La banda sonora
José Pablo Feinmann: Tengo un recuerdo imborrable y un agradecimiento enorme de y
hacia mi viejo. Mi papá me tuvo a una edad (para esa época) avanzada: cincuenta
años. Nos quisimos mucho. Cierta vez, yo estaría en primer año del secundario,
me dijo que me iba a ir a buscar al colegio. Me llevó al Colón. Me dijo que él,
desgraciadamente, nunca había podido disfrutar de la música. Que tenía un
toscano en la oreja. Pero sabía que era importante escuchar buena música.
Fuimos al Colón y escuchamos el Concierto en sol mayor de Ravel. Sólo recuerdo
que me pareció muy lindo. Aunque no recuerdo mucho más. En casa había un piano
August Forster. Mamá tocaba. Y tocaba bastante bien. Me puso –de más pibe– una
profesora de piano. Pero yo me escapaba a jugar a la pelota. También mi hermano
tocaba. Tenía unos dedos muy largos que siempre le envidié. Tocaba tangos y el
Estudio “revolucionario” de Chopin con gran facilidad. Años después, a eso de
los quince años, volvía de una clase de inglés. En el combinado sonaba una
música extraña, atractiva. Me senté en el piso y pegué la oreja al parlante.
Eran unas trompetas. Parecía música norteamericana. ¡De pronto apareció un
piano! Hizo sonar tres veces una tecla e inició una desinhibida melodía de
charleston que las trompetas, asordinadas y tristes, venían anunciando. Me
volví loco. ¿Qué era eso? Al terminar, una locutora dijo: “Acaban de escuchar
el Concierto en fa mayor para piano y orquesta de George Ger-shwin”. Nunca más
me detuve. Compré toda la música de Gershwin. Y luego toda la música clásica
que se me iba presentando o apareciendo en mis búsquedas. Hice mío al piano de
casa. Compré las partituras de Gershwin en Ricordi. Estudié en el Conservatorio
Williams. Y luego conocí en la
Facultad a Roberto Brando, que era un gran maestro. Cuando lo
conocí, ya tocaba la “Rhapsody in blue” (no completa: había pasajes imposibles
para mí y, en verdad, para muchos), varios fragmentos del Concierto en fa y
otras cosas. Brando me enseñó mucho, mucho y bien. Había sido discípulo de
Vicente Scarumuzza, el durísimo maestro de Martha Argerich niña. Pero, al ver
que mi pasión por la filosofía era mayor, me despidió muy amablemente. Como
sea, la música de los grandes compositores enriqueció mi vida y sobre todo mi
escritura. Ninguna prosa es perfecta hasta que no lo es musicalmente. Las
partituras que marcaron mi vida fueron la Sonata en sí menor de Liszt, el “Gaspard de la
nuit” de Ravel y Stravinsky, Prokofiev, Shostakovich, Britten y los románticos:
Chopin, Brahms, Schumann. La otra música que acompañó mi vida fue el tango y
los hoy llamados standards norteamericanos. “My funny Valentine”, por ejemplo.
¡Si eso es un Standard...! Schubert lo habría firmado.
Horacio González: No tuve educación musical, de ahí que ahora me parece
inalcanzable, y trato de pensarme falsamente como un alumno de algún pueblo
provinciano cuya familia le indica que tiene que saber piano y comienza a los
seis años a darle a la cosa. ¿De allí se obtiene un glorioso desarrollo
posterior, o lo que es más importante, saber que ese pasaje por un mundo
adolescente musical, aunque luego abandonado, es un acorde que siempre suena en
nuestras vidas? La música para mí llega tarde, y sospecho que si tuviera tiempo
suplementario, desplazaría las obras completas del compañero Lukács por las de
Béla Bartók o las poesías de Las flores del mal por Debussy, aunque de todas
maneras estaríamos en el terreno de una traducción entre la música y la poesía
o la filosofía. Baudelaire está en Debussy como una pizca de Lukács podría
encontrarse en Bartók. Pero estas son ensoñaciones. Ninguna música acompañó mi
vida, pero en la época que correspondía escuché a Almendra, aunque lo
redescubro ahora. “Milonga triste” es mi canción argentina favorita, por el
modo en que la compone Piana, y sobre todo por el dodecafonismo cubista al que
Manzi somete la letra. El modo en que la canta Liliana Herrero, mi esposa, creo
que recupera el increíble dramatismo existencial que hay en esa cumbre de la
metafísica del gran Homero Manzione, donde narra en los bordes un asesinato
ritual con el cese de un amor, y sobre todo el illus tempore, la especialidad
de Manzi. “Ya nunca me verás en la vidriera...” Contar lo pasado con un crujido
del alma, que está en los buenos poetas.
JPF: A veces digo en joda “este país hizo el tango. No jodamos
más. Este país es grande, hizo el tango y chau, y las Madres de Plaza de Mayo”,
así como queriendo resumir, en forma agresiva pero bueno, este país hizo el
tango, viejo. “Somos la mueca de lo que quisimos ser, no hay moral que se
resista frente a dos pesos moneda nacional”. ¿Te das cuenta de lo que es eso?
HG: Te cito uno que me impresiona mucho: “Barcos carboneros que
jamás han de zarpar”, Cobián y Cadícamo.
JPF: ¿Y eso? ¿Quién tiene un cuerpo poético como el del tango? ¿Qué
música popular tiene un cuerpo poético como el tango? Y a la vez una música tan
sensual, tan valiosa... “Sur”...
HG: “Sur” es una creación excepcional, está en la línea de un
refinamiento de civilización o barbarie, sin optar claramente por nada, está en
la orilla, en el más allá de la inundación está la historia argentina.
JPF: Pero lo que tiene “Sur” es que puede emocionar a cualquier
edad, porque aunque te habla de Pompeya y más allá la inundación, no está
temporalmente fijado... no, está hablando de las cosas que se fueron y a todos
se nos fueron las cosas, en ese sentido es eterno, como Shakespeare, por lo que
dice. En “Nostalgia de los años que han pasado, arena que la vida se llevó
[...] Ya nunca me verás como me vieras, recostado en la vidriera,
esperándote”...
Fantastico!!! Gracias por la entrega!!
ResponderEliminarEl tango me puede, es poesia de la mejor, la del sentimiento si rebusques, es historia, es Borges tambien. Es Argentina,bien criollo y bien porteno
ResponderEliminarLindos pasajes recorridos con la nostalgia
YO aoy niebla de aquel tiempo, Se te saluda con el aplauso
Carmen Passano
Creo que estos dos pensadores recrean sus diálogos en un libro reciente, leerlos es aprender y compartir, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEn Feinmann me asombra esa capacidad de conmover sin quererlo, de contar las perepecias con su "viejo" con esa ternura que se quiere disimular... Pero no se puede. Valía la pena.
ResponderEliminarandrés