CINE: El niño de la bicicleta
Un chaval que no para de correr, una bicicleta codiciada por los rateros, un padre esquivo. La nueva de los Dardenne.
Hace años que pienso que a los hermanos Dardenne deberían darles una cámara, mil euros y una semana de tiempo. A ver qué sacan. Hay riesgos: Kim Ki-duk ya lo ha hecho y menudo castigo… Lo digo porque los hermanos belgas llevan ya unos cuantos años sirviéndonos variaciones sobre un punto de partida casi idéntico: un niño envuelto en problemas. Su viaje de conocimiento hacia la máxima depuración, o esencialidad, de esta historia va transitando de lo tétrico a lo luminoso, de lo introspectivo a lo realista. Ya apetecería ver qué harían obligados al máximo minimalismo.
En El niño de la bicicleta optan por su obra tal vez más accesible, menos grave, sin duda menos abrupta que La promesa, Rosetta o El hijo. El protagonista es un chaval enérgico e hiperactivo que se tira toda lapeli corriendo –incluso es pelirrojo como Corre, Lola, corre y pizpireto como Zazie en el metro– porque desea sólo dos cosas en el mundo: recuperar su bicicleta robada y reencontrarse con su padre, que no se ve capaz de cuidar de él. Será la voluntariosa peluquera del barrio (extraordinario el fichaje de Cécile de France, otro regalo una vez más) quien le acoja. El niño a quien da vida admirablemente Thomas Doret es un nervio, un chico ensimismado y caprichoso, impulsivo y asalvajado. Jamás había visto en pantalla un personaje de su edad que se buscara mejor la vida, que supiera demoler a hachazos el infortunio que le persigue y se empeñara en ser feliz con semejante ahínco. De eso va El niño de la bicicleta, ése es además el gran tema de la obra de los Dardenne: la lucha constante y silenciosa, casi siempre azarosa, para ver la luz, tal vez sólo intuirla, que de calor al desgraciado, al desprotegido, al paria que no tiene donde caerse muerto. Driblando algún molesto maniqueísmo –“Escoge, es él o yo”– o cierta previsibilidad –el maleante que recluta al niño– los hermanos logran tal vez su película más limpia, menos sórdida, bastante mejor que su anterior El silencio de Lorna –con la que no empaticé nada de nada– y habitada de una naturalidad apabullante en el trazo de las relaciones humanas.
TONI VALL
Las películas que tienen como eje el derrotero de la niñez producen casi siempre una empatía quizá cifrada en la tendencia que tenemos en ver ése, nuestro propio tiempo, más transparente, ojalá llegue la película por estos lares, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEspero poder verla, de paso me entero que existen estos Hermanos Dardenne, belgas de los que no había oído hablar. Buscaré sus otras películas
ResponderEliminarLa estética de los hermanos Dardenne es a cámara viva, con contenidos en los cuales no se juzga a los protagonistas. Yo vi también " El niño " y "El hijo", las dos, sensacionales. En " El niño de la bicicleta" hay un elemento nuevo que es el optimismo, pero es realmente muy lograda.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA