EL HIJO DE MISTER PLAYA, LA BIOGRAFIA DE ROBERTO BOLAÑO
Indispensable
semblanza de un auténtico animal literario
La periodista argentina Mónica Maristain, radicada en
México, fue la última en entrevistar al autor de Los detectives salvajes. En
medio de la pena por la muerte del escritor, la pregunta de cómo se sentirían
sus amigos disparó este libro, de próxima edición argentina.
Un animal literario, el escritor que cambió el horizonte de la
literatura latinoamericana, descarga una de sus estocadas más aquilatadas en la
posdata de un correo electrónico. “¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera,
levísima, frívola incluso –son las que más me gustan–, casi póstuma?” Apenas
una década ha pasado y aún esta propuesta destila ese hálito de felicidad
indómita que le provocaba a ella, una periodista argentina radicada en México,
encontrar en su buzón el remitente de “robertoba”. En esa propuesta reposa el
germen de la que resultó ser la última entrevista a Roberto Bolaño, publicada
en la edición mexicana de la revista Playboy (y reproducida en el suplemento
Radar de este diario) en julio de 2003, el mismo mes de la muerte del autor de
Los detectives salvajes. Si entonces Mónica Maristain estaba devastada por esa
muerte inesperada, un interrogante se instaló con la fuerza arrolladora que
desparrama la estampida de la tristeza: ¿cómo se sentirían los que realmente
fueron sus amigos? Las respuestas se tejen en El hijo de Míster Playa
(publicado en México por Almadía, de próxima edición argentina), una aceitada
semblanza de Bolaño orquestada a través del recuerdo de algunas de las mujeres
de su vida –su última novia Carmen Pérez de Vega, cuyo testimonio es crucial–,
de narradores, editores, poetas y críticos como Rodrigo Fresán, Jorge Volpi,
Carmen Boullosa, Junot Díaz, Ignacio Echeverría y Jorge Herralde, entre tantos
otros. No podían faltar los intercambios entre Maristain y el “pobre ermitaño
lleno de llagas” –como se define en uno de esos emails–; textos que se
despliegan a la manera de pequeños talismanes labrados de complicidades
cotidianas, minucias domésticas, regaños y consejos mutuos.
Maristain revela que del concierto de voces que integran
El hijo de Míster Playa se queda con la del difunto escritor chileno, Rodrigo
Quijada: “Bolaño es una de esas personas que conoces en un momento determinado
de tu vida y al que puedes recordar siempre con mucha facilidad y mucho cariño.
Los que conocieron a Bolaño saben que lo que estoy diciendo es cierto. Es un
hombre que se echaba de menos en una tertulia: ‘Aquí debería estar Bolaño’,
decíamos cuando alguien se ponía muy insoportable”. Luego de leer las 354
páginas del libro, la periodista logra que Bolaño esté “aquí y ahora” en esa
instancia vital de la lectura, en cada uno de los capítulos en que captura
desde las vibraciones del adolescente rilkeano que llegó a México en 1968 –y
que a los dieciocho años creía que era el personaje de una canción de rock,
“Pictures of Lilly”, de The Who– hasta la locura simpática del frustrado y
vehemente cocinero que en Blanes, con la cara pegada al rostro de Rodrigo
Fresán, le dice: “¡Dime que es la mejor paella que has probado en tu vida!”.
No, definitivamente, confirmará el escritor argentino, no fue la mejor paella.
Pero en esta historia que nació con una mala cena, le tocó vivir el honor y el
privilegio de frecuentarlo durante cuatro años; fue uno de sus amigos más
entrañables y recibió llamadas telefónicas a altas horas de la madrugada, que
extraña tanto como los libros que podría haber escrito el autor de 2666.
Da en el blanco, Maristain, cuando deliberadamente pone
el foco en el origen social de Bolaño, hijo de un camionero y boxeador
profesional y de una profesora de primaria, Victoria Avalos, “la gran mentora
de la carrera literaria de Roberto”, según plantea el editor Jorge Herralde. Y
lo hace a partir de la evocación de Carmen Boullosa: “Bolaño traía la ropa
planchada, el cabello largo y toda esta cosa de revuelta intrínseca en su
persona, pero muy compuestito”, cuenta la escritora mexicana que, al principio,
cuando lo conoció, le tenía miedo. “En Latinoamérica no es lo mismo una familia
pobre que una trabajadora: hay un abismo entre ambos conceptos –aclara
Maristain–. La ropa planchada a la que hace mención Boullosa es el sello de
distinción de toda familia obrera que se precie: la pulcritud es el escudo
aristocrático para quien vive en el seno de un hogar empeñado en ‘salir
adelante’”.
