Las palabras sin nombre
A Jorge Ponce, con admiración, con respeto.
*(Vocablos quechuas de su libro “GÉNESIS DE GREDA”)
** (Fragmentos del libro mencionado)
Cuando el despeñadero de la noche se derrumbaba en sombras.
Aparecieron. Frágiles, pequeñas, tímidas, al principio.
Un niño. Una paloma. Un soplo. Un deseo. Un hechizo.
Tan antiguas. Tan nuevas. Tan voz. Tan roca .Tan castillo en ruinas.
Tan lluvia. Tan *pára. Tan agua.
Tan *pacha. Tan pacha.
Cuando me alejé de las palabras – o mejor dicho, de eso que me habían enseñado que se llamaban palabras- ellas, no quisieron alejarse de mí.
Se habían transformado en obsesión. Y lo que en un primer momento era placer, se desdibujaba por la ansiedad, que como un pájaro ciego, tenazmente, picoteaba las pircas de antiquísimos Bicente - narios.
Me refugié en mi lecho, pero ya no era “mi lecho”, era lecho de río, manantial, vertiente, cascada, lecho marino.
Era sed y sal.
Y no podía encontrar una, o varias palabras, que dieran nombre a eso que ya no sabía si pensaba o sentía, o si estaban en el hemisferio izquierdo, en el hemisferio sur, o al sur del sur.
Y los antiguos recursos ya no me servían, por ejemplo cuando a alguien se le muere un ser querido, y no encuentro- porque no las hay- palabras que signifiquen su dolor. Cuando siento que” lo siento” no me alcanza, pongo el cuerpo en el abrazo.
Pero no podía abrazar a las palabras, y me quedaba en una absoluta orfandad, en una soledad de palabras, en un páramo. Y me embargaba una especie de llanto contenido, pero a la vez, una alegría, un júbilo, una cosa grandota y calentita que me inundaba el pecho.
Y también estaba el erotismo, la pasión, la sensualidad que se adherían a mi piel como pelecho de víbora. Pero, al mismo tiempo, un antiguo sentir- casi olvidado- una castidad que me llevaba al Dios que se quedó en el camino, y al que me entregaba, con respeto, adoración, veneración.
Y se me mezclaban las palabras y los jotes bebían en mi boca y en mi *simi.
Y mi hombre era el *runa y yo era mujer y *huarmi, mariposa y *pilpinta.
Y deambulaban por mi cuerpo. Se depositaban en mi plexo solar.
Se alojaban en mi *soncko, y allí en el vertedero oscuro de mi sangre jugaban a la payana.
Otra se alojó en el *pucará de mi cabeza, pero el estruendo fue tal que no entendí nada.
Otras bajaban por los muslos, en acequias, en ríos que alborotaban mi sangre.
Iban y venían, como hormiguitas o avispas negras, y hacían panales de lechiguana en mi medula espinal.
Y cuando sentía que casi las tenía en mi mano, no sabía si era el viento o el *hayra y me las quitaban, o se convertían en *waqay... o en lágrima.
Dando vueltas, me marearon como chicha sabrosa, borracha, y con las arganas húmedas, llenas de soles y lunas, pude atrapar una:”Asombro”
“...Ambas humedades fueron necesarias para crear al primer asombro, y muchos caminos y asombros le hicieron falta a ese primer asombro para crear las palabras que comenzaran a nombrar a las cosas que a cada paso a ambos Asombros asombraban...”**
Y ese “Asombro” me remitió a otros asombros.
Asombros colonizados. Colonizados, pero no menos asombrados.
Asombros: El asombro de la primera vez que sentí correr entre mis piernas una agüita rojiza.
Y el asombro que muchas veces, se transformó en estupor y en no saber que hacer. Por ejemplo cundo vi, el milagro de una rosa mosqueta entre las grietas de una piedra, o cuando sentí la primera implosión en mi cuerpo que nacía en el vientre y estallaba en la cabeza.
