Que el Negro Fontanarrosa inmortalizara la mesa de un café rosarino no hizo que el café y la charla misógina entre galanes queden en los límites de Rosario.
La costumbre de juntarse y hablar profundidades abisales y revoltijosas cubre todo el mapa argentino. Muchos dicen que vino con los españoles, otros buscan la raíz mineral y telúrica en las ruedas de mate y las brasas de un fogón. También aunque va declinando con el tiempo, se cultiva la costumbre del vermouth de los sábados antes del almuerzo. Aperitivo le dicen los más elegantes. El motivo es el mismo, darle tomo, volumen y edición numerada y coleccionable a una sarta de verdades de a puño y esclarecedoras revelaciones sobre fútbol, box, política y especialmente la vida ajena.
Los conocimientos de los asistentes al café son capaces de resumir la semana vivida en una gran ciudad en la columna de sociales de una revista de barrio. Todo a cargo de especialistas, eso sí.
Por eso la historia que le voy a contar usted tal vez no la crea. Yo tampoco la creería, pero así la contó Alvarito con aportes y agregados del Pelado y de Maureto. Todos ellos integrantes de uno de estos conciliábulos de aperitivo o café.
El grupo comenzó a formarse en aquella época en que cuatro de cada cinco adultos en Neuquén éramos forasteros. La costumbre traída de Córdoba, Buenos Aires o Rosario nos juntaba como paliativo al desarraigo y la extrañeza.
El grupo del cuento llevaba ya varios años de persistencia, cuando alguien tuvo la idea de darle un nombre. “Un nombre agreste y sonoro” se propuso, “que suene a compadrito, mayoral o resero”.
Iban llegando contertulios y el tema se perdió unos minutos en el habitual parloteo hasta que Frodo soltó:”Dionisio – dijo- Dionisio Campos, de paso quedamos bien con nuestro dios tutelar”.
A esta altura del relato de Alvarito, Maureto lo corrige:
- No, primero dijeron “Ocampo” y a mí me sonó a Victoria o Silvina, por eso propuse Campos.
El asunto fue cuando llegó el Pelado y le comunicaron la novedad. La mesa, el cónclave, la logia, ya tenía nombre, Dionisio Campos.
- ¡Ah! – dijo el Pelado- ¿Lo conocen?
Desconcierto general. Literariamente habría que decir que cayó un pesado silencio. Pero no, lo que hubo fueron algunas risitas o sonrisas pavotas esperando la broma.
- No, en serio, Dionisio es paciente mío en el hospital.
- Según los muchachos, simplemente se quedaron fríos hasta que el Holograma propuso un brindis por el santo patrono del club.
La cosa hubiera quedad ahí si cada tanto no llegaran noticias de Dionisio a través del Pelado.
Pasaron un par de años según el relator, tres según recuerdo exacto del Holograma, y un día cayó la bomba: Dionisio Campos había entregado la ropa, según decimos en el campo.
Fue toda una ceremonia, sigue contando Alvarito, y se procedió a las exequias (sea lo que sea eso) del numen tutelar con toda seriedad.
Éste sería el fin de una anécdota intrascendente, si pasado otro año el Holograma no hubiese llegado un sábado a la mesa con las pruebas de que…Dionisio Campos vivía.
No sólo estaba vivo, sino que se estaba reponiendo –y mostraba la radiografía misteriosamente conseguida- de una fractura.
- Tibia y peroné- puntualizó Maureto.
El acontecimiento mereció celebraciones reiteradas por parte de la Comisión Fundadora hasta que nuevamente las urgentes novedades cubrieron el hecho. Cayó un presidente, se jugó un mundial de fútbol, se derogó la Ley de Punto Final, y no había tiempo para hablar de Dionisio.
Nadie recuerda quién fue, pero pasaron esos años, y alguien trajo el recorte de diario con el aviso fúnebre de un tal Dionisio Campos. Los muchachos conservan el recorte de diario como testimonio.
Maureto se encargó de recorrer el cementerio del pueblo y documentar con una foto el lugar de descanso de Dionisio.
Narrado esto, en la mesa se salta a otros temas, como dicen ellos “bajan los titulares de la semana”; hasta que uno pica el anzuelo y pregunta:
-¿Y ahí terminó?
Todos se callan, Maureto inspira profundo y toma el escenario:
- Hace poco llegó un paisano flaquito, típico de la meseta, bombachas, bigotito anchoa y boina, trayendo un perro igual de flaco atado con una soguita. Atendí al perro, le tomé los datos y cuando le pregunté:
- ¿Nombre?
- Tigre – me dijo
- Usted digo ¿Cómo se llama?
- Dionisio Campos. ■
Pennini nos trae una historia de mesa de café y un grupos de habitués que copian a contertulios de otras grandes ciudades. Esa es la apariencia... Y fuera de ella un relato enmarcado de intrigas para pensar.
ResponderEliminarEsos parlamentos que con su labia conforman mil anécdotas algunas reales otras ficticias son el eje de reunión que une el tiempo con los personajes.
ResponderEliminarEse sí o no cierto crea la trama del relato que entretiene.
Celmiro Koryto
Hay que tener cuidado con los dioses tutelares, pueden aparecer en el momento menos pensado.
ResponderEliminarAdemás de traer a la literatura las reuniones de café, que todavía en mi ciudad son comunes con personajes propios, enlaza una historia atrapante.
MARITA RAGOZZA
Un misterio que aparece y desaparece llevado de aquí para allá en las palabras de la tertulia y una anécdota que conforma un cuento y deja al lector sorprendido como a los contertulios, Carlos Arturo Trinelli
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