DOBLE FILO
Desde el ventanal de la comisaría, el Sargento Medina se quedó mirando
el revuelo de polvo que, en su carrera alocada levantaba un jinete. Se veía uno
de los brazos golpear en forma sostenida el anca del animal. Cuando estuvo
cerca, el Sargento lo ubicó claramente, se trataba de un gaucho puestero, de
las tierras de Don Álvaro Rincón. El hombre desmontó de un salto y ató con
movimientos rápidos su caballo zaino al palenque y luego, descalzo como estaba,
entró a la guardia.
—Traigo un mensaje para el Comisario —dijo, con voz de pecho agitado.
—Qué te anda pasando Bizcocho, que venís como empujado por el diablo —le
soltó el Sargento, mientras lo miraba interesado.
—Todo lo que dijo mi patrón está en esta nota Sargento, —y extendió un sobre que traía apretado entre
la camisa y la bombacha.
—Bueno, calmate y contame de que se trata todo esto, —agregó el
uniformado con gesto complaciente.
—Yo no se nada, me recomendó que venga rápido a ver al Comisario, —explicó,
revoleando los ojos por toda la comisaría.
—Está bien, dámelo, se lo voy a entregar cuando vuelva, ahora está
reunido en asuntos de política.
—¡No! Si no se molesta Sargento, lo espero aquí y se lo voy a dar yo
mismo.
—Pero, mirá que estas reuniones son largas, ché. Por ahí vuelve bien
tarde.
—Aquí nomás lo espero, —contestó el tape y se acomodó en el banco de
madera que estaba junto a la puerta.
La negativa de Biscocho despertó la curiosidad de Medina, quien se quedó
observando el sobre junto a las piernas del nativo. Desde su escritorio lo
siguió mirando durante un buen rato. Se entretuvo viendo cómo el gaucho
comenzaba a rascarse la melena, espantándose
los piojos. Luego, advirtió que daba cortos cabezazos para terminar apoyando la
pera sobre el pecho velludo, preludio de quedar profundamente dormido.
Ahí estaba el sobre, blanco y llamativo junto a la cadera del gaucho.
Medina tecleaba los dedos sobre uno de sus muslos mientras iba aumentando su curiosidad
sobre el motivo que había apurado al mensajero.
El Sargento apoyó las dos manos sobre el escritorio y levantó su cuerpo
sin hacer ruido, luego, se acercó con pasos cortos y silenciosos hasta llegar
junto a Bizcocho, que a esta altura, ya roncaba con la cabeza apoyada sobre el
respaldo y la boca tan abierta, que parecía un nido de hornero.
Cuando el policía tuvo el sobre en sus manos se dirigió a la habitación
contigua y se dispuso a leer la nota.
Estimado Comisario Garrido:
Según datos de un tropero que
ha pasado por mis campos, me ha enterado de que el temible cuatrero y asesino
“Facón endiablado” anda por la zona del remanso.
Conoce usted de mi interés por acabar con sus tropelías. Por lo tanto,
solicito tenga a bien detenerlo vivo o muerto. No siendo conocido su rostro, le
sugiero tener bien en claro su identificación antes de acabar con él.
Reitero lo ya antes documentado: Mi establecimiento brindará con treinta
mil pesos fuertes a la persona que dé por cumplido dicho cometido.
Atentamente.
Don Álvaro Rodríguez Rincón
Establecimiento El Quebracho
Pampa del infierno, Chaco
El sargento Medina comenzó a golpear la carta sobre la palma de una mano
y su mente dio comienzo a un tejido minucioso, para ver de qué manera podría
hacerse de ese dinero, para él, inalcanzable a través de su salario.
Caminó por el pasillo de los calabozos y se quedó mirando un rato al
andrajoso preso que dormía su borrachera desde la noche anterior. Lo trajeron
tan desmayado al pobre, que ni siquiera se lo pudo anotar en el libro de
entrada. Luego, se acercó al despacho y notó que Bizcocho, ya en posición fetal,
continuaba en los brazos de Morfeo.
Tratando
de no despertarlo dejó nuevamente la carta en el banco y se fue a preparar unos
mates. Quería dar tiempo a su cabeza, para que ésta le presente una idea
aceptable.
