guillermo cabrera infante |
¿Han ‘matado al padre’ las nuevas
generaciones de escritores latinoamericanos? Diez de los más destacados de
estos autores analizan un fenómeno que ha dejado una huella indeleble en su
literatura
Guadalupe Nettel (México, 1976)
Gracias al boom aprendí algunas cosas que han influido en mi
forma de ver la literatura: la primera —y basta leer La ciudad y los
perros para darse cuenta— es que la novela no es necesariamente un
género de madurez y que es posible practicarlo de manera virtuosa siendo aun
muy joven. La segunda, y la más importante de todas, es que se debe escribir
desde quienes somos, desde aquello que nos hace únicos e irrepetibles, en vez
de querer imitar el estilo de los autores a los que admiramos. Esto lo entendí
leyendo a Gabriel García Márquez, pero también a todos los escritores que, en
vez de concentrarse en buscar su propia voz, intentan reproducir el estilo del
escritor colombiano. La tercera es que más vale no pertenecer a ningún grupo
literario que encasille nuestra literatura y la cuarta es que el amor —tanto
por las personas como por los libros— es eterno mientras dura.
Mayra Santos-Febres (Puerto Rico, 1966)
Como muchos otros escritores de mi generación, crecí en el boom.
El boom construyó un sistema de referencias más literario que real, pero que
apelaba a las ansias de identidad que necesitábamos como región. Del boom
aprendimos todos que se puede ser un latinoamericano universal. Además, pudo
brindar claves para la creación y captación de realidades tan distintas como
las de Orhan Pamuk, Salman Rushdie, Toni Morrison, Paul Auster o Ben Okri.
Todos estos escritores han confesado su deuda con el boom. Saber que Colombia,
México, Perú, España y Puerto Rico decidieron mediante sus escritores que
éramos familia, a mí me hizo crecer con un panorama que sobrepasa la geografía.
Sentirme heredera de una tradición tan vasta me incita a querer superar los
legados del boom, y fraguar (y se debe fraguar) otra manera de ser ibero /
latinoamericano / universal en el mundo.
Damián Tabarovsky (Argentina, 1967)
El boom retoma la ilusión de que el escritor
latinoamericano tiene que tener algo de for export, de very
typical (Bolaño es el último avatar del boom) con algunas gotitas de
denuncia social y pasteurización de tradiciones locales. A la vez, introduce la
novedad de que para ser escritor, o aún peor, hombre de letras, hace falta
tener a una Carmen Balcells, o alguien como Carmen Balcells, o a muchos como
Carmen Balcells; expresa el momento en que Barcelona comenzó a volverse sede
del poder económico editorial en castellano; informa sobre la necesidad del
mercadeo de izquierda como paradigma de la figura mediática del escritor
latinoamericano (García Marketing, como lo llamaba Fogwill). Lamentablemente no
aprendí demasiado de esas cosas. O por la negativa, tal vez sí, mucho. Algo
más: hace poco releí Pedro Páramo y Tratados en La Habana , casi
antagónicos y ambos notables.
Wendy Guerra (Cuba, 1970)
El boom es mi certeza de que en medio de las crisis o la
guerra fría, el autor puede generar patologías literarias, divinos síntomas de
escritura excepcionales en un estilo común a sus contemporáneos. Como en el
Renacimiento, en geografías distintas surgen tópicos comunes, evidencias
culturales antes inverosímiles y la literatura patenta, exhibe, prueba lo que
antes parecía una alucinación endémica. Lo inaceptable es reconocido a través
de la alta palabra. Nací en 1970, soy un personaje concebido tras la copulación
colectiva en un mar de misiles y poesía lezamiana, ellos me entrenaron en
defender mi literatura (que es mi persona) por misterioso que pueda resultarle
a quienes (hoy) impiden sea editada o leída. Comprendí que yo misma soy ese
personaje literario pensado, escrito, dibujado por la mano del boom, yo soy su
hija, existo y tengo voz por ellos, a pesar de las nuevas guerras frías.
Yuri Herrera (México, 1970)
Quizá lo primero es lo que los mismos escritores del boom
aprendieron de los modernistas: que la voluntad de estilo define la mirada
sobre la realidad y la fuerza de su narrativa. Que la del boom, entre otras
cosas, adolece de ser una lista compuesta casi exclusivamente por hombres. Que
un fenómeno mercadotécnico a veces solo es eso, y a veces se aprovecha de algo
evidente, como que la mejor literatura en lengua española ya se estaba
escribiendo en el continente americano. Que un buen escritor no necesariamente
es una autoridad moral: algunos de los que escribieron las mejores novelas del
siglo XX también plagiaron el trabajo de otros, sostuvieron amistades con
dictadores, justificaron invasiones injustificables y subordinaron sus
opiniones políticas a las necesidades de sus patrocinadores. Que una buena
novela sobrevive a las mezquindades de sus autores e inclusive a su propio
éxito.
Alberto Fuguet (Chile, 1964)
Lo que más aprendí del boom: lecciones de vida, ejemplos a no
seguir. No tratar de abarcarlo todo, no ser tan grande. Poder tropezar.
Aprendizajes: las mafias funcionan, una agente superpoderosa puede lograr
mucho, un autor vale más que su editorial. ¿Qué más? La idea de España como
casa matriz me complica. El boom (onomatopeya inglesa para designar el
estallido de una bomba: rara definición, ¿no?) fetichizó la figura del autor;
los transformó en superhéroes. Le dio acceso al poder e hizo que estuviera
demasiado cerca de este. Pero lo que más me complica es la idea de que unos
ganaron y otros quedaron fuera. El nosotros. Uno de “los nuestros”. Lo tenían
muy claro: quién era quién. Hoy, claro, el veredicto ha cambiado. Puig ahora es
delantero. Quedan algunas obras maestras, lo que no es poco. Y la esperanza de
que ojalá nunca vuelva a ocurrir.
