un cuento de Antonio Dal Masseto
Estoy acodado en el mostrador del bar, haciendo cuentas en mi libreta: impuestos, facturas, servicios, la pesadilla de costumbre.
- Veo que está muy embalado con los números, ¿algún negocio en vista? -me dice el parroquiano Carmelo, que está a mi lado.
- Las cuentas de siempre, cada vez me cuesta más llegar a fin de mes.
- ¿No le queda alguna reserva?
- Me quedan unos manguitos guardados bajo el colchón, poca cosa, para casos de extrema necesidad. Hasta ahora logré no tocarlos, pero en cualquier momento voy a tener que echarles mano.
- Me parece que el destino nos juntó. Puedo ofrecerle un negocio redondo, rápido y con una utilidad extraordinaria. Seguro que le va a interesar.
- La verdad que me interesa cualquier cosa que me saque del apuro.
- Me está haciendo falta un socio ágil que tenga unos pesos.
- ¿Cuántos pesos?
- Es una inversión mínima.
- Disculpe la pregunta, pero si la inversión es poca y el negocio es tan redondo, ¿por qué no lo hace usted solo?
- Me quedé sin capital. Con los bancos ya no se puede contar, no quiero caer en manos de prestamistas porque me van a arrancar la cabeza.
- ¿Cuál sería el negocio?
- Bolsas de papel.
- ¿Para vendérselas a quién?
- Para que la gente se las meta por la cabeza y se tape la cara después de las próximas elecciones.
- ¿Los que pierdan?
- Todos. Pasada la expectativa, cuando la gente se dé cuenta de en qué estado está y dónde está parada, gane quien gane, el sentimiento general será de absoluta vergüenza por el voto que metieron en la urna. No va a quedar uno que no quiera su bolsa personal para ocultarse la cara antes de salir a la calle.
- ¿Cómo serían esas bolsas?
- Comunes, de papel madera. Con dos agujeros para los ojos y otro para la nariz. También uno para la boca, todos tienen que seguir fumando o tomando café o comiendo algo.
- ¿Y dónde las fabricaríamos?
- Tengo un tallercito en Lugano, con la guillotina, el sacabocados y lo que haga falta. El taller me está dando pérdida desde hace años, pero ahora llegó la reivindicación. Solamente se necesita dinero para la materia prima, o sea el papel Kraft, liviano, de 70 gramos , y la cola vinílica.
- ¿De qué tamaño serían las bolsas? ¿Una sóla medida o varias? ¿Diferentes para hombres y mujeres?
- Tamaño estándar, unisex.
- ¿Qué porcentaje calcula de gente que no quiera usarla?
- Cero. Todos van a estar avergonzados.
- ¿Y la distribución?
- Ya hablé con el Sindicato de Canillitas. La mañana siguiente a las elecciones los quioscos del país entero van a estar inundados de nuestras bolsas. Vendemos y cobramos. Todo contado. Plin caja.
- ¿Cómo dividimos las ganancias?
- Cincuenta y cincuenta.
- ¿Ya pensó en alguna partida de bolsas de reserva?
- Por supuesto. Algunos se van a llevar varias bolsas. Mi cálculo es que cada votante va a consumir como mínimo tres bolsas de manera inmediata. Además está la lluvia, las rupturas, el desgaste, etcétera. Después vienen las reposiciones a largo plazo. El bochorno puede durar mucho tiempo.
- Tenemos que estar preparados para que no haya demoras en las entregas.
- Eso déjelo por mi cuenta.
- Me convenció. Trato hecho.
- Lo espero mañana en el taller. Hay que meterle para pedir el papel, mandarlo a máquina, troquelar, pegar y empaquetar.
- Choque los cinco.
Me despido de mi socio. Esta vez parece que zafé. ■
¡Pobre hombre! piensa que zafó, no se dio cuenta que la vergüenza es siempre ajena, mordaz e ingenioso como todos sus escritos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminar