MALVINAS: COBARDES - BORRACHOS - ASESINOS -TRAIDORES A LA PATRIA
“Un acto cívico-militar convocó en Puerto Argentino a la comunidad de isleños, que reivindicó su defensa de las islas en 1982 y volvió a rechazar los reclamos de soberanía de la Argentina” (titular de la nación, amarillo de los mitre)
“El enemigo estaba entre nosotros”
A los 48 años, Benítez es uno de los denunciantes en la causa por apremios ilegales en la guerra de Malvinas. Estaba en el servicio militar y lo trasladaron a las islas. Pasó hambre, fue humillado por los suboficiales que lo mandaban. Espera justicia.
Pedro Benítez empezó a trabajar a los 9 años, dejó la escuela en quinto grado, cuando la escritura todavía le era esquiva. En el verano del ’82 era soldado conscripto en el Regimiento 3 de La Tablada. Estaba en Ezeiza haciendo la instrucción y se empezó a comentar que “iba a haber una guerra como la que casi se hace con Chile. Se decía que nos iban a llevar a nosotros. No lo creíamos. ‘¿Quién nos va a llevar a nosotros?’. Eramos la clase ’63, teníamos apenas un mes de instrucción. Nosotros decíamos que llevarían a los grandes, los de la ’62”. Se equivocaron.
“Nos pusieron en fila, nos cargaron en camiones Unimog y nos llevaron al cuartel de La Tablada. La gente se acercaba y nos decía: ‘Pobres, van a las Malvinas, a la guerra’. Nos daban de todo, comida, lo que tenían.” El fin de semana de Pascua lo pasó sentado espalda con espalda con otro compañero en el Palomar esperando el avión que los llevaría al sur. “Nos cargan en un Boeing sin butacas sentados en el piso. Estábamos todos apretados, éramos muchísimos. Faltaba el aire. Nunca había viajado en avión, éramos muy pobres, no teníamos un mango, nada.”
Escala en Río Gallegos y otro avión “cortito” hasta las islas. De ahí a cavar para hacer los pozos de zorro, armar las carpas. “En Puerto Argentino, la Infantería nos da raciones de comida fría, en latitas. Nos dan la orden de ir a la primera fila, a buscar posiciones en la isla Soledad. Yo estuve casi siete días sin salir, en la trinchera. No sabía. Mi jefe no me conocía. Empezaba a faltar la comida, teníamos hambre, hasta que un día con González, otro soldado, empezamos a buscar. Una mina explosiva había matado una vaca y los de la clase ’62 la habían carneado por orden de sus jefes, lo único que había quedado era el hígado, que tenía piedras, ya estaba medio verde, el hígado iba de aquí para allá. Con González sacamos lo de adentro y lo cocinamos apenas. Con un hueso medio podrido hicimos como una pasta, salía olor a queso. Comíamos eso. Teníamos hambre.”
Hambre es la palabra que hilvana su relato. Las bombas que caían incesantes a partir de la una de la madrugada y el frío paralizante pasan a segundo plano. Uno de esos días eternos, Benítez le pregunta a otro compañero si podía sacar un poco de grasa para hacer chicharrón de un pedazo de carne que tenía el sargento fuera de la trinchera. Le dice que no y él, acostumbrado a obedecer, no hace nada. “La carne desapareció y mi compañero le dijo al sargento que yo había andado rondando. Le juré por mi madre que no había sido yo.” La mirada se le empieza a enturbiar.
Castigo
El sargento le ordena al cabo que lo estaqueara a Benítez y lo dejara tres días sin comer. Al lado de su trinchera, clavan las estacas y lo atan. De las 10 de la mañana a las 7 de la tarde lo dejaron crucificado. “El cabo me pisó con el taco del borcego la mano con la que decía que afané y con el pie, la cabeza. ‘Así que usted es un ladroncito’, me decía. Y a los otros les gritaba: ‘Al que se le acerque, lo voy a estaquear también’. Un soldado, cuando no lo vieron, vino corriendo y me mandó un chicharrón caliente en la boca, lo enfrié con la saliva y me lo tragué. No me acuerdo quién me desató.”
