MERCE SÁENZ |
-¿No puedo morir por mi?
Los anteojos de su abogado a media nariz en un lugar dónde nada se interpone ante la luz cómo en los quirófanos.
El piso es un murallón en dónde se mira los zapatos de goma que siempre parecen a la misma distancia de todos sus abismos. No hay goteras ni la mínima posibilidad de pensar en una grieta invisible.
Sobre la mesa de puntas redondas los dedos se movían como una manada maniatada por la misma pata en una llanura color verde claro casi hospital. Y quietos se quedan ahora.
- No, ni haciendo pensar que fue un accidente. El último juez no sólo quiere que mueras, quiere que lo hagas delante de todos. No puedo apelar más, no permiten absolutamente nada que los haga cambiar de decisión.
- Violo, mato, reconozco y la pena-curiosa palabra en vez de sentencia- es la muerte. Maté a alguien sin preguntar. Puedo matarme solo. Lo sé hacer.
- Los dos últimos años hiciste el mejor y el mayor tratado filosófico que pueda entablar un condenado a muerte. Hay tres libros enfrentados, una película sin terminar esperando tu verdadero final. Se formaron dos nuevas organizaciones civiles en tu defensa. Hubo que negociar con la prensa. Gané mucho dinero… pero hubiera cedido muchas cosas por salvarte. Te graban las veinticuatro horas. Nos hacen creer que nuestras charlas están sin sonido. En lo que muestran, nuestras caras hablando para abajo… cómo en misa, contándonos en el medio del coro las primeras verdades de la infancia.
Una mano en el hombro y prometió volver pasado mañana.
Serenata cómoda la rutina obligada cuándo el miedo no quiere acortar los días, enemigo a pulso .
El apuro por la muerte pidió limpiar los pisos, aún con cadenas y perro y ojos que de tanto vigilar ya se distraen el camino de las cincuenta casuarinas, rodear debajo de otros ojos los arbustos gruesos, dejar abierta segundos cuándo se podía una de las puertas de la cocina.
Seguí el camino de las lauchas- le dijo un chino- cuándo cambian de lugar es que están muriendo y con que te muerdan no alcanza.
Quebrazón de cosas cuándo un epitafio inventado canta en falsete.
Tiempo para escribir otras formas de muerte, no las que castiga el Código. Bordear otra vez la cornisa, con esos pocos años no alcanza. Intentar al menos… ¿de que les sirve matarme si es tanto lo que puedo decir de la muerte? Tontos algunos hombres. Si ese juez sabe que no me importa morir, tal vez por eso no me importó matar. Tienen la posibilidad de que sepan tanto. Siempre va a haber algún idiota que crea que quiero ganar tiempo…
En lo que me han vencido es que el tiempo dejo de ser mío, es lo único que lamento.
Un enero de revuelta se fue por el camino de las lauchas, después de matar al juez que quería verlo muerto.
Los anteojos de su abogado a media nariz en un lugar dónde nada se interpone ante la luz cómo en los quirófanos.
El piso es un murallón en dónde se mira los zapatos de goma que siempre parecen a la misma distancia de todos sus abismos. No hay goteras ni la mínima posibilidad de pensar en una grieta invisible.
Sobre la mesa de puntas redondas los dedos se movían como una manada maniatada por la misma pata en una llanura color verde claro casi hospital. Y quietos se quedan ahora.
- No, ni haciendo pensar que fue un accidente. El último juez no sólo quiere que mueras, quiere que lo hagas delante de todos. No puedo apelar más, no permiten absolutamente nada que los haga cambiar de decisión.
- Violo, mato, reconozco y la pena-curiosa palabra en vez de sentencia- es la muerte. Maté a alguien sin preguntar. Puedo matarme solo. Lo sé hacer.
- Los dos últimos años hiciste el mejor y el mayor tratado filosófico que pueda entablar un condenado a muerte. Hay tres libros enfrentados, una película sin terminar esperando tu verdadero final. Se formaron dos nuevas organizaciones civiles en tu defensa. Hubo que negociar con la prensa. Gané mucho dinero… pero hubiera cedido muchas cosas por salvarte. Te graban las veinticuatro horas. Nos hacen creer que nuestras charlas están sin sonido. En lo que muestran, nuestras caras hablando para abajo… cómo en misa, contándonos en el medio del coro las primeras verdades de la infancia.
Una mano en el hombro y prometió volver pasado mañana.
Serenata cómoda la rutina obligada cuándo el miedo no quiere acortar los días, enemigo a pulso .
El apuro por la muerte pidió limpiar los pisos, aún con cadenas y perro y ojos que de tanto vigilar ya se distraen el camino de las cincuenta casuarinas, rodear debajo de otros ojos los arbustos gruesos, dejar abierta segundos cuándo se podía una de las puertas de la cocina.
Seguí el camino de las lauchas- le dijo un chino- cuándo cambian de lugar es que están muriendo y con que te muerdan no alcanza.
Quebrazón de cosas cuándo un epitafio inventado canta en falsete.
Tiempo para escribir otras formas de muerte, no las que castiga el Código. Bordear otra vez la cornisa, con esos pocos años no alcanza. Intentar al menos… ¿de que les sirve matarme si es tanto lo que puedo decir de la muerte? Tontos algunos hombres. Si ese juez sabe que no me importa morir, tal vez por eso no me importó matar. Tienen la posibilidad de que sepan tanto. Siempre va a haber algún idiota que crea que quiero ganar tiempo…
En lo que me han vencido es que el tiempo dejo de ser mío, es lo único que lamento.
Un enero de revuelta se fue por el camino de las lauchas, después de matar al juez que quería verlo muerto.
Mercedes Sáenz
Es un intingulis entendible después de leerlo tres veces... me llevo tiempo descubrir los personajes y el desarrollo.
ResponderEliminarPero al final del encuentro me gustó y hasta te diría que no es como en los anteriores la vena poética no se manifiesta y es el relato el que se afianza.
Celmiro Koryto
Celmiro Koryto
Si, Mercedes, ponés a prueba mi capacidad de entendimiento. Pero si lo logré, me rebela el final que da el triunfo a los malos y mata a los buenos...¿Es así nomás?
ResponderEliminarEster, creo que es un así nomás, ganan los malos, tal vez disfrazado de un siniestro empate. Gracias por tus palabras
EliminarAbrazo
Mercedes
Apuro por Morir es uno de esos relatos de Mercedes en el se interpolan sueños, experiencias, condenas y angustias siempre en ese lenguaje tridimensional y colorido, algo enigmático y vivenciando el sentido opresivo de la muerte y la justicia.
ResponderEliminarMERCI, MERCI : Tu palabra es única. Yo la disfruto . Aprendí que no necesito entender para gozar de una obra de arte.Yo , reverencio tu escritura.
ResponderEliminarUn abrazo grandote.
amelia
Relato con fuerza, convicción,profunda disquisición sobre la muerte y el asesinato.El final,es un remate inesperado pero consecuente con el protagonista.
ResponderEliminarUn texto diferente entre la literatura de Merci, y logrado como todo lo que escribe.
Felicitaciones Merci y cariños.
MARITA RAGOZZA
HOLA MERCEDES, POR LO MENOS NO ME SIENTO SOLA EN ESTO DE QUE NOS PUSITE A PRUEBA, MAYOR COMPLEJIDAD DE LA HABITUAL EN TUS ESCRITOS, DIRÍA UN RELATO SECO (un paisaje absolutamente diferente al acostumbrado de río y verde) DENDE DONDE LA MUERTE Y UN CIERTO TOQUE DE PERVERSIDAD SE MUESTRAN EN INTRINCADOS PASAJES QUE LLEVAN A UN FINAL INESPERADO. SORPRENDENTE. DIFERENTE. UN FUERTE ABRAZO. MARTA COMELLI.
ResponderEliminarEnigmático e inteligente el relato divaga entre mostrar y ocultar fuera de foco una especie de teodicea que no es necesaria entender para disfrutar, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarGracias a todos por sus comentarios. Muchas gracias
ResponderEliminarAndrés eligió este texto y sólo sus agallas hacen que esté ahi. Gracias por la publicación.
Les mando un sincero abrazo, fuerte y redondo.
Mercedes