Juan Gabriel Vásquez (Colombia, 1973)
Entre los muchos legados de esa generación extraordinaria, uno me
interesa especialmente: el derecho a la contaminación. Me refiero al destierro
de todo nacionalismo literario, al choque voluntario de la provinciana y
castiza novela latinoamericana con otras lenguas y otras tradiciones: otras
voces, otros ámbitos. Borges y Onetti habían entreabierto las ventanas de
nuestra literatura para que por ellas entraran los otros, de Kipling y
Stevenson a Faulkner y Céline; pero esas rupturas los obligaron a justificarse
repetidamente, y fueron siempre miradas como heterodoxias o herejías. El boom
convirtió aquella ventanilla entreabierta en una tronera: entró a saco en la
gran novela moderna, y nos legó a los que vinimos después la posibilidad de
mirar más allá de nuestra lengua y nuestras fronteras para construir novelas. Y
eso hemos hecho: sin pedir permiso y, sobre todo, sin causar escándalo.
Andrés Neuman (Argentina, 1977)
Ninguna etiqueta explica la realidad, pero algunas la mutilan
hasta volverla incomprensible. De eso que llamamos boom aprendí el abismo entre
los rótulos y las obras. ¿Qué tiene que ver Lezama con Onetti? ¿Por qué García
Márquez (1927) y Vargas Llosa (1936) sí, mientras Puig (1932) no? ¿Hasta cuándo
maestros como Di Benedetto o Ribeyro seguirán fuera de la foto? ¿Por qué no
figuran poetas, habiéndolos brillantes? ¿No resulta sospechoso que ni siquiera
Elena Garro, Silvina Ocampo o Clarice Lispector aparezcan en tan viriles
listas? De eso que llamamos boom admiro la ambición estética de sus autores,
que me hace pensar en la infinitud de la escritura; y recelo de sus mesianismos
políticos, que me hacen pensar en la patología del liderazgo. Entre tanta
generalización, dos décadas de textos extraordinarios. Tan grandes que merecen
ser leídos como por primera vez, desordenando los manuales.
Iván Thays (Perú, 1968)
Antes del boom, los escritores eran parte de una tribu literaria
regionalista, y quienes cumplían ese requisito no existían en el radar
literario; el boom rompió esa reducción tribal y se organizó bajo un criterio
insoslayable: la libertad formal y la libertad a la hora de escoger los temas.
Gracias a su talento y a esa libertad, sus libros —incluso los que pueden ser
considerados más “regionales”— pudieron leerse no solo como un folleto
informativo sobre un continente exótico, sino además como textos cuyos temas
comprometían a todos los seres humanos. El boom ganó un espacio para los escritores
que habían llegado antes y para los que íbamos a llegar después. Si algo
aprendí de ellos es a no someterme a una agenda nacional, latinoamericana o del
propio boom para escribir, y a defender mi derecho —no siempre respetado o
asumido por los demás— a ser leído fuera de cualquier tribu.
Julián Herbert (México, 1971)
Me resulta
caricaturesca la actitud de autores de mi generación que descalifican
íntegramente el boom. Por otro lado, me entusiasman poco los libros que García
Márquez, Fuentes o Vargas Llosa publicaron durante las dos últimas
décadas. La región más transparente, La tía Julia y el escribidor oCrónica
de una muerte anunciada siguen siendo un gozo. También muchos cuentos
de Cortázar. Pero mis narradores latinoamericanos favoritos del periodo
—Cabrera Infante (ver foto), Ibargüengoitia, Julio Ramón Ribeyro, Manuel Puig— no son, en
sentido estricto, parte del boom: más bien refieren una sensibilidad pop que se
aleja del exotismo y el simbolismo autoinfligidos y privilegia el humor sobre
lo sublime. No creo que el boom sea un fenómeno generacional, sino editorial y,
hasta cierto punto, una actitud ante el lenguaje. Si esto es verdad, entonces
prefiero el bip: una literatura en tonos más punzantes.
Las distintas opiniones citadas coinciden en remarcar libros indispensables y al mismo tiempo rescatar a los que quedaron fuera de la foto del supuesto boom, más una estrategia marketinera de las editoriales que una propuesta literaria, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEl boom latinoamericano surge como una necesidad histórica de plantearse una manera nueva de escribir.En las décadas de 1960 y 1970 surgieron en América atina las dictaduras militares y la literatura debió cambiar en desafío y experiencia estética.
ResponderEliminarTuvo autores excepcionales: Carpentier, Lezama Lima,Onetti, Cortázar, Fuentes, Rulfo. . .
Si se trata de un " género literario", no sé. Como lograron inmensas ventas, las editoriales unieron obras y autores para fines comerciales.
Muy interesantes las opiniones de este artículo.
MARITA RAGOZZA
Las opiniones vertidas son tan valiosas que me encantaría escucharlas en un gran foro en el que se entrecruzaran opiniones de todos ellos -vivos y muertos porque quienes ya no están tampoco callarían -La literatura del continente le debe mucho y ellos también le debieron a la literatura del continente. Estalló esa literatura sin que formaran un movimiento con Manifiesto propio y único. Mi paso por la escuela no me había enseñado de Guatemala pero sí Miguel Angel Asturias y lo mismo ocurrió con los otros. Sentimos el continente, la universalidad y nuestras peculiaridades nacionales sin mirada estrecha porque también a través de ellos descubrimos a Faulkner, y al propio Borges. Muy bueno
ResponderEliminarCristina Pailos