-¿Leíste el libro? Preguntó en el teléfono una voz conocida que no reconocía.
Había atendido por casualidad, llevaba un día en la cama sin encontrar otra cosa para hacer que no fuera ir al baño. Afuera seguro estaba el mundo igual a como lo había dejado con sus sufrientes habitantes, refugiados en la seguridad de las repeticiones que, día a día, les producían la ilusión de la vida, de estar vivos.
.¿Qué libro? ¿Quién habla?
-¿Estás bebido? ¿Estás fumado?
-¡Ah! Es una encuesta, me di cuenta quien hablaba.
Se rió nerviosa.
-Sí, lo leí y me dormí cuarentiocho horas.
-Entonces es bueno.
Tenía sentido del humor.
-No te olvides, hoy es la presentación, agregó.
Me había olvidado o quizá fuera igual a que no quería acordarme. Bañarse, vestirse con el uniforme de gente, salir, llegar y resistir la reunión de las caras complacientes de todas las presentaciones, las que fueron y las que vendrán. Caras de familiares, caras de amigos, caras de conocidos y caras de confundidos que lo máximo que han leído es la lista del almacén. Luego estarán los ojos en blanco de las poetas plañideras en la selecta lectura de algunos poemas del libro. Sobrevolará al compacto auditorio de veinte personas la ansiedad del lunch y entre masticaciones y libaciones los corrillos laudatorios que, como la opinión sobre la especie humana, no ofrecerán otro punto de vista dado que la misma especie humana ha sido quien la formulara.
Llegué, mi amiga me recibió, estaba maquillada y vestida como para un casamiento. Un collar curialesco reposaba un medallón en el sitio destinado para el nacimiento de los pechos que, por efecto de la gravedad de los años, estaban más cerca del estómago. Me abrazó y me dijo al oído:-Sé como pagarte este favor.
Lo primero que se me ocurrió fue decirle que los favores no se pagan pero no quise quitarle el entusiasmo en su noche estelar. Me tomó de la mano y me llevó como un niño hasta la mesa armada sobre una tarima en donde junto a dos poetas rechonchas y con olor a peluquería haríamos la presentación. Una tercera mujer parada delante de un micrófono oficiaba de locutora. Leyó excusas de afortunados ausentes, luego agradeció a unas autoridades de algo y presentó a los presentadores y a la autora. Cuando me nombró a mí como el laureado poeta y narrador Enrique Lotriski saludé como un equino al que le molestan las bridas e hice la V de la victoria.
La autora, Anette Amor, seudónimo de Graciela García, tomó la palabra y divagó entre agradecimientos y un confuso juego de palabras sobre la poesía en general.
Yo pensé qué decir a mi turno pero todavía faltaban las rechonchas y supe que nunca sabría qué decir hasta que empezara a hablar y mentir que al fin era lo que todos querían
para sentirse capaces de vivir la verdad a la que jugaban.
Cada una de las gordas leyó un poema y llegó mi turno de hablar. Comencé aduciendo que la autora hacía honor a su apellido y nos embriagaba de amor (sin ir más lejos yo mismo me había embriagado para acometer la lectura, claro que eso no lo dije) con el viaje de la protagonista, Lilian, a través de sonetos y alejandrinos para llegar al desenlace con versos libres convertida en una moderna Celestina capaz de renunciar al mandato de su femineidad, justo en un viernes, a favor de su amiga Joana. Lilian decide no competir porque considera que el amor no es competencia y prefiere renunciar a la felicidad por lealtad. El hombre sujeto vuelve a serlo ya que la disputa lo había convertido en objeto. Luego Lilian cierra su recorrido en versos que emocionan por su tristeza. Para concluir me permití una duda que formulé en tono de interrogación ¿es Lilian una lesbiana reprimida? Entonces hubo un sobresalto y después silencio y agregué que tal vez fuera una resignada creyente en fuerzas superiores y cerré con una demasía acorde al evento: En fin amigos, un viaje poético en la mejor tradición de Ulises o Alighieri en los tiempos que tras el tiempo sobreviene menos tiempo. Pero el tiempo de Lilian es inconstante como su fortuna. Saludo con alegría este libro de la poeta Anette Amor. Me aplaudieron y me hice el distraído con la lectura. La autora se incorporó y palmoteando como una foca vino hacía mí para besarme.
La locutora aprovechó para pasar la publicidad de los proveedores del ágape y se produjo un disimulado desbande para ocupar posiciones. La mujer agregó que, el que quisiera, podía adquirir el libro al final del salón que la autora firmaría con gusto los ejemplares.
Con la excusa de fumar saldría y no volvería a entrar pero una pareja me detuvo, los dos vestidos como para una gala de la década del cincuenta pero detrás de esos disfraces advertí la impronta de los bebedores, ella, la mirada ausente, la piel ajada que el maquillaje no conseguía rellenar, él, la nariz surcada de cardenales y un rojo intenso que en forma de ríos en un mapa se extendían hasta los pómulos e impresionaban en los ojos. El hombre era un experto en alejandrinos y sostenía disentir de mi concepto basado en que la cesura en algunos de los hemistiquios de los versos de la autora impedía la sinalefa y desvirtuaba el contenido de las catorce sílabas. Un mozo lo interrumpió con una bandeja colmada de copas de plástico que no alcanzaban la mitad con el contenido de vino, tinto o blanco. Tomó una copa de blanco para la mujer, me preguntó a mí y acepté una de tinto y él eligió otra de blanco. Estaba prisionero de la perorata del caballero al que su dama no prestaba ninguna atención.
