LITERATURA › ENTREVISTA
CON EL ESCRITOR CUBANO LEONARDO PADURA
“No es posible reproducir la realidad en la
literatura”
El
autor de El hombre que amaba a los perros, distinguido en Cuba con el Premio
Nacional de Literatura 2012, reconoce que es “el menos ortodoxo” de los
escritores que viven en la isla. “Se me abrieron las puertas adentro y afuera
casi a la misma vez”, dice.
“¡Coño,
si esta gente escribe por qué no voy a escribir yo!” Leonardo Padura dice lo
que pensó a mediados de la década del ’70 cuando era un joven de veinte años
que sólo aspiraba a jugar béisbol. Como una estampa viva de la inocencia
flotante, andaba con el bate en el hombro y la pelota en la mano por las calles
de Mantilla, el barrio donde nació su bisabuelo, su abuelo, su padre y él,
cuatro generaciones de auténticos mantilleros. Cuando un barrio se hereda de
esta manera, no se abandona. La pertenencia queda tatuada en la piel. Escribir
no le interesaba para nada, insiste, con el cigarrillo ceñido entre los dedos y
una ternura chispeando en la mirada hacia el muchacho que fue en aquellos años
de vocaciones dispares. “Llegué a la literatura por pura casualidad –recuerda,
y ese accidente preserva la potencia de un huracán que arrasa con todo lo que
encuentra–. Me vi en el trance de optar por una carrera universitaria, pero
como la carrera de periodismo estaba cerrada terminé estudiando literatura.”
No
sería fácil para el “buen salvaje” de Mantilla luchar contra su “monumental
incultura”. Tal vez en segundo o en tercer año, se enteró de que varios de sus
compañeros en la Escuela
de Letras de la
Universidad de La
Habana escribían y publicaban en revistas universitarias.
Podía probar y pertenecer a la tribu. ¿Quién se lo impediría? “Empecé a
escribir casi como si fuera una forma de competencia”, afirma el escritor
cubano más leído en la isla, que se presentará en abril en la Feria Internacional
del Libro de Buenos Aires.
Desde
el living de su casa, se escucha el eco de una indómita alegría que llega de la
calzada de Managua. Padura comienza a preparar minuciosamente el café. Para
llegar hasta acá, hay que tomar una guagua (colectivo), la línea P6, bajarse en
el Paradero de Mantilla y caminar unas dos cuadras entre casitas bajas con
ventanas y puertas abiertas. Es raro ver rejas o “medidas de seguridad”. Acá
caminan muy campantes y tranquilos mujeres, hombres y perros. El viaje dura un
poco más de cincuenta minutos. Hubo una recomendación que despertó cierto
resquemor: si la guagua está llena, mejor esperar la siguiente. “¿Cuánto hay
que esperar?”, preguntó esta cronista impaciente a Claridad, de Casa de las
Américas, institución que le ha dedicado al creador de Mario Conde la “Semana
de Autor” con la que se distingue la obra literaria de un latinoamericano. “Tú sabes
cómo es diosito...”, contestó. El enigma rebotaba por el aire. Diosito,
afortunadamente, se portó bien: la guagua tenía asientos libres. “Yo soy muy
trabajador. Si no estoy escribiendo una novela, estoy con algo para el cine,
con un ensayo, un cuento o haciendo mi periodismo”, subrayó Padura horas antes
de que se conociera que sumó otro premio: la Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el
Ministerio de Cultura de Francia.
