EL MAESTRO
Cuando salía de la Biblioteca , se topó con
el maestro. Siempre lo ha venerado, por darle más que lecciones de filosofía y
semántica. Es porque el maestro le ha abierto los sentidos hacia la sensualidad
de la música, y ha emparentado la sabiduría del pensamiento abstracto con la
presencia casi pétrea de una sinfonía o de un cuento literario.
Al maestro debe estas impresiones en su espíritu, y él
trata de hablarle para conocerlo más, para saber de su vida, porque nadie le ha dicho cómo es el maestro.
Sólo se repite en los pasillos de la Universidad que es
austero y que vive con su madre; que ambos son melómanos y dedicados al
ejercicio de las funciones del intelecto. Nadie conoce a la madre; sólo es la
voz de las aulas la que afirma que es dama de estricta presencia que da a su
hijo fuente de conocimiento para que enseñe lecciones de rígida moral dentro
de formas preciosistas: la filosofía y el arte emparentados para ordenar la
naturaleza humana.
Se ha propuesto acercarse mañana y decirle de sus inquietudes
como aspirante a escritor, decirle también que comparte gustos como los que él
y su madre disfrutan en solidaria comunión espiritual. Lo hará mañana.
La clase de filosofía acerca de la Fenomenología de Husserl fue importante. La disyuntiva que
ofrece la realidad al ser que piensa: ¿Existe por sí misma o requiere de la participación
del otro para que sea verdadera realidad?
Había aceptado la tesis de Husserl y en cada recodo del camino a su casa
se decía que esa piedra que veo no existe si no soy yo complemento de su
existencia.
Decidió abordar al maestro al concluir la clase.
Reticencia al principio.
Los temas de clase ya son de todos, y pasar más allá no está permitido;
pero deja abierta una posibilidad para más tarde: mañana o pasado mañana.
Otra conversación en el
parque al lado de una laguna. A solas, el pensamiento profundo es apetecible.
Le dice el maestro que el hombre es como un pequeño lago de gran
profundidad cuyas aguas tienen distinta densidad: las de la superficie son
claras y reciben el frescor de la montaña; las del fondo son obscuras y
turbias, frías por la ausencia de claridad. Pero el alma deja que sus aguas se
mezclen, y las del fondo suben con turbiedad y frio para cambiarse con las
cálidas que abrazan el sol y el aire;
que ambas tengan oportunidad de proclamar existencia. El hombre es
obscuro por sus llamados desconocidos y claro por su contacto con el aire: el
ser humano pleno se apropia de la totalidad de su lago. Esa fue la conversación
en el parque, obscurecido ya por el tiempo de lluvia.
Se ha iniciado una
relación de curiosa humanidad.
Otro día aparece el motivo de la madre. Dice el maestro
que es mujer de exigencias espirituales definidas: Bach, Beethoven, que ella
toca en el severo piano; y conoce a Homero, a Eurípides. Todo el clasicismo en
el pequeño estudio donde viven. El alumno imagina esa sala repleta de libros
abiertos a la curiosidad, y piensa que la sonata treinta y dos de Beethoven que
dio fin al género, puede escucharse de modo peculiar en esa sala de misterios,
mientras el hijo maestro recoge la agonía del hombre, para llevarla luego al
aula de la clase de filosofía. Lo ha
dicho casi forzado en confesión, porque el discípulo insiste.
El paso de los días alimenta la relación entre ambos. Cada
vez se hacen más extensos los motivos de enfrentamiento intelectual, pero
siempre en los pasillos de la
Universidad , pues el maestro no quiere abrir su casa. Quedará
oculta la sesión iniciática de música y pensamiento que se desarrolla en una
silenciosa calle de la ciudad. Los
perros y el murmullo de la noche serían
únicos espectadores.
El alumno piensa un día que debe visitar al maestro. Se
acerca la navidad y ese es un motivo para aproximársele, sobre todo después de
tantas charlas en torno a los temas que los conmueven. La explicación del quehacer del escritor en el
mundo social; de nuevo la vanidad del que siente que las palabras han
consagrado la gloria: el escritor tiene siempre proximidad con Dios, porque se
proclama dueño del saber desde el pasado, o lo da a los contemporáneos que lo
acompañan en el silencio y que secundan su obra, o espera la llegada del
futuro. Siempre con la antorcha de la gloria.
Este es el día apropiado para visitar al maestro: conocerá su
mundo reducido en espacio, inmenso en profundidad. Estará la madre frente al
piano esbozando el segundo y último tiempo de la Sonata treinta y dos de
Beethoven, y el hijo escuchará con devoción mientras compone algunas ideas en
las que se mezcla el análisis filosófico con la inquietud del arte. Quizás un
poema; tal vez la composición del ideario del buen decir y de la plena
felicidad burguesa.
