(Belluno, 1906 - Milán, 1972) Escritor y poeta italiano que fue uno de los pocos representantes en su país de esa narrativa surrrealista o metafísico-existencial que tuvo en Franz Kafka a su máximo exponente. Tras doctorarse en derecho en la Universidad de Milán, inició en 1928 una extensa carrera de periodista en el Corriere della sera, diario en el que también desarrolló labores de redactor y enviado especial. Más tarde se empleó como redactor jefe en la Domenica del corriere.
Debutó en el campo de las letras con Barnabó delle montagne (1933), pero fue en su segundo libro, Il segreto del Bosco Vecchio (1935), una fantástica presentación de un mundo de gigantes, de animales que hablan y de hechos prodigiosos, donde se hicieron evidentes algunos de los motivos fundamentales de su obra: el gusto por la magia y la alegoría, una inclinación a la fabulación y al romanticismo descriptivo y un clima de leyenda nórdico-gótica.
Su mayor logro fue El desierto de los tártaros (1940), historia de jóvenes oficiales que consumen toda su existencia en una solitaria fortaleza fronteriza, esperando en vano la invasión de los tártaros, en la que se retrata el ansia, la renuncia y la soledad del hombre, incapaz de escapar a su propio destino. los días perdidos
Pocos días después de haber adquirido una lujosa finca, Ernst Kazirra, volviendo a casa, avistó a lo lejos a un hombre cargando una caja sobre sus hombros, que salía de una pequeña puerta secundaria de la cerca, y la cargaba en un camión.
No le dio tiempo a alcanzarle antes de que se marchase. Decidió seguirlo en coche. El camión hizo un trayecto largo, hasta lo más lejos de la periferia de la ciudad, deteniéndose al borde de un barranco.
Kazirra salió del coche y se acercó a mirar. El desconocido descargó la caja del camión y, dando unos pocos pasos, la arrojó al barranco, que estaba lleno de miles y miles de otras cajas iguales.
Se acercó al hombre y le preguntó:
–Te he visto sacar esa caja de mi parcela. ¿Qué había dentro? ¿Y qué son todas esas otras cajas?
El hombre lo miró y sonrió:
–Todavía hay más en el camión, para tirar. ¿No lo sabes? Son los días.
–¿Qué días?
–Tus días.
–¿Mis días?
–Tus días perdidos. Los días que has perdido. Los esperabas ¿verdad? Han venido. ¿Qué has hecho? Míralos, intactos, todavía enteros. ¿Y ahora?
–¿Qué días?
–Tus días.
–¿Mis días?
–Tus días perdidos. Los días que has perdido. Los esperabas ¿verdad? Han venido. ¿Qué has hecho? Míralos, intactos, todavía enteros. ¿Y ahora?
Kazirra miró. Formaban una pila inmensa. Bajó por la pendiente escarpada y abrió uno. Dentro había un paseo de otoño, y al fondo Graziella, su novia, que se alejaba de él para siempre. Y él ni siquiera la llamó.
Abrió un segundo. Había una habitación de hospital, y en la cama su hermano Giosuè, que estaba enfermo y le esperaba. Pero él estaba en viaje de negocios.
Abrió un tercero. En la verja de la antigua y mísera casa estaba Duk, el fiel mastín, que le esperó durante dos años, hasta quedar reducido a piel y huesos. Y él ni pensó en volver.
Sintió como si algo le oprimiese en la boca del estómago. El transportista se mantuvo erguido al borde del barranco, impasible, como un verdugo.
–¡ Señor! –gritó Kazirra– Escúcheme. Deje que me lleve al menos estos tres días. Se lo ruego. Al menos estos tres. Soy rico. Le daré todo lo que quiera.
El transportista hizo un gesto con la mano derecha, como señalando un punto inalcanzable, como diciendo que era demasiado tarde y que ya no había ningún remedio posible. Entonces se devaneció en el aire y al instante también desapareció el gigantesco cúmulo de cajas misteriosas. Y la sombra de la noche cayó. ■
¿Sueño, imaginación, visión profética? No lo sé pero no me importa. Me impresionó y prometo analizar cada uno de mis actos por siempre jamás.
ResponderEliminarUna idea muy buena y bien plasmada en su brevedad, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarIdeas y abstracciones profundas y recurrentes tratadas con decisiva belleza . Unos pocos renglones para recortar y pegar y después no olvidar. Gracias
ResponderEliminarCristina Pailos