El
Premio Nacional de Literatura 2012 lo sorprende, como siempre, trabajando. “El
reconocimiento viene por mis novelas y ensayos; fue muy importante haber podido
crear a Mario Conde y haber escrito siete novelas. Esto me abrió las puertas
adentro y afuera casi a la misma vez.” La saga Conde se inicia con Pasado
perfecto y continúa con Vientos de cuaresma (Premio Nacional de novela),
Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós Hemingway, La neblina del ayer y la última
–hasta ahora– Herejes, que se publicará en septiembre. Ningún escritor de la
generación a la que pertenece –los nacidos a partir de 1950– había ganado el
Premio Nacional de Literatura. El primero es Padura. “De los escritores que
vivimos en Cuba soy el menos ortodoxo en cuanto a la relación con la política
oficial. Mis libros tienen una visión crítica; por lo tanto es una gran
satisfacción haber recibido este premio. Hace cierta esa máxima de que a veces
uno puede ser profeta en su tierra. A pesar de que la relación con las
profecías es muy complicada y la relación entre los escritores, también”,
subraya el autor de El hombre que amaba a los perros, una formidable
reconstrucción literaria de las trayectorias vitales de León Trotski y Ramón
Mercader y cómo devienen víctima y verdugo de uno de los crímenes más
impactantes del siglo XX: el asesinato de Trotski, en 1940 en México. El
escritor confiesa que cuando terminó de escribir esta novela tuvo la certeza de
que “nunca se publicaría en Cuba”.
–¿Por qué?
–Hay
determinados sectores que todavía tienen un pensamiento ortodoxo respecto de lo
que ocurrió y lo que está ocurriendo con el sistema socialista. Pensé que no se
iba a publicar y que no iba a circular porque es un libro que se refiere a las
formas en que se pervirtió el proyecto utópico socialista desde el estalinismo.
En Cuba los modelos estalinistas están vigentes. Lenin trató de montar un
sistema en el que hubiese algún movimiento democrático. Stalin, rápidamente,
acabó con esa posibilidad y lo convirtió en el sistema totalitario que fue la Unión Soviética , y
que le costó su propia suerte. Esto, aquí en Cuba, es algo bastante difícil de
decir en público, y más en una novela que fue leída masivamente.
–Aunque los modelos estalinistas estén vigentes, los cambios en
los últimos tiempos parecen flexibilizarlos más, como si se estuviera
transitando lentamente hacia una mayor heterodoxia...
–Sí,
el nivel de permisividad lo hemos elevado los escritores con nuestro trabajo.
En los años ’70 se instituyó el llamado “quinquenio gris”, un intento de crear
una especie de socialismo realista cubano en que se marginaron a escritores
como Lezama Lima y Virgilio Piñera. En los años ’80 mi generación trasladó el
centro de interés de lo épico social a lo dramático individual, colocando al
individuo en el centro de los conflictos. Fue muy complicado intentar hacerlo;
tuvimos muchos problemas de diverso tipo pero avanzamos un territorio
importante. En los ’90, la industria cultural institucional entró en crisis.
Como las editoriales cubanas eran el medio y el destino fundamental de los
escritores cubanos, al romperse esa posible relación se creó un espacio de
mayor libertad. Por primera vez podemos buscar caminos para la concreción de la
obra literaria a través de concursos o editoriales fuera de Cuba. Este proceso
permitió que a la vez que encontrabas una editorial tu relación como autor con
respecto a la editorial fuera diferente a la que existía en los años ’80. No es
lo mismo escribir sabiendo que tu destino es una editorial que pertenece al
Estado cubano que una editorial en la cual el gobierno no tiene ningún espacio.
Eso dio mayor libertad en la manera de expresarse, sin el peso de una posible
censura o de una muy presente autocensura. Si tú transgredías determinados
límites, que a veces eran absolutamente tontos, te iban a censurar. Y para que
no te censuraran era preferible cometer el terrible acto de la autocensura.
Esto comienza a relajarse y se abren espacios reflexivos, y entran determinados
asuntos, personajes, temas y conflictos de la realidad que prácticamente no se
habían tratado en años anteriores. Ese camino no ha hecho más que ensancharse.
–El nacimiento de Conde coincide con este contexto de mayor
amplitud que se empezó a dar a partir de los años ’90, ¿no?
–Sí,
en ese momento escribí la primera novela de Conde, Pasado perfecto.
–¿Entonces no había tradición de novelas policiales cubanas?
–Sí,
pero se llamaba “novela policial revolucionaria”; era reafirmativa y de muy
baja calidad en la mayoría de sus representaciones; hay alguna que otra obra
que tiene valores literarios, pero no era lo usual porque lo que primaba era el
mensaje político que querían transmitir: la lucha contra el imperialismo
norteamericano, contra la delincuencia, que era una forma de contrarrevolución;
todo caía en ese marasmo de la estrechez artística debido a una exigencia
ideológica. Yo fui muy crítico de esa novela a principios de los ’80. Cuando
empecé Pasado perfecto, quise escribir una novela policial que fuera muy cubana
pero que no se pareciera en nada a las novelas policiales cubanas. Mientras los
policías de la literatura cubana anterior trataban de ser una representación
literaria del reglamento policial en las novelas, yo decidí hacer un personaje
que fuera conflictivo respecto de la realidad que estaba viviendo. El gran
error de la novela policial cubana fue confundir el reglamento con la
literatura, confundir la realidad con la ficción. No es posible ni recomendable
tratar de reproducir la realidad en la literatura; en casos excepcionales se
puede hacer, por ejemplo Walsh con sus novelas. La literatura tiene sus propios
códigos y el realismo no significa la reproducción fiel de lo que ocurre, sino
la reproducción verosímil.
–¿Cómo es el vínculo entre Conde y usted? ¿De qué modo
evolucionan personaje y autor a través del tiempo?
–Inevitablemente
Conde va evolucionando de novela en novela en la medida en que yo también voy
evolucionando. Desde el principio Mario Conde tiene un problema: su relación
con el orden es muy tirante. Y yo necesitaba que fuera policía porque era
absolutamente inverosímil si ponía a alguien que no fuese policía a investigar
un crimen en Cuba, sobre todo si era un asesinato. Mantuve a Conde dentro de la
policía durante cuatro novelas, hasta que al final dejó la policía porque me
dijo que ya no resistía más (risas). Cuando retomo el personaje para escribir
Adiós Hemingway y La neblina del ayer, Conde está fuera de la policía y
necesito ver de qué forma puedo hacer que sea verosímil que realice una
investigación literaria. Primero tenía que conseguirle una forma de vida, un
oficio, y por eso lo hago comprador y vendedor de libros de segunda mano. Y
después lo pongo a investigar un crimen que no le importa a nadie en la finca
Vigía, en el ’58. En esas dos novelas Conde ha cambiado intelectual y
físicamente. En Adiós Hemingway, una novela breve, no es tan importante lo que
piensa Conde respecto de la sociedad. Pero en La neblina del ayer es esencial;
hay una mirada a lo que fue la crisis cubana, a lo que fue la salida de esa
crisis y la llegada a un “estado otro”, que es el que estamos viviendo todavía.
Y ahora en la novela que estoy escribiendo, Herejes, en la que vuelve aparecer
Conde, lo ubico justo en el momento en que los cambios de los últimos años se
van a empezar a hacer más visibles. La novela termina alrededor del 2008. El
personaje alrededor del cual Conde realiza una investigación es una muchacha
que pertenece a una tribu urbana, los emos, que son jóvenes que han decidido
crear su propia tribu para no pertenecer a la “gran tribu”; han decidido
apartarse de la sociedad y desarrollar su proyecto tribal. Es una novela que
tiene que ver con la búsqueda de la libertad individual en Cuba.
–¿Por qué se llama Herejes? ¿Cuáles son las herejías explícitas
que atraviesan la novela?
