Mi amistad con Ángeles data de muchos años. Nos conocimos en la ciudad de Resistencia, capital de la Provincia del Chaco. Ciudad calurosa, atravesada por árboles generosos, custodia de la memoria del inmigrante. En un pueblo del interior, Las Breñas, donde viví varios años, todos los cuatro de septiembre se festeja el día del Inmigrante. No fue una elección arbitraria, es el lugar donde a comienzos del siglo XX se radicaron colectividades venidas de diversos centros europeos. Rusos, polacos, italianos, españoles, alemanes, checoeslovacos, rumanos… se encontraron con unos pocos criollos residentes, algunos terratenientes, -que no dejaban atravesar sus dominios, bajo pena de muerte-, y pueblos originarios, en vías de ser extinguidos por el ejercito, cuarenta y cinco grados a la sombra, y un viento norte capaz de arrasar con todas las buenas intenciones. Tuve la oportunidad de conocer algunos de ellos, que llegaron siendo niños, y me contaron que desembarcaron con sus padres en el puerto de Buenos Aires, los llevaron directamente al Hotel de Inmigrantes, y de allí a la estación Retiro, los subieron a un tren -dos o más días de trocha angosta- , y los dejaron en medio del monte chaqueño…
Un viejo médico de las Breñas, el Dr. Michoff, me contaba que él tenía 12 años cuando llegó con sus padres. Debido a su fuerte contextura física, fue destinado a traer al hombro –único medio posible- una bolsa de harina, una vez por semana o por mes, -no recuerdo-, desde el puesto más cercano, distante a varios kilómetros. Otro amigo, Martina, me contaba que su abuelo, que llegó del Friuli siendo joven, también caminaba varios kilómetros para poder leer un diario, y así enterarse medianamente lo que ocurría en Europa.
El recuerdo que más me emociona cuando pienso en Las Breñas, es que todos, de distintas nacionalidades, religiones e ideas políticas, ante un problema surgido en el pueblo, se unían y colaboraban, ya sea trabajo manual, ayuda social o económica.
Ángeles es Asistente Social, y procuradora egresada de la Facultad de Derecho de la UNNE a donde ingresó a los cuarenta años. Ahora jubilada, realiza otros trabajos con rumbos diferentes. Tiene mucha experiencia de campo por sus recorridos en las villas, la ciudad y el interior de la provincia. También su padre fue un inmigrante español llegado al país en 1920. Andaluza por parte de su padre, y vasca por el de su madre, se siente fiel a ambos orígenes y culturas.
En nuestros encuentros escuchaba sus historias. Aún me parece verla: parada frente a mí, dramatizando e imitando las voces de los extranjeros. De ella emanaba energía, convicción, honestidad, y mucho humor. Una de sus tareas fue tratar de conectar a inmigrantes europeos, o sus descendientes con sus familiares residentes en Europa, mediante el programa del Servicio Social Internacional, donde trabajó como voluntaria durante más de una década. Recorría la provincia, visitaba ranchos, archivos, casas de departamento, hospitales, centros policiales. Hoy escribe sus historias, como parte de esa búsqueda incesante que significó su vida desde muy niña.
Ángeles fue una advertencia en mi experiencia de vida, advertencia que hoy quisiera compartir con mis amigos de Artesanías Literarias. Ofelia Funes
Ángeles de Dios de Martina, nació en Comodoro Rivadavia, Chubut, el 24 de marzo de 1938. Esta radicada en el Chaco desde 1960. Es asistente social y procuradora egresada de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). En ambas profesiones trabajó en organismos provinciales e internacionales. Publicó “Vascos en le Chaco. Historias de Vida” (1999); “Mujeres inmigrantes. Historias de Vida” (2002) y “Mario Chapo Bortagaray. Un visionario de la medicina” (2006). Recibió el Premio Andrés de Irujo 2003 del Gobierno Vasco por su obra “Santiago Ibarra: Historia de un inmigrante vasco” y Premio Provincia del Chaco “Ramón de las Mercedes Tissera”, por “Santiago Ibarra. Ensayo Histórico sobre la vida de un inmigrante vasco” (2002).
