli
Breve y muy bueno. El resto del goce me lo guardo para mí...
ResponderEliminarCelmiro Koryto
La mayoría de las cosas que he leído tuyas Xafier han sido muy buenas y entonces hacer click en tu nombre, causa cierta devoción.
ResponderEliminarLily Chavez
CHE XAFIER, ME ALEGRO QUE TE HAYAS ENFRENTADO AL BIG CLINT. GRAN MANEJO DE LA COLT, XAFIER...
ResponderEliminarDesde la seriedad, un humor distinto que parece tratar a la ligera, asuntos de gravedad.
ResponderEliminarMaravilloso y sorprendente.
Felicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA