"Ajedrez", de Kjell Askildsen, un maestro del relato corto que
cada vez va teniendo más lectores en España y en el mundo de habla castellana. "Ajedrez"
está incluido en la antología de cuentos Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (Premio de la Crítica noruega, 1983), publicado en España por
Lengua de Trapo.
El mundo ya no es lo que era. Ahora, por ejemplo, se vive más
tiempo. Yo tengo ochenta y muchos, y es poco. Estoy demasiado sano, aunque no
tenga razones para estar tan sano. Pero la vida no quiere desprenderse de mí.
El que no tiene nada por que vivir tampoco tiene nada por que morir.
Tal vez sea ese el motivo.
Un día hace mucho, antes de que mis piernas empezaran a flaquear
seriamente, fui a visitar a mi hermano. No lo había visto desde hacía más de
tres años, pero seguía viviendo donde fui a visitarlo la última vez. “Sigues
vivo”, dijo, aunque él era mayor que yo. Me había llevado un bocadillo y él me
ofreció un vaso de agua. “La vida es dura –dijo–, no hay quien la aguante”. Yo
estaba comiendo y no contesté. No había ido allí a discutir. Acabé el bocadillo
y me bebí el agua. Mi hermano miraba fijamente hacia algún punto situado por
encima de mi cabeza. Si me hubiera levantado y él no hubiese desviado la mirada
antes, se habría quedado mirándome directamente, pero sin duda la habría
desviado. Mi hermano no se encontraba a gusto conmigo. O dicho de otro modo, no
se encontraba a gusto consigo mismo cuando estaba conmigo. Creo que tenía mala
conciencia o, al menos, no buena. Escribió una veintena de novelas muy largas, y
yo solo unas cuentas, y además breves. Está considerado como un escritor
bastante bueno, aunque un poco guarro. Escribe mucho sobre el amor, sobre todo
el amor físico, no pregunto dónde lo habrá aprendido.
Mi hermano seguía con la mirada clavada en algún punto situado
por encima de mi cabeza, supongo que se sentía en su derecho por las veinte
novelas que tenía en el fofo trasero. Me estaban entrando ganas de largarme sin
decirle el motivo de mi visita, pero pensé que después de la caminata que me
había dado sería de tontos, así que le pregunté si le apetecía jugar una
partida de ajedrez. “Eso lleva mucho tiempo –dijo–, y yo ya no tengo mucho
tiempo que perder. Podrías haber venido antes”. Debí levantarme y largarme en
ese momento, se lo habría merecido, pero soy demasiado cortés y considerado,
esa es mi gran debilidad, o una de ellas. “No lleva más de una hora”, dije. “La
partida sí –contestó–, pero a eso habría que añadir la excitación posterior o
el cabreo si la perdiera. Mi corazón, sabes, ya no es lo que era. Y el tuyo
tampoco, supongo”. No contesté, no tenía ganas de discutir con él sobre mi
corazón, así que dije: “de modo que tienes miedo a morir. Vaya, vaya”.
“Tonterías. Lo que pasa es que mi obra aún no está concluida”. Así de
pretencioso estuvo, me entraron ganas de vomitar. Yo había dejado el bastón en
el suelo, y me agaché a recogerlo, quería que dejara de presumir. “Cuando
morimos, al menos dejamos de contradecirnos”, dije, aunque no esperaba que
entendiera el sentido de mis palabras. Pero él era demasiado soberbio para
preguntar. “No ha sido mi intención herirte”, dijo. “¿Herirme?”, contesté
levantando la voz. Era razonable que me irritara. “Me importa un bledo lo poco
que he escrito y lo poco que no he escrito”. Me puse de pie y le solté un discurso:
“Cada hora que pasa, el mundo se libra de miles de tontos. Piénsalo. ¿Te has
parado alguna vez a pensar en la cantidad de estupidez almacenada que
desaparece en el transcurso de un día? Imagínate todos los cerebros que dejan
de funcionar, pues es ahí donde se almacena la estupidez. Y sin embargo,
todavía queda mucha estupidez, porque algunos la han perpetuado en libros, y
así se mantiene viva. Mientras la gente siga leyendo novelas, ciertas novelas
de las que tanto abundan, la estupidez seguirá existiendo. Y añadí, un poco
vagamente, lo confieso: “Por eso he venido a jugar una partida de ajedrez”.
Permaneció callado un buen rato, hasta que hice ademán de marcharme, entonces
dijo: “Demasiadas palabras para tan poca cosa. Pero les sacaré partido, las
pondré en boca de algún ignorante”.
Exactamente así era mi hermano. Por cierto, murió ese mismo día,
y no es improbable que me llevara sus últimas palabras, pues me marché sin
contestarle, y eso no debió de gustarle nada. Quería tener la última palabra y
la tuvo, aunque supongo que habría querido decir algo más. Cuando recuerdo lo
que se irritó, me viene a la memoria que los chinos tienen un símbolo en su
grafía que representa la muerte por agotamiento en el acto sexual.
Al fin y al cabo éramos hermanos. ■
Kjell Askildsen
Askildsen, con escasos detalles, nos propone personajes casi fantasmáticos. Sucede que narra la vida y la visión del mundo como nórdico que es, con su mirada acostumbrada a ver en la realidad lo que otros no ven. De ahí que el hombre, aferrado a la vida como el animal que es, muestre sus aspectos menos agradables en un mundo tan absurdo como él mismo.
ResponderEliminarLa vida, en Askildsen, sucede como el pasar de la niebla por los fiordos...
CF.
Vaya con los hermanitos !!.Vivieron bastante y compiten por quien puso más palabras, por cantidades de novelas o si fueron cortas o largas como si fueran chiquillos. Parece que uno es presuntuoso y el otro con ciertas frustraciones. Se molestan uno del otro.Menos mal que no jugaron al ajedrez porque resultado insoportable el ganador e insufrible el perdedor.
ResponderEliminarCristina Pailos
Conocí hermanas que se seguían odiando aún en la vejez. Las pequeñas frustraciones, los celos, las mezquindades, según Askildsen, parece que se amplifican en la vejez y a la inversa de las culturas orientales, no ve nada positivo ni amable en la longevidad. Hay un libro con sus cuentos editado en español.Lo recomiendo.
ResponderEliminarA pesar de la cicuta reinante en los diálogos, una breve joyita fraterna. Me agradó la parquedad y expresividad de los dos hermanos librando una más de sus batallas. Realmente me agradó y disfruté leyéndolo...
ResponderEliminarandrés
El nudo del relato podría estar en lo humano que trasunta, la necesidad de verse, de herirse, de compartir y competir. No conocía al autor y me impresionó como en la brevedad del cuento consigue darle carnadura al alma humana. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarSeguro que la trama del cuento nos compra, pero, a mi me llamó la atención, la manera de contar que tiene el autor. En su parquedad hay tanto sentimiento que el juego de adelantarse y retroceder en el cuento hace que el nudo se destrabe con singular maestría.
ResponderEliminarPara mí es una joyita
Celmiro
mE PARECIÓ MUY BUENO Y DEMITIFICADOR , ESO DE LOS HERMANOS SEAN UNIDOS...UN CUENTO AMENO , PARA PENSAR.....
ResponderEliminarUna narrativa excelente, un planteo atemporal de los sentimientos encontrados. . .y desencontrados.
ResponderEliminarNi una palabra de más ni una de menos.
Felicitaciones y gracias, Artesanías, por brindarnos esta publicación.
MARITA RAGOZZA