Colabora con la Revista electrónica de Cultura Vasca Euskonews de la Sociedad de Estudios Vascos y con la Enciclopedia “Bernardo Entornes Lasa” de San Sebastián. Ha escrito numerosos artículos y reseñas bibliográficas en periódicos del medio y revistas del País Vasco.
Realizó diversos cursos de capacitación en el IIGHI –CONICET- y participó en congresos sobre historia oral, exilio e identidad con trabajos publicados en la Universidad de Deusto y en la Universidad de Pau (Francia).
Publicó en 2011 “Andrea Moch. Andanzas de una artista” (biografía) y en 2012 “Juan Ramón Lestani, periodista. Crónicas de Estampa Chaqueña (1930-1940), ensayo histórico.
Es miembro de número de la Junta de Estudios Históricos del Chaco desde diciembre de 2008 e incorporada en el mes de abril de 2009. En la actualidad se desempeña como secretaria de la Junta.
HISTORIAS DE VIDA
Antigona en Auschwitz
Relato fragmentado y adaptado, perteneciente a una señora sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz publicado en el libro Mujeres Inmigrantes. Historias de Vida (Dunken, 2002) de Ángeles de Dios de Martina
Cuando recuerdo a Irene, pienso en Antígona. De hecho, su vida, fue una tragedia de este siglo; en realidad del pasado siglo XX; una mujer de solo diecisiete años nacida en Polonia, que a esa edad, junto a su hermana y sobrina fue reportada a los campos de exterminio. La conocí hace poco más de una década. Me parece ver aún esos ojos claros y dulces, hasta alegres, cuando la visité en su casa para que me contara su historia. Charlamos, pero no pude grabar como lo hacía con las otras protagonistas de mi trabajo. Su relato fue denso desde un principio, conmovedor, llegado de otro mundo, casi irreal. Y era, o fue así, de otro mundo. Irene hablaba, daba detalles, mostró su brazo marcado con un número, contaba acerca de sus días y de sus noches en ese infierno; también de sus sueños y hasta de la esperanza de sobrevivir.
Después de esas primeras entrevistas, me costaba conciliar el sueño; las imágenes del relato se superponían en mi mente confusamente. Para poder acompañar esa historia, comencé a leer intensamente testimonios de otros sobrevivientes, ensayos, diversos escritos; veía películas que de algún modo intentaran reflejar la vida en los campos de exterminio, y así, acudía sobrecogida a su casa cada vez que lo acordábamos. Cuando, intentando retomar el diálogo de los días anteriores le contaba acerca de esas lecturas o de los films que había visto, ella me miraba con una suave sonrisa, con simpatía, tal vez con incredulidad y extrañeza. No sabría decir qué otro sentimiento sentiría. Me decía: las películas no podrán nunca reflejar el sufrimiento que pasamos, la vida en los pabellones, las humillaciones, el hambre, el frío. Todo eso, es una pálida imagen de lo que pasó.
Irene estuvo en Auschwitz, la antesala de la muerte, unos meses. Un tiempo de horror, de extrema angustia, del avance de la locura del hombre sobre los hombres; del desasosiego y desesperanza de quienes lo sufrieron. Allí, cuenta mi protagonista, fue seleccionada por el médico Josef Mengele, llamado el ángel de la muerte, entre otras mujeres. Mostraron sus cuerpos desnudos, jóvenes, o con huellas del paso del tiempo, y así, decidían si pasaban a los crematorios o podrían realizar trabajos.
. ¿Sentiría Irene, esta nueva Antígona, vergüenza de mostrar su cuerpo desnudo ante la mirada inquisidora del médico?
-¿Vergüenza? , - me respondió- ¡No! ¡Éramos tantas…! No nos miraban como a mujeres, solo como una cosa. En ese momento no sentíamos nada, éramos como de piedra.
Irene, como Antígona, fue separada de los suyos. En un tren, fueron trasladadas al campo de concentración, donde, a su ingreso, podía leer en grandes letras de hierro de varios metros de largo: Arbeit mach frei – El trabajo hace libre-. Supe después que ese anuncio había sido fabricado por prisioneros polacos por órdenes de nazis alemanes. Barracas de madera serían su alojamiento. En el patio, – continuaba Irene recordando- , quinientas mujeres, tiradas en el suelo, se abrazaban y solo atinaban a rezar como en la infancia: ¡Smay Israel! Dios nos proteja!
Por la noche, el cielo se tornaba rojo por el fuego proveniente de las cercanas chimeneas que humeaban en siniestros arabescos hacia el cielo. El lugar olía a carne humana quemada.
¿Qué recordaría ella de de su infancia, de su casa y su familia? Irene Shwimmer, había nacido en la ciudad de Lodz, en Polonia, el 5 de agosto de 1926. En su cautiverio, por las noches, cerraba los ojos y pensaba en su gente, parecía - me confesó- , que de este modo, recibía la protección llegada desde lejos. Las hermanas, no informaron acerca del parentesco que las unía. En el campo no estaba permitida la convivencia con otros familiares.
Pasó el tiempo, las mujeres jóvenes fueron llevadas a trabajar a una fábrica de armamento militar en Chopov, cercana a Dresden. Viaje penoso, en tren, donde el frío traspasaba las maderas del vagón mientras los cuerpos se daban calor unos a otros. Extremadamente delgadas y débiles fueron a ese destino. La actividad fabril era permanente, las veinticuatro horas del día estaban destinadas a la producción. Nadie decía sentirse mal, no demostraban flaqueza ni cansancio, en lo posible; algunas coloreaban sus mejillas con cáscaras de remolachas para aparentar salud y fortaleza. Las enfermas eran eliminadas. Para ese tiempo, las mujeres ya no menstruaban. Decían entre ellas, que al parecer, una sustancia agregada al café, hacía inhibir el flujo sanguíneo. Las horas de trabajo y la deficiente alimentación hicieron el resto: disentería, fiebre tifoidea o aftosa humana mostraban rostros invadidos por esas condiciones de vida. La falta de higiene, el hacinamiento y el exceso de trabajo, agudizo las condiciones de vida.
¡Cómo no compararte Irene con Antígona! Tu rebeldía interior, la fuerza que pudieras conservar en esas condiciones infrahumanas ¿De dónde venían tus ganas de vivir, de soñar?, Me parece recordar el clamor de la heroína de Tebas:” ¡Lloro sin consuelo, ay de mi, por el más desgraciado de los destinos!”.
Y así, continuaba el relato de Irene, cada día que pasaba, era más dramático. Las tardes en que la visitaba, me llenaba de creciente zozobra mientras la escuchaba, y desorientada y afligida volvía a mis cosas.
Del tiempo del cautiverio pasó un año. Irene y sus compañeras de prisión y de trabajo como obreras en la fábrica, era monótono, sin esperanzas de regresar con vida. Un día comenzaron los bombardeos que escuchaban a lo lejos, otras veces, más cercanos. Parecía que la guerra se perdía para los alemanes. Solo escuchaban rumores. Pero, el 8 de mayo de 1945, llegó la liberación con las tropas rusas.
Irene, sobrevivió a la Shoá. Marchó a Paris con su marido, a quien conoció en esas circunstancias, escapado del campo de exterminio de Treblinka. Fue el encuentro de dos sobrevivientes vueltos a nacer, ilusionados con la vida. Más adelante, desde marzo de 1949, se instalaron en la Argentina , en momentos difíciles por la política inmigratoria para el ingreso de judíos. La ayuda de un familiar radicado en el Chaco, permitió a Irene y a su esposo Manuel, instalarse en Resistencia Aquí formó su familia. Irene tiene ahora 86 años, dos hijos, nietos y probablemente bisnietos. Ella aún sonríe cuando la encuentro. Suele concurrir a una confitería del centro. Observa todo con curiosidad e interés. Su presencia no pasa desapercibida. Aún conserva rastros de su belleza juvenil. Coqueta y arreglada en su aspecto personal, me parece ver paz en su mirada. Sin embargo ha dicho y con razón: “Este dolor no se borra”. Hace un tiempo dio nuevamente su testimonio de aquellos años de horror en un diario local. En una fotografía muestra su brazo de piel muy blanca donde se lee: “A 21290”.
Irene y yo continuamos por distintos caminos. Hoy quiero decirle que desde aquellos años en que conocí su historia he mirado y sentido la vida de otra forma. No olvido su doliente relato. Por eso la he comparado con la heroína de la tragedia de Antígona, y al leer en esa nota, la valentía con que cuenta esa etapa de su vida, de lo irracional y el martirio que ha pasado, me parece interpretar su mensaje, tan actual como cuando se escribió hace varios siglos: “Difunde esta historia, comunícala a todos; sólo me detendré en mi propósito si me quedo sin vida”.
Link, para más datos testimoniales.
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Es muy conmovedor y muy cierto que no hay película ni relato que pueda comunicar una situación límite de tal magnitud. También es muy difícil imaginar la mente de los destructores de humanidad.
ResponderEliminarCristina Pailos
Cuando leo estos testimonios pienso que los que niegan el holocausto, en el que los judíos no estuvieron solos,son el brazo extendido, los continuadores de tal destrucción, responsables en el tiempo de tal salvajismo.
ResponderEliminarOlga Ajma.
Conmovedor relato y excelente rescate de la autora, en distintos planos dos ejemplos de vida que renuevan la fe en el ser humano. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarConmovedor y elocuente. Un impecable relato de la Autora, que, como en cada uno de sus textos, transporta al lector. Otro testimonio de la deshumanización del hombre, otra muestra del horror.
ResponderEliminarCecilia Garcés
Te felicito por la narración que hiciste sobre la Sra. Irene K., a quien conozco desde hace muchísimos años. Quisiera hacer una simple corrección y agregar algunas cositas.
ResponderEliminarDonde escribiste "Smay Israel" no es la traducción que hiciste. En realidad es SHMA ISRAEL…. (Escucha/oye Israel) en donde Israel es referido al pueblo judío, y son las dos palabras de una breve oración que dice "Oye Israel, Dios nuestro Dios es el único Dios", que se repite infinitas veces en las oraciones, y en momentos críticos (frente a la muerte, etc)
Tambien en las palabras en aleman hay una palabra que debe ser MACHT y no MACH, como tu escribiste.
En Resistencia hubo varias familias con números en el brazo. Algunos usaban siempre mangas largas, otros – en Buenos Aires – se los hicieron borrar – y casi todos los dejaban como una señal de orgullo, vestían como cualquier otra persona.
En general toda la gente que paso por los campos de exterminio, concentración, etc. NADIE QUERIA O QUIERE HABLAR O CONTAR las torturas y vivencias que vivieron o sobrevivieron. En los últimos años algunos empezaron a contar.
Mi padrastro llego a Resistencia en 1938 y no alcanzo a traer a su esposa e hijos. Hasta su último día soñaba con pesadillas!!!!
Y ni hablar que los nazis exigían que algunos judíos sean los encargados de organizar tareas, o decidir quienes iban a las cámaras de gas, etc. Se los llamaban "capos". Uno de ellos sobrevivió y vivía en EEUU y vino a Resistencia a visitar a su hermano. Mi padrastro y varios otros fueron a verlo, a hablar con el y pensaban romperle el alma………..Después de escucharlo, lo comprendieron y lo compadecieron.
En Resistencia , donde habia muchas famillias que perdieron familiares , despues de conocidas las trágicas noticias y algunos llegaron a saber las fechas y las formas en que habian sido asesinados sus familiares, hubo un lapso en el que la colectividad fue menos dinamica, menos sociable, como si toda la colectividad estaba de luto.
Además en el Dia del Perdón, considerado el día más sacro del calendario judío, hay una oración por los familiares fallecidos. Pero era distinto quien decia la plegaria por sus padres quienes habian fallecido en forma natural a una edad razonable de quienes habían perdido a familiares masacrados por la maquinaria nazi y los llantos eran desgarrantes.
En fin hay muchos libros, películas, y no te quiero amargar con estas cosas, pero si te interesa leer algo sobre el tema, recomiendo el libro SOBREVIVIR de Betheleim (siquiatra, sobreviviente de los campos de exterminio), quien explica el proceso de denigración que hicieron los alemanes con los judíos, quienes ellos mismos se consideraban sub-hombres!!!!
Felicitaciones por la biografia, la foto y por ANTIGONA. Tuviste suerte que Irene te contó algo, que estoy seguro no es ni el 10% de lo que ella paso.
