Carlos Boyero
Se habla más de ese hombre con apariencia de gnomo perverso llamado Roman Polanski por la reactualización de algunas de sus antiguas y sórdidas movidas que por ese impagable don que le concedieron los dioses o los demonios conocido como inteligencia, arte para contar historias con una cámara, capacidad para transmitir desasosiego, terror y compasión. Polanski a veces parece relajarse, acepta retos que parecen fáciles, adapta teatro al cine como en esta formidable Un dios salvaje. Mi ignorancia respecto al teatro es absoluta, aunque una vez entrara en éxtasis viendo al genial Vittorio Gassman durante tres horas en un escenario viviendo a Shakespeare, a Melville, a Pirandello. También fui testigo hace infinitos años en Londres de cómo Albert Finney se introducía en la piel y en el corazón de Hamlet. Imagino que aquello era teatro. Y he disfrutado enormemente en el cine viendo al sensato y solo Henry Fonda y otros 11 hombres sin piedad (al final resulta que la mayoría de ellos la poseían, los convencidos dudaban) interpretando una obra teatral. O el terrible reencuentro entre una mujer torturada con su antiguo verdugo en la estremecedora La muerte y la doncella, también dirigida por Polanski.
Consecuentemente, no puedo opinar del texto original que escribió Yasmina Reza. Pero sí del enorme talento que muestra Polanski inventándose imágenes para contar lo que ocurre cuando las esforzadas apariencias se derrumban y se imponen la frustración y las miserias. Ignoro qué le pertenece en diálogos y situaciones a la autora y su adaptador, pero el resultado me deja con la boca abierta, con una sonrisa admirativa, con la sensación de que es imposible narrar con más brillantez esta tragicomedia agria, este vodevil tan gracioso, el progresivo derrumbe de los modales cuando aparecen los nervios, la vomitona, el alcohol espantando máscaras y comportamientos convencionales, lo que queremos parecer y lo que somos.
Polanski inicia la historia en un parque en el que dos críos parecen discutir; uno de ellos soluciona la querella sacudiéndole en el careto al otro con un palo. Todo ello a la distancia, acompañado de la música inquietante de Alexandre Desplat, tal vez el mejor compositor de bandas sonoras en el cine actual. A partir de ese momento, Polanski encierra a cuatro adultos, los padres del agresor y del agredido, en el único espacio de una casa. Los visitantes, el pragmático y cínico abogado de una empresa farmacéutica y una broker, han acudido para arreglar civilizadamente la brutal agresión de su hijo con los padres de la víctima, un ferretero campechano y una progresista cultivada y deprimida ama de casa.
Nada es previsible a partir de ese momento, cada situación y cada gesto van preparando sutilmente la tormenta. El educado juego dialéctico, la cortesía aparentemente natural, las despedidas que como en El ángel exterminador nunca tienen final, la violencia soterrada, la subterránea lucha de clases, la representación y las máscaras, la hilarante catarsis y el incontenible desmadre cuando se cruzan las barreras están admirablemente expresados por Polanski con comicidad perversa e higiénica mala leche, con la sensación de que este creador controla al milímetro cada elemento de su material.
Y dispone, cómo no, de lo más necesario, de lo que exige un guion perfecto. O sea: de los mejores actores y actrices del mercado. Jodie Foster y Kate Winslet son trágicas que están más allá del elogio, pero el estímulo de hacer comedia lo resuelven con arte inmenso. John C. Reilly y Cristoph Waltz son dos de los mejores actores de reparto del cine moderno. El recital de los cuatro emociona. Les aconsejo que no abandonen la sala hasta que acaben los títulos. Ese final es Polanski puro y duro. Y solo me responsabilizo de lo que he escrito ateniéndome a la versión original. Escucharla doblada puede ser un pecado. La he visto dos veces. Y solo puedo admitir eso tan veraz y tan enfático de: "Qué grande es el cine". El bueno, por supuesto. ■
Más pistas para no dejar de ver la película, C.A.T.
ResponderEliminarMuy bueno el adelanto de la película con sus entretelones.
ResponderEliminarPolanski es muy detallista, hasta meticuloso y logra en el cine conservar la teatralidad.
MARITA RAGOZZA