Interludio
jocoso
Mi primer novio
¡Mi primer
novio! ¡Qué hombre! Nos conocimos en la parada del colectivo. Lo empecé a ver
allí en la fila, tomaba el colectivo y trataba de sentarse a mi lado. Si no
había lugar, se corría apenas mi vecino de asiento se bajaba. Era tan buen mozo
que no podía pasarme desapercibido: alto, rubio, de ojos celestes. Mi idea del
príncipe azul.
Después me
enteré que no era rubio, ni tenía los ojos celestes, ni era tan joven como
aparentaba...Alto, sí, muy alto, espantoso de tan largo...
No quiero crear
un falso suspenso, así que lo diré en forma sencilla y directa: mi novio no era
de este planeta. Podía tomar la forma que quisiera y como estaba de visita en
la tierra, nada más sencillo que adoptar la apariencia de un humano buen mozo.
Me eligió como su guía particular y asumió la figura que sabía me iba a a
conquistar.
¡Qué meses pasé
con él! Yo le pedía que cambie de aspecto, lo hice morocho y con bigotes a lo
Errol Flynn; rubio oscuro, ojos verdes y cuerpo atlético. Bajito y con cara de
bebé... Mi mamá comenzó a ponerse nerviosa:
-Nena, qué te pasa, ¿por qué salis cada vez con otro muchacho? Los
vecinos están empezando a murmurar...
Yo le conté la
verdad, le aseguré que era siempre el mismo Equis -tenía un nombre
impronunciable- pero ella no me creyó.
¡Qué tristeza el
día que tuvo que partir! Me costó mucho superar la separación. Me llevó años
encontrar un hombre que me contente: a los pocos días todos me parecían tan
aburridos, tan sosos, ¡tan ellos mismos!
Cuando conocí a
mi primer marido, José, creí que lo iba a amar siempre. Era imitador y lo
llamaban "el hombre de las mil caras". Pero a los pocos meses me di
cuenta que me había engañado: en casa siempre tenía la misma cara, sólo en el
escenario cambiaba. El segundo, Oscar, era modelo. Me encantaba verlo en los
desfiles, vestido con distintos tipos de ropa. ¡Cómo se transformaba! Pero,
claro, era igual que José, en casa no quería oír hablar de cambios. Sólo quería
ser él mismo. ¡Y eso era tan tedioso!
La lista es
larga, pero después de ocho intentos entendí que entre los humanos no hay
grandes transfiguraciones.Cada uno cree ser perfecto tal cual es y no quiere
parecer otro.
No busco
más. Nunca encontraré alguien como Equis. Continúo prefiriendo a los
rubios de ojos celestes, pero ahora con las sienes canosas. Todos los días,
mientras espero el colectivo para ir al trabajo, miro y remiro a mi alrededor.
Tal vez Equis vuelva o mande algún amigo: Ygriega o Zeta.
Quién sabe, tal
vez algún otro venga de vacaciones a la tierra y me elija como guía de
turismo... ■
Como siempre impecable la redacción y bien llevado el desarrollo, pero creo que la falta de yerba te afectó el cerebro...
ResponderEliminarNurit : Imáginame con una sonrisa!!! Magistral!!! Que lástima que a Argentina no hayan llegado...pero que sean morochos plis.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte!!!
(Lástima que manden varones) Humor e ironía sin yerba para un relato entrañable, disfruté su lectura, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMientras leo los relatos de Ester me imagino su cara burlona hasta la sonrisa final y su explosión de júbilo. Ahhh, ya tiene una mezcla de yerba en polvo y Nobleza Gaucha para enderezar sus neuronas, y el humor clásico de la autora.andrés
ResponderEliminarVengan de donde vengan, Ester los transforma con su nobleza tan gaucha. Claro, una gaucha de Gerchunoff y de Andrés, o sea, una gaucha bellamente peculiar con una fusión única de tradiciones .
ResponderEliminarMuy lindo. Me encantó
Cristina Pailos
El cuento me divirtió, y me di cuenta que no puedo contar los intentos, me vale el que mantengo. A esta altura de mi vida estoy segura que hay nigerianos con alma rubia angelical y ojos celestes, y viceversa también.
ResponderEliminarPero, claro ,al primero lo queremos acorde a nuestro ideal.
Con chispas de un humor distinto, me has hecho sonreír, y no es poco.
Felicitaciones, Ester y cariños.
MARITA RAGOZZA