La misma anécdota puede ser el combustible que enciende
más la llama de la leyenda. Pero también ofrece el reverso de esa moneda. Juan
Pascoe es el primer editor de Bolaño; publicó Reinventar el amor en abril de
1976, el mismo año en que surgió el movimiento de los infrarrealistas en casa
del poeta chileno Bruno Montané. “No sólo robaba libros en las librerías,
cuando venía a mi casa se fijaba en los estantes y recuerdo haber encontrado
una vez una edición muy valiosa de Orlando, la novela de Virginia Woolf, primera
edición de 1937, con traducción de Jorge Luis Borges. Se la mostré a Roberto
con mucho entusiasmo y me dijo: ‘Ah, muy bien, me la llevo porque alguien (no
me dijo quién) debe leer este libro’. Y se lo llevó. Y, por supuesto, nunca me
lo devolvió. He de decir en su honor que luego me regaló un ejemplar de Los
cantares de Pisa, de Ezra Pound, en la traducción de José Vázquez Amaral, y me
sentí bien pagado”, cuenta Pascoe. Hay una minuciosa pesquisa de las peripecias
de los infrarrealistas, levadura del posterior “hombre-obra” que sería Bolaño.
En este punto emergen versiones controvertidas en permanente disputa. Y
aparecen los golpes en serio, discusiones de alto voltaje que terminaban a las
trompadas.
Al ensayista y poeta José María Espinasa le encanta cumplir
el rol del “malo de la semblanza”; se anima a colocar al escritor chileno en la
categoría de lecturas fervorosas, probablemente con fecha de vencimiento, y a
comparar, además, el impacto de Los detectives salvajes con el que produjo en
su época Rayuela: “¿Puede ser que en la madurez pasemos de la página cien de la
famosa novela de Julio Cortázar? Hay que recordar cómo nos gustó El lobo
estepario y ahora seríamos incapaces de volver a leerlo”. El crítico Ignacio
Echevarría, en cambio, postula que en el centro de la obra de Bolaño está el
mito de la juventud perdida y que el papel de los infrarrealistas es
fundamental en este sentido. “Todo el romanticismo que exuda la obra de Roberto
tiene que ver con su propio recuerdo de juventud salvaje. Es una influencia
determinante en la construcción de la parte central de su narrativa, que se
convierte en una especie de prolongación melancólica de su juventud. Convierte
México y su juventud en México como mito personal y sobre eso construye buena
parte de su literatura.”
“Borges es Dios”, gritó Bolaño en el tren donde conoció a
su última compañera. El clímax de la semblanza se alcanza con el relato
pormenorizado que ofrece la última novia del escritor, Carmen Pérez de Vega,
“categorizada prácticamente como un fantasma –acota Maristain–, cuya presencia
real algunos ponen en duda merced a la obsesión que ella despierta en la viuda
y heredera legal de Bolaño, Carolina López”. La heredera legal, para asombro de
muchos, abandonó a Herralde, editor natural de Bolaño, contrató al agente
estadounidense Andrew Wylie y está convirtiendo los cuentos, esbozos y muñones
de novelas, poemas y misceláneas en un baúl inagotable, como el de Pessoa, del
que salen libros póstumos publicados sin el visto bueno de su autor.
En el campo minado de las reyertas post mortem, las
mezquindades están a la orden del día. En las nuevas ediciones de los libros de
Bolaño fue borrada toda mención a Carmen, a quien está dedicado el cuento “El
viaje de Alvaro Rousselot”. El principio del fin tiene una fecha precisa en la
memoria de Carmen: la mañana del lunes 30 de junio de 2003 el escritor la llamó
para pedirle que lo fuera a buscar. Había tosido sangre. Ella fue, pero él no
quería ir al hospital. Ese día había terminado El gaucho insufrible. A la madrugada
del día siguiente, la despertó para decirle que necesitaba comer. Hasta se
empeñó en cocinar arroz. “Al primer bocado, sobrevino un vómito de sangre
impresionante y por supuesto fue ahí cuando decidió ir al hospital. Tuvo tiempo
de poner música, la canción ‘Lucha de gigantes’. Tuvo tiempo de ducharse y creo
que él pensaba que con todos estos gestos alejaba la enfermedad, aunque en
realidad hacía todo lo contrario. ‘Lucha de gigantes’, que además la ponía muy
a menudo, fue la última canción que escuchó en su vida”, recuerda Carmen.
El hijo de
Míster Playa es un libro inmenso, un tesoro indispensable para los lectores que
junto a Maristain repetirán: “En este mundo insoportable, a menudo diremos,
muchas veces: ‘Aquí debería estar Bolaño’. Pero no está”■
"Aquí debería estar Bolaño" cuando leo algo que no me convence o abandono una lectura pienso lo mismo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMuy interesante!Datos de valía y la misma reflexión de Arturo.
ResponderEliminarLily Chavez