–Son
tres historias; la primera se desarrolla en 1640, en Amsterdam, alrededor de la
figura de Rembrandt y de un judío sefardí que quiere ser pintor, cuando los
judíos no podían representar figuras humanas. Y esa es una herejía. La segunda
arranca en 1930 con un judío ashkenazi que llega a Cuba y a partir de
experiencias muy traumáticas que vive, encuentra un medio que lo acoge como a
una persona normal y decide dejar de ser judío para ser un cubano más. Y esa es
su herejía. La tercera es sobre una joven emo que opta por su libertad
individual en una sociedad en que lo colectivo se trató de establecer como la
manifestación fundamental de la vida. Conde aparece en la segunda y en la
tercera historia.
La
novela se publicará recién en septiembre. Padura estará en abril en Buenos
Aires pero sin Herejes. “Tengo que ir también a la Feria del 2014 –dice el
escritor medio en broma, medio en serio–. En poco tiempo he ido ganando una
cantidad importante de lectores en Argentina.” Cuando empezó la universidad,
cuando arrancó la carrera de lecturas que lo pondrían en forma para la
competencia, fue Hemingway el primer gran modelo de narrador que tuvo. “Fue una
gran decepción también, no como escritor sino como ser humano –aclara–. En esa
época de la universidad leo a los grandes escritores de novela policial,
Hammett y Chandler. A partir de ahí hay dos escuelas que absorben todo mi interés:
la novela norteamericana del siglo XX y la novela hispánica y latinoamericana
del boom y posterior al boom. Descubro que los escritores norteamericanos
sabían contar las historias mejor que nadie y los escritores latinoamericanos
sabían escribirla en español mejor que nadie. Un poco de uno y de otro fui
ganando un concepto de cómo organizar una historia y cómo escribirla. Entre los
maestros que reconozco sin ningún pudor, en el caso de los escritores en lengua
española, están Vargas Llosa, Carpentier, Cabrera Infante, García Márquez,
Fernando del Paso, Cortázar... No soy borgeano. Vázquez Montalbán me dio las
últimas claves para encontrar lo que yo quería en la novela policial.
–¿Por qué no es borgeano?
–Ultimamente, todo el mundo es borgeano. A mí
me gusta una literatura con mayor relación con la realidad; por eso soy mucho
más vargallosiano, carpenteriano y rulfiano que borgeano.
Interesante. No conozco su obra pero luego de leer este comentario, no me cabe duda que tiene que estar más cerca de Faulkner o de Rulfo que de Borges. Voy a tratar de leerlo antes de que llegue a la Feria del Libro. Gracias
ResponderEliminarCristina Pailos
No leí ninguna de las novelas policiales pero tuve la suerte de tropezar con El hombre que amaba a los perros, una novela de largo aliento que uno desea que no acabe y al mis mo tiempo no puede dejar de leer. Está escrita sin artificios en el estilo flash-back, la trama y el tema están desarrollados con gran maestría y en paralelo pinta las dificultades en Cuba luego de la Perestroika y el Glasnot, imperdible.
ResponderEliminarEn la entrevista parafrasea a Saer cuando sostiene el concepto de ficción y realidad. Excelente entrevista, Carlos Arturo Trinelli
Es importante leer este reportaje porque el reporteado, amén de contar su historia y la historia de Cuba, nos habla de la Cuba estalinista en literatura (y no solo...), los autores puestos al margen por no ceñirse a los cánones oficiales. Cabrera Infante, Lezama Lima y Piñera son los casos más trágicos de la discriminación que se hizo en Cuba con los escritures y la cultura. Importante leer sus libros pero...¿dónde obtenerlos en es este país...
ResponderEliminarandrés
No he leído nada de este autor y comenzaré a buscar sus libros. Conozco referencias y creo que la Editorial Tusquets ha publicado sus obras detectivescas y tiene sede en Barcelona. No sé si Tusquets en Argentina se puede conseguir.
ResponderEliminarMe quedo con dos ideas luego de leer esta entrevista, y son: el terrible acto de la autocensura de la autocensura y que autor y personajes evolucionan a la par.
MARITA RAGOZZA