Estarán sentados en la pequeña sala, luces bajas y un
silencio otro, porque sólo debe escucharse el arpegio que da el piano y el
rasgar de la pluma.
Llega a la vieja casa de departamentos, visitada por el viento
de la temprana noche, y halla en la puerta el aviso que anuncia la casa del
maestro: tercer piso, Nº 3. Sube las
escaleras de madera, crujientes como el recuerdo, y alcanza el tercer piso.
Sabe que no ha sido invitado pero que la acción de la amistad justifica el
atrevimiento; y está ante la puerta y toca suavemente: sin respuesta. Toca de
nuevo: sin respuesta. Una tercera vez le deja oír movimientos en el interior
del departamento. Es como el golpe de una caja de piano ( o de ataúd), y
después un ominoso silencio. La espera
de pocos minutos lo desespera, porque continúa el silencio después de aquel
golpe inexplicable. ¿Qué debe hacer?
Devolverse sería lo más conveniente pues nadie lo ha visto llegar al
edificio; pero la curiosidad lo excita a buscar sentido a la contradicción y
todos sentimos el compromiso de ahogar las dudas.
Gira la manivela de la puerta y siente que cede. Abre con
lentitud y encuentra la la semiobscuridad: apenas una lámpara amarilla de
aceite deja ver muebles redondos de noche, cortinas plegadas, olor de humedad.
Un espacio pequeño dominado por un piano, una mesa llena de libros, y estantes alrededor,
en las paredes, también repletos de libros, periódicos, toda clase de impresos.
Nada más a primera impresión. Pero algo vivo está en el ambiente; él percibe
que en ese reducto de ideas se mueven calor y color: respira un perfume intenso
y ve ropajes femeninos al fondo de la pieza.
Al acercarse a un
gran ropero en el borde de la habitación, escucha crujidos en el interior de
madera y siente la ansiedad del miedo, pero no es su miedo sino el que emana de
algo oculto allí. Ambos lo sienten ahora: el alumno, porque ha violado el
secreto de la intimidad del maestro, y el armario por guardar la sorpresa que
de repente se le viene encima, en el rostro pintado de carnaval que se presenta
a sus ojos con el terror de haber sido descubierto.
De la penumbra del mueble surge una grotesca figura. La
imagen parece ser de una mujer, no obstante su gruesa corpulencia: tiene el
rostro pintado y vestida de lujuria. La aparición se arroja sobre el discípulo con
violencia o vergüenza, y lo hace caer.
¿La madre?
Las paredes del refugio, iluminado tenuemente con el
candil del aposento, están cubiertas de fotografías de una anciana de rostro
adusto, con la expresión del espíritu de la filosofía.
Los secretos, algunos inconfesables, del alma humana, en un relato de suspenso, con su imprevisto final,logrado con maestría.
ResponderEliminarUn remate impecable acompaña a una trama que nos deja interrogantes.
ResponderEliminarGracias Alejo.
Alejo Urdaneta es uno de los mejores creadores de climas y atmósferas en sus narraciones. En " El maestro· es más preciso en su desarrollo. En la primera parte parece un sueño, una amistad pura descripta con sobriedad y elegancia, pero aún aún así, desliza algo no tangible, que se atisba, y que es la curiosidad por cómo y cuál es la casa del maestro.
ResponderEliminarEl final quiebra la placidez y expresa en el modus vivendi íntimo del maestro la categoría de" cautivo", en los laberintos que existen en toda personalidad humana.
Excelente.
Felicitaciones, Alejo, y un gran abrazo.
MARITA RAGOZZA
Tenés razón Marita al decir que en la primera parte se atisba algo no tangible pero para mí no es sólo la casa. El alumno quiere conocer la casa porque presiente el misterio. La narración es tan buena que también nosotros, los lectores nos dejamos llevar por la curiosidad y sobre todo por la idealización de quien nos puede ofrecer armonía entre filosofía y arte.Sin embargo tanto clasicismo , tanta enseñanza de rígida moral, ideario del buen decir, felicidad burguesa me suena raro, quizás las pistas del escritor. El alumno imaginó muchas cosas pero se encontró con un mundo muerto, donde un ruido tanto puede ser la tapa de un piano como un ataud hasta que irrumpe el grotesco. Puede ser una metáfora del alma humana, pero también el absurdo de idealizar al hombre del saber con Dios. El absurdo de idealizar.
ResponderEliminarCristina Pailos
Todo ha sido dicho y sugerido antes del final casi abrupto e inesperado. ¿inesperado? Maestro por dos veces, en el título y en la maestría o mano maestra del autor. Excelente y atrapante. Muchas Gracias y Felicitaciones al autor. Mi afecto Marta Comelli.
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