Además de experto en alejandrinos demostró habilidad para atrapar copas al vuelo de bandeja que pasaba. La mujer simulaba ausencia pero aceptaba las dosis con sed.
La locutora irrumpió en el micrófono para que supiéramos que entre nosotros se encontraba el recitador gauchesco Hernán Hernández quien había aceptado deleitarnos con algunas de sus creaciones. Comenzó el recitador con unos chistes y de pronto se transformó, agravó la voz y atronó el sitio con lo de siempre, el fogón, el facón, la guitarra, el redomón, la luna, la china, el rancho, la pampa, la sequía y todo el repertorio de lugares agro-ganaderos comunes. Por un lado perdí la erudición de mi interlocutor y por otro gané, en consonancia con el recitador, un humor taurino.
Observé como la pareja continuaba con el vaciamiento de copas y como ella guardaba en la cartera la comida que podía.
Me di vuelta para irme y me enfrenté con Anette.
-Tomá Enrique te traje un duplicado de las llaves de casa, la rara es de la puerta de abajo, la otra es la del departamento.
Las guardó en el bolsillo de mi campera y agregó:-Esperame que apenas pueda voy para allá, en la heladera hay champán, cerveza, lo que quieras.
No estaba enamorado de Anette, no me gustaba su culo en forma de pera, ni la flacidez de sus tetas con forma de copa de anís, menos sus costillas a punto de desgarrarle la piel, piel que transparentaba las venas que la manchaban de azul. Tampoco me agradaba su dentadura postiza, blanca y pareja como auténtica postiza. Me fastidiaban los huesos de la cadera que parecían asas de una taza humana y sin embargo, me conmovía como intentaba halagarme. La besé en el hueso de un pómulo y salí al fresco de la noche. Caminé hasta la esquina y me detuve como para orientarme, palpé las llaves en mi bolsillo y pensé que, al fin un champán no estaría del todo mal. ■
Don Trinelli, uniendo la realidad con la ficción es usted un genio. Salvo los detalles finales, esa experiencia la vivo tres o cuatro veces al año...
ResponderEliminarRoberto
Bravo, amigo!!! Un relato exacto, con humor que tal vez sea negro, porque no da ganas de reír sino de llorar...Qué suerte que Artesanías es virtual!! ¿Porqué será que las poetas son siempre regordetas pero los poetas ellos, son siempre apuestos? Será por la diferencia de edades...Me hiciste reír, Arturo...
ResponderEliminarAh no , no Ester , te quiero mucho pero a mi no me da risa .
ResponderEliminarAl contrario me enfada un poquito este Lotriski , si , hay muchas poetas gordas pero las hay hermosas. Además parece que solo se fija en el "Envase" y lo que hay por dentro? Esto pasa a ser cuestión de género . Me gustaría conocer al Sr Enrique y ver si es apuesto dado que se consuela , en la más absoluta soledad existencial , con una botella de champan ,que , contradictoriamente , solo le importa lo que hay adentro.
Ah, mi afecto a Trinelli.
amelia
Si un relato realista de las presentaciones, de libros, pinturas o lo que sea.
ResponderEliminarEs asi tal cual, mas de la mitad va por el vinito y los bocaditos y el resto por compromiso,o por aburrimiento.
Pero de todos modos siempre hay algo bueno que rescatar, aunque sea una botellita de champang Carmen
Perdón , amigos , vuelvo . NO y no . No quiero gente que vaya a la presentación de libros a comer. ME NIEGO. DESDE ese lugar le pido disculpas Sr Lotriski.
ResponderEliminarUna descripción jocosa de presentaciones que no solo se corresponden con las poetas: también deben incluir a los poetas, los y las narradores, los ensayistas y las ensayistas: es el mundo del espectáculo que sirve de pretexto para reuniones, renovación de antiguas y flamantes amistades y dar a conocer una novedad literaria. Humor que irritará, sin dudas, a los enemigos de la sonrisa...
ResponderEliminarAndrés
Ya me hizo reir la foto nomás. Tengo ganas tremendas de darte un abrazo, mis horas han estado por estos días muy ligadas a tu obra, y ya, sabés, qué puedo agregar, si siempre he admirado tu narrativa. Y tenés un estilo particularísimo, que más se puede pedir.
ResponderEliminarLily Chavez
Un humor con acidez adecuada, el enfoque personalísimo de taaaantas presentaciones donde a los 5 minutos nos preguntamos ¿qué estamos celebrando?. Muy bueno
ResponderEliminarUna crítica ácida de las " presentaciones de libros ", con irónicas expresiones sobre las opiniones humanas. He asistido a estos eventos lamentables, pero también a otros sinceros y cálidos, pocos, reconozco.
ResponderEliminarLo de las poetas gordas es para discutir.
Es una historia que deja traslucir con humor ciertas verdades.
Muy buena. Felicitaciones, Carlos.
MARITA RAGOZZA