El
portero
Estoy cansado de sacar basura a la
calle. Ya son muchos años. Subir y bajar con bolsas cargadas. Hay que juntar
los desechos de todas las familias del edificio. Hay que atar bien cada bolsa
con cuerdas. Hay que bajar al sótano. Hay que subir del sótano. Siempre
igual. Mientras, todos se reúnen en familia. Ensamblados, miran televisión. Por
la noche, no les importa otra cosa. Yo no esperaba esto. Por las mañanas todos
salen a la calle. Para acá y para allá. Sin motivo. Trabajan, hacen gimnasia,
estudian, avanzan, retroceden, se muestran, opinan, pelean, se divierten. Mi
mundo es la cuadra, camino hasta una esquina y vuelvo. Converso con un colega
de enfrente que refacciona su casa, lo voy a ayudar a llenar enormes bolsas.
Escombros. Voy hasta la otra esquina y vuelvo. Siempre vuelvo. Vuelvo a
barrer el pasillo, a pasar el lampazo sobre cada una de las pisadas de los
consorcistas y sus rumbos. A escucharlos. A cuidarlos. Cada noche, con fuertes
nudos, nada debe escapar de las bolsas. Hay que tener fuerza para subirlas. Son
pesadas. Muchas veces reviso las cosas que tiran, las analizo. Las selecciono.
La basura contiene objetos de todos los integrantes que una familia descarta.
Envases de cosméticos, maquinitas de afeitar, flores marchitas, prendas usadas,
cartas de amores rotos. Y más que objetos, emana vapores, hálitos del alma, una
especial sugestión. ¡Cuánto me posesiona! Sin ninguna duda, la basura es
la prolongación de los cuerpos. Seguramente algunos dirán de mí que soy perverso,
un psicópata. Pero otros dirán que soy buena persona, que soy servicial. Y voy
a decir que sí, que ciertamente soy muy servicial. Dediqué mi vida a ello.
Siempre quise ayudar al prójimo. Alcanzarles herramientas, escaleras, realizar
tareas que ellos no pueden hacer. Pero, siempre quise ser como ellos. Pensar
como ellos. Opinar con sus mismas convicciones. Lo único que no alcanzo a
comprender son los motivos de la gente. ¡Qué ciudad difícil es esta! Extraño a
Tilcara. Y no sé por qué a mis quince años. Cada uno de mis vecinos, teniéndolo
todo, inventan vacíos, vacíos existenciales, vacíos de móviles. Pero, vivir en
una terraza es vivir afuera. Todos viven adentro. Vacíos, pero internados.
Ahora lo entiendo perfectamente. Me gusta pertenecer a los de adentro. Soy una
buena persona. Acá, nada se comprueba, todo se da por hecho. Quiero ser como
todos. Mi mujer está muy enferma y me asusta mirar hacia adelante. La
inseguridad, sólo es la soledad. No quiero verme en la intemperie de una
terraza desolada. A mis años, tengo que decidirme a cambiar. Tengo que producir
un acontecimiento que tome cuerpo y eche a volar. Algo que me demuestre mi
propia integridad. Esto será posible si esa actuación pueda ser desinteresada.
Como se dice hoy: “Que no tenga móviles”. ¡Exactamente eso! Cada paso de mis
vecinos no tiene ningún móvil. Esta vecinita que está abriendo la puerta de
calle es mi símbolo íntimo. No quiero sacar una bolsa más. Ya no tengo móviles.
Sólo
mi inocencia.
impresionante...
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ResponderEliminarComo siempre, tus escritos tienen ese algo que conmueve, sorprende y atrapa.
Como siempre me regocijo con ellos.
Una abrazo, Juan.
Sonia Figueras
Brevemente un portero encerado en su rutina queriendo ser lo que ya es...y no quiere ser.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Hola Juan...me tenté de entrar a leerte al ver tu nombre en la lista de las publicaciones y...me voy muy grata de haberlo hecho. Tus escritos tienen siempre tanta humanidad que son un bálsamo para nuestros días.
ResponderEliminarSaludos desde Chile
Que bueno encontrarte aquí Juan ...y justo en este momento .......fuera de bromas....me encantó!!
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