A partir de ese momento, el cabo, a quien Benítez identificó ante la Justicia, no paró de acosarlo. Le ordenaba hacer guardia todo el tiempo, tirarse a la trinchera llena de agua helada, quedarse con los pies sumergidos. “Un día vino un voluntario repartiendo queso y dulce, yo y otros dos que estábamos castigados comimos. Entonces nos hizo arrodillar y nos empezó a dar como martillazos en las manos y en la nuca con el sable de la bayoneta. En ese momento le llevaron a él un guiso de arroz y nos decía: ‘¿Saben cómo está? Riquísimo y ustedes se lo están perdiendo’.” Las lágrimas le brotan incontenibles.
“Para combatir con un inglés tenés que estar comido. Yo no podía levantar un cajón de municiones, temblaba. Fui con ochenta kilos y volví con cuarenta. Un día el cabo me pone el arma en la cabeza y me dice: ‘¿Si lo mato?’. Yo le dije: ‘Por ahí una bala me salva la vida’. Decían que el enemigo iba a atacar, pero el enemigo estaba ahí adentro, estaba entre nosotros. Te juro por mis hijos. Dios y la Virgen saben que yo no toqué nada.” El llanto renace.
En Puerto Argentino entró a una cocina donde un sargento estaba preparando un guiso para su grupo. Cuando terminó de repartirles a sus soldados le llenó una lata Nido que Benítez había encontrado. “Tenía tanta hambre que sentía que el paladar se me descocía.”
La rendición
“‘Boina que baje van a tener que matar’, nos dijeron. Los ingleses estaban bajando de Mont Longdon. Tenía mucho miedo de morir, de encontrar a un inglés cuerpo a cuerpo. Me había subido a un tractor, rompí el vidrio para poder tirar, pero me estaba congelando. Me bajé y encontré en una casa de los kelpers una lata de peras. No mordía, tragaba. Capaz venía un inglés, pero por lo menos iba a estar con el estómago lleno.”
Pedro estuvo los dos meses en Malvinas sin sacarse los borceguíes. Sentía los pies hirviendo, helados, pinchazos, casi no podía caminar. “Cuando terminó la guerra nevaba, estaba todo blanco, una tristeza, un soldado por acá, otro por allá. Me daba lo mismo morir. Estaba amarillo, con diarrea, iba de cuerpo sangre.”
“Cuando los ingleses nos toman prisioneros nos meten en los galpones que habíamos ocupado no-sotros: estaban llenos de comida. Barras de queso, dulces, naranjas. Tenía tanta desesperación que agarré una barra de queso y casi me peleo con otro soldado por agarrar otra. Dormimos tres días arriba de comida que no nos habían repartido.”
Después de tres días ahí, los trasladaban en dos barcos: el Canberra y el Norland. “En el Canberra se fue el cabo mío. No te imaginás la liberación”, dice y remarca con un gesto como si un monstruo hubiese salido de su cuerpo.
En el Norland les toman los datos, les sacan todo lo que llevan y lo ponen sobre una mesa, excepto a él. Arrastrándose casi, Benítez se acerca para completar esa especie de requisa y un inglés sólo atina a regalarle un chocolate. Lo llevan a la enfermería y le sacan los cordones de los borceguíes. Vuelve con los heridos y se encuentra con Silvero, el soldado que le ayudaba a escribir las cartas para su mamá. Un inglés “como de dos metros me sube a cococho y así me baja del barco a la camilla. Recién en el Hospital Naval de Puerto Madryn me sacan los borceguíes. Una doctora me dice: ‘Mordé un lápiz, te los tengo que sacar’. Era todo un coágulo de sangre, olor a podrido, la carne se descocía. Después me baño, tenía todo como una costra. Me tocaba, era todo hueso, todo flaco”.
Campo de Mayo sería el próximo destino. Sus padres lo buscaban y nadie daba con él. A los otros soldados los iban a ver y a él no. Una enfermera le pregunta dónde vivía y dio la casualidad de que era vecina de su barrio en José C. Paz. Es esa mujer la que le avisa a su mamá.
Reencuentro
“Mi vieja ahí nomás se fue a verme. ‘¡¿Qué te hicieron, hijo?! Yo te voy a sacar adelante’, me decía. Yo no hablaba, balbuceaba, la lengua se me trababa de la debilidad que tenía.” El llanto otra vez les gana a las palabras.