Cariños. Un beso.
Julio Mazo desde Israel
Bravo Angelita:
ResponderEliminarPor tu semblanza, totalmente merecida y por la foto (estas muy bien)
La nota con tu comentario me parece excelente, diría "emocionalmente austera " si esa clasificacion existe porque esta llena de sentimiento y a la vez de respeto en el recuerdo. Tu libro de mujeres inmigrantes, que cada tanto releo es uno de los que mas me gusta Besos Cuqui
ANTE TODO PONDERO A LA AUTORA DE ESTA NOTA... En efecto,la historia de los crímenes de lesa humanidad deben escribirse sin fin: todos los crímenes donde las víctimas son inocentes que no pueden defenderse, que son exterminados por el placer sádico de los criminales, sean los gestapistas hitlerianos, o los serbios y croatas, los que disfrutan de los crímenes contra civiles, en Afganistan, en Vietnam o en medio Oriente.
ResponderEliminarUna acotación al margen, Viví en Resistencia durante algunos meses en mi condición de preso político en el año 1975. Solo vi la celda y el amplio corredor donde las celdas eran nuestras viviendas y la falta de libertad era como el aire que nos faltaba...
andrés
Amigos lectores de esta historia de vida. Agradezco a cada uno en particular los comentarios escritos. Como sabrán, muchos o algunos, aún niegan la existencia de la shoa.Es la negación que los hombres y mujeres hacen de sus errores o la incapacidad para conocer "el otro", el que no esta cerca de nosotros, "el que no nos importa". El relato de Irene lo tengo muy presente como el de otras inmigrantes judías que escaparon con lo puesto, una de ellas, me contó, solo llevó la foto de su madre. Estos relatos creo sirven tambien para reflexionar sobre nuestras propias vidas. De esas mujeres judías, lo que más me impresionó, fue su religiosidad, la ausencia de odio o rencor, el amor por sus familias, por sus propios hombres que siguieron con fidelidad hasta al fin del mundo, que los esperaron, que pasaron infinitas humillaciones por tantas cosas, entre ellas, ya asentadas en el Chaco, no saber hablar, no poder expresarse en castellano, hasta que poco a poco lo aprendieron. Para ellas ha sido mi homenaje, esta vez en la historia de Irene, pero muchas, muchas inmigrantes mujeres tuvieron ese destino trágico y un final feliz si así podemos llamar a la capacidad de recosntruir sus propias vidas. Un abrazo de Ángeles de Dios de Martina
EliminarMi querida Angeles:
ResponderEliminarDoble felicitaciones, primero por lo relatado sobre D Irene y segundo por lo expresado, que resume muchos sentimientos y angustias. Que hay gente que no le importa "el otro" no son normales.
El Gral Eisenhower cuando vio el prmer campo de exterminio, llamo a los periodistas y les dijo "filmen, saquen fotos, tomen documentos, etc. porque no pasaran muchos años y no faltan quienes nieguen lo que hicieron esos degenerados"
Si bien no pasaron por la Shoa, pero tb merecen admiracion todos los inmigrantes que arribaron con la ilusion de progresar como uico capital *sin dinero, sin idioma, etc). Todos ellos merecen nuestro agradecimiento.
Por un error ténico involuntario he omtido firmar la nota que antecede perteneciente a mi autoría. Deseo agregar que me emocionaron las palabras de respuesta y agradecimiento de la autora a los comentarios a la nota. Julio Mazo desde Israel
ResponderEliminarBuenísimo . Imperdible . Una crónica por momentos desgarradora!! Me llevó por caminos conocidos y dolorosos.
ResponderEliminarGracias Ofelia por publicar y hacernos conocer a esta mujer-heroína, a quien no se le acalambró el corazón ni las manos para seguir siendo testigo del dolor y la valentía.
ResponderEliminarSu empatía con Antígona la convierte en hermana de mi alma
Dijo Antígona ( la de Sófocles) y se lo aplico a Angelita de Dios:
"¡Ay, no, no: grítalo! Mucho más te aborreceré si callas, si no lo pregonas a todo el mundo."
Por tu generosidad, Ofelia , vaya también mi admiración hacia Angelita de Dios.
MARITA RAGOZZA