Dos pavas tardó en imaginar un trazado posible para hacerse de tan
suculenta recompensa, y se incorporó animado a concretar sus planes.
—¡Bizcocho! — gritó el sargento mirándolo de frente —Tengo algo que te
va a alegrar. El tape sacudió la cabeza para despejar su embotamiento y como
respuesta, solo abrió muy grande los ojos.
— Me ha informado el comisario (mintió), que apronte una partida y detenga
a un cuatrero que anda escondido en el monte.
El negro cerró los ojos y los volvió a abrir en un claro signo de
interrogación. El uniformado, entonces, y ya con voz de mando agregó:
—Debo nombrar de oficio, un Cabo y sumarlo a la tropa. No sin antes
informarle que con tal incursión se hará acreedor de cinco mil pesos fuertes.
Bizcocho abrió la boca dejando ver
la ausencia de algunos dientes, emitió un hipo, que sumado al movimiento
de hombros Medina interpretó como una respuesta esquiva.
La voz estruendosa del sargento llenó
la comisaría.
—Ante la ausencia del comisario puedo nombrar a
cualquier ciudadano de bien, para que me ayude en un acto de justicia y en este
caso, he decidido que ya eres Cabo y estás bajo mis órdenes. —Yo vine a entregar un sobre nada más.
Contestó el gaucho a modo de excusa.
—El sobre quedará pinchado aquí y en cuanto
llegue el comisario se dará por informado. Ahora, daremos comienzo a la tarea
asignada. —Agregó, en actitud terminante.
Fue así que sacaron (con las manos atadas) al borracho de su celda y lo
subieron sobre una mula. El sargento, haciéndose el disimulado, acomodó
cuidadosamente un envoltorio alargado sobre el apero. Instantes después y ya
los tres sobre sus cabalgaduras, se dirigieron al trotecito para el lado del
monte.
Fueron los picotazos de salvajes mosquitos, los que indicaron que habían penetrado en la húmeda
vegetación que tenían como destino.
Bizcocho vio un rayo rosado de atardecer iluminar los ojos del Sargento.
Los notó agrandados, fríos y lacrimosos. Luego, lo observó moverse acompañado
de un ronquido irrefrenable de agitación y nerviosismo. Ahora, Medina llevaba
al preso a los empujones. Se adentraron entre las ramas, hasta que fueron
tapados por la vegetación. Rato después, un disparo de trabuco rompió el silencio
y espantó, en vuelo alocado, a una bandada de loros.
El
tape sintió un fuerte temblor de intestinos y se dio cuenta, en su primitiva formación, que el peligro estaba
acechando su vida.
La sangre se aceleró en su cabeza y varias imágenes comenzaron a
desfilar en su cerebro, dándole chispazos de ideas y aclarándosele algunas
cosas.
De la bolsa que estaba junto al caballo del sargento descubrió y desenvolvió
un largo facón de doble filo y se escondió detrás de un árbol. Cuando el
uniformado se acercó con el trabuco aún humeante, le asestó un tajo en la
garganta que lo dejó con la cabeza mirando para atrás. Al rato, ya más
tranquilo, recogió el trabuco y lo guardó en su cintura.
La noche, que se posaba sobre el camino de tierra, apenas dejaba en
claro las figuras que iban rumbeando para el lado del pueblo: una mula y un
caballo que cargaban dos muertos bien atados sobre sus monturas y, junto a
ellos, un zaino de tranco compadrón. Arriba
de éste, el gaucho Bizcocho se reía de algunas cosas de su vida, de las cuales aprendió a sacar
provecho.
Comenzó a silbar bajito, mientras recordaba aquella atractiva esposa de un capataz que le
enseñó a leer. La misma que moviendo la falda, le mostró el camino de la
curiosidad. Pero más que nada, en una tarde de agua, le enseñó a no dejar pasar
el momento de una buena oportunidad.
Cambiar un poco los hechos no le sería difícil y gastar los treinta mil
pesos fuertes, tampoco…
Roberto Paniagua
La tradicional "viveza criolla" en acción. Muy buena la historia, pero, pobre el borracho!!
ResponderEliminarTrama, tensión narrativa, descripciones certeras, forman los condimentos para un excelente relato, disfruté su lectura, Carlos Arturo Trinelli
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