Benítez tenía pie de trinchera, principio de gangrena. Le dicen a su mamá que le tienen que amputar el pie. “Ella le pidió a la doctora que la dejara hacerme masajes. Me frotaba con un líquido con el que frotaban a los caballos. Mi vieja era del campo, nos curaba siempre con yuyos. Me masajeó hasta que empecé a mover los dedos. Me salvó mi vieja de que me cortaran el pie.”
Estuvo ocho meses internado en Campo de Mayo. Cuando salió fue al cuartel a buscar el documento de identidad y se encontró con el cabo que lo había torturado en la guerra. Le ordenó hacer salto de rana, Benítez se resistió, lo encerró en un cuartito y lo molió a palos: “Me pegó tanto que me quedó incrustado el Rosario que tenía colgado en el pecho. Me voy a mi casa, digo que me duele el pecho y mi mamá me empieza a hacer masajes. Me dice; ‘¿A vos te están pegando?’. Le pido que no le cuente a mi papá porque ella sabía que los militares son mandados a hacer para desaparecer gente”.
A la semana le devuelven la libreta y Benítez se recluye otros siete meses en su habitación. No quería salir. Tenía terror. Un teniente coronel va con su secretaria a visitarlo, le preguntan al padre si había contado algo de la guerra. “No, si no habla nada”, repite el hombre y el teniente coronel advierte entonces que la casa estaba sin terminar: “Escríbanle una carta a la señora Amalia de Fortabat que ella les va a dar los materiales”, les dice el oficial. Ajeno al perverso vínculo de negocios y terrorismo de Estado, Benítez se muestra agradecido porque los materiales llegaron.
Durante años, el miedo le impidió hablar. Encontró trabajo en el ferrocarril y se terminó jubilando de portero. Treinta años después espera que juzguen a esos militares que lo convirtieron en víctima. No hay reparación para tamaño dolor. Cabe pedirle perdón.
Yo he leído mucho sobre la guerra de Las Malvinas, pero nunca me ha tocado tanto el corazón como este relato real tan denigrante donde el sucio poder del enemigo está entre nosotros y es el que nos mata y se desliza rápido en este relato tan bien escrito que pone los pelos de punta y nos acucia la pregunta si la fiera es mas humana que la humana fiera.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
No ; no hay reparación.
ResponderEliminarYo he sido testigo de los muertos vivos que quedaron, que quedan.
Nunca olvidaré cundo viajé a Bs As con mis hijos y en una plaza compartimos el banco con un ex combatiente que le faltaba un pié y un brazo . Nos contó horrores. Mi hijo tenía 4 años y nunca , nunca olvido que cuando nos alejamos, me dijo- mamá eso es un héroe?- Claro,él conocía San Martín etc.
Bien por tus testimonios Andrés, aquí también cabe ! NUNCA MÁS!
Amelia
En muchos pueblos de la Provincia del Chaco, no existe la generación de varones que fue enviada a pelear a la Malvinas. Los que pudieron volver, en su mayoría están mutilados o desquiciados. Digo del Chaco porque lo sé de fuente cierta, pero lo mismo dicen que ocurrió en el resto de las provincias norteñas de la Argentina. Llevaron a jóvenes que habitaban zonas subtropicales,jóvenes que nunca habían visto la nieve, sin preparación, sin los elementos necesarios para enfrentar al león inglés; algunos maltratados por sus mismos superiores. Desconocidos por una sociedad cobarde. A los jóvenes de las ciudades ricas, de colegios privados, no los llevaron. "había que preservar a la élite dirigente"
ResponderEliminarLa Argentina tiene deudas internas, y problemas acuciantes que resolver. Pienso que no hay que distraer energías.
Olga Ajma.
Pienso, como Olga que me precedió: no hay que distraer energías. Cuando recuerdo aquella Plaza de Mayo donde una multitud vivaba a Galtieri , algunas señoras donaba joyas y otras mas humildes tejían bufandas, inmediatamente me viene a la memoria el frío recibimiento que tuvieron los soldados (a un equipo de football derrotado se lo recibe mejor). Los medios periodísticos mentían. La gente por la calle decía : estamos ganando con un tono de euforia que jamás olvidaré. Varios alumnos míos de inglés se fueron: "No quiero hablar el idioma del enemigo". Más tarde volvieron. Les recordé sus palabras y la respuesta fue : "Yo dije eso? No. Estás equivocada".
ResponderEliminarEspero que no distraigamos energías y no traguemos más sapos porque las consecuencias son trágicas y da vergüenza emocionarnos y reflexionar muchos años después. No nos podremos sacar de encima la mirada de dolor de aquellos soldados casi niños, entre los cuales hay que contar hoy muchos que perdieron la razón o se suicidaron.
Recuerdo que me encerré a llorar la destrucción de otra generación de argentinos en manos de la dictadura.
Cristina
Conozco un resumen del Informe del Teniente General Rattembach desde hace varios años, donde pedía el FUSILAMIENTO DE LOS MILITARES MÁS RESPONSABLES. Pienso que hoy no es suficiente con juzgar y condenar a los jefes militares de entonces... Por ejemplo Astiz y Menéndez. Hay que dar vueltas patas arriba a la institución, la historia de la misma desde los tiempos de Roca hasta nuestros días, sus textos de lectura, las tradiciones elitistas, anti-democráticas, antisemitas y anti-populares. De paso: he descubierto en el Facebook la liviandad o el formalismo de compromiso en algunos de los comentarios. La criminal aventura de las Malvinas ha sido uno de los actos más negros y sangrientos de esa maldita cúpula militar.
ResponderEliminarEn abril del 82 estábamos en Buenos Aires, exiliados de la dictadura uruguaya. Recordamos la euforia, los discursos de Galtieri por televisión. Las artesanías alusivas se vendían por todos lados, conservamos aun un cenicero con la inscripción "Las Malvinas son argentinas". Y en pocos días empezamos a ver la realidad en las calles, donde los pocos chicos que volvieron deambulaban, de uniforme, balbuceando, sin poder coordinar, pidiendo algo para comer. Nos partía el corazón ver que la gente pasaba frente a ellos como sin verlos, sólo unos pocos se les acercaban a ofrecerles algo. Muy como en secreto, corría la información del horror de aquella guerra, donde los niños que hacían la colimba obligatoria habían sido obligados a enfrentarse con los marines británicos, monstruos a sueldo adiestrados para matar sin piedad, mientras "la dama de hierro" y Galtieri se cacareaban como gallos de riña, a puro discurso y sin perder una pluma. Nada se dijo de la otra tortura, ésta que está apareciendo ahora. En aquella época ni siquiera la sospechamos, aun sabiendo de qué estaban siendo capaces los militares uruguayos con su propia gente, en un despiadado terrorismo de Estado que ellos llamaban "guerra". No lo imaginamos porque los jóvenes argentinos habían ido por parte del Estado, a defender tierras de su país... ¿cómo suponer que sus propios jefes los estaban torturando? Hoy estamos en nuestra patria, a donde pudimos volver sanos y salvos porque el pueblo argentino nos ayudó, y sin discriminación alguna nos ofreció trabajo digno. Hoy, que nos enteramos que ocurrieron estas afrentas, peores que las que sufrió nuestra gente, sólo podemos compartir con ustedes el dolor, la pena inmensa por tanta injusticia. No hay reparación posible, y nos parece que tampoco sirve pedir perdón. No puede haber perdón por parte de los que sufrieron, de sus familias, de los que repudiaron aquello. Ni perdón ni olvido. Sólo merece aplaudir a los que denuncian y cuentan todo el horror que sufrieron, para que las nuevas generaciones sepan lo que pasó, y apoyen ese "nunca más", por el que tanto bregamos, ustedes y nosotros.
ResponderEliminarAl pueblo argentino, ¡salud!
Eliza y Miguel, desde Uruguay
Lo que siempre mejor supieron hacer, torturar, someter a la servidumbre, discriminar, matar compatriotas, aniquilar a los pueblos originarios, reprimir.