El innombrable asombro de cuando leí por vez primer el Popol Vhu. (o Pop Vhu)
El asombro del vuelo, aprendido de mi abuela cuando vi que bailando los pies se transforman en alas.
El asombro que debe haber sentido Colón cuando vió esos hombres con oscuros ojos de guanaco asustado.
El asombro del runa, cuando vieron a esos pájaros, con una lanza que llamaron espada y una cruz que le llamaron cruz del sur cuando los mapuches ya le llamaban choyke.
Pero, el “Asombro”, postergado, relegado, fue darme cuenta que antes de Bicente - nario, ya en “La elegía del ultraje” el asombro de los asombros me llevó a que mi mano colonizada tapara mi *simi, mi boca.
Y también me llevó a una mirada, que nunca podré descifrar, mucho menos nombrar... como la vez aquella que en un basural de la villa de “mis mujeres” ----que no son de nadie, salvo de ellas mismas- vi una flor, tan bella, que nunca sabré como se llama.
Me transportó a una mirada, que era una mezcla de tiernísima ternura, como la que despierta un niño, un pichón dormido, pero también al Colacho...con una imagen”...que es fragmentada y en perpetuo movimiento. La alarga, la enroca, la voltea, y cuando él se mira en ella puede dar rienda suelta al niño que siempre lo acompaña...”**
Y cuando había retrocedido infinitas noches y el sueño no venía; el rocío del alba, me trajo un recién nacido, que en noches de fiebre, lo ponía en mis pechos, para hacerlo dormir...o para que me hiciera dormir.
Coloqué las palabras en mi pecho, cerca de soncko; y allí quedaron en mis *ñuños, quietitas. Como una *guagua. Como una *urpila. Como un *wúaman dormido. Como un *runa.
***Jorge Ponce, Artista plástico y escritor riojano. Es un estudioso y defensor de las culturas originarias.
Una ternura de relato entreveradamente musical que toca fibras y se mete adentro, igual que una "palabra sin nombre" apoderándose de cada emoción. Y, luego, ya nada más que este entreverarse de sonido y quechua, y despues, tambien la magia...la magia de un relator que asombra con su asombro de no perderse nada. Y el extasis que te sucumbe a sus: "Cuando siento que lo siento no me alcanza, pongo el cuerpo en el abrazo"..."Pero no podía abrazar a las palabras y me quedaba en una absoluta orfandad"..."el milagro de una rosa mosqueta entre las grietas de una piedra"...
ResponderEliminarEste relator, Jorge Ponce, me pudo hasta el punto de caer sin darme cuenta por el "despeñadero de una noche cuando se derrumba en sombras"...
Muchassss gracias, Amelia. ElsaJaná.
Hermoso, donde la magia de las palabras abraza los huecos de los espacios entre sentidos y sentimientos.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Una prosa con mucho de poesía interna mezcla a las palabras que traslucen un tono crítico hacia la cultura dominante, C.A.T.
ResponderEliminarUn texto que nos lleva a un adentro nuestro escondido , por la lejanía en los tiempos y por su negación. La prosa se enciende con la poesía de las palabras que " asombran " y a la vez son innombrables en otros idiomas. El baile que transforma los pies en alas, las mujeres que no son de nadie, sino de ellas mismas,la choyque . . .
ResponderEliminarQuedan las palabras leídas y que tienen música, dentro de mi corazón.
Felicitaciones, Amelia.
MARITA RAGTOZZA
Con su proverbial sensibilidad Amelia nos trae un cuadro nostálgico y poético, doloroso e incontestable de la sarga entretejida por una cultura que reclama su lugar histórico en las vivencias de la Argentina. Una cultura que se cubre con el manto de una supuesta "civilización".
ResponderEliminarPrecioso, Amelia! excelente el uso de la palabra para, precisamente, dar cuenta de ella. Algo de mágico y mucho de poético tiene tu texto y ha sido, todo un agrado leerlo.
ResponderEliminarSaludos, desde Chile.