ResponderEliminarUn detalle pasado por alto en éstos treinta años, pretendieron hacer una guerra respetando en el continente las posesiones británicas. Carlos Arturo Trinelli
La deuda interna dejada por la Gesta de Malvinas es abismática. Todo recurso fue válido para que continuara la deshilachada dictadura militar , banalizando procederes y desvalorizando las vidas. Nuestros niños-soldados - ademas de las precarias condiciones de entrenamiento, sufrieron - por parte del Ejército-vejámenes , torturas y humillaciones en los campamentos de combate, aludiendo falsamente a la falta de patriotismo, donde se ve claramente la mentalidad militar de odio y discriminación por los combatientes del interior de nuestro país. Estos hechos aberrantes fueron presentados a la Justicia en el año 2007.
ResponderEliminarAdemás, desde el punto de vista geopolítico, la Gesta fue el operativo que nos alejó más de las Malvinas.
Insensatez muy, muy cara.
MARITA RAGOZZA
Deuda interna
ResponderEliminarAl dramático relato de Nora Veiras y a los comentarios de Olga Ajma, no puedo dejar de adherir a esas palabras y contar un episodio ocurrido aquí en el Chaco. Es verdad que muchos jóvenes de esta provincia fueron en condiciones muy inferiores a los de otras ciudades, a la falta de preparación militar se agregaba su origen rural, el desconocimiento del medio, el gran alejamiento geográfico de su familia y de su medio. Ya lo sabemos. Aquí, unas pocas señoras, digamos solo tres, angustiadas por los hechos militares de la época, se reunieron en sus casas y elaboraron un anteproyecto de ley que contemplara una serie de acciones destinadas a la atención de los excombatientes. Previeron todo, o casi todo, y un amigo, ex legislador, le dio forma de ley para facilitar o lograr su más rápida aprobación e implementación. Las ingenuas señoras, previo pedido de audiencia al entonces interventor militar del Chaco, Coronel José Ruiz Palacios, llevaron su carpeta, dieron explicaciones, manifestaron su incondicional apoyo a prestar ayuda, asesoramiento lo que fuera para que la propuesta se encaminara en forma efectiva. Pero ellas no sabían que todo estaba bien, que en realidad no era necesario todo eso. El militar, desde su arrogante figura, dijo: -Quédense tranquilas señoras, los chicos vuelven muy bien. Yo los he visto. Mi yerno, recién llegado, está perfecto, entusiasmado con el deber cumplido…- Y otros comentarios que ellas escucharon azoradas. Aclaró el gobernador que su yerno era también militar. Así pasó y las señoras quedaron anonadadas, sin poder creer lo que decía el coronel. Al poco tiempo los diarios empezaron a dar cuenta del regreso aislado de los muchachos y las condiciones físicas y psicológicas en que llegaban, sus pasos por la Casa de Gobierno y distintos organismos en busca de atención a sus problemas largos de mencionar.
Según me contó un funcionario angustiado, alcanzó a decirle a algunos, un tanto avergonzado, que “pronto se organizarían centros de atención sugeridos por aquellas señoras”. Nada pasó. Con el tiempo, los ex combatientes comenzaron a convocarse, a realizar reclamos y otras actividades que ya sabemos. Un día, ese ilusorio proyecto de ley, fue entregado a los muchachos, sin actos ni alardes de ninguna clase. “Muchachos, -dijo una señora- si esto puede servirles para cuando hagan reclamos, úsenlo. Nosotras pensamos que podría ayudarlos”. Cuando leo en los periódicos sus recorridos, sus reiterados reclamos, y aún más grave, el alto índice de suicidios entre ellos, no dejo de recordar al coronel y a su yerno, su sonrisa de satisfacción por el regreso del joven, y la impotencia de esas señoras que quisieron ayudar como ellas creían y podían hacerlo.
Pasaron 30 años, no puedo decir que nada se hizo, pero es necesario recordar que muchos logros se hicieron a la iniciativa de los muchachos, a su insistir, a sus “atrincheramientos” en sitios de la ciudad que les prestaban para reunirse y contar sus penas.
Malvinas es una herida abierta par los argentinos. Lapacho en flor.
Angeles Martina -Chaco-
Muy duro y todo por un borracho...y otros